La Dirección Nacional de Ingresos Tributarios (DNIT) reveló que las organizaciones no gubernamentales registraron extraordinario movimiento financiero en pleno año electoral (2023). Siderales cifras se concentran principalmente en grandes corporaciones de ONG cuyos directivos, gerentes y leales se privilegiaron con jugosos honorarios como “representantes de la sociedad civil”.
- Por Rossana Escobar M.
- rossana.escobar@nacionmedia.com
Los informes que continúan llegando a la Comisión Bicameral de Investigación de Lavado de Dinero y otros Delitos Conexos (CBI) sobre el manejo financiero de las ONG resultan asombrosos con relación a los resultados abstractos que tienen, esto principalmente en la gestión de las grandes corporaciones, vinculadas a políticos de la oposición y que operan en nombre de la sociedad civil.
Si bien los datos llegan retaceados, a cuentagotas los números del movimiento de dinero y ni hablar de los superhonorarios de los directivos de ONG políticas, son bochornosos para la misión que vendieron históricamente a la ciudadanía que es velar los intereses colectivos. El objetivo social quedó a segundo o quizás en último plano, dinero que reciben estas grandes corporaciones van directamente al bolsillo de sus dirigentes, todo en nombre de la representatividad que dicen tener de la sociedad civil.
La lucha contra la corrupción, el nepotismo, la discrecionalidad, el tráfico de influencias solo incorporan en el discurso contra los adversarios, en la práctica aplican la gran repartija entre familiares y amigos, vale remarcar, de la plata que reciben en marco de convenios que tienen como beneficiario al Estado paraguayo. Esto con una extraña y extrema resistencia de esconder cómo se usaron o se usan los fondos ejecutados mediante proyectos con nombres grandilocuentes.
Las grandes ONG que funcionan en nuestro país casi ya no han guardado las formas del manejo empresarial y el tinte político hasta si se quiere proselitista de sus actividades.
LA INDUSTRIA OENEGERA
No hay que olvidar que la industria de ONG se hizo visible con las últimas elecciones generales cuando la candidata a vicepresidenta por la Concertación Nacional, Soledad Núñez, tenía operadores que querían hacer de observadores en los locales de votación a través de la oenegé que creó; Alma Cívica. A partir de esto comenzó a salir a la luz una red de ONG de la excandidata y su esposo, el también excandidato perdidoso por la Concertación, Bruno Defelippe.
La CBI permitió el acceso a algunos datos, todavía muy escasos con relación al volumen de dinero que ejecutan las grandes ONG, vale reiterar, aquellas principalmente de carácter político. Una de las cifras divulgadas ayer y en el marco de las reuniones de la comisión que impactó fuerte es que, en el 2023, año electoral, el movimiento financiero de las ONG fue de G. 12,6 billones, unos USD 1.700 millones al cambio de la moneda norteamericana de ese momento.
Entendidos señalan que la cifra revelada en la sesión de la CBI equivale al presupuesto anual del Ministerio de Obras Públicas, más al de Salud Pública. Sin embargo, no se ha visto la protesta, indignación de un solo ciudadano que no forme parte de la logia de facturadores contra la iniciativa de transparencia de fondos de ONG aprobadas y en proceso de investigación por el Congreso Nacional.
¿A quién afecta entonces la transparencia? ¿Cómo es posible que con los multimillonarios fondos ejecutados en nombre de la ciudadanía, la gente no se haya inmutado siquiera con los controles que se prevén? ¿Dónde están los beneficiarios que no se han dado por enterado de los pronósticos apocalípticos que difunden sus “representantes” con jugosos honorarios?