El 28 de junio del 2009, un ataque cardiaco se llevó a uno de los mejores cantantes paraguayos, Marco Antonio De Brix, a la edad de 45 años. El “Sapito Cancionero” se convirtió en una estrella de la música nacional e internacional, levantando la bandera paraguaya en eventos como el Festival de la Organización de la Televisión Iberoamericana de la Canción (OTI).
El carismático cantante nació el 10 de julio de 1963 en Asunción. Su padre César De Brix lo encaminó al arte, haciéndolo participar de comedias musicales de pequeño. A la corta edad de 7 años, Marquito no faltaba a ninguna presentación de su papá en el Teatro Ignacio A. Pane. Poco tiempo después, ya se presentó sobre tablas con la obra “El Arribeño”.
Carismático desde niño, se presentó a varios programas nacionales de radio y TV. A los 20 años, dio un salto internacional al participar en Estados Unidos del Festival de la OTI y quedarse con el cuarto lugar en la competencia.
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Loco carrusel
El “Sapito Cancionero” volvió a participar en el mencionado festival en 1988, en Buenos Aires, Argentina. En esta oportunidad, Marquito logró el segundo puesto y su popularidad se elevó en Paraguay, en la región y el mundo.
Su primer álbum de estudio se estrenó en 1990, en el material se encuentra su recordado hit “Soñaremos como ayer”. El disco contó con la colaboración musical de Óscar Cardozo Ocampo y Emilio del Valle.
De Brix prestó su voz a canciones clásicas del repertorio nacional y latinoamericano. Algunos de los temas que popularizó fueron “Regalo de Amor”, “Mariposa para mí”, “Maerãpa Reikuaase”, entre otros. Realizó giras musicales por Europa, también fue locutor de radio e incluso participó en un reality de canto en la TV nacional.
Su amor por el Decano es otro aspecto por el cual se lo recuerda. De Brix amaba a su club y en vida le dedicó la canción “Mi Viejo Olimpia”. En la última etapa de su vida, luchó contra problemas del corazón, pero un domingo, cerca de las 8:00 de la mañana, se apagó para siempre.
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Historia de amor
Carmen Solá fue la esposa de Marquito y lo recuerda con el amor intacto. “Él era feliz, siempre con una sonrisa, siempre tenía cosas lindas para decir. Lo recuerdo con su sonrisa gigante, lo recuerdo en el escenario, era maravilloso escucharlo. Todo lo resumo a que Marco me hacía muy feliz, sé que le hacía feliz a todos, él era un maravilloso amigo”, relató Solá a La Nación/Nación Media.
Su compañera de vida contó que desde su partida le llegan mensajes de personas que compartieron con él, destacando lo buena persona que fue. “Me pone muy feliz que todo el mundo lo recuerde con tanto cariño, pero también cada día lo extraño más. Marco, en su vida, dejó muchos afectos, porque para él eran muy importante sus amigos y su público”, sostuvo Solá.
La rutina de Marco incluía vocalizar, practicar golf y reunirse con amigos. “Creo que no pasé un solo día sin que alguien me lo recuerde y me diga cosas maravillosas, así quiero que todo el mundo lo recuerde”, añadió.
A 15 años del paso a la eternidad del cantante más querido que vio nacer Paraguay, sigue siendo recordado como lo que fue en esta vida, “un ser maravilloso, que cantaba como un ángel y que estaba lleno de luz”, compartió Solá al borde del llanto. Ella y Marquito compartieron 18 años casados y no tuvieron hijos, pero su amor sigue intacto, como el primer día.
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“Cantaba como los dioses”
El comunicador Hugo Vigray conoció muy de cerca a Marco de Brix, fueron muy amigos desde la época del colegio; él lo recuerda con anécdotas que los conserva como valiosos legados de una entrañable amistad.
“Aquel primero 14 del Colegio Nacional de la Capital, turno tarde, era sin dudas el más bullanguero. Teníamos el entusiasmo de cambiar el mundo, pero con alegría. Éramos buenos deportistas, pero no lo suficientemente buenos como para las medallas de oro”, así inició Vigray su relato para La Nación.
“Eso sí, pronto descubrimos un talentoso cantor que se adueñaría de los festivales internos y hasta de los intercolegiales. Se llamaba Marco Antonio de Brix. Yo, que venía de una familia de artistas, pronto me acerqué más a él”, comentó.
Un día vio en el diario que se estrenaba en el Teatro Municipal la obra “Nde zapature. Se vienen los nietos”, una comedia musical del elenco teatral dirigido por César de Brix, su padre, quien anunciaba el debut teatral de su hijo menor, Marco Antonio, de 13 años.
“Marquito no nos había dicho nada, porque pensó que a nadie le interesaría. En el primer recreo me acerqué y le dije que yo quería ir. Me dio una entrada gratis. Fui, lloré como nadie aquella noche, de la emoción, porque tenía un amigo que estaba en el mundo que más me interesaba, el del teatro y la música. Esa noche conocí a su padre y a su hermano mayor, quien era el asistente de dirección y me dio un pase libre para toda la temporada”, señaló.
Desde ese momento nació una muy buena amistad entre Hugo y Marco. “Nos hicimos inseparables, formamos un grupo con Edward Bogado y Rubén López y en una travesura que Marco hizo en el pizarrón antes del inicio de la clase de matemáticas, con el recordado profe “Corchete”, hubo un malón que se abalanzó sobre mí porque alguien gritó ¡ou prosor!”, recordó.
Entre los empujones Vigray llevó la cara contra un pupitre y se rompió la boca. “Marco y Edward, con más sentimientos de culpa que preocupación, me acompañaron a la dirección desde donde nos derivaron al viejo Primeros Auxilios. Hasta tengo aquella marca de mi amistad con Marquitos”, dijo.
Años más tarde Vigray cambió de colegio, pero la amistad siguió. “Él viajó algunos años a Europa y nos volvimos a encontrar apenas regresó. Yo hacía ya periodismo y pergeñaba algunos esperpentos a los que pretenciosamente llamaba ´poesía´”, sostuvo.
Otro recuerdo es del día en que Vigray puso letra a una guarania de Hugo Figueroa y le mostraron a de Brix. “´Yo la voy a cantar´, dijo entusiasmado y alabando la obra. La presentamos en el Concurso Nacional José Asunción Flores, que organizó el MEC en el año 1992, y obtuvimos uno de los premios. Y es, acaso, mi mejor recuerdo del querido Marquito”, exclamó.
“Marquito era un ser humano excepcional. Cantaba como los dioses y hacía de la amistad un culto difícil de igualar. No creo que haya tenido un solo enemigo en la vida, porque tenía una manera ejemplar de ser amable y afectuoso. Lo recuerdo cuando vamos perdiendo con Olimpia en algún partido, miro al cielo y le digo, ´hacé algo, Marquitos´. Y si damos vuelta, me doy unas palmadas a la altura del corazón y luego apunto al cielo donde hace algunos años, como dicen los folcloristas, él se fue a esperarnos”, finalizó.