• Fotos: Pánfilo Leguizamón

En esta edición del programa “Expresso”, del canal GEN/Nación Media, Augusto dos Santos recibe a la investigadora y docente Bárbara Natalia Gómez, quien reflexiona sobre la práctica historiográfica en el Paraguay y sobre el sentido de cultivar esta disciplina en una era tecnocrática y utilitarista como la nuestra. Gómez reivindica el ejercicio del oficio del historiador y del cientista social con vistas a comprender que hay costumbres que nos exceden ampliamente, y que vale la pena luchar por derechos que antes no teníamos y que podemos perder.

–Naciste en Misiones, Argentina, lo cual hace que haya una cierta afinidad de origen con Paraguay.

–Sí, soy posadeña y mis abuelas, tanto de madre como de padre, eran paraguayas y en las revoluciones, sobre todo las del inicio del siglo pasado, las de 1904 y de más, cruzaron, como hicieron un montón de familias paraguayas, que cruzaban y entraban así documentos, sin nada y se asentaron ahí en Posadas. Entonces, mis orígenes son paraguayos puros.

–Qué poco se escribió sobre la historia de las revoluciones, ¿no?

–Sí. A mí me da la sensación de que lo que pasa en la historia nacional es que la guerra contra la Triple Alianza eclipsa todo lo que hay. Yo tengo un libro sobre la revolución de 1904 y hay muchos textos sobre la del 22, pero me parece que hablar de las revoluciones es hablar de las tensiones internas y eso no siempre es tan fácil. Hablar de la destrucción que hubo dentro del país por propios paraguayos es un poco más complicado.

–Quiero empezar con un proceso que trabajaste, como es la posguerra, que supongo son feroces, peor también son augurales de nuevos tiempos. ¿Eso pasó en Paraguay también?

–A mí me parece que sí. Y por sobre todas las cosas, la posguerra de la Triple Alianza me parece que perfila el Paraguay que encontramos en el siglo XX y el que encontramos ahora. El Paraguay que me encontré cuando vine a vivir acá me parece que tiene mucho más que ver con esa posguerra, con esa formación de partidos, con esas tensiones y con esa fuerza de reconstruir, de hacer sin nada. No había nada y se hizo igual. Mujeres, hombres, mayoritariamente mujeres, que era la población más numerosa. Cuando llegué acá y tenía que elegir qué estudiar me concentré en Blas Garay, pero también la época en sí me pareció de una riqueza extraordinaria, que es una esperanza y que vale la pena.

–La afirmación de ideas como el liberalismo y otras que estaban como muy en boga supongo que han sido condimentos de ese tiempo.

–Sí, claro. Porque la reconstrucción se hace por los primeros gobiernos, que se suele decir que son gobiernos títeres. En realidad todos los gobiernos de la posguerra tuvieron anuencia de las potencias aliadas, pero en realidad ellos venían con un montón de ideas sobre cómo era construir un Estado y la población tenía hambre, estaba diezmada, había perdido a toda su familia, se había perdido todo, todo estaba destruido. Entonces fue sí una convergencia extraña hasta el 76, que permanecieron las tropas aliadas. Es como convivir con los propios asesinos de la familia.

VARIABLES

–Porque después de la guerra hubo más de un lustro de ocupación.

–Sí. Y después otra cosa que uno encuentra es la Constitución, que da una cantidad de derechos, que era algo que con Carlos Antonio López no había habido. Porque la de Carlos Antonio López, que se le dice también Constitución, fue la ley de administración.

Esa Constitución del 70 da esos derechos que el ciudadano no estaba en condiciones de disfrutar y el Estado no estaba en condiciones de ofrecer. Entonces, es como una articulación de un montón de situaciones. Y lo que nos permite ver es la complejidad y la cantidad de variables que hay.

–Hay un momento que ha sido impactante y quizás irrepetible en la historia de Paraguay que se produjo durante el nacimiento de un nuevo siglo. ¿Qué te encontraste al respecto de esta historia?

–A mí me gusta trabajar mucho la década de 1890, porque ya habían pasado 20 años del fin de la guerra, se habían ven­dido las tierras y yerbales fis­cales en la década anterior. Eso había traído cierto bienestar económico, porque uno de los grandes problemas fue que no había recursos y que las estra­tegias seguidas en la década del 70 no habían funcionado, que fue pedir un préstamo y traer inmigración. Entonces, en la década del 90 las cosas están un poco más armadas y uno lo que siente en esa década es que hay como necesidades básicas satisfechas, entonces empie­zan a ver discusiones que eran impensables en las décadas anteriores. Por ejemplo, ¿qué hacemos con el pasado? ¿Cómo tratamos a nuestros tiranos? Esa era una gran discusión.

–Recordamos normalmente la discusión entre lopistas y antilopistas, pero con muy poca frecuencia se recuerda la discusión al respecto de Francia.

–Es una discusión larga, por­que está en la década del 80, está en la década del 90 y va a seguir estando. En realidad Francia entra al Panteón de los Héroes en 1936 por el decreto del presidente (Rafael) Franco.

–¿Todo ese tiempo estuvo en discusión su legitimidad?

–Carlos Antonio López, cuando asume el Consulado, prohíbe que se hable de él y que se haga alguna referencia.

POLÉMICA

–¿Cómo fue la discusión entre Blas Garay y Manuel Domínguez?

–En realidad se hacían distin­tas actividades sobre la Inde­pendencia y Francia no estaba. Garay escribe un libro que se llama “La revolución de la independencia”. Mi hipótesis es que Garay escribe ese libro con intención también de res­ponder a Bartolomé Mitre, quien había escrito una his­toria sobre Argentina y había dicho que Manuel Belgrano había inoculado ideas revolu­cionarias en los militares para­guayos y que la revolución de la independencia paraguaya en 1811 es producto de Belgrano. Entonces Garay dice “no, eso es mentira. La cabeza pensante de toda la independencia es el doctor Francia”. Entonces, Manuel Domínguez va a decir que en realidad Paraguay ya era independiente antes incluso de 1811, porque teníamos un idioma propio, por las fronte­ras naturales y ahí empiezan justificaciones de lo más varia­das para correr a Francia.

Bárbara Natalia Gómez, investigadora y docente. Foto: Pánfilo Leguizamón

–Para definir roles, ¿el que lo reivindicaba era Garay?

–Sí, Garay reivindica el papel de Francia. Garay no duda de que él fue un tirano y fue un dictador. Eso dice explíci­tamente. Él dice que uno no puede juzgar su accionar en la gesta de la independencia por lo que él hace después. Él mató a sus compañeros, él fue un tirano, cerró las fronteras, no permitió un montón de cosas, pero él fue la pieza fundamental de la independencia.

–Hay cierta proximi­dad entre la Iglesia eli­giendo santos y la socie­dad eligiendo héroes.

–Son debates sobre qué pasado queremos. El punto es qué hacemos con ese pasado que tenemos y que no nos gusta tanto. ¿Lo escondemos?, ¿no lo escondemos? Ese pasado que no nos gusta tanto, ese pasado tiránico, pauta cómo va a ser nuestro presente, pauta cómo va a ser nuestro futuro.

–Comentanos al respecto de Blas Garay y tu interés en su persona.

–Cuando vine a vivir acá, me sugirieron que Garay era como el padre de la historia erudita.

O sea, porque se escribió mucha historia antes, pero él escri­bía historia con un estilo más moderno. Garay vivió pocos años, vivió solo 26 años, pero de una intensidad extraordinaria. Escribió un montón y producía un montón. Y entonces fue des­cubrir el personaje y descubrir la década porque su década de vida es la década del 90. Él se va de misión de búsqueda docu­mental a Europa. Está dos años en Europa, recorriendo, mayo­ritariamente está en España, pero después está por Francia y por Inglaterra. Trae un mon­tón de documentos que probaban la propie­dad de Paraguay sobre los territo­rios del Chaco, consigue un montón de documentos sobre la his­toria colo­nial del Paraguay en gene­ral, viene acá y abre su diario.

–¿Cuáles son tres obras de Garay que te parece que son imprescindibles para per­sonas que quieran profun­dizar en su historia?

–En el 94 y en el 95 él se pelea con Alejandro Audibert. Escribe unos artículos en el diario diciendo que la obra de Alejandro Audibert es una porquería y dice un montón de cosas. Son las “Observacio­nes críticas sobre los límites de la antigua Provincia del Paraguay del doctor Alejan­dro Audibert”. Y en realidad ese texto es muy intere­sante por­que enseña cómo hay que hacer historia, porque lo que le objeta a Audibert es la forma en que escribe la historia sobre ciertas cosas. “La revolución de la independencia del Para­guay” es un poco tedioso para el formato que tenemos ahora, pero es muy interesante de ver. Es qué pasó cuando vino Bel­grano, cuántos hombres tenía, las cosas militares específicas. Son los días previos y hasta julio. Y después “El comu­nismo de las misiones” es un libro bastante interesante porque él cuenta su versión usando fuentes documentales. Escribe entre 1896 y en 1897 saca todos los libros, porque los sacó todos juntos. Una de las características de esa década es el pensamiento de que la his­toria del Paraguay tiene que ser escrita por paraguayos.

DESARROLLO TEÓRICO

–¿Cuánto cambiaron las formas de abor­dar la historiografía de esa época a ahora?

–Primero que hubo mucho desarrollo teó­rico en otras disciplinas y eso también favoreció. El cambio más grande fue el objeto de estu­dio. Garay estudia la revolución de la inde­pendencia, estudia los jesuitas, pero ahora uno puede estudiar los niños, puede estu­diar las mujeres, existen distintas teorías y en ese momento lo que se estu­diaba era la gente que tuvo poder o la gente que tomaba decisiones o la persona que tenía autoridad y ahora uno puede estudiar otras cosas. Yo puedo estudiar a ellos si mi objeto de estudio son los historiadores.

–¿Hay tendencias que son peligrosas al respecto de cómo abordar la historia?

–Sí, porque en historia y en las ciencias sociales pasa algo que no pasa en física cuántica ni en biología molecular, que es que cualquiera cree que puede escribir historia y cualquiera cree que puede hacer sociolo­gía y entonces agarra el relato. En realidad eso es historia, no está mal, pero la historia pro­fesional exige otras cosas y una de las cosas es de dónde sacó esa información. Uno dice Natalicio González fue impor­tante. Ok, pero hay que eva­luarlo también porque Natali­cio escribe con un interés y en un momento determinado, y elige contar algo y no otra cosa. (Juan E.) O’Leary escribe. Yo lo puedo tomar como un objeto de estudio, como una fuente, pero no tengo que perder de vista que él lo hace desde una perspectiva determinada y ojo no solo con ellos, sino con todo el mundo.

–¿Qué inspiración puede tener el estudiar historia en este tiempo?

–A mí me parece que esa idea de que las ciencias duras son mejores es una idea que está desde siempre, desde que Isaac Newton identificó las leyes de gravitación univer­sal. A mí me parece que las ciencias sociales y la historia también no sé si sirven para que entendamos necesaria­mente el presente, pero sirve para saber a dónde estamos y nos permite comprender que determinados comporta­mientos no son porque sí, que hay comportamientos que se arrastran hace bastante más tiempo de lo que uno ima­gina, que hay costumbres que nos exceden ampliamente, nos permiten dimensionar cuánto vale luchar también por determinados derechos. Hace cien años probable­mente yo no podría haber estado hablando de historia porque probablemente no habría ido a la escuela y ni podría estar usando panta­lón. La historia también nos muestra que las cosas que creemos que pueden ser eter­nas no son y también nos hace tener conciencia de que hay derechos que tenemos ahora, pero que se pueden perder. Así como ganamos derechos, podemos perder.

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