En el corazón de playa Bacocho, al sur de México, Hugo Ibáñez, jefe de campamento de la conservación de Vivemar, lidera una misión vital para proteger a las tortugas marinas. Con una pasión palpable, Ibáñez y su equipo se dedican a reubicar los nidos de tortugas para asegurar que las crías nazcan en condiciones óptimas y sean liberadas sanas en el océano.

  • Texto y fotos: David Sánchez Desde Puerto Escon­dido (México)

“Las tortugas vienen y bus­can hacer el nido en cualquier punto de la playa”, explica Ibáñez. La playa se divide en tres zonas: A, B y C. La zona B, que es el área central de la playa, es la preferida por las tortugas. Allí, el campamento ha ins­talado incubadoras para pro­teger los huevos de las olas y la maleza, que pueden dañar los embriones.

La temporada alta de anida­ción va de agosto a marzo. Durante este periodo, las temperaturas frescas son ideales para la incubación. “Después de marzo, la tempe­ratura aumenta y las tortugas lo saben, por eso disminuyen su visita a la playa”, comenta Ibáñez. “En una noche buena podemos colectar hasta 29 nidos”, añade.

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Cada nido contiene aproxi­madamente 100 huevos y en playa Bacocho se pueden ver cuatro especies de tortugas: la golfina, la verde, la laud y la carey. La tortuga golfina es la más común y la especie que se liberó el día de la entrevista.

HISTORIA Y CONSERVACIÓN

Ibáñez, oriundo de la región, recuerda cómo en su juven­tud los huevos y la carne de tortuga eran consumidos habitualmente. “Las bodas y los 15 años se celebraban con carne de tortuga”, recuerda. En los años 60, la comercia­lización de productos derivados de tortugas se legalizó, lo que llevó a una explotación masiva.

“En una temporada se podían picar entre 400.000 y 500.000 tortugas en esta zona”, explicó. Esta explo­tación descontrolada llevó a una drástica reducción de las poblaciones de tortugas, por lo que en los años 90 se esta­bleció una veda total. A par­tir de entonces, surgieron los campamentos tortugueros, apoyados inicialmente por el Gobierno, para proteger a las tortugas y generar empleo para las comunidades afecta­das por la prohibición.

TRABAJO VOLUNTARIO Y COMUNITARIO

La conservación en playa Bacocho no sería posible sin la participación de volunta­rios. “Cualquier persona que tenga la voluntad de hacerlo puede unirse. Nosotros tra­bajamos los 365 días del año”, dice Ibáñez.

A diferencia de otros cam­pamentos que operan solo en temporada, ellos no dejan de trabajar ni un solo día. La financiación gubernamental ha disminuido con los años, lo que obligó a la organización a buscar alternativas sosteni­bles. Desde 2015, han imple­mentado el ecoturismo sus­tentable como una fuente de ingresos, cumpliendo estric­tamente con las normativas para proteger a las tortugas.

EDUCACIÓN Y BUENAS PRÁCTICAS

Cada voluntario y visitante recibe una charla ambiental obligatoria para aprender cómo interactuar adecua­damente con las tortugas. “Usamos jicaritas (cazos de madera) para no tocar­las directamente”, explica Ibáñez. Esta práctica ayuda a minimizar el impacto humano en las tortugas recién nacidas.

El campamento también registra meticulosamente cada nido, desde su reubica­ción hasta el nacimiento de las crías. “Si un nido no nace, investigamos la causa para aprender y mejorar”, agrega.

PARTICIPACIÓN COMUNITARIA

La comunidad local juega un papel crucial en este esfuerzo. “Nuestra organi­zación ha propuesto muchas buenas prácticas ambien­tales”, comenta Ibáñez con orgullo. Su objetivo es garan­tizar que las futuras genera­ciones de tortugas marinas tengan un hábitat seguro y saludable en playa Bacocho.

Con una afluencia de hasta 300 visitantes diarios durante la temporada alta, el trabajo en el campamento es intenso, pero gratificante. La liberación de las tortugas es un evento que atrae tanto a turistas como a locales, todos unidos por un objetivo común: la conservación de estas majestuosas criaturas.

El trabajo de conservación en playa Bacocho es un ejemplo inspirador de cómo la comu­nidad y los voluntarios pue­den unirse para proteger la biodiversidad.

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