• Fotos: Matías Amarilla

En esta edición del programa “Expresso”, del canal GEN/Nación Media, Augusto dos Santos recibe a la escritora y pintora Carla Guillén Balmelli, quien el próximo 28 de abril presentará su último libro. En esta amena charla, Guillén habla sobre el proceso creativo, la relación entre la literatura y la pintura, así como sobre la vida y la realidad como insumos de la producción artística.

–Escribir y dibujar son caminos muy bien matrimoniados. ¿Cómo empezó esta historia contigo?, ¿con escribir o con pintar?

–Yo creo que lo mío con los libros viene ya de la infancia. Yo tuve más libros que juguetes. Y era verle a mi papá, que era un escritor y filósofo, siempre rodeado de libros. Entonces, ese fue mi universo infantil. Y después siguió el camino de la pasión por escribir, combinando un poco también con pintura, porque son todas manifestaciones que me permiten a mí expresar sentimientos. Yo no soy una persona que tenga muy buena memoria, pero soy una persona increíblemente memoriosa para la parte de emociones. Entonces, esas emociones que yo voy recordando de situaciones que fui viviendo son las que después yo voy plasmando en mis escritos o en mis pinturas.

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–Hablaste de un tema que me parece fundamental, que es el núcleo familiar como cuna de una vocación que uno habrá de tener.

–Sí y además hay un tema. Yo soy una persona muy introspectiva, muy tímida, muy introvertida, entonces para mí la escritura es mi voz. La forma en que yo entiendo que el mundo puede escucharme o puede entender o conocer mis pensamientos es a través de la palabra y de la palabra escrita. Es más, yo suelo ser en reuniones una persona muy callada porque me gusta muchísimo observar. Observar para poder después transmitir en palabras.

–¿Y recordás cuál de los caminos tomaste primero?

–La escritura. Si yo tuviera que elegir, siempre me quedaría con la escritura. Es más, tuve que hacer una opción porque me di cuenta de que la pintura me desviaba mucho de mi camino de escritora. Fijate que mi última publicación fue en 2020, en plena pandemia, “Muero por un café”, una novela, y recién ahora estoy publicando otra vez otra novela que empecé en 2019, que tiene todo un proceso. Hay otra cosa. Los personajes de mis historias siempre son personajes reales. Entonces, a mí me gusta más tratar con esas realidades. Me identifico mucho más como escritora que como artista plástica, lo que no quiere decir que de repente no haga lo otro. Si tuviera que elegir, siempre escribir.

AUTORREPRESENTACIÓN

–¿Vos percibís diferencias entre lo que transmitís escribiendo y lo que transmitís pintando?

–Totalmente. Yo creo que en la escritura estoy reflejada y yo aparezco en todas mis obras. Lo que suelo utilizar a veces, por ejemplo, en esta novela que presento el 28 de abril en El Cabildo, “Un letescopio llamado Aníbal”. El personaje principal es un niño. Entonces, ¿qué le pasa a este niño? Al niño le permiten que digan verdades y no es castigado. Si yo de grande te digo algo a vos, te puede caer mal, pero si un niño te dice lo mismo, te llega diferente. Entonces, este niño dice muchas cosas, mucho de lo que yo pienso está reflejado en el libro. Entonces, para mí siempre la escritura porque es de verdad mi manera de comunicarme con el mundo más que la pintura.

–¿Vos creés mucho en el relato de lo cotidiano, Carla?

–Sí. A mí me gusta mucho esa cercanía a la realidad. Yo soy una persona muy observadora, muy visual y a mí las imágenes visuales me llegan de una manera determinada. Y entonces, con base en esa imagen, yo puedo ficcionar después la realidad. Pero yo creo que tengo una cierta empatía para captar lo que esa imagen me transmite. Me gusta mucho ser la voz de a lo mejor alguien que no tiene voz o me gusta mucho que mis personajes tengan muchas capas, que vos veas la superficialidad, pero que tenga un interior mucho más profundo, que el lector tenga que descubrir.

–¿Cuál es el rol que juega el lector en términos de qué juego le sometés desde tu literatura?

–Pues yo pongo en práctica lo que no quiero que hagan conmigo. Yo no quiero que un escritor me engañe, que me engañe con falsas pistas. Para mí todo lo que está en escena tiene que estar justificado. Si puse la galletita, tenemos que comer la galletita. Entonces, yo no quiero que el escritor me engañe y el asesino aparezca en el penúltimo capítulo. Claro que me va a sorprender si nunca apareció. Entonces, trato de mantener esa misma honestidad cuando escribo.

INSPIRACIÓN Y DISCIPLINA

–¿Cómo sos en el arte de escribir?, ¿sos una persona que tiene sus ritos?, ¿sos una persona espontánea?

–Yo tuve una transformación en ese sentido. Cuando había escrito cuentos con mi her­mana, era una cosa así más un hobby. Pero yo opté ahora por la escritura como un ofi­cio. Entonces, soy muy dis­ciplinada. Esta novela que voy a publicar escribí en dos meses, porque me puse una disciplina, cada día tan­tas páginas y me sentía feliz cuando podía superar esas páginas. Y lo de la inspiración es cierto, tenés que estar tra­bajando para que la inspira­ción aparezca. Claro que hay momentos que de repente sucede algo. Yo soy muy de observar lo que sucede en la calle. Me gusta mucho irme a cafeterías y ver lo que la gente hace. Y tomo nota incluso en una servilleta si no tengo en qué escribir. Pero después soy una persona de ponerse a trabajar.

–”Un lentescopio llamado Aníbal”… Hablame de ese libro, por favor.

–Esta historia empieza en España, en Madrid. Yo estuve en El Rastro, que es un anti­quario callejero, y descubrí un telescopio que me pare­ció maravilloso. Yo com­pro cosas que a mí me transmiten algo. Yo no compro porque es lindo, porque va a que­dar bien en mi casa. Si queda bien, genial. Pero me tiene que transmitir algo espe­cial. Vi ese telesco­pio y dije “ese telesco­pio tiene futuro”. Ahí hay mucha historia. Y era una historia, yo había iniciado con una historia, pero dejé de lado y luego uní a un per­sonaje. Como te digo, yo siempre escribo sobre per­sonajes reales. Este está ins­pirado en un sobrino mío, que es un sobrino muy par­ticular, que es un sobrino que tiene mucha genialidad y una manera muy particu­lar de ser, que no siempre es comprendido en el colegio o en el ámbito de los amigos.

El que se sale un poquitito de lo normalmente aceptado siem­pre es visto con un poquito de miedo, recelo. Entonces, uní ambos universos, el de ese niño y el del telescopio. Pero necesitaba un elemento que les conecte. Entonces, aparece Aníbal. Y el libro se llama Aníbal en honor a Aníbal Saucedo. ¿Por qué? Por­que yo miro la imagen, yo necesitaba un abue­lito para mi histo­ria, que no hace papel de abuelito

Miro una foto de Aní­bal con sus nietos. Y dije yo “este es mi Aníbal. Acá está mi niño, mi letescopio y Aní­bal”. Y le escribo y le pido per­miso y me dice “Carla, sin problemas”. Lo que yo usé fue su imagen, porque en reali­dad él es otra cosa en la his­toria que no quiero spoilear. Y entonces se da esa cone­xión. Lo que pasa es que este niño, dentro de su genialidad, había palabras que no sabía decir, entonces una de ellas era letescopio.

La escritora Carla Guillén Balmelli

TRAMA

–¿Se puede contar la línea argumental sin adelantar todo?

–El libro trata de ese niño y esas dificultades y esos mie­dos que él tiene en el colegio. Sus padres están pasando una situación especial, que tam­bién contribuye a lo mejor que su mamá está superando una enfermedad. Entonces, esta señora le conoce a Aníbal por­que es una arquitecta que va a solucionar un problema estructural de la casa, pero ahí descubre que este señor es algo más. Entonces, ella le comenta sobre su hijo y él le quiere conocer. Entonces, se genera una relación entre ellos, pero una relación que es muy simpática porque cuando el nene se va a cono­cerle es como que encuentra este universo y dice, “uy, acá todo esto yo quiero llevar a mi casa, pero a mí este viejito no me interesa para nada, ¿qué me va a contar este viejito?”. Tenía planeado llevarse las cosas del viejito a su casa, pero después se va generando un diálogo entre ellos, una relación tan estrecha que al nene dejan de importarle los objetos y empieza a relacio­narse con el señor. Y ahí apa­rece el telescopio, que es muy metafórico, porque el telesco­pio puede ser los miedos que tenemos que sacar, las cosas que tenemos que superar, el cariño que ese señor puso para que él supere una serie de cosas. Yo creo que a cada lector ese telescopio le va a significar algo diferente.

–Hay como mucho énfasis en las relaciones interper­sonales, ¿verdad?

–Y después la mamá tam­bién, que es una persona muy genial, porque fíjate que ella es la que le escribe a ellos sus libros de cuentos que leen a la noche. Entonces, ella inventa los cuentos, ella pinta esos libros. Yo te digo que en ese libro hay mucho de mí y de mi relación con mis hijos.

EXPERIMENTACIÓN

–¿Nunca te figuraste la posibilidad de escribir cuentos para niños?

–Me planteé, pero yo creo que no me llegó todavía el momento. Yo no me cierro a nada, yo escribo teatro, escribo poesía, cuentos, novelas. Me gusta mucho experimentar y mezclar. Cuando me dicen “Carla, esto no puedes mezclar con esto” es lo peor que me pue­den decir porque ahí más quiero mezclar las cosas. Es más, yo tenía concebido que “Un letescopio llamado Aníbal” era solo para niños, pero salvando la distancia es una especie de “El Princi­pito”, porque cuando leés de chiquitito entendés una cosa y te llega un mensaje, pero leés de grande y la parte de aventura a lo mejor te parece menos importante que el mensaje que transmite. Yo creo que con el “Lestesco­pio” es lo mismo, es un libro para la familia, que se puede leer en el colegio porque es para niños.

–Además, los adultos tie­nen tantas cosas que redes­cubrir de los niños.

–Sí. La persona que hizo el prólogo hace justamente esa salvedad diciendo que es una manera de volver a descubrir­nos y de volver a descubrir un poco ese niño que tenemos, que no deberíamos perder nunca porque tiene tanto de riqueza un niño en su ingenie­ría mental y en su ingeniería de ver las cosas. Hay un capí­tulo que se llama “¿Por qué nos enseñaron a ser malos?”. El niño naturalmente no es malo, entonces un poco eso.

–¿Qué podés contarnos de tu tarea como artista plás­tica?

–Yo creo que trato de trans­mitir lo mismo que con los libros en las pinturas. Por ejemplo, saqué una serie que tengo ahí que se llama “Los niños de la basura”. Yo había pintado un cartón reci­clado todas las escenas de niños en basurales. Enton­ces, siempre es también un acercamiento no a denun­cias sociales, pero sí a todo lo que a mí me conmueve. Y también darle un valor de lo que es la basura para mucha gente, porque hay mucha gente que vive de la basura. Entonces, siempre hay ahí un doble mensaje, un doble juego, no quiero pintar por pintar flores, yo siempre quiero pintar lo que impacta a la persona que ve la ima­gen. Y ahí me genera un con­flicto el tema de la pintura más que con la escritura. Tengo una hermana arqui­tecta que me dice “esto no es lo que vende hoy, Carla. Tiene que ser lo abstracto”. Pero yo muchas veces en lo abstracto no logro encontrar mi mensaje. A lo mejor hay gente que sí lo logra, yo tengo que ser honesta, yo no. En un círculo, en una raya no veo el sentimiento que quiero transmitir y yo quiero ser una persona muy auténtica en mis manifestaciones.

La escritora y pintora Carla Guillén Balmelli

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