Varios estudios comprueban que este hábito podría tener efectos significativos en nuestra salud a largo plazo: diabetes, presión alta e infarto.
Uno de los factores que afectan la calidad de nuestro descanso es dormir con las luces encendidas. Varios estudios comprueban que este hábito podría tener efectos significativos en nuestra salud a largo plazo: diabetes, presión alta e infarto.
Dormir con la luz encendida, aunque sea moderada, aumenta los riesgos de contraer enfermedades cardíacas y de resistencia a la insulina, acorde a un ensayo clínico realizado por investigadores de la Universidad Northwestern de Estados Unidos.
El estudio constata que la luz altera la hormona responsable de reparar nuestro cuerpo mientras dormimos y, cuando esto ocurre, sube nuestro nivel de azúcar y de presión arterial, lo que nos expone a subir de peso, padecer un infarto o, incluso, un derrame cerebral.
Además, como la resistencia a la insulina se produce normalmente a la mañana siguiente, mediante un proceso en las células de los músculos, la grasa y el hígado; cuando estos no responden en forma, no se puede utilizar la glucosa de la sangre para obtener energía. De manera a compensar esta falta, el páncreas se encarga de producir más insulina, lo que provoca que el nivel de azúcar en sangre aumente con el tiempo.
Otro estudio médico publicado por la revista Jama Internal Medicine señala que dentro de un grupo de personas sanas que se exponían a la luz durante el sueño, la mayoría de estas sufrían de sobrepeso y obesidad, debido a que este mal hábito facilitaba alteraciones en las funciones metabólicas del cuerpo.
LABORATORIO DEL SUEÑO
La Universidad Northwestern preparó una habitación denominada laboratorio del sueño, donde reclutó a 20 personas de entre 20 años de edad, de manera a comprobar los efectos contraproducentes de la luz encendida al dormir.
El ensayo clínico consistió en que los participantes debían dormir dos noches en el lugar.
En la primera noche, algunos descansaron en una habitación oscura, mientras que en la segunda, otros durmieron con una luz tenue en el techo del mismo espacio.
El resultado fue que el segundo grupo de jóvenes aún teniendo los párpados cerrados, recibieron entre el 5 y 10 por ciento de la luz y experimentaron déficit de sueño en ondas lentas. Esta exposición aumentó la frecuencia cardíaca y la resistencia a la insulina de cada uno, mientras sus sistemas nerviosos simpático y parasimpático presentaban un desequilibrio, por lo que se incrementó su presión arterial.
La luz altera la hormona responsable de reparar nuestro cuerpo mientras dormimos y, cuando esto ocurre, sube nuestro nivel de azúcar y de presión arterial.