Fueron miles los paraguayos que viajaron durante los años 80 y 90 a los Estados Unidos en busca de mejores ingresos económicos y así progresar en la vida y sacar adelante a sus familias.
Para muchos compatriotas todo era color de rosa, pero hubo un paraguayo que no corrió con la misma suerte, al contrario de sus metas e ideales lo que halló en Norteamérica fue su pasaporte a la muerte.
Fue en el año 1986 cuando el ciudadano nacionalizado paraguayo Ángel Francisco Breard se arriesgó y emprendió vuelo. Luego de varios años se instaló en Washington, empezó a estudiar el idioma inglés y administración de empresas.
Un año después, en 1987 encontró el amor y se casó con una de sus profesoras, pero dicha unión solo duró cuatro meses, pues se separó por su adicción al alcohol.
Según publicaron los medios de comunicación en ese tiempo, Francisco cayó en una gran depresión a consecuencia de su divorcio e intensificó su alcoholismo; a pesar de ello mantuvo su puesto de trabajo y cuando le sobraba dinero ayudaba a su madre, quien vivía en una humilde vivienda en alguna ciudad del departamento de Itapúa.
Ya con el tiempo y debido a su adicción, perdió finalmente su puesto laboral e incluso ya no fue aceptado en ninguna de las obras en las que prestaba servicio diariamente.
Divorciado, sin trabajo y acusado de violación
Divorciado, sin trabajo y sumergido en el alcoholismo, a inicios de los años 90 Francisco empezó a tener problemas con la Justicia. Fue investigado por la violación y el asesinato de una mujer, pero los investigadores no encontraron ningún elemento en su contra, por lo que fue liberado.
Posterior a eso, habría intentado secuestrar a otra mujer a punta de cuchillo, pero la situación tampoco pasó a mayores.
Adicción criminal
El 17 de febrero del año 1992, Francisco, de 26 años en aquel entonces, salió de su residencia en Arlington, Virginia, fue a comprar más cervezas. En su trayecto se cruzó con Ruth Dickie, de 39 años, quien salía de un bar.
Francisco la siguió hasta la puerta de su departamento donde intentó violarla, pero como la mujer se resistió, la apuñaló en el cuello y siguió en varias partes del cuerpo hasta matarla; ya con la mujer sin signos de vida, totalmente alcoholizado él intentó nuevamente someterla.
Tras cometer el macabro asesinato Francisco huyó del lugar, pero fue detenido seis meses después. Fue procesado por homicidio y enfrentó juicio en junio de 1993. El jurado deliberó durante seis horas. El 25 de junio del mismo año lo declararon culpable y condenado a la pena de muerte.
Pasaron cinco años. Se presentaron varios recursos que hicieron posponer el cumplimiento de la resolución del jurado. Finalmente llegó el día marcado para la ejecución de Ángel Francisco, el 14 de abril de 1998.
Aquel día el compatriota se reunió con sus familiares, entre ellos estaba su madre, quien viajó hasta el país norteamericano para ver por última vez a su hijo. También contó con el apoyo de dos consejeros espirituales.
“La gloria es del Señor”
El reloj marcaba las 23:39 puntualmente, Francisco fue ingresado a la sala de ejecución. Al observar la camilla donde se encontraría con la muerte empezó a debilitarse.
Miró las cintas gruesas de cuero que lo sujetarían, vio a los médicos que estaban en la cabecera de la camilla y las tres jeringas, cada una con químicos letales que le serían aplicados, ¿qué pensó en ese momento? solo él lo supo.
Fue acostado en la fría camilla, le aplicaron la primera inyección y quedó dormido. Posteriormente recibió un relajante muscular que le aflojó todo el cuerpo y por último lo inevitable, el químico letal que le paralizó el corazón. Segundos antes de morir, entre susurros Ángel Francisco mencionó: “La gloria es del Señor”, dando así su último suspiro.