Ochenta años después de la liberación del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, sobrevivientes hablaron para recordar sus vidas y su esfuerzo de transmisión como antídoto al olvido.

  • Por Yannick Pasquet
  • Fotos AFP

En ese entonces tenían 15 años, 4 años, siete meses... Algunos incluso nacieron en los cam­pos de concentración y exter­minio: Auschwitz-Birkenau, Bergen-Belsen, Buchenwald, Ravensbrück, entre otros.

Deportada entre la edad de 4 años y medio y los seis en los campos de Vught y Wester­bork (Países Bajos) y luego en el de Bergen-Belsen (Alema­nia), la francesa Evelyn Asko­lovitch insiste en la impor­tancia de hablar, porque, tal como recuerda, forma “parte de la ultimísima generación” de supervivientes.

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“Cómo pudo el mundo permitir un Auschwitz? Porque ese [cri­men] fue con premeditación”, se pregunta desde Santiago de Chile Marta Neuwirth, que tiene ahora 95 años, nació en Hungría y fue deportada a los 15 al mayor campo de extermi­nio nazi, en la ocupada Polonia.

Alrededor de 1,1 millones de personas, entre ellas un millón de judíos y también gitanos y resistentes polacos, fueron ase­sinados en Auschwitz entre 1940 y la liberación del campo por el Ejército soviético el 27 de enero de 1945. La mayoría de los que llegaban murieron gaseados al poco de su arribo al campo de exterminio. En total, seis millones de judíos fueron aniquilados en Europa por la maquinaria de muerte del III Reich.

“¿Por qué?”, se pregunta a sus 97 años, desde Canadá, Gyorgyi Nemes, natural de Budapest y deportada sucesi­vamente a Ravensbrück, Flos­senbürg (Alemania) y Mau­thausen (Austria). “A día de hoy sigo sin saber por qué nos odiaban tanto”.

TESTIMONIAR

Para muchos, el hecho de dar testimonio ha dado un sentido a sus vidas, después de haber perdido a sus padres en las cámaras de gas, de ver a su her­mano o a su hermana morir de inanición, de agotamiento, de alguna enfermedad. Muchos supieron apenas al terminar la guerra que su familia había desaparecido.

Julia Wallach, casi centenaria, tiene por momentos dificulta­des a la hora de hablar. Enton­ces se interrumpe o llora.

“Es demasiado duro de contar”, suspira esta parisina que sobrevivió a dos años de infierno en Birkenau. Un nazi la hizo bajar in extremis de un camión que se dirigía a una cámara de gas.

Pero, por muy duro que sea, quiere seguir dando testimo­nio de lo vivido.

“Mientras pueda hacerlo, lo haré”, insiste. A su lado, su nieta Frankie se pregunta: “Cuando ella ya no esté, y hablemos de esto, ¿quién nos creerá?”.

Precisamente para evitar eso, Naftali Furst, un israelí de 92 años nacido en Bratislava y que estuvo deportado en cua­tro campos, entre ellos Aus­chwitz-Birkenau, viaja desde hace años a Alemania, a Aus­tria, a República Checa y a otros países. Allí efectúa visitas y da charlas “para que las jóvenes generaciones no olviden nunca lo sucedido”.

Guy Poirot nació a comienzos de 1945 en el campo de concentración de Ravensbrück

TENACIDAD

La misma tenacidad que mues­tra Esther Senot, una francesa nacida en Polonia que el pasado diciembre, con 97 años, no tuvo apuro en afrontar el rudo invierno polaco para acom­pañar a unos estudiantes de secundaria a Birkenau.

Situado a tres kilómetros del campo principal de Auschwitz, este extenso lugar alberga todavía la rampa de “selección”, adonde llegaban los trenes, así como los hornos crematorios y los barracones, rodeados de alambres de espino y de postes de cemento.

Senot mantiene la promesa que le hizo en 1944 a su hermana Fanny cuando estaba a punto de morir. Antes de expirar alcanzó a decirle: “He llegado al final, no merece la pena, no iré más allá. Si logras volver (...), me prometes que contarás todo lo que nos ha ocurrido. Para que no seamos los olvidados de la Historia”.

“Para que no hayamos muerto para nada”, reflexiona a modo de eco, en Montreal, Eva Sha­inblum, de 97 años, nacida en lo que ahora es Rumania y que a los 16 fue deportada al campo en el que fue asesinada casi toda su familia.

Durante años, los supervivien­tes de la Shoah tuvieron dificul­tades para hablar. La gente no quería escuchar lo que había sucedido en los campos de con­centración y de exterminio.

“SELECCIÓN”

Han pasado 80 años o más, pero los testigos recuerdan con precisión el horror de la selec­ción, efectuada a veces por un simple gesto de cara de un fun­cionario nazi, la bestialidad de las SS, la muerte planificada a escala industrial.

En la multitud de relatos, se repite de entrada el recuerdo del interminable viaje a los campos en condiciones inso­portables, encerrados como ganado en vagones atiborra­dos, sin comida.

Los detenidos eran reducidos a trabajos forzados, sometidos a los verdugos nazis y a sus ayu­dantes.

Albrecht Weinberg instalaba cables subterráneos en Aus­chwitz-Birkenau. “El trabajo era tan duro, y el ingeniero (...) tan brutal, que a veces tres per­sonas morían de agotamiento en un solo día”, cuenta.

¿Habrán servido sus testimo­nios ochenta años después? Los últimos supervivientes expresaron la angustia que les inspira el mundo actual.

“No esperaba que fuera tan importante evocar el Holo­causto 80 años después. Pero lo es. Debido al terrible aumento del antisemitismo en todo el mundo”, señaló Nate Leipciger.

La época actual le recuerda los años 30, cuando, ante la ame­naza del Tercer Reich, “nadie quería acogernos como refugia­dos”, añadió. “Salvo el hecho de que hoy tenemos Israel”, dijo.

Son pocas las veces en las que el antisemitismo resurgió con tanto calado desde la Segunda Guerra Mundial, en particu­lar desde los ataques del movi­miento islamista palestino Hamás en el sur de Israel el 7 de octubre de 2023, que des­encadenaron la guerra en Gaza.

ESPERANZA

“Hay que pasar el testigo a los jóvenes”, insiste Marek Dunin-Wasowicz, comprome­tido con la resistencia polaca a los 15 años, y que 75 años más tarde fue testigo en uno de los últimos procesos a responsables nazis, en este caso el del exguar­dián de las SS Bruno Dey.

Los jóvenes “son nuestra única esperanza”, añade, y deben “recordar no solo a los que murieron, sino también lo que ocurrió, para que eso no vuelva a suceder”.

A ellos precisamente se dirige el francés Guy Poirot, cuya supervivencia es un absoluto milagro. Nacido a comienzos de 1945 en el campo de concen­tración de Ravensbrück, vivió en él sus primeros 46 días de existencia.

“Escuchen, ustedes los jóve­nes, a quienes les han dado una conciencia (...) trabajen juntos, reflexionen juntos”, proclama. “¡La vida es un compromiso!”.

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