Unos chicos encontraron a un cachorro muy pequeño -ni siquiera podía comer solo- y se lo entregaron a una familia para que lo cuide y adopte. Todo iba bien, hasta que el animal empezó a crecer y a ser agresivo. Desde el momento en el que el animalito fue rescatado recibió los mismos cuidados que se le da a un perro. Estuvo en un hogar con una familia que lo alimentó con mamadera, lo desparasitó y brindó cariño. Al principio, ningún integrante sospechó que en realidad el peludito no era un perro, sino un zorro gris (Lycalopex griseus).
“Quien lo adoptó nos relató que gruñía a quien se le quería acercar e intentaba morder. Ese comportamiento también se vio acompañado de cambios morfológicos tales como el alargamiento del hocico”, relata Lina Zabala, coordinadora operativa del Centro de Recuperación de Especies de Fundación Temaikén para La Nación Argentina. Dicho establecimiento se hizo cargo del zorro posteriormente.
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La especialista explicó que este tipo de situaciones es un problema recurrente y la causa es la coexistencia con la fauna silvestre. Es decir, cada vez se construyen más propiedades en zonas naturales donde habitan animales silvestres.“Es importante saber que no son peligrosos para las personas y que es fundamental aprender a convivir con ellos en armonía”, agregó la especialista.
Cuando el cachorro fue llevado al Centro de Recuperación, los especialistas confirmaron que se trataba de un zorro de tres meses de edad. En ese momento, lo ingresaron al centro y lo juntaron con otros cachorros de zorro que también habían sido rescatados -huérfanos o víctimas del mascotismo- para rehabilitarlo y que desarrolle el comportamiento esperado de un animal silvestre. La especialista agrega que es muy importante no interactuar con los animales silvestres, ya que cualquier contacto mínimo como ofrecerle comida o acariciarlos, puede generar un problema en el animal.
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