• Ricardo Rivas
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas
  • Fotos: Archivo/Gentileza

Su muerte pega fuerte y sacude –aunque por razones bien diferentes– tanto a los que lo aman como para quienes no. Sus intervenciones públicas seguramente mantendrán su presencia por mucho tiempo.

El papa Francisco –el que el 25 de julio de 2013 exhortó en Río de Janeiro a las y los jóvenes para que “hagan lío”; y, mirán­dolos con ternura, impetró “¡háganse oír!”– ha muerto. Sí. El lunes 21 de abril a las 7:35 de la mañana, en el Vaticano, aquella ciudad-Estado supérs­tite de los antiguos Estados Pontificios o Estados de la Igle­sia que existieron desde el 756 hasta el 1870, cuando la sede papal quedó bajo la sobera­nía del Reino de Italia –donde desde el 17 de marzo de 1861 reinaba Víctor Manuel II, per­teneciente a la Casa de Saboya– hasta 1929, cuando el papa Pío XI y el dictador Benito Mus­solini acordaron la soberanía vaticana después de un con­flicto que se extendió durante 59 años.

Desde entonces, las 44 hec­táreas de la ciudad de Roma que rodean la Colina Vati­cana y donde se asentaban las más importantes propiedades papales, integran un Estado. Hasta hoy en ese espacio la población oscila en torno de las 500 personas, según http:// populationtoday.com/es/ va-vatican-city/.

De ellas, 237 (47,41 %) son hom­bres, en tanto que 263 (52,59 %) son mujeres. En lo que corre de este año, cuatro de ellas murie­ron y, aunque no lo consigna el sitio, que acredita como “fuen­tes de datos: Naciones Unidas, Banco Mundial, Nations Gio, Census y Wikidata”, también falleció un hombre: Jorge Mario Bergoglio (88), argen­tino. Que horas antes de par­tir agradeció al enfermero que lo asistía, Massimiliano Strappetti, “por traerme otra vez a la plaza”.

No escasean aquí quienes aseguran que el fallecido es (ha sido) “el argentino más importante en el mundo”. Así son las pasiones en este país geográficamente ubicado en el sur del sur. De hecho, el propio pontífice alguna vez dijo ser el “papa del fin del mundo”.

VOCACIÓN SOCIAL

Curioso. Inquieto, movedizo, tanguero, cebador y tomador de mate, perspicaz, profundo, lúcido, con profunda vocación social. Un verdadero “zoon politikón” –“animal político” o “animal cívico”– como Aristó­teles supo categorizar a aquellos seres humanos que entendía se distinguen de otros animales porque tienen la capacidad para relacionarse políticamente con las otredades, para crear socie­dades y organizar la vida en las ciudades.

En “Política I” –esa obra mag­nífica que el profe Prieto Cas­tillo me sugirió leer “a fondo” cuando maestraba en la Facul­tad de Periodismo y Comuni­cación Social (FPyCS) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP)– sostiene que “la naturaleza no hace nada en vano” y, desde esa perspectiva, explica que a los “zoon politi­kón los ha dotado de la capa­cidad de hablar, haciéndolos capaces de compartir con­ceptos morales como (la idea de) la justicia”. Recuerdo, sin embargo, que –pese a que no hablan como lo hacemos los humanos, aunque sin dudas se comunican, según los espe­cialistas– también considera “animales políticos” a otras especies como las hormigas o las abejas, entre otros.

“Georgius Marius” –como lo mencionara al cardenal argen­tino en la noche de aquel 13 de marzo el cardenal protodiá­cono Jean-Louis Tauran, desde los balcones lanzados sobre la histórica plaza de San Pedro, luego de decir: “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus papam”– con sus 47 viajes apostólicos a 66 países, con sus decisiones, con su catecismo, con sus exteriorizaciones fut­boleras como “hincha y socio de San Lorenzo” –los cuervos argentinos–, sus respuestas para casi todas las preguntas, sus silencios político-partida­rios, su vocación empática, su interreligiosidad, su ecume­nismo, sus profundos silencios que disparaban las más dispa­ratadas conjeturas argentinas y miradas conspiranoicas… es probable que encajen con aque­lla definición aristotélica.

INTERVENCIONES PÚBLICAS

Su muerte pega fuerte y sacude –aunque por razones bien dife­rentes– tanto a los que lo aman como para quienes no. Pero sus intervenciones públicas seguramente mantendrán su presencia por mucho tiempo. Nunca olvidaré a ese carde­nal porteño que con alguna frecuencia encontraba en el subte de Buenos Aires cuando él, millones de personas y yo íbamos o volvíamos de traba­jar.

Así lo capturó el colega fotope­riodista Pablo Leguizamón a bordo de una vieja y ruidosa for­mación de la línea A al entonces cardenal unos años atrás. “Si algo distinguió el pontificado de Francisco, fue que su diálogo interreligioso que trascendió las fronteras del judeocristia­nismo europeo, proyectán­dolo como líder moral mun­dial, como nunca a ningún otro pontífice antes”, expresa mi amigo-hermano musulmán Hamurabi Noufouri, embaja­dor por la paz, quien muy tem­prano me llamó el lunes pasado para expresarme su tristeza.

El entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, iba cada día a trabajar en el subte de la línea A, como lo capturó el fotoperiodista Pablo Leguizamón

“Su acierto estuvo en fijar como condición necesaria la inclu­sión de los musulmanes en ese diálogo (que) explica los once viajes pontificios a naciones con sociedades mayormente islamizadas”. Lo escucho en profundo silencio. “Desde las cruzadas el islam había sido cuando menos el límite omi­noso de las iglesias europeas que nadie se atrevía a cruzar, a excepción de luminarias como Nicolás de Cusa, Ramón Llul y, por supuesto, san Fran­cisco de Asís, que cuando en la V cruzada (1217-1221) atra­vesó las líneas de combate para entrevistar al sultán de Egipto Al-Kamil al-Malik. Demostró con aquel acto de coraje y reco­nocimiento mutuo que el diá­logo entre religiones es posible.

Sin dudas, aquella acción del santo de Asís es otra razón para entender por qué un papa jesuita decidió llamarse Fran­cisco” como, tal vez, lo hubiera hecho un franciscano.

Porteño profundo, Hamurabi entiende que “la familiaridad del papa muerto con la inte­rreligiosidad, seguramente, la obtuvo en su natal barrio de Flores Sur, históricamente habitado por gentes de habla árabe que ampliaron la diver­sidad religiosa argentina con ocho vertientes diferentes del cristianismo y el islam, con la versión árabe del judaísmo ale­pino”.

“El obispo Justo Laguna me dijo que Bergoglio era un santo”, recuerda el rabino Mario Rojzman, de la comunidad Beth Torá de Aventura, Miami

RIQUEZA DE LA DIVERSIDAD

Noufouri encuentra en Fran­cisco algunas de las páginas de “Adán Buenos Aires”, aquel texto magnífico del maestro Leopoldo Marechal. La riqueza de la diversidad plasmada en el diálogo intercultural. No me atreví a interrumpirlo. Sentí que cada una de aquellas palabras quería expre­sarlas luego de pensar cada una de ellas y analizar cómo habría de comprenderlas.

“Si el proverbio árabe dice que ‘el humano es hijo de su tiempo’, para siempre podre­mos decir que en el legado de Francisco está también el de haber ‘universalizado’ el que recibió como ‘hijo de su barrio’”.

¡Fuerte! Los mensajes de Whatsapp, los correos, se suceden desde aquel lunes hasta este domingo. Tengo la convicción de que así será por un buen tiempo más. “¡Francisco era un santo!”, me dice el rabino Mario Rojzman, desde Aventura, Miami. Allí, desde algunas décadas enseña en la comu­nidad Beth Torah. Percibo tristeza, dolor y angustia en su voz. “¡Tres veces me reuní con el papa en el Vaticano! Un amigo que nunca olvidaré”, asegura.

Si bien no sabía de ese vínculo, no me sorprendió. Conozco a Mario desde cuando ape­nas egresaba del Seminario Rabínico en Buenos Aires. Discípulo del rabbi Marshall Meyer, sigue sus enseñanzas. La interreligiosidad es parte de su identidad. La defensa y pro­moción de los derechos huma­nos, también.

“La familiaridad de Francisco con la interreligiosidad inclusiva del islam, la obtuvo en su barrio de Flores Sur, en Buenos Aires”, sostiene Hamurabi Noufouri, embajador por la paz y académico

COSTUMBRE

“Cuando se cumplió un ani­versario desde la muerte del obispo Justo Laguna, fui a verlo al Vaticano para pedirle permiso para decir una oración por aquel en hebrero y en espa­ñol”, recordó. “Es una costum­bre judía”.

Si bien tengo muy presente que junto con el siempre recor­dado obispo Justo Laguna –en 1997– escribieron y publicaron en Editorial Sudamericana un libro magnífico al que titula­ron “Todos los caminos con­ducen a Jerusalem… y tam­bién a Roma”, desconocía que aquella relación entre ambos se profundizó. Quise saber más.

“ Monseñor Laguna, el 2 de noviembre de 2011, muy tem­prano me llamó. No tengo que con­tarte a vos lo que Justo era para mí. Per­cibí que no era un lla­mado más. Creció mi ansie­dad por saber, pero respeté su tiempo. ‘Te llamo porque probable­mente, mañana, me

muera’, dijo mi amigo. ¿Cómo imaginas que eso sucederá?, pregunté. ‘Porque me van a operar del corazón y me puedo llegar morir’”.

El amigo rabino se angustia. Siento que su voz se quiebra. “¡No te operes!, respondí. Pero su respuesta no dio lugar a una postergación. ‘Me tengo que operar porque si no lo hiciera, voy a morir igual caminando por la calle. Pero, te quiero decir dos cosas’”.

Mario Rojzman, una de las confesiones del obispo Laguna, evita ponerla en común con­migo porque “me dijo algo muy lindo sobre mí que para siem­pre decidí guardar en el cora­zón”, pero sí avanzó con la otra. “El arzobispo de Buenos Aires (cardenal Jorge Bergoglio) es un santo. Es palabra de Justo Laguna”.

CONFIDENCIA

La confidencia continuó. En el transcurso de aquella llamada el que fuera obispo de San Justo hasta su muerte, le contó que recurrió a Bergoglio porque un periodista (cuya identidad no consignaré porque no pude hablar con él sobre el tema) “comenzó a perseguirme con notas que publica en las que dice que no hice lo suficiente para proteger los derechos humanos durante la dicta­dura (1976-1983) y, la verdad, eso no es cierto. Por esa razón fui a ver al cardenal que me escuchó, me contuvo, insis­tió en que me defienda y me recomendó un abogado para que lo hiciera. Antes de irme, cuando terminó aquel encuentro, me bendijo y pidió que me cuidara porque no mereces ser atacado. Me cuidé. Me defendí. Con aquel abogado la persecución terminó, salí ade­lante, pero quien más me cuidó, quien más me protegió, quien más rezó por mí fue el carde­nal Bergoglio. Nunca olvidé lo que hizo. Es un santo”, repitió.

Justo Laguna murió un día después (de aquel diálogo que resultó ser el último entre ellos) a las 2 de la madrugada”. Era el 3 de noviembre. Hubo un breve silencio. No es infre­cuente que la memoria nos deje sin palabras. “Luego de rezar por mi amigo Justo Laguna en hebrero (lengua sagrada para la fe judía) y en español, le conté al papa Francisco aquel diálogo. Le agradecí lo que hizo por mi tan querido amigo. Sus ojos se pusieron vidriosos. Creo que alguna lágrima recorrió su mejilla. También lloré”, dijo Mario antes de despedirnos.

ACUSACIONES

El cardenal Bergoglio, el padre Jorge, también recibió acusaciones como las que relató el obispo Laguna. Por aque­llos decires acu­satorios varias veces tuvo que declarar ante la justicia. Los acusadores – siempre desde la Argentina y en algunos casos con complicidades vati­canas– lo persiguieron incluso cuando ya era papa. Siempre salió airoso.

“El primero de los ataques feroces que Francisco reci­bió ni bien lo designaron fue desde la Argentina. No se lle­vaba bien con el gobierno de Cristina (Fernández, expre­sidente 2008-2015 y vicepre­sidente 2019-2023) y con (el periodista Horacio) Verbis­tky que publicó una nota furi­bunda en contra de Bergoglio, ya Francisco”, recuerda Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz 1980.

Agrega que él “estaba en Padua (ciudad en el norte de Italia) dando unas charlas el 13 de marzo de 2013. Me llamaron de la BBC de Londres para pre­guntarme si el papa había sido cómplice de la dictadura cívi­co-militar. Querían saber si había entregado a dos jesuitas. Me leyeron la nota porque no la conocía y respondí: ‘Son todas mentiras’. Ahí todo cambió”.

Adolfo recuerda que luego lo llamó Fran­cisco.“VeníaRoma”, le dijo. “Cuando nos vimos nos abraza­mos y, simplemente, me dijo: ‘Gracias... gracias… gracias, porque dijiste la verdad”.

“Son todas mentiras”, responde Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz 1980, a quienes dicen que Jorge Bergoglio no defendió los derechos humanos durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983)

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