- Fotos: Jorge Jara
En esta edición del programa “Expresso”, del canal GEN/Nación Media, Augusto dos Santos conversa con el cardenal de Rabat, el sacerdote español nacionalizado paraguayo Cristóbal López Romero, sobre el escenario que se abre para la Iglesia con el actual estado de salud del papa Francisco. Así también, recuerda lo que fue su misión de casi dos décadas en nuestro país, su mirada sobre algunas de las realidades candentes de la actualidad y la visión que tiene sobre su patria adoptiva desde la distancia.
Hecho periodista y cura, vienes a Paraguay en 1984 y te quedas por 18 años hasta ser provincial salesiano. O sea que también te tocó vivir la transición acá, presides la conferencia de religiosos, asesoras en la educación y fundas la Asociación de Comunicadores Católicos, por donde muchos transitamos. “Veinte años no es nada”, dice el tango, pero 20 años es realmente mucho.
–Para mí los años de Paraguay fueron de una gran donación de mi parte, pero de una gran recepción porque el pueblo paraguayo y la Iglesia paraguaya me dieron mucho más de lo que yo pude aportar en esos años y tengo un recuerdo magnífico de mi paso por mi país de adopción, Paraguay. Tuve la satisfacción de vivir el momento de la transición, que parece que todavía dura esa transición, y de vivir acontecimientos tan importantes y tan marcantes como la visita del papa Juan Pablo II en 1988. Aquello fue una experiencia extraordinaria, fue el acontecimiento más importante del siglo XX para el Paraguay creo.
–Perteneces a una generación que ha visto cambios rotundos en la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II en adelante. Imagino que como están las cosas, la tecnología y el mundo que vivimos los cambios debe ser aún más severos.
–Cada uno vive según su posición y según su historia personal. Yo viví los cambios del Concilio Vaticano II porque nací en el 52. Ya mi formación como religioso fue en el posconcilio, experimentando todos los cambios litúrgicos, de organización, de teología, etc. Ahora estoy releyendo ciertos textos conciliares y me maravillo yo mismo de todo lo que ya está escrito y todavía nos falta por vivir y me maravillo de que ciertos sacerdotes obispos, cardenales se escandalizan o se sorprenden de ciertas cosas que el papa ha dicho o ha hecho cuando eso estaba ya en el Concilio Vaticano II o en las consecuencias. Lo que yo estoy viviendo aquí de diálogo interreligioso concretamente islamo-cristiano, eso ya estaba anunciado en el pedido por el Concilio Vaticano II. Ya en aquel tiempo, en el año 65, uno de los documentos del Concilio dice que la Iglesia mira también con simpatía a los fieles del islam, con los cuales compartimos muchos elementos de nuestra fe y nos llamamos a establecer con ellos relaciones de amistad y de fraternidad, superando y dejando atrás dificultades y conflictos que hubo en el pasado.
–Hubo un camino maravilloso que se recorrió enfrentando los nuevos tiempos, empezando por el papa Juan XXIII, que abrió puertas y ventanas, hasta la impronta más conservadora de Benedicto XVI. ¿Cómo fue ese itinerario?
–En la historia se avanza adelante por lo que es la dialéctica. Hay la tesis y la antítesis y se hace la síntesis, que se convierte de nuevo en otra tesis que entra contra otra antítesis y se va avanzando a veces a tientas, porque son caminos nuevos. Y cuando vas por un camino nuevo a veces te equivocas y avanzas y tienes que retroceder. Dicen que hay una crisis vocacional. Es mentira.
Se refieren a que hay menos religiosos, religiosas y menos sacerdotes. Pero vocacionalmente cada cristiano es una persona llamada, es una vocación. Todo cristiano es discípulo misionero, todo cristiano es llamado por Cristo a vivir como hijo de Dios y a trabajar por el reino de Dios. Entonces, hay muchos más laicos comprometidos, por lo que hacen falta menos sacerdotes.
DÍAS ESPECIALES
–Hablemos de Francisco en estos días especiales que vive. ¿Quién es Francisco dentro de esta historia que estábamos conversando?
–Un periodista le preguntó ¿quién es Francisco? Y él respondió “yo soy un pecador, pero un pecador arrepentido y un pecador perdonado”. Entonces, Francisco antes que nada es un hombre, es una persona humana y un cristiano. Hay que partir de ahí, porque el ser papa o el ser obispo no te quita la base sobre la cual tú has construido tu personalidad. Él es un hombre con sus luces y sus sombras en cuanto a carácter, manera de ser, de relacionarse, etc., y es un cristiano, una persona enamorada de Cristo que le sigue. Segundo, yo creo que él es un buen pastor. Ha tenido gestos extraordinarios, como fue su primer viaje a Lampedusa, una isla minúscula a donde llegaban algunos migrantes y en donde morían por el camino muchísimos otros y quiso ir al mar para echar unas flores sobre aquellas aguas que habían enterrado a tantos miles de personas en situación de migración. Después todo eso que él ha dicho: “Quiero una Iglesia en salida, una Iglesia samaritana, una Iglesia que salga al encuentro del otro”.
–Uno de los planteos más críticos que el papa ha volcado sobre Europa es el tema de la migración. ¿Cómo se mira desde Marruecos este fenómeno y cómo se mira desde la Iglesia?
–Gracias a Dios que por lo menos el papa se preocupa, tiene una mirada positiva hacia el fenómeno migratorio y reclama los derechos de toda persona. Porque no sé si algunos dirigentes políticos han leído la “Declaración universal de los derechos humanos”. Toda persona tiene derecho a desplazarse libremente, a ir de un país a otro y tiene derecho a quedarse en su país o a emigrar hacia otro y a regresar a su país si quiere. Y eso es un derecho humano. Más que un problema, es la solución a muchos problemas. Europa está teniendo graves problemas de falta de personal y gracias a las personas migrantes lo soluciona más o menos. La migración no es un problema, es la consecuencia de graves problemas como la guerra, la persecución política y religiosa, la desigualdad social, la pobreza y la miseria. No se emigra de tal país a tal país, se migra de donde hay hambre a donde hay comida, se migra de donde no hay trabajo hacia donde hay trabajo, se migra de donde hay guerra hacia donde hay paz. El transcurso de la migración no es geográfico, es existencial en todo el mundo.
–Hay mucha dificultad aún para comprender cuando el papa Francisco o la Iglesia plantean debates sobre temas como la diversidad sexual
–Hay culturas, hay civilizaciones en África que no están todavía preparadas para aceptar esa diversidad. Entonces, no es que aceptar la diversidad signifique aprobar todo comportamiento sexual. El otro día un cristiano me echaba en cara por qué la Iglesia aprobaba la homosexualidad. No se trata de que la Iglesia aprueba la homosexualidad, se trata de que hay personas que tienen una tendencia sexual diferente a la que es mayoritaria y que ellos no la han buscado, se han encontrado con ella y entonces no se puede condenar a esas personas por tener esa tendencia, que no es una opción libre que ellos han elegido porque han querido. Yo le decía “tú eres heterosexual. ¿Has hecho algo o un día dijiste ‘a partir de hoy voy a ser heterosexual’. No, te has encontrado así, pues hay otros que se encuentran así, pero de manera diferente”. Otra cosa son los actos. Una cosa es la persona, que siempre es digna de respeto, y otra cosa es pasar al acto.
EL HAMBRE Y LA GUERRA
–Hay otro fenómeno miserable como es la guerra, que está también permanentemente en el discurso del papa, y también el hambre. ¿Esos dos asuntos cómo esperas que se analice en la Iglesia de futuro?
–El hambre y la guerra, que están muy conectados, son dos vergüenzas para nuestra humanidad en el siglo XXI. Hemos tenido en la mano los medios más que suficientes para erradicar el hambre y para avanzar hacia un mundo de paz. Las Naciones Unidas, después de dos guerras mundiales, nacieron con el objetivo de que no se volviera a repetir una experiencia como las que se vivieron en el mundo entero, pero especialmente en Europa. Sin embargo, hemos desaprovechado esa oportunidad. Las Naciones Unidas han perdido mucha de su fuerza, no tienen ninguna capacidad para parar ninguna guerra ni para obligar a los contendientes a dialogar y lo vemos ahora mismo con lo que ocurre en Palestina. La ONU puede hacer mil declaraciones, pero los países no obedecen las resoluciones. La ONU no es capaz de ayudar a que Ucrania y Rusia dialoguen y así sucede en los países más pobres, en el Congo actualmente, en Sudán. Entonces, la Iglesia tiene que seguir siendo un martillo que machaque en esos dos puntos y que los cristianos hagan un compromiso. Jesús dijo “la paz os dejo, mi paz os doy”. ¿Y qué hemos hecho de esa paz?
–¿Cómo observa la Iglesia pos-Francisco?
–No sé cómo será, pero estoy seguro de que las cosas irán bien porque soy cristiano creyente y creo que el Espíritu Santo es quien conduce a la Iglesia, que Francisco ha sido un regalo del Espíritu Santo como lo fue también Benedicto XVI y Juan Pablo II y que Dios tiene sus instrumentos para ir conduciendo a la Iglesia. Una de las cosas que el papa Francisco ha repetido es que a él no le interesaba tanto organizar acontecimientos, sino iniciar procesos. Yo tengo esperanza en que el espíritu que ha empezado la obra a través del Concilio Vaticano II y que ha continuado a lo largo de estos 60 años, que ha tenido un acelerón con el papa Francisco y veremos si ahora con el siguiente le da un pequeño frenazo o sigue apretando el acelerador, o que sea lo que él quiera.
–¿Cómo está viendo a su patria adoptiva y qué mensaje le daría a los paraguayos?
–Sigo más o menos la situación política, social y religiosa de Paraguay a través de las noticias que me envían. Puedo decir que me duele Paraguay como podría decir que me duele el corazón. Me duele constatar que esa pandemia de la corrupción sigue vigente. Paraguay es un país endémicamente corrupto y lo digo con dolor y lo digo sabiendo que yo soy paraguayo y que soy parte de esa realidad, pero me duele mi país y he visto ahora los casos de connivencia de políticos, diputados, ministros, con el narcotráfico, con los jueces, con los fiscales. Eso podría llevarnos a desanimarnos mucho. Sin embargo, tiene que ser el trampolín, la catapulta que nos lleve a nosotros cristianos a hacer un trabajo personal de conversión. Estamos en cuaresma y se nos llama a convertirnos, que no significa cambiar de religión. Convertirse es volver al primer amor. Convertirse es darse la vuelta para quedar de cara a Dios y de cara al prójimo. Yo saludo a todos mis compatriotas de todo el Paraguay para animarles, darles coraje para hacer un Paraguay nuevo. Tenemos que recuperar la ilusión, la esperanza y comprometernos cada uno. Ánimo a todos. Buena Cuaresma, pero mejor Pascua, porque la Cuaresma no sirve de nada si no sirve para preparar la Pascua.