Detrás del título de “capital del cántaro y la miel”, Itá se destaca por una exótica laguna habitada por 80 yacarés que concitan la atención de propios y extraños. El sitio, en pleno centro urbano de la localidad, está rodeado de muchas historias y leyendas que enriquecen aún más este destino turístico ubicado a unos 40 kilómetros de Asunción.

Cuentan que la laguna de Itá encierra varias leyendas como la de una campana de oro que fue arro­jada en medio del agua para que esta no crezca. “Se dice que en épocas en que vivía una luga­reña que prohibía que se entre a las aguas, una maldición fue lanzada sobre ella y comenza­ron a brotar más nacientes”, nos relató la pobladora Rosa Echa­güe. “A consecuencia de esto, la ciudad corría el riesgo de inun­darse, y es por ello que un sacer­dote bendijo un campanario de oro y lo arrojó a las aguas”.

Como muchas leyendas, el origen de esta laguna se funde con otras variaciones mági­cas, como es la historia de una anciana muy tacaña que se negó a dar agua a los soldados sedientos en la época de la Gue­rra Grande, hace 150 años, que pasaban por esta antigua comu­nidad; a lo que cayó un diluvio y la casa de la mujer se convir­tió en este emblemático paisaje, que hoy es custodiado por unos 80 cocodrilos.

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El Centro de Artesanos y Pequeñas Industrias de la Ciudad de Itá (Capici) es la vidriera de más de 30 trabajadores locales.

También la historia de la campana de oro se convierte en un misterio arrojado a la laguna por soldados del mariscal López (Itá aún guarda su camino antiguo) para evitar que sea un trofeo de guerra de los invasores. Lo cierto es que la formación del agua data de los inicios del pueblo. Según versio­nes de los pobladores más anti­guos, tiempo atrás lograban bañarse y jugar en ella antes de la aparición de los cocodri­los que actualmente viven en el sitio. Muchas de las personas se daban chapuzones al atarde­cer y sus aguas eran cristalinas.

En cuanto a la llegada de los yacarés, un poblador nos comentó que le obsequiaron una pareja de cocodrilos y tras arrojarlos a la laguna empeza­ron a procrear. “También me trajeron un cocodrilo desde Capiatá porque no podían cuidarlo y lo llevamos a la laguna. Ahora hay más de 80″, explicó Pedro Brajín, uno de los lugare­ños más antiguos.

Con sello propio, Pedro Brítez sigue los pasos de su madre, doña Rosa Brítez, la ceramista de América.

Por su parte, Jorge Luis di Mar­tino, intendente de la ciudad, aseguró que el cuidado de la emblemática laguna es respon­sabilidad de la municipalidad, que además organiza el Festival del Cántaro y la Miel con gastro­nomía local, parque de diver­siones y artistas en épocas de las patronales que son cada 3 de febrero, Día de San Blas.

El concurrido lugar también alberga un anfiteatro denomi­nado Don Prisciliano Villalba, en donde se realiza dicho fes­tival que se extiende por diez días y va dirigido a toda la fami­lia. Del mismo modo, los mira­dores forman parte del paisaje y muchos aprovechan para tomarse fotos o disfrutar las vistas que regala el corazón de Itá. Por ello, el parque de la laguna es uno de sus mayores atractivos turísticos, a donde se puede llegar a ella a través de la ruta PY01 y el Acceso Sur, que recibe a visitantes naciona­les y extranjeros durante todo del día que llegan a disfrutar de su naturaleza y a observar a los yacarés que habitan en el lugar.

CUNA DE LA CERAMISTA DE AMÉRICA

“Rosa Brítez fue una ceramista muy reconocida, tuvo un estilo propio que le llevó a hacerse conocer hasta en los Esta­dos Unidos, donde en la Casa Blanca la reconocieron como la ceramista de América tras sus demostraciones y exposiciones en 7 universidades en 1989″, nos contó su hijo Pedro Brítez, sobre una de las iteñas más univer­sales. En un recorrido por el pueblo se puede observar gran cantidad de locales con venta de artesanías en barro, y no por nada Itá es la tierra natal de la reconocida ceramista de Amé­rica, Rosa Brítez, fallecida en el 2017, pero que dejó un legado que sus hijos continúan hasta la actualidad.

“Yo le doy mi toque propio, mi estilo, a todas las obras. Lo que me caracteriza son los detalles y las figuras finas en mi trabajo. Soy muy detallista”, explicó el hijo de Brítez, que elabora este arte manual en barro desde su propio taller, donde cobran forma figuras personalizadas que representan la maternidad, la abundancia y la prosperidad, como la “Mamita gorda” o los “Papitos”. Según el pedido de sus clientes, hasta pueden lle­var mascotas moldeadas en barro. Los precios van desde G. 200.0000 hasta G. 800.000.

La Asociación de Artesanos expone los trabajos de más de 30 trabajadores que viven en las inmediaciones en el cen­tro artesanal Capici, donde promueven el arte y la cultura. Según comentó Jessica Agüero, encargada del local, son los turistas quienes más aprecian las artesanías y compran todo tipo de piezas para llevar a sus países.

EL LEGADO DE LOS FRANCISCANOS

Otro de los puntos más concurridos y que reúne a los feligreses todos los días es la iglesia de Itá. “Es una construcción muy anti­gua construida por los franciscanos, con historias expresadas en las maderas y el retablo situado en el fondo. A diferencia de los jesuitas, los franciscanos vivían recorriendo, por eso es una espiritualidad que hasta hoy perdura en nuestro país. La dióce­sis es de las más influyentes y está siempre con actividades de todo tipo”, señaló el vicario parroquial Juan Roberto Espínola.

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