Este domingo, Toni Roberto evoca a una adelantada mujer suizo-paraguaya engalanada con sus propias flores.

Eran los primeros días siguientes al golpe de 1989. Ticio Escobar me invita a visitarle a Lily Del Mónico en su casa de la calle O’Leary esquina Benjamín Constant. “Altos”, así se les llamaba a las casas amplias que quedaban en la planta alta de los negocios del viejo centro de Asunción. El sonido del viejo timbre. Acto seguido, subir los interminables esca­lones al segundo piso teniendo en cuenta las dobles alturas de las construcciones antiguas.

Al abrir la puerta, se escu­chaba de fondo una música clásica, un sillón berger, unas copas. Del otro lado, como mirando a uno de los venta­nales con vistas a la bahía y al Palacio de Gobierno, estaba sentada esperando Lily Censi Berra Vda. de Del Mónico, aquella suiza que llegó con sus padres al Paraguay en 1911.

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LILY, LA NOCHE DEL GOLPE Y LAS FLORES

A su estilo, empieza a relatar­nos la noche del golpe del 2 y 3 de febrero con lujo de detalles en esa álgida zona, con su inol­vidable paraguayo con acento italiano. Es que ella nació en los cantones italianos de Suiza, cosa que le dio la posi­bilidad de hablar varios idio­mas, que también la vincula­ron con el círculo diplomático de la ciudad, convirtiéndose, además, en la primera mujer industrial del país al tomar el mando de la azucarera familiar en 1953. A partir de entonces contaba que llegó a cruzar hasta en canoa al otro lado del río en Benjamín Ace­val, donde quedaba el ingenio azucarero.

LAS FLORES DE LAS PAREDES

Mientras continúa la enriquecedora charla en aquel último año de la década del 80, en las paredes las silencio­sas pero expresivas flores pin­tadas por ella. Muchos dicen que las flores son temas bana­les en el arte, pero pintadas a su manera, tan particular y disruptiva como su participa­ción en los quehaceres socia­les, industriales y artísticos de una Asunción todavía muy conservadora de principios de los años 50, que luego en el año 1954 con el movimiento Arte Nuevo ella tomará gran protagonismo.

Me quedo con el último recuerdo de una exuberante Lily Del Mónico en un docu­mental de Mónica Ismael; recostada en la vieja cos­tanera de Asunción en los años 90 cantando “La vie en rose”, ante la atenta y silen­ciosa mirada de Olga Blin­der, con una sonrisa siem­pre reservada y con aquella inolvidable visita que hice con Ticio Escobar a esa ade­lantada mujer suizo-para­guaya en aquel verano de 1989, engalanada con sus propias flores.

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