• Fotos: AFP/Gentileza

Somos sujetos sociales que, como tales, construimos e intercambiamos subjetividades.

Casi no pude dormir. La voz de Merce­des, desde la noche de anoche, una y otra vez resuena en mis oídos. “Vol­ver a los diecisiete, después de vivir un siglo / Es como descifrar signos sin ser sabio competente / Volver a ser de repente tan frágil como un segundo / Volver a sen­tir profundo como un niño frente a Dios / Eso es lo que siento yo en este instante fecundo…”.

Creo tener claro que volver la idea del vivir no es una opción y no solo por la impo­sibilidad. La vida, siempre, es ahora o nunca. Con o sin heroísmo. Profundo silen­cio. Lo onírico, que muchas veces es propio de la noctur­nidad, irrumpe inquietante. Kardia se excita. La respira­ción se acelera. La memo­ria viaja hasta aquellos 17. Me largo a caminar bajo un cielo estrellado que, sin embargo, me regala un festival de rayos sobre un hori­zonte invisible cubierto por algunas nubes. Me siento sobre la arena. No puedo ver dónde termina la playa. Por el rumor constante de la rompiente, sé dónde se encuentra y hasta dónde llega el mar. Presuntuoso, le digo al pasado que puede pasar.

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Era el mundo de la posgue­rra. Lo veo y reveo con el corazón. La anteúltima paz se había firmado en 1945. Creímos que era de la huma­nidad, para la humanidad, por la humanidad y con la humanidad. Desde siempre pienso y nadie hasta hoy me demuestra lo contrario, que los hacedores de discursos manejan mejor las palabras que quienes los contratan las ideas. Era el tiempo de la Guerra Fría. El de Vietnam estragado por bombardeos de saturación, lluvias de napalm y agente naranja (dioxina TCDD) que desfoliaba aquellas selvas. París –sin saberlo– se acercaba al Mayo francés. Praga comen­zaba a sentir los efectos no deseados de querer y exigir libertades conculcadas.

BARRERA

Racismo, xenofobia, dis­criminación, odios, renco­res, invasiones, revolucio­nes, venganzas, golpes de Estado, matanzas, desapari­ciones forzosas, imposicio­nes. “Let it be”, proponían desde Londres John, Paul, George y Ringo. “Hey! Tea­cher! Leave them kids alone! / All in all, it’s just another brick in the wall…”, canta una y otra vez Roger Waters con Pink Floyd. Como ellos, junto con millones pido y exijo a los maestros que “dejen a los chicos en paz” mientras intento aso­mar mis curiosidades por encima de “ese otro ladrillo más en la pared” que clara­mente siento que los pode­rosos levantan para aislar­nos del mañana del que ellos quieren apoderarse.

Mientras republicanos y demócratas –desde la Casa Blanca– destrozan el sudeste asiático, Nikita y Leonid encorsetaban Europa oriental y Mao rompe relaciones con Con­fucio para lanzar y aplastar a millones con la “wénhuà dà gémìng” o la Gran Revo­lución Cultural. Llámala como más te plazca. No todo tiempo pasado fue mejor. La vigilia se me hace larga. Pero la necesidad de dormir no me alcanza. Curiosidades y angustias tan lejanas como presentes y permanentes convergen. Oprimen hasta la anoxia.

Ucrania, Gaza, Líbano, Siria, Irán, Tel Aviv, Sudán, Eritrea, Etiopía, Somalia, Kenia, Congo. Tierras arra­sadas. Lodazales de sangre. “Las señoras y señores de la guerra no tienen corazón”, sostenía aquella vecina añosa que sentada sobre una banqueta en la puerta de su casa compartía el mate con otras mujeres sobre el fin de cada tarde en el Bajo Belgrano, mi pueblo natal en Buenos Aires.

Vuelvo a los 17 y a verlas. En el centro de ellas está doña Juanita, nuestra que­rida abuela. Sabia y buena. ¿Qué es el corazón? Casi seis décadas después de pregun­tarlo por primera vez el inte­rrogante no se rinde. Más aún desde el amanecer del día después de aquella tarde del 24 de octubre pasado, cuando leí el primero de los párrafos de un texto mayor que recibí a través de una agencia de noticias euro­pea. Quedó grabado en mi memoria y en los que son esos temas para preguntar a quienes saben.

EL CENTRO DEL SER HUMANO

En “La importancia del corazón” –su título–, el autor explica que “en el griego clásico profano el término kardia significa lo más interior de seres huma­nos, animales y plantas. En Homero indica no solo el centro corporal, sino tam­bién el centro anímico y espiritual del ser humano. En la ‘Ilíada’, el pensar y el sentir son del corazón y están muy próximos entre sí. Allí el corazón aparece como centro del querer y como lugar en que se fra­guan las decisiones impor­tantes de la persona. En Pla­tón el corazón adquiere una función en cierto modo ‘sin­tetizadora’ de lo racional y lo tendencial de cada uno, pues tanto el mandato de las facultades superiores como las pasiones se transmiten a través de las venas que con­fluyen en el corazón. Así advertimos desde la Anti­güedad la importancia de considerar al ser humano no como una suma de distin­tas capacidades, sino como un mundo anímico corpó­reo con un centro unificador que otorga a todo lo que vive la persona el trasfondo de un sentido y una orientación”.

AMPLIO ESPECTRO

Cada una de esas definicio­nes son con las que el papa Francisco prologa su más reciente carta encíclica titulada “Amor humano y divino” –cuya lectura completa aún tengo pen­diente– dieron paso a recuerdos, interpretacio­nes y reflexiones que se extienden en el tiempo. Desde niño creo saber de la importancia del cora­zón. Aunque, tal vez, solo la imagino. Con el paso de los años descubrí que, en orden a producir sentido, corazón es una palabra de amplio espectro, por lla­marla de alguna manera. Quizás también la percibo como una palabra clave que se entrega mansa e inde­fensa al uso y al abuso.

“Late un corazón... / déjalo latir... / Miente mi soñar... / déjame mentir. / Late un corazón / porque he de verte nuevamente; / miente mi soñar porque regresas len­tamente. / Late un cora­zón...”, escribió Homero Expósito cuando compuso aquel tangazo en 1942.

“Tengo el corazón con agu­jeritos / y no me lo puedo curar / se me está muriendo de a poquitos / con cada dolor se muere más…”, canta Chiquititas en 1996. “Quién dijo que todo está perdido / hoy, vengo a ofrecer mi corazón…”, nos deleita Fito y, mucho más, cuando lo canta Mercedes (Sosa), desde 1985.

Como lo refiere el anciano sacerdote católico desde el comienzo mismo de la histo­ria, todo parece estar, con­verger y salir desde el cora­zón. Como se señaló, desde Roma –la eterna ciudad de las siete colinas– valida y referencia cada una de sus palabras en los clásicos. Desde la empiria recuerdo aquella mujer que poco más de medio siglo atrás, en cada ocasión en que alguien le preguntaba por su hijo menor –tenía ocho– solía dar fe de la bondad de aquel joven que, sin embargo, por sus andanzas nocturnas “me hace vivir con el cora­zón en la boca” pese a que “es un chico de buen corazón”.

INTERPELACIÓN

El corazón parece interpe­lar en casi todo lo bueno y aún en lo malo que imagi­namos o vivimos. ¿Qué es un corazón? “En los años que viví en Qatar, aprendí que cuando dos árabes debaten y uno de ellos se lleva la mano derecha al corazón lo hace en señal de que lo que dice es la verdad y representa lo que siente. Señal de credibilidad y res­peto”, me explicó alguna vez el querido amigo-her­mano Guillermo Nogueira, médico neurólogo de gran sabiduría. Compartíamos un café. No lo interrumpí. Prosiguió.

“Cuando Fideo (Ángel Di María), luego de un golazo corre mientras con sus manos hace un gesto que representa una figura acep­tada vulgarmente como un corazón (…) no interesa que mire al palco, a las cáma­ras o al cielo (…) con ese gesto agradece la ovación de la tribuna o a sus familiares o a su Dios protector que lo guió en su jugada y, al mismo tiempo , deja claro desde donde la creó y da cuenta de la pasión que como un fuego intenso lo anima en el juego”.

Va por más con otro ejemplo propio de su vocación docente. “Marcelino, ena­morado, regala bombo­nes a Rigoberta, que no le da mucha bola. La caja que contiene los dulces tiene la forma de un corazón es muy parecida a la figura que construyó Fideo con sus manos para que ella sepa que la ama o, Fito, en 1990 junto con David Lebón y Luis Alberto Spinetta, con perfume de plegaria o man­tra, cantan ‘Y dale alegría, alegría a mi corazón / Es lo único que te pido al menos hoy / Y dale alegría, alegría a mi corazón…’”.

Pero… ¿qué es un corazón? ¿Medicina y poesía son convergentes, Guillermo? Pienso en Borges, el querido maestro, profunda­mente porteño y bonae­rense que con insistencia declara su amor a Buenos Aires. “Y la ciudad, ahora, es como un plano / De mis humillaciones y fracasos; / Desde esa puerta he visto los ocasos / Y ante ese már­mol he aguardado en vano. / aquí el incierto ayer y el hoy distinto / Me han deparado los comunes casos / De toda suerte humana; aquí mis pasos / Tejen su incal­culable laberinto / Aquí la tarde cenicienta espera / El fruto que le debe la mañana; / Aquí mi sombra en la no menos vana / Sombra final se perderá, ligera. / No nos une el amor sino el espanto; / Será por eso que la quiero tanto. Creo que Nogueira sonríe.

No hice ninguna pausa. También pensé en José Alfredo Giménez, cantándole a Ciu­dad de México. “Te vi llegar / Y sentí la presen­cia de un ser desconocido; / Te vi llegar / Te vi llegar / Y sentí lo que nunca jamás había sentido. / Te quise amar / Y tu amor no era fuego no era lum­bre; / Las distancias apartan las ciudades, / Las ciudades destru­yen las costumbres”.

MEDICINA Y POESÍA

¡Joder! Levité cuando vi y escuché cierta vez en Barcelona a Concha Buika con el piano de Chu­cho Valdés. ¡Qué noche la de aquella noche! Pienso nue­vamente en la palabra cora­zón. ¿Convergen medicina y poesía? El querido ami­go-hermano médico escu­chó con atención. “La medi­cina al igual que todas las actividades que involucran el destino de seres humanos es el difícil arte de llegar a conclusiones precisas a par­tir de premisas insuficientes y a veces falsas”, responde.

Volvamos al corazón como órgano y productor de sentido desde la vieja Grecia. Recuerdo que poco tiempo atrás Guillermo me explicó que, desde los años 90, cuando finalizaba el siglo pasado, Antonio Rosa Damásio (80), médico neurólogo y neurocientífico portugués, Premio Princesa de Asturias 2005, trabaja sobre lo que dio en llamar desde enton­ces “marcadores somáticos”. A partir de estudios y verificaciones de campo que eje­cutó entiende que en los pro­cesos de toma de decisiones tienen un peso enorme las emociones que ofrecen pis­tas al cuerpo del decisor que, en muchos casos, lo expresa sin inhibiciones.

“En los procesos de toma de decisiones tienen un peso enorme las emociones”, sostiene António Rosa Damásio, médico neurólogo y neurocientífico portugués, Premio Princesa de Asturias 2005

“Lo vi y se me puso la piel de gallina”; “escuché su voz y temblé”; “me para­lizó escuchar el diagnós­tico”. O, como canta Mari­lina (Ross). “Y me creció este amor, / alimentándose en el sol / de los amanece­res de Puerto Pollensa / Y no me animé a decirte nada, / pánico porque, me rechaza­ras. / Como una semilla que no puede ver la luz, / hundió sus raíces mucho más pro­fundo aún / Y te miraba...Y te esperaba…”. Después de un breve pero profundísimo silencio ilumina el doctor Nogueira.

LENGUAJE VINCULAR

“Palabras, gestos, son variantes del lenguaje (…) son la lengua para expre­sarnos y vincularnos con nuestros semejantes (con los que) no (somos) idénti­cos. La lengua –pese a que en sus diversas formas es una representación abstracta, aunque elaborada y com­pleja de lo que pensamos– es un producto vivo que social­mente cambia (y) posibilita que entendamos los mensa­jes que intercambiamos. El lenguaje permite que lo que se recibe como información a través de los sentidos se elabore y retransmita con palabras, gestos, acciones que simbolizan y represen­tan lo esencial, en ausencia del objeto”.

Alguna vez, tal vez un sábado, cuando cursaba la maestría en Planifica­ción y Gestión de Procesos Comunicacionales (PLAN­GESCO) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (FPyCS) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), cuando era el 1997 o 98, el maestro Jesús Martín-Barbero (1937- 2021), palabra más palabra menos, explicó con lucidez que “la comunicación es una cuestión de culturas y no de ideologías”. Sabio, por cierto. Desde ese lugar, entonces, avanza el diálogo con el querido Guillermo. La charla da para más. Los inte­rrogantes, también. Somos sujetos sociales que, como tales, construimos e inter­cambiamos subjetividades. “La vida solo puede tener sentido en relación con los demás”, sentenció Alberto Einstein.

Para Homero el corazón no solo es el centro corporal, sino también el centro anímico y espiritual del ser humano

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