Por Bea Bosio, beabosio@aol.com
“Ayer a las seis de la mañana, el chofer Manuel, que vio nacer a Frida Kahlo hace cuarenta y siete años en Coyoacán, le dijo desencajado a Diego Rivera:
“Señor, murió la niña Frida”.”
(Diario “El Excelsior” México, DF 1954)
Frida había amanecido muerta un 13 de julio, en su cama de dosel con espejo, luego de una larga lucha con una salud ya muy debilitada por complicaciones que se fueron adhiriendo a lo largo de su corta vida. El deceso se dio casi un año después de que le hubieran amputado una de sus piernas. La crónica proseguía:
“A Frida no la abandonó nunca el deseo de vivir y murió dormida, sin darse cuenta de su muerte.”
En realidad, ella ya la presentía. Había estado cansada últimamente. Como un acto premonitorio el día antes de morir le había entregado a su marido Diego Rivera, el regalo de aniversario: un anillo que celebraba los 25 años de casados, aunque faltaran todavía semanas para la fecha. Diego le preguntó por qué ya se lo estaba dando.
–”Porque siento que te voy a dejar dentro de muy poco” -dijo ella.
Había sido un amor inmenso y turbulento el que se tuvieron en ese cuarto de siglo que compartieron. Plagado de infidelidades y perdones. De rabietas y reconciliaciones. Hasta llegaron a divorciarse para volver a casarse un tiempo más tarde. Diego no era fácil y Frida lo había sufrido con el alma desangrada pero nunca pudieron soltarse. Hasta que hizo lo suyo la muerte.
Dicen que a Frida no le gustaban los panteones, sino que más bien le atraían las muertes que acontecían de manera folclórica, entre máscaras y calaveras de azúcares. Tenía una manera de pintar el dolor de colores, como lo hacía con sus cuadros y con esos corsés de yeso que ordenaba una y otra vez el doctor que trataba sus lesiones. Cuentan que ella los cubría de flores dibujadas con mercurocromo, y con otros tintes de diversas medicinas, en diálogo constante entre sufrimiento y arte.
Sin duda era una mujer fuerte. Y en el recuento final de aquella polio que la atacó de niña, y del accidente con el tranvía que lastimó su columna y la dejó a merced de un sinfín de problemas de salud y operaciones, supo ganarse su lugar en el mundo, en el arte y en el corazón de la gente. Dueña no sólo de un pincel privilegiado sino de una prosa poética contundente, ha acuñado más de una frase brillante altamente romántica o punzante: (a Diego le dijo una vez en una riña que entre el tranvía y conocerlo, lo último había sido su peor accidente.)
Es cierto que sufrió por amar en demasía. Pero a la vez amó y vivió como pocos se atreven. Tal vez por eso escribió el mensaje que dejó plasmado en la última obra que firmó unos días antes de su muerte:
“Viva La vida!”
Como una suerte de despedida. Digna, triunfal, agradecida, a pesar de las desdichas que corrió su suerte.
(“Pies para que los quiero, si tengo alas para volar”. FK)
Frida Kahlo nació y murió en Coyoacán un 6 y un 13 de julio, respectivamente. En esta semana se celebran 113 años de su nacimiento y 66 de su muerte.