“El río está calmo, la noche y la luna nos cuentan historias”, esa es la sensación poética que nos dan las acuarelas de Vladimir Correa Paniagua. Rincones olvidados de la ciudad, la bahía, esquinas, plazas o cualquier recoveco donde los ojos de la maravillosa creación que es la vista humana no alcancen. Así fue cuando empecé a descubrir su obra en una feria de un shopping de los alrededores de la vieja Villa Morra hace unos años.
Correa Paniagua, quien vivió desde su nacimiento en 1953 su infancia y adolescencia con vistas al río Paraguay en las alturas de Itá Pytã Punta, donde sus ancestros itálicos habían llegado a Asunción a finales del siglo XIX; su bisabuelo, el geólogo italiano Giuseppe Formigli, recaló en esas tierras del oeste de Asunción, como le llama Patricia Ygarza Cuquejo a esa zona en su tratado del mismo nombre, sumado a un abuelo especializado en temas navieros que trabajaba con el legendario capitán Bozzano, dan más fuerza a aquellas obras pictóricas.
EL KOTY GUASU Y EL REMO
El relato del acuarelista imprime imaginación hasta al menos interesado en las historias urbanas. El caserón de sus abuelos de paredes de adobe, techo de paja, pisos de ladrillo, con un gran koty guasu de treinta metros por cinco, que él lo describe maravillosamente. La distribución, una sucesión de camas con sus respectivos roperos que dividían en muchas unidades el gran ambiente que lleva nombre en guaraní. Además, otro cuerpo de igual tamaño y mismos materiales donde estaba la cocina a lo Paraguay.
Pintor autodidacta, recuerda con gran cariño al arquitecto Publio Fernández y su señora Ida de los Ríos, de la que dice fue su inspiradora acuarelista y su maestra sin aulas. Tampoco olvida a Tona y Pablo Ruggero, con quienes trabajó muchos años. Además de arquitecto y acuarelista, Correa Paniagua practicó remo, deporte ancestral en su familia, hasta el de sus hijos y nietos.
PREGUNTA
Cuando sigo hablando escuchando sus historias increíbles de la ribera de nuestro legendario gran río, me sigo preguntando ¿por qué Asunción le dio la espalda al río? Y sigo sin tener respuesta tratando de no caer en resultados simplistas, tarea que deberán seguir analizando sociólogos o antropólogos interesados de las próximas generaciones.
Sus acuarelas desafían la ley de la gravedad y hacen el camino cuesta arriba, desde aquella vieja casa de la ribera, hacia el sur, subiendo y pasando por la vida cotidiana urbana del barrio San Antonio, la cancha de San Luis, la iglesia del barrio, la Crucecita Milagrosa, la capilla de San Roque, el moderno templo de cemento hecho poesía por Luis Fernando Meyer sobre la calle Colón, hasta el dibujo de la nada; la fachada del Cardenal Mindszenty, el club que nunca tuvo cancha.
Al final del magnífico recorrido con sus relatos, el agua, los estuches de acuarela y simplemente los recuerdos hacen al rescate de la memoria de toda una zona de Asunción olvidada, ¿por suerte?, donde el sonido del líquido vital o de una vieja embarcación seguirán contando historias del patrimonio intangible de la ciudad y su imagen, tantas veces pintadas por Torné Gavaldá o Emili Aparici, y desde donde Vladimir Correa Paniagua nos seguirá regalando ríos de acuarela, navegando por la rivera y sus alrededores, registrando imborrables instantes de Asunción, la ribera y sus alrededores.