Trajes de colores vivos, un sombrero a juego y un par de guantes inmaculados. El estilo de vestir de la reina Isabel II era reconocible al instante, un “uniforme” que ella misma creó para encarnar su cargo. La Nación del Finde hace un repaso por el icónico guardarropas de la llorada reina, quien a los 96 años ha emprendido su viaje a la eternidad.
- Fuente: AFP.
Durante sus setenta años de reinado, la monarca pareció haber probado todos los tonos de la carta de colores, desde el amarillo bebé hasta el verde neón, pasando por el fucsia y el azul real. Fuera cual fuera el color que eligiera, siempre vestía “impecable”, según su nieto Enrique. Un estilo inconfundible que fue forjando ella misma con la ayuda de modistos y asesores.
El primero, Norman Hartnell diseñó uno de sus trajes más emblemáticos, su vestido de novia. Hecho de seda color marfil, bordado con 10.000 perlas y tachonado de cristales, deslumbró al pueblo británico recién salido de la Segunda Guerra Mundial cuando se casó con Felipe en 1947. Hartnell también diseñó el traje que llevó en su coronación y muchos de sus vestidos de noche. Pero fue una mujer, Angela Kelly, quien se encargó de que la reina estuviera siempre perfecta durante más de dos décadas. Esta inglesa de Liverpool, de origen modesto, se unió al equipo de creadores de Isabel II en 1993 y se convirtió en su estilista personal en el 2002.
La reina era una cliente fiel, pero asesorarla no era tarea fácil. El código de vestimenta de la realeza tiene reglas precisas, así que ¡cuidado con los pasos en falso! “No hay reglas escritas, pero sí hay ‘etiqueta’ y ‘protocolo’”, explica Grant Harrold, antiguo mayordomo de la familia real, a la AFP. Así, era imposible ver a la monarca con medias negras o esmalte de uñas rojo. Solo salía con medias de color carne y las uñas pintadas de un rosa muy pálido que se consideraba más elegante.
COLORES SÓLIDOS
En su ropero, “nunca una falda por encima de la rodilla”, señala Harrold. En cuanto a las joyas, le gustaba llevar un broche o un collar de perlas, preferiblemente de tres vueltas.
La reina perpetuó algunas tradiciones un tanto anticuadas como vestir siempre con sombrero, pero algunos de sus hábitos, como el uso de guantes en verano e invierno, eran también “prácticos”, explica Harrold, señalando que así “se aseguraba no coger un germen” cuando estrechaba la mano de sus súbditos. Pero la característica principal de su estilo era la elección de los colores. “La reina es muy conocida por sus trajes lisos y de colores vivos, cuyo objetivo es que sea fácilmente reconocible en las ocasiones especiales”, explicó en el 2016 Caroline de Guitaut, comisaria de una exposición dedicada a los trajes de Isabel II.
Los fines de semana, en una de sus residencias de campo, la soberana se desprendía del sombrero y se ponía un simple pañuelo, una falda de cuadros y unas botas. Pero en los compromisos oficiales era partidaria del “color-block”: el mismo color de la cabeza a los pies. En opinión de Michele Clapton, diseñadora de vestuario de la serie The Crown, era como “un uniforme, una armadura”. “Pasa en un minuto de su jardín con sus perros al siguiente momento con traje, sombrero y guantes”, comentó Clapton en una entrevista con la revista Vogue en el 2016.
MENSAJES A TRAVÉS DE SU VESTUARIO
Aunque se esperaba que la reina se abstuviera de hacer comentarios políticos, a veces utilizaba su vestuario para enviar mensajes, como llevar un trébol irlandés o una hoja de arce canadiense en una visita oficial, como forma sutil de honrar a sus anfitriones.
También se rumoreó que utilizaba su inseparable bolso Launer, del que se dice que tenía más de 200, para enviar discretamente señales a su equipo.
Como primera embajadora de la moda británica, Isabel II solo asistió a su primera Semana de la Moda de Londres en el 2018. En ese momento, eclipsó a la sacrosanta Anna Wintour, editora en jefe de la edición estadounidense de Vogue, que estaba sentada a su lado.
Era imposible ver a la monarca con medias negras o esmalte de uñas rojo. Solo salía con medias de color carne y las uñas pintadas de un rosa muy pálido que se consideraba más elegante.