Luis Ríos - Fotos: gentileza

En seis meses del año en curso, van saliendo amenazas de muerte o atentados dentro de instituciones educativas e incluso un caso en una universidad. El más extremo se registró en el distrito de Independencia, Guairá. ¿Por qué ocurren estos casos? La socióloga, educadora e investigadora Ana Portillo nos guía para dar un vistazo más profundo a este fenómeno.

En mayo, una comitiva fiscal-policial detuvo a un alumno de un colegio de San Lorenzo por realizar supuestamente amenazas con armas de fuego durante los desfiles patrios a otros estudiantes en las redes sociales. En su poder fueron encontrados un revólver y un rifle. Durante ese mismo mes, fue hallada una nota en el baño de mujeres de un centro educativo de Coronel Oviedo advirtiendo sobre una supuesta masacre que ocurriría el 19 de junio. La denuncia fue presentada por los docentes y posteriormente el caso fue comunicado al Ministerio Público.

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“Cuando un determinado hecho en términos cuantitativos comienza a adquirir más dimensión y más frecuencia, hay más elementos para pensar que se trata más de un fenómeno social que de un caso aislado o de la psicología de personas muy particulares”. Antes de entrar a junio, en Hohenau (Itapúa) hallaron en la mochila de un estudiante de 14 años de edad un arma de fuego, tipo revólver, calibre 32 mm. El director de la institución educativa en la que asistía el chico llamó a la comisaría de la localidad y un fiscal tomó intervención en el caso. Ya en el sexto mes del año, un colegio de Ypané suspendió su fiesta de San Juan debido al hallazgo de una hoja dejada en un pupitre con una amenaza de muerte a un alumno en particular.

La nota se titulaba “Alerta tiroteo en San Juan” e incluía el nombre del adolescente que sería atacado durante el evento. Unos días después, la directora de un colegio de la ciudad de Concepción realizó una denuncia formal ante la Policía Nacional por un supuesto hecho de amenaza de muerte en contra de una docente por parte de un alumno del primer año de la Media cuando la misma se disponía a tomar un examen a los estudiantes. Remontándonos al 2022, se dio una supuesta amenaza de tiroteo en un colegio de Ciudad del Este, Alto Paraná. Los estudiantes involucrados fueron expulsados de la institución. Si bien es la primera vez que ocurre este tipo de hechos en esta institución, ya se habían registrado en otros colegios del décimo departamento.

En octubre del año pasado, la fiscal Olga González imputó por homicidio doloso, en grado de tentativa, a un adolescente que disparó a su compañera dentro de un colegio de Nueva Italia luego de que esta le hiciera bromas junto con otros compañeros utilizando la expresión “valle” en forma despectiva. Los casos no solo se ciñen al ámbito escolar. En mayo de este año, las clases presenciales en dos universidades de Asunción fueron suspendidas tras una denuncia por presuntas amenazas de muerte o “tiroteo masivo”. Los implicados ya fueron plenamente identifica-dos y el autor de las amenazas ya está bajo tratamiento psiquiátrico bajo monitoreo de la Fiscalía.

Ya no se trata simplemente de casos aislados. “Una cuestión que tenemos que tener en cuenta son las estadísticas que se generan alrededor. Cuando un determinado hecho en términos cuantitativos comienza a adquirir más dimensión y más frecuencia, hay más elementos para pensar que se trata más de un fenómeno social que de un caso aislado o de la psicología de personas muy particulares”, explica Ana Portillo sobre la cantidad de casos y el periodo en el que se dieron.

La socióloga, educadora e investigadora detalla que cuando se habla de dimensiones estadísticas no solo se hace referencia a hacer números sobre cuántos adolescentes van y cometen asesinatos dentro de escuelas, sino también de fenómenos estadísticos asociados a esa decisión en sí. “Hablamos de cifras sobre adolescentes con problemas de salud mental, cifras de adolescentes que no acceden a servicios básicos, etc. En general, es la dimensión cuantitativa la que nos da elementos para determinar que un fenómeno es social y no algo netamente subjetivo o personal”, indica.

Ana Portillo, socióloga, educadora e investigadora

¿POR QUÉ OCURREN?

Ahora que ya determinamos que estamos frente a un fenómeno social, varias preguntas se generan.

La principal: ¿qué puede motivar a que varios jóvenes casi al mismo tiempo empiecen a realizar este tipo de manifestaciones o tomar estas determinaciones? Portillo sostiene que cuando vemos frecuencia y una cantidad llamativa de casos similares, hay que mirar qué condiciones en común pueden tener estos adolescentes que están presentando ese tipo de tendencias.En ese sentido, lo fundamental para entender a un adolescente es comprender las condiciones de crianza que tiene. Esas condiciones son económicas, sociales, culturales, políticas. “Una de las cuestiones para pensar sobre esa crianza es qué educación emocional, afectiva, sexual, cultural recibió la generación que hoy es adulta y que tuvo la responsabilidad de criar y formar a esta generación que hoy son niños y adolescentes.

Sabemos que nuestra historia y cultura son muy represivas en cuanto a todos estos aspectos”, analiza.Según la socióloga, siempre se tomó como tabú el conversar sobre sexualidad, sobre fragilidad emocional, sobre los sentimientos en general y una disputa histórica sobre si eso es una responsabilidad del ámbito público o del privado. Si el hablar de los conflictos, dilemas y diferencias que hay en la forma de pensar entre generaciones es una potestad de la familia y la casa o es potestad de la escuela, del sistema público de educación y de un Estado que va definiendo directrices y orientaciones para eso.”Entonces, observamos a una generación muy carente de acompañamiento emocional. Tenemos adolescentes que, incluso teniendo muchísimas condiciones materiales favorables, es decir, tienen su alimentación asegurada, tienen una vivienda, tienen acceso a cultura, a internet, incluso pueden ir a un buen colegio, mencionan constante-mente que tienen una dificultad enorme para comunicarse dentro de su familia”, ejemplifica.

Ese problema de comunicación tiene su origen cuando algo que los jóvenes plantean como problema o como preocupación es subestimado o es calificado de tontera adolescente por parte de sus padres. En ese sentido, la educadora subraya que hay padres que no conocen realmente a sus hijos, ya que no tienen un tiempo de conversación con sus hijos y no pueden elaborar con ellos su propia personalidad: “Les dicen que tienen que concentrarse en otras cosas, que ellos están para estudiar, pero no se preguntan ¿qué querés hacer?, ¿qué te gusta?, ¿hacia dónde querés orientar tu vida?, ¿cuál es tu plan?”, remarca.Para ella, hay una idea muy fuerte en la generación adulta actual de que tener hijos es algo que hay que hacer y que solo se puede hacer de una sola forma.

“Esa forma es que el hijo sea una fotocopia o réplica de los padres. Entonces, no elaboran mucho y tienen hijos para que estos alcancen las metas que el pro- genitor no pudo en su adolescencia(‘Yo no pude hacer esto, entonces quiero que mi hijo lo haga, que sea ingeniero, doctor, panadero, etc. Que haga lo que no pude’) o que sea lo que sí pudo lograr (‘porque yo lo logré y lo hice bien entonces él tiene que replicar ese modelo’). Esa es una cuestión a tener en cuenta”, destaca Portillo.Otro aspecto trasversal a las clases sociales, pero que se expresa diferente según características y aspectos culturales de cada clase, es que en general todavía es muy fuerte la idea de que los niños y adolescentes son propiedad de los padres y no se los considera como personas individuales o autónomas.

“Si uno toda la vida es criado como objeto y no como sujeto, no van construyendo gradualmente su personalidad y no tiene capacidad de construir madurez ni elaborar nada de lo que ocurre. Si no tiene la capacidad de hacer esas dos cosas, no podemos construir el sentido de responsabilidad en la persona. La persona no discierne correctamente lo que genera a partir de sus acciones. No hay formación ética posible si uno no reconoce como sujeto al otro”, profundiza.

¿POR QUÉ PASA AHORA?

La periodicidad de casos hace que nos preguntemos si eso responde a condiciones especiales, si es casualidad o a qué se debe. Portillo cree que desde siempre hubo formas de violencia muy fuertes dentro de las escuelas paraguayas y que nunca la sociedad se atrevió a mirar profundamente. “Un caso concreto es el de las escuelas del norte del país. Nunca nos pusimos a analizar qué es lo que está pasando allí donde ocurren enfrentamientos entre grupos mafiosos, de narcotraficantes, militares, paramilitares. Esos enfrentamientos ocurren alrededor de las escuelas”, señala.

Esa violencia está ahí desde hace tiempo, solamente que no es perpetrada por adolescentes dentro de las escuelas o son perpetradas por adolescentes que están reclutados por estos grupos y que se inician muy jóvenes en el sicariato o actividades similares. “Entonces, parece más fácil conmovernos cuando nuestro fenómeno se parece al de Estados Unidos que ponernos a identificar cuáles son nuestros propios fenómenos”, puntualiza.

Para la investigadora, hay características muy locales que influyen para que los chicos sean de una determinada manera y tiene que ver con que la sociedad va profundizando en una cultura del tipo mafiosa y narcotraficante. “En ella, las formas de relaciones sociales se imponen por la fuerza de las armas y donde la única forma de escalar y de tener poder es teniendo una actitud mafiosa ante las cosas: ser prepotente, empujar, golpear e incluso disparar y matar”, detalla.

”Es una cultura en donde está muy naturalizada la extorsión para cualquier cosa y los adolescentes observan eso en situaciones cotidianas. Ven los noticieros y no tienen con quién hablar de eso. Entonces, absorben todo lo que vieron sin poder elaborar y de una manera muy solitaria. No es algo que puedan conversar entre sus compañeros, con sus profesores, dentro de sus familias, en sus comunidades y termina generando este tipo de cosas”, recalca.Este tipo de manifestaciones violentas parecía ser algo lejano a nuestra sociedad y generalmente se asociaba a Estados Unidos por casos como el de la masacre de Columbine o similares. “En el caso de Estados Unidos, al ser una potencia, su cultura influye en la de los otros países.

Marca tendencias sobre fenómenos que después se absorben y repiten en países más pequeños. Claro que algo de lo que escuchamos o vemos que ocurre en otros países puede influir en nuestros adolescentes, pero también están las características locales”, asegura.Por todo eso, a su criterio habría que preguntarse si es que este tipo de cosas verdaderamente no sucedía en el pasado o si en realidad no se hablaba tanto del tema como sí se habla hoy. “Creo que al vivir actualmente en una sociedad tan globalizada, algo que era propio de la cultura de un determinado país hoy se internacionalizó. Entonces, vemos réplicas de fenómenos en países en los que antes no sucedía porque no había intercambio de cultura e información entre estos lugares”, agrega sobre las épocas.

CADA CLASE SOCIAL TIENE SUS CARACTERÍSTICAS

Si bien todo lo descrito por Portillo hace referencia a la clase media, es fundamental aclarar que esto ocurre en todas las clases sociales, en todo tipo de familia, tanto en Asunción como en el interior. Esa misma situación que se produce con condiciones materiales más favorables, se puede producir con condiciones materiales deplorables. Sin acceso a servicios básicos, en comunidades distantes de la atención estatal y en donde no hay acceso a internet, ni a actividades culturales, no hay teatro, no hay libros, no hay bibliotecas. “Incluso no hay cuestiones muy básicas como la alimentación y en donde las condiciones de trabajo son mucho más precarias y mucho más violentas.

Todo eso hace que el fenómeno se recrudezca aún más en las clases populares y excluidas. Eso genera en los adolescentes un montón de frustración y enojo que no tiene dónde canalizarse, que no hay dónde elaborar y que termina en este tipo de reacciones trágicas”, afirma.En la parte alta de la pirámide social también puede ocurrir. “En las clases privilegiadas tienen más posibilidades para ocultarlo mejor o de recibir menos exposición y sanción social que las clases vulnerables. Ahí ya tenemos una cuestión discriminativa en cuanto al abordaje. Hay diferencias cuando se aborda una cuestión como lo ocurrido en un reconocido club social o en el colegio de Lambaré, que cuando ocurre en una escuela pública o se trata de un adolescente pobre.

Había mucha más reserva en cuanto a la exposición de la información”, compara.Por eso, es importante analizar las características que se pueden tener en cada clase social. “Hablando de una clase privilegiada, tenemos que pensar que una clase es privilegiada gracias a muchos mecanismos de reproducción de la violencia. Muchas familias se hicieron de fortunas y conquistaron una posición social privilegiada a partir de la explotación del trabajo de otras personas, de no cumplir con responsabilidades laborales como pagarle IPS a sus trabajadores, de no pagarle lo que corresponde a la trabajadora doméstica.

Tenemos que mirar el privilegio y la acumulación como fruto de una estructura que es violenta”, asevera.Eso también se refleja en las relaciones intrafamiliares. “Existen muchas casas en donde todo está garantizado para el o los hijos, pero los padres no se cuestionan éticamente por un montón de cosas. Entonces, el adolescente recibe como crianza que el dinero les habilita a poder hacer todo y de que deben relacionarse con las personas según el estatus que tengan.

De esa forma, se naturaliza muchísima violencia y maltrato dentro de esas familias”, relata.El resultado de esto es que se lleguen a situaciones en las que –por ejemplo– los colegios llaman a los padres por ciertas conductas de los adolescentes como maltratar, hacer bullying, discriminar por su físico o por los ingresos económicos de sus padres a sus compañeros y es la propia familia la que dice: “Vos podés hacer todo lo que querés porque nosotros somos la familia tal y a nosotros nadie nos va a decir qué hacer”.”Así se acallan muchas cuestiones conductuales de los adolescentes porque los padres ponen un manto de impunidad basado en el dinero y los privilegios. Incluso, hay adolescentes que cuando una como docente les quiere corregir, responden automáticamente: ‘¿Vos sabés quién es mi papá?’ o ‘¿Vos sabés lo que te puede pasar si me hacés algo a mí?’ Es un tipo de situación que observamos social-mente”, refiere la educadora.

PEQUEÑOS GESTOS NO SANCIONADOS Y EL ERROR DEL MEC

Para la socióloga, estos casos que son muy explícitos y muy grandilo-cuentes de violencia que llegan a las peores consecuencias como la agresión física fuerte y el asesinato son fruto de pequeñas agresiones cotidianas que no son sancionadas. “Nosotros en los colegios muchas veces no tenemos mecanismos de reflexión sobre por qué tratan de cierta forma a sus compañeros y se minimizan esos peque-ños actos y no se les da importancia cuando llegan a este punto crítico imposible de ocultar o evadir”, lamenta.”Si ponemos como ejemplo el feminicidio o la violencia hacia las mujeres, vemos que llegar a la golpiza extrema por parte de la agresión es resultado de un montón de gestos cotidianos que no tuvieron freno en su momento.

Gritarle, tirarle el plato de comida porque no le gustó, ponerse agresivo porque no se le respondió un mensaje enseguida, cosas que hacen que lleguemos a una situación muy crítica porque no tenemos mecanismos de sanción graduales a esas pequeñas conductas a las que no se les da importancia y van escalando”, ejemplifica.A consecuencia de eso, la sociedad tampoco tiene otra respuesta que no sea la punición. De ahí salen respuestas como la determinación del Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) de controlar las mochilas de los estudiantes e incluso de instituciones educativas de instalar detectores de metales.

Posturas rechazadas por gremios como la Unión Nacional de Educadores (UNE-SN) o la Unión Nacional de Centros de Estudiantes del Paraguay (Unepy) porque consideran que violan la presunción de inocencia y criminalizan al estudiantado.”Eso es muy grave viniendo de un Ministerio de Educación. Es algo que yo espero del Ministerio del Interior porque su función es la de la seguridad y control del crimen. Cuando hablamos de adolescentes, la función educativa es ineludible, por eso no se explica cómo un Ministerio de Educación no elabore estrategias para analizar a fondo esta situación para ver cómo los jóvenes lo perciben, qué les preocupa, hablar con los docentes para ver qué hay en particular detrás de cada adolescente para saber por qué hizo tal o cual cosa, cómo era su crianza, si tuvo algún problema psicológico o no”, analiza. Portillo señala tajante que se debe mirar la película con más ampli-tud y ver que hay condiciones estructurales que llevan a esto.

“En muchos casos, son chicos con vidas ‘normales’, que van a la iglesia, tienen buen rendimiento académico, son disciplinados, pero internamente le está pasando algo que no pueden sacarse y no lo pueden hacer porque las condiciones sociales no se los permiten. No se trata de una decisión personal, de si el chico fue bueno o malo o de si es psicópata o no. Va más allá”, subraya.


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