Puede decirse, con toda propiedad, que la Feria Internacional del Libro - FIL Asunción 2024, que concluye en la fecha, fue una experiencia extraordinaria, por dos razones fundamentales: la cantidad de editoras que instalaron su puesto de exhibición y venta, y la afluencia incesante de público durante todos los días, evidenciado que el hábito de la lectura continúa movilizando a un importante sector de nuestra sociedad. Nos tocó asistir a la presentación de nuevas obras, especialmente de autores paraguayos, con las salas llenas, lo que ratifica la calidad de una producción que muchas veces cuesta visualizar a raíz del excesivo hincapié que hacemos los medios de comunicación en el ámbito inagotable de la política. Y más que nada, la política del espectáculo, la que es más fácil de manipular por sesgados intereses y por una regla esencial del mercado: es la que más consume la mayoría de la gente.
Sin embargo, es dable destacar que, en esta última edición, que este año tuvo el auspicio de la Organización de Estados Iberoamericanos, han ampliado su espacio de promoción casi todas las empresas periodísticas del país, incluyendo periódicos digitales, y las redes sociales. Aunque, también, es bueno aclarar, quizás todavía no estamos interpretando a cabalidad la dimensión de este evento anual organizado por la Cámara del Libro Asunción-Paraguay (CLAP) y la urgente necesidad de aumentar su proyección internacional, así como ocurre en otras grandes capitales del mundo.
Es preciso romper nuevamente ese aislamiento cultural que padecimos en el pasado y del que pudimos salir mediante la fuerte imposición de figuras que lograron trasponer los límites de nuestra mediterraneidad y cuya situación había descrito Augusto Roa Bastos como una “isla rodeada de mar”. Existen talentos con un presente de calidad y un futuro de insospechada trascendencia en poco tiempo. De ahí el ineludible requisito de montar una agenda editorial más ambiciosa, para cuyo cometido exitoso precisará de un Estado que entienda la cultura como un factor crucial para el desarrollo no solo intelectual, sino también político, educativo y social de nuestro pueblo. Con la construcción y el fortalecimiento de estos pilares podremos aspirar a un crecimiento económico inclusivo y sostenible, el que, a su vez, apuntará a disminuir los índices de pobreza y pobreza extrema. La simple mecánica de los números, sin una ciudadanía participativa y consciente de su propio destino, solo servirá para bonanzas pasajeras o burbujas de bienestar que se irán con la misma rapidez con que llegaron.
El Estado debe promover y contribuir a la publicación de ediciones populares, sin que ello atente contra la calidad de la presentación (en diseño, ilustración, ortografía y sintaxis), de fácil acceso a las clases sociales menos privilegiadas. El gusto por la lectura y, sobre todo, por la buena lectura es la puerta para formular una cultura de la tolerancia, la colaboración compartida y la solidaridad. Nos ayudará a andar nuevamente por los caminos de los valores que nos hicieron fuerte como sociedad y grande como nación.
Como aquella generación del 900, que fue la que reestructuró el pensamiento arraigado a nuestra realidad, con caracteres propios y autonomía intelectual, y que finalmente se impuso a las pretensiones de importar ideas y modos de vida europeizantes, lo que algunos filósofos latinoamericanos denominaron “pensamiento sucursalero”. Naturalmente, en un mundo globalizado, como el actual, no podemos cerrarnos al exterior, sino que hay que aprender a vivir en él, pero sin olvidar los valores sustantivos de nuestros rasgos identitarios como nación.
El presidente de la República, Santiago Peña, en su primer informe ante el Congreso de la Nación mencionaba la importancia de compaginar lo técnico con lo político, la teoría con la práctica. Nosotros agregaríamos el imperativo de equilibrar lo económico con lo cultural, la política con la ética y la teoría con la realidad, para que podamos soñar con reconstruir la república desde los principios y, así, hacer realidad el mayor de todos los bienes: el bien común. Algunos proyectos encarados desde el Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) para fomentar una relación amigable de los niños y niñas con la lectura, con el componente imprescindible de desarrollar la comprensión de lo leído, de hecho, resultarán provechosos para andar hacia ese horizonte que durante varias décadas fue el elemento de cohesión nacional y la catapulta para la inserción internacional a partir de las artes y de las letras. Ese es el camino.