En esta edición de Mito o Realidad, el historiador Ignacio Telesca desmitifica la creencia generalizada de que en Paraguay no hubo población negra y que el único contingente de origen africano que llegó al país lo hizo acompañando al caudillo oriental José Gervasio Artigas en su largo exilio, que duró hasta su muerte en 1850, o producto de violaciones de las tropas aliadas durante la Guerra Grande.
No deja de ser paradójico que aún estemos cuestionándonos por si hubo o no hubo negros en Paraguay, cuando hace un mes, el 26 de noviembre pasado, el presidente Santiago Peña firmó el decreto por el cual se reglamenta la Ley N° 6940, que establece medidas de prevención y sanción contra toda forma de discriminación hacia las personas afrodescendientes.
Sin embargo, como ocurre en países vecinos, se sigue afirmando la inexistencia de la presencia africana en la historia del Paraguay.
No importa que todos los censos desde el siglo XVII hasta el XIX recojan dicha presencia: alrededor de un 11 % de la población total y 4 % de población esclavizada.
Tampoco hace mella la cantidad de documentación existente en el Archivo Nacional de Asunción sobre dicha comunidad. Por ejemplo, desde 1650 existía una cofradía, la del Santo Rey Baltazar, que era para personas afrodescendientes libres. Es decir, personas que habían llegado esclavizadas y que luego, por una razón u otra, lograron liberarse. Su presencia, entonces, ya era previa a 1650.
LIBERTAD DE VIENTRES
Suena extraño que se pase por alto el Decreto de la Libertad de Vientres firmado por los cónsules Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso en 1842, por el cual los hijos de mujeres esclavizadas nacidos a partir del 1 de enero de 1843 serían considerados libertos.
Claro que recién serían libres del todo cuando las mujeres cumplieran 24 años y los varones 25, pero este dato, precisamente, daría pie para comprender el importante rol que cumplían las personas esclavizadas, libertos incluidos, en la sociedad paraguaya.
La misma Constitución de 1870 en su artículo 25 decretaba, finalmente, la abolición de la esclavitud. Entonces, ¿cómo es eso que nunca hubo negros en Paraguay?.
TESTIMONIOS
Artículos de León Cadogan de la década del 50 del siglo pasado hablan de esta presencia. La hermosa obra de Josefina Plá, “Hermano negro”, tiene ya más de cincuenta años, a la que debemos incluir los libros de Agustín Blujaki (“Pueblos de pardos libres: San Agustín de Emboscada”, de 1980), de Ana María Argüello (“El rol de los esclavos negros en el Paraguay”, de 1999), de Alfredo Boccia Romañach (“Esclavitud en el Paraguay”, de 2004). Más de cincuenta trabajos, entre libros y artículos, dan cuenta de la presencia afrodescendiente en el Paraguay desde la conquista hasta el día de hoy.
Entonces, ¿por qué la insistente afirmación de que en Paraguay no hay negros?l
Existe una explicación, al menos, que da cuenta de este pensamiento y se remonta a los tiempos posbélicos.
RECREANDO UNA IDENTIDAD
Acabada la guerra contra la Triple Alianza, la intelectualidad paraguaya tuvo que recrearse una identidad. ¿Quiénes eran los paraguayos? ¿Eran acaso los bárbaros que había que civilizar como expresaban los vencedores de la guerra? ¿Eran los herederos de la sumisión y obediencia sellada a sangre y fuego por los jesuitas?
La respuesta, obviamente, es no; pero ¿cómo justificarla? Si bien los que intentaron responder fueron muchos, me centraré fundamentalmente en uno.
En 1903, Manuel Domínguez –siendo vicepresidente de la República– brindó una conferencia en el Instituto Paraguayo sobre las “Causas del heroísmo paraguayo” para explicar por qué los soldados paraguayos se habían batido con tanto denuedo por los cinco años que duró la guerra.
La base de todo estaba en el mestizaje entre el español y el guaraní. Esta combinación generó una especie de superhombre “superior al invasor como raza y en las energías que derivan de esta causa: en inteligencia natural, en sagacidad, en generosidad, en carácter hospitalario, hasta en estatura que dijo Azara, hasta en lo físico que dijo Thompson, en el número de hombres blancos que digo yo”.
Para Domínguez, este mestizaje se dio en el siglo XVI y, afirma, a la quinta generación se fue haciendo blanco. Es decir, para el siglo XIX la mayoría de la población era blanca. Reconoce, sin embargo, la presencia de “unos pocos hombres de color en el Paraguay y en la guerra su inferioridad en empuje, en resistencia, se puso en evidencia: en los primeros choques se extinguieron”.
INTENCIONALIDAD
Uno puede no compartir, en absoluto, las afirmaciones de Domínguez, pero sí comprender que, en el contexto en que fueron escritas, tenían una intencionalidad clara: construir una identidad frente a los embates de los enemigos. Esto se ve reafirmado cuando en 1911, al celebrarse el centenario de la Independencia, en el prólogo al “Álbum gráfico de la República del Paraguay”, Arsenio López Decoud escribiese que “el pigmento negro no ensombrece nuestra piel”.
Para la llamada generación del 900, la presencia afrodescendiente era dejada de lado y el trompa Cándido Silva era una reliquia del pasado.
Se puede comprender que hace un siglo, al igual que ocurría en países vecinos, se hiciera alarde de la blancura de la población. Lo que no podemos aceptar es que después de tanta investigación hoy se sigan sosteniendo los dichos de Domínguez o López Decoud.
Existe una población que hoy en día se reconoce como afrodescendiente, para quienes es un insulto (¿discriminación?, ¿racismo?) que se le diga en la cara “ustedes no existen”; como también es claro, a pesar de Manuel Domínguez, que el mestizaje no terminó en el siglo XVI, sino que se fue continuando a lo largo de los siglos y no solo entre españoles y guaraníes, sino también con la población afrodescendiente. El paraguayo, al igual que el argentino, el chileno o el uruguayo, también posee una ascendencia africana por más que el racismo estructural (y mental) nos determine a negarla.