Este domingo, Toni Roberto rinde homenaje al dibujante performático Julio González, de quien rescata la divertida anécdota de una circunstancia fortuita que lo llevó a fijar residencia en la Madre Patria.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Era un día cualquiera de 1993, hace más de treinta años, en el aeropuerto de Barajas. En la larga fila del mostrador a lo que le llaman “check-in”, todo el grupo de paraguayos invitados por la Dra. Dorothée Willert a recorrer museos y galerías de Alemania en un bus por el territorio alemán.
Un mes después volvíamos a Asunción en un vuelo muy particular realizado en dos aviones de una misma compañía, en aquel momento uno de los más importantes modelos, el DC 10 30 intercontinental, una maravilla de tres motores que luego en el aeropuerto de São Paulo debíamos cambiar a uno más pequeño, un DC 9 que nos dejaría en el Silvio Pettirossi.
Todos los pasajeros paraguayos en una marcial línea esperando su turno. Mónica González, Fátima Martini, Marité Zaldívar, Gustavo Benítez, Marquitos Benítez, María Alejandra García, el que escribe estas líneas y el dibujante Julio González, quien es el centro de este domingo, que por una cuestión de azar de la vida o tal vez alguna fuerza extraña, al llegar su turno de embarque la amable señorita dependiente de las Líneas Aéreas de España dice: “El avión está lleno, el próximo debe quedarse”.
Ese era Julio González Marini, artista paraguayo que apareció en escena desde los gloriosos años 70 del dibujo vernáculo antes del golpe social que significó para el arte la aparición de los primeros años de “la plata dulce de Itaipú”, como diría el intelectual guaireño Ramiro Domínguez.
En segundo acto, González Marini se queda con la promesa de volver en el siguiente vuelo, pero, pequeño detalle, el dibujante jamás lo hizo desde hace exactamente tres décadas. ¿Alguna desdicha? ¿Un problema con la hegemonía del arte de aquellas décadas? No lo sé, el tiempo se encargará de juzgar.
JULIO, DIBUJANTE “PERFORMÁTICO”
¿Pero a qué viene todo esto? Sencillo. Por la muestra que se encontraba hasta el lunes pasado en la Casa de las Artes Ignacio Núñez Soler dentro del complejo de las dos residencias patrimoniales Arce Tumanoff, en el centro de Asunción, con salida a dos calles.
En la primera sala, una gran obra ampliada: “Máscaras”. En las siguientes, máscaras, máscaras y más máscaras, todas en papel. En el tercer espacio una pantalla con varias sillas, con el registro realizado por Mónica Ismael, de la vida de JGM en España desde 1993, su performance en las calles, que deviene ya de su paso por el teatro del Colegio Salesianito ya en sus años de adolescente.
Claro, siempre máscaras de por medio, todo tan particular que el artista envió sus obras en una gran valija, de la que se encargó en curar Luis Vera, director de la casa.
Julio González era un niño de la calle Morquio en su vida pasada asuncena. Recuerda su educación salesiana, su adolescencia en barrio Jara, todo con una mirada nostálgica desde Madrid, con mucho preciosismo, como sus trazos, hasta el predio donde luego estuvo la cancha del San José con una pequeña laguna.
Julio González es para la media de los paraguayos un dibujante “performático” poco conocido, que reivindica el simple papel y el lápiz para demostrar tanto con tan poco, con tanta austeridad. Los que llegamos detrás de aquel grupo de dibujantes de los 70 al que él perteneció les rendimos un homenaje. Nos dieron conciente o inconcientemente fuerzas para retomar el camino de la simple línea que hasta finales de la década de los 90 del siglo pasado estaba poco y nada valorada.