- Por Carolina Vanni, carolina.vanni@gruponacion.com.py
- Fotos: Pánfilo Leguizamón
La ciencia experimental en materia espacial va creciendo en el país de la mano de los estudiantes de Facultad Politécnica de la Universidad Nacional de Asunción.
“Mirá, allá va nuestro cohete”, dice en broma a sus compañeros Marcos Denis Garay, mientras les muestra el paso de un avión a reacción –a chorro– que deja una estela blanca en el cielo. “Ese va a 33.000 pies (10.000 metros)”, contesta uno de sus pares, mientras el otro asegura que vuela a 30.000 pies.
La decena de estudiantes de la carrera de ingeniería en aeronáutica de la Facultad Politécnica de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) llegó temprano al aeródromo de Coronel Oviedo –departamento de Caaguazú– para ser testigos del vuelvo –en plena luz del día– del cohete Arasunu 1, que por segunda vez –y en cuestión de segundos– se pierde en el cielo guaraní.
“Esto es un pasito que estamos dando como estudiantes para mostrar a los niños y jóvenes que acá también estamos haciendo ciencia”, dice emocionado Federico Bajac, mientras ayuda a sus compañeros a bajar las piezas del cohete. Tras bajar las distintas partes del artefacto y sacarse fotos para las redes, los jóvenes ingresan al interior de la base aérea y allí siguen los preparativos.
El cohete Arasunu 1 fue diseñado y construido por los miembros del Club Aeroespacial FP-UNA, en su mayoría estudiantes de la carrera de ingeniería en aeronáutica, con el objetivo de poner en práctica conocimientos y conceptos de ingeniería y, a la vez, incursionar en tecnología aeroespacial desde el ámbito académico.
Mientras se preparan para el lanzamiento armando las piezas, los estudiantes hacen bromas, pero sin perder la concentración en su tarea porque saben que el mínimo error puede frustrar el ascenso. “El cohete ya voló en el segundo intento, pero fue de tardecita, casi de noche. Pero esta vez tendremos la oportunidad de ver en plena luz del día”, explica Cristian Rivas, estudiante de ingeniería aeronáutica y presidente del Club Aeroespacial, mientras sigue con los preparativos.
Este nuevo lanzamiento forma parte de la preparación de los estudiantes como una actividad extracurricular. Sin embargo, con la llegada del decano de la FP-UNA, el ingeniero Teodoro Salas, y del director de la carrera de Aeronáutica, el ingeniero Félix Kanazawa, ambos profesores indagan a los alumnos sobre los aspectos técnicos del cohete: la parte electrónica, combustible, fuselaje, etc. “Sirve para aplicar lo que aprendemos como alumnos, para ir fijando los conocimientos y para incursionar en algo nuevo”, sostiene Rivas.
El cohete es un artefacto experimental de sondeo, inicialmente construido en el marco de la participación del Club Aeroespacial en el Desafío Espacial Latinoamericano 2019. Fue diseñado para alcanzar un apogeo de exactamente 1 km (1.000 metros) sobre el nivel del suelo, llevando consigo carga útil de hasta 1 kg, según explicó el ingeniero Kanazawa.
El profesor dice que motivaron a los jóvenes para incursionar en el campo espacial, para hacer cosas nuevas y con miras a una especialización en esta área en el futuro. “Están contribuyendo en la formación profesional y, en este caso, en la especialización espacial”, sostiene.
El entusiasmo que muestra este docente contagia a sus alumnos, quienes continúan los preparativos, impresionados por el avance que han logrado. Kanazawa asegura que no vio pesimismo ni negatividad en la actitud de los estudiantes, en especial durante el desarrollo del proyecto. “Por más complejo que fue el diseño del cohete por la aplicación de variables espaciales, la planificación meticulosa y ver cómo trabajan en los mínimos detalles para el lanzamiento son algo emocionante”, dice el director de la carrera.
Explica que el diseño y desarrollo del proyecto no poseen muchas diferencias de los que transportan satélites, solo varían en el tamaño, ya que se trata de un cohete a escala. “Las ciencias espaciales en nuestro país son muy incipientes, no se tienen registros históricos de algún proyecto de índole espacial en nuestro país”, dice, mientras se muestra impaciente por el próximo vuelo.
Mientras un grupo de estudiantes arma el cohete colocando cada fragmento donde corresponde, otros fueron hasta el fondo del aeródromo para organizar el tren de lanzamiento, un armatoste de metal por donde debe subir el “proyectil” que servirá de base para emprender el ascenso hacia el cielo.
El cohete utiliza 800 gramos de propelente –combustible sólido–, compuesto por nitrato de potasio (oxidante) y azúcar (combustible). De acuerdo con las prácticas y las investigaciones realizadas previamente, el motor es capaz de generar un empuje máximo de 115 kg y propulsar al cohete a una velocidad máxima de 172 m/s o 617 km/h.
El fuselaje y la cámara de combustión están hechos de aluminio para ahorrar peso y la tobera –donde se coloca el combustible– es de acero inoxidable para que pueda así soportar las altas temperaturas de los gases de escape del motor (alrededor de 1.400 ºC).
Cuando las partes terminan de encastrarse correctamente, los alumnos y autoridades de la FP-UNA abordan sus respectivos vehículos hacia el lugar donde se realizará el vuelo distante a unos dos kilómetros, en un descampado, a fin de no poner en riesgo la vida de nadie.
Para que el cohete se deslice sin inconvenientes, los alumnos proceden a lijar –previamente– las piezas para sacar cualquier tipo de aspereza o herrumbre. Para asegurar que no se mueva, colocan cabos a la estructura de metal para evitar que la fuerza de empuje lo desarme.
El entusiasmo de los estudiantes no se aminora con el sofocante calor, el trabajo continua en el descampado. Los alumnos ultiman los detalles y advierten a los invitados que se alejen a 200 metros del sitio de la detonación, ya que el estallido puede ser peligroso.
Una vez en el aire, el cohete capta información precisa porque está equipado con una computadora de vuelo que es capaz de medir la temperatura y la presión del ambiente, además de lograr captar la altitud, la velocidad y las fuerzas de empuje del cohete.
El lanzamiento se hizo con éxito y el cohete se perdió en el cielo y literalmente en el campo, por lo que un equipo va para recuperarlo. A fin de lograr la recuperación del artefacto se le aplica un sistema que a su vez está compuesto por dos paracaídas: uno secundario, que se abre cuando el cohete llega al apogeo, y el otro principal, que se despliega cuando el cohete está descendiendo ya a una altura menor a 500 m.
Sin embargo, la distancia donde cayó el equipo dejó al sistema sin cobertura y se tendrá que trabajar más en ello. “Fue un vuelo exitoso, pudimos ver el funcionamiento del cohete por primera vez a la luz del día, el motor y la electrónica funcionó bien, pero seguimos buscando mejorar para perfeccionar el sistema de recuperación”, sostiene Cristian Rivas tras la intensa búsqueda en un terreno aledaño al aeródromo.
El decano de la facultad, el ingeniero Teodoro Salas, califica el hecho como un hito histórico en el marco de la exploración espacial en nuestro país. “Queremos demostrar que el paraguayo es capaz de hacer este tipo de proyectos y mucho más. Ellos (los estudiantes ) investigaron todo, desde el tipo de cohete, combustible, motor y cómo estabilizar. Todo se hizo en la Facultad Politécnica”, aseguró al indicar que existen más proyectos dentro de la facultad que tienen por objetivo explorar el espacio aéreo del país.