El próximo jueves 31 de octubre, a las 19:00, en el hotel Sheraton de Asunción, el periodista y asesor comunicacional Augusto dos Santos presentará su último libro, titulado “Hay un mito en la nevera. Asesoría de comunicación política en medio de la diversidad”. En este diálogo con La Nación/Nación Media, Dos Santos comparte algunos de los conceptos fundamentales desarrollados en el material, enfatizando el rol esencial de la comunicación en las políticas públicas y no como simple elemento accesorio de difusión o propaganda.

–En tu labor periodística he notado una preocupación recurrente sobre la aplicación de la inteligencia artificial al trabajo creativo, pero en esta ocasión has elegido una portada generada por esta tecnología. ¿A qué se debe esta aparente paradoja?

–Sí, y aunque lo fuera sería muy rico porque el mundo está poblado de contradicciones. A lo que yo me refiero es a reivindicar que los procesos sean culturales y no sean impositivos. En el caso de la inteligencia artificial hay cierto temor. En la década del 90, cuando había un proceso de resistencia a las políticas neoliberales, se instaló algo con el nombre de síndrome NHA, que era el síndrome de no hay alternativas. Nada está bien cuando se plantea que no hay alternativas. Lo importante es cuando los procesos tienen una validación y una apropiación que pasa por la incorporación cultural. Y en ese sentido me parece que es una herramienta extraordinaria para generar mayor proximidad de las personas a recursos que terminarán ayudándoles en su tarea, no solamente de periodistas, no solamente de gráficos, porque hay también un concepto como que inteligencia artificial es el dibujito o el videíto y en realidad es mucho más que eso. Yo creo que es una prueba más a la cultura civilizatoria que habrá que asumirla, que habrá de absorberla y habrá de hacer que ella sea parte de sus herramientas.

–Empezando por el mismo título, un tópico al que te remitís con frecuencia es al concepto del mito, pero no entendido como algo ficticio o quimérico, ¿no?

–El concepto de mito que se plantea en la comunicación política es de alguna manera una forma de expresar aquello que comúnmente también se puede llamar legado de gobierno. Creo que hay un grado de incitación en la expresión de mito porque primero mito tiene la posibilidad de ser asumido de forma peyorativa también. Pero en este caso estamos hablando de aquel proceso comunicacional y político que acompaña una tarea de gobierno y cuyo objetivo final va a ser que las comunidades que existan en ese momento y las que vengan posteriormente comprendan cuál ha sido la impronta de ese gobierno, comprendan cuál ha sido el legado de ese gobierno. Y el mito no es una campaña publicitaria. El mito tiene mayor fuerza en la medida en que tales consignas se encarnan y se internalizan en los ciudadanos.

Tapa del libro "Hay un mito en la nevera"

LA APROPIACIÓN DEL MITO

–¿Cuál sería un ejemplo emblemático que podrías citar de mito en la política?

–Pongo como ejemplo siempre el consenso que hasta hoy se recuerda durante el gobierno del expresidente Fernando Lugo y el mito de la salud para todos. Probablemente en tal gobierno no se construyó la mayor cantidad de hospitales en este siglo, probablemente en tal gobierno no se hizo la mayor cantidad de inversión en materia de salud, pero sí se instala un mito de proximidad de la salud, que es un elemento suficiente para generar un mito. ¿Por qué? Porque en la construcción de un mito hay varios factores que convergen. Factores objetivos como que lo que prometés termines haciendo. El factor emotivo, que la gente vea como un síntoma de proximidad por parte de las administraciones, de los gobiernos, y todo eso construye. Y el tercer aspecto es en qué medida los ciudadanos se apropian de tal mito. ¿Y para qué sirve? Pues sirve no solamente para la recordación de determinado gobierno, sino para una mejor comunicación entre los gobiernos en curso y los ciudadanos. Actualmente hay un grave drama de comunicación entre los gobiernos y los ciudadanos a consecuencia de factores nuevos como el maremágnum de mensajes vía redes sociales.

–¿Te preocupa la incidencia que tienen las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial respecto a la manera de hacer comunicación política?

–Sí, me preocupa cuando se relacionan con otro factor que son las redes sociales. ¿Qué ha pasado con las redes sociales? El mundo crítico ha basado su criticidad en un elemento que es el debate. Y eso nos honró por décadas y por siglos el ser una comunidad de debatientes con relación a diferentes aspectos de su realidad. ¿Qué han hecho las redes sociales?, y en esto han tenido muchísima preponderancia las nuevas fórmulas políticas como las libertarias y compañía. Han reemplazado el debate por la creencia. Y reemplazar el debate por la creencia hace que las consignas que se planteen desde redes sociales y afines sean muy difíciles de rebatir porque ya no es una cuestión de razón, es una cuestión de fe. Y al ser una cuestión de fe, estamos a medio metro de que sea un dogma. Yo creo que en la medida que pasa el tiempo va a seguir viéndose con mayor nitidez la diferencia que habrá entre las propuestas, incluso políticas, basadas en la razón y las propuestas políticas basa­das en la creencia. A su vez, eso va a generar otro problema. Es mucho más fácil que los elec­tores crean en un dogma que crean en una razón. O sea, el panorama es bastante desa­fiante. No digo ni incierto ni desalentador, sencillamente desafiante.

PROMESA Y REALIDAD

–Otro eje importante que desarrollás en el libro es la diferenciación entre la comunicación de campaña y la comunicación de gestión.

–Es un error permanente que ocasiona siempre muchas turbulencias en el primer año de los gobiernos, hasta que advierten y cambian el chip. Resulta que la comunicación de campaña, al ser una comu­nicación victoriosa, al provo­carte la victoria en las eleccio­nes, lo que hace es generar un gran entusiasmo en la nueva burocracia, en los ganado­res. Entonces, no es muy fácil para ellos desprenderse de una comunicación que les provocó tantas satisfacciones. Y se que­dan muchas veces varados por un buen tiempo hasta que asu­men que hay una falla en esa comunicación y que deben cambiarla por la comunica­ción de gestión. Durante una campaña presidencial, lo que preside el discurso es la pro­mesa. Durante la gestión de gobierno, lo que preside el dis­curso tendría que ser la reali­dad, el hecho. ¿Qué es lo que pasa cuando la comunicación de campaña desborda en la etapa de gestión? Los propios ciudadanos dicen a los gobier­nos “no queremos escuchar más el discurso de campaña”. Es más, les dicen “no quere­mos más críticas al candidato opo­sitor”. Y ya empiezan a demandar que los gobiernos en curso cumplan sus promesas. Enton­ces, la diferencia es tan grande como la promesa y la realidad.

Augusto dos Santos, periodista

–¿Te parece que ha cam­biado la agenda de exigibi­lidad de la ciudadanía?, ¿en qué ámbito está más pre­sente y más ausente la socie­dad a la hora de presentar demandas a los gobiernos?

–Sí y no. Te diría que hay mayor masividad, mayor alcance, mayor potencia, mayor forta­leza, mayor instantaneidad en tales demandas, pero proba­blemente no es la misma cali­dad que hace diez años. ¿Por qué? Porque la línea de base de las demandas estaba mucho más debatida por la sociedad civil y por el actor político hace diez años que ahora. Enton­ces, el sitio donde se encuen­tra el debate suele ser el Con­greso y ese ya es un debate que encuentra a sectores polari­zados. Entonces, probable­mente va a acabar en el impe­rio de las mayorías. Hace 15 o 20 años había un hábito de debate. De hecho, hubo en algún momento un pacto de gobernabilidad. Tuvo sus debilidades, por ejemplo, en gran medida el clientelismo. El potenciamiento del clien­telismo vino de la fundación masiva de nuevas institucio­nes. Pero al margen de eso, el pacto de gobernabilidad dejó una lección muy potente, que es que los paraguayos poda­mos sentarnos a dialogar. Y eso es una ausencia. De hecho, en el libro hay un reclamo al respecto de la necesidad de fundar un estado de consenso que nos falta a todas luces.

–¿Podrías ahondar en esa oposición que hacés entre lo clientelar y lo público?

–Ese es un trabajo que no es fácil de instalar, que es bastante contracultural y que es expli­carle a los ciudadanos que son sujetos de derecho de las polí­ticas públicas. ¿Por qué? Por­que una parte importante del entramado clientelar tiene que ver con que lo que se aporte a una comunidad sea un ofreci­miento de la autoridad y no el ciclo natural de cómo tienen que funcionar las políticas públicas. Pero eso tiene que ver con procesos culturales, no va a solucionarlo la comu­nicación de gobierno, sino pro­bablemente una nueva escuela, y me refiero a todo el proceso educativo, que trabaje el tema de la civilidad y las cuestiones que nos hacen falta. Yo creo que con un simple cambio de carac­terización con relación a que los ciudadanos son sujetos de dere­cho y no beneficiarios podría cambiar bastante el concepto.

VISIBILIDAD VS. NOTORIEDAD

–Otro de los núcleos en los que discurre el libro es el énfasis puesto en la impor­tancia de distinguir entre la visibilidad y la notoriedad.

–Ese es un asunto que a mí me preocupa mucho porque en la medida en que pasa el tiempo se va consolidando como teo­ría que lo importante es que el líder esté presente en los medios de comunicación, esté visible en los medios y en las redes. Y en la medida en que ocurre se hacen esfuerzos, des­esperados a veces, por lograr visibilidad. Yo aborrezco, por ejemplo, imágenes tales como personas en situación deli­cada, tales como inundados, y la imagen del político entre­gando una bolsa de víveres, que no tiene por qué ser un hecho fotográfico. Es cualquier cosa por la visibilidad.

–¿Cómo opera una en detri­mento de la otra?

–La visibilidad banaliza algo esencial como es la notoriedad, que es la competencia por ser reconocido a consecuencia de los méritos. La visibiliza­ción como una exacerbación tiene de nuevo su alianza en las redes sociales. Las redes le otorgan una presencia impre­sionante y les es grato ver al final del día que hubo tantos miles de me gusta, pero final­mente eso no significa nada porque con la misma oleada que mete una serie de imáge­nes, una serie de produccio­nes de sentido, perderá vigen­cia cuando entre otra oleada. Es de reemplazo permanente. Sin embargo, eso no pasa con la notoriedad. Ahora hay cada vez menos esfuerzos por traba­jar la notoriedad de los líderes porque eso lleva más tiempo.

–¿Te gustaría hacer una reflexión final sobre algún punto del libro que no hayamos abordado en esta charla?

–Sí. Me gustaría mucho que se siga debatiendo a nivel de los gobiernos, del presente y de los que van a venir, la nece­sidad de asumir la comunica­ción de gobierno como política pública. Esa es una materia pendiente que tiene décadas. La comunicación no puede seguir siendo una cuestión ins­trumental en tanto puede ser una política pública, la comu­nicación no tiene que ser una herramienta en tanto tiene que ser una línea de acción, la comunicación no puede seguir estando en el último lugar en el eslabón de la planificación de los proyectos en tanto tiene que estar en la misma plani­ficación y los comunicadores no pueden seguir enterándose de los grandes planes un día antes porque un burócrata le dijo “chicos, necesitamos mucho ruido para esto”. Lo importante es que se asuma que la comunicación tiene que estar presente como alma de los procesos, porque se tiene que asumir finalmente que la comunicación produce senti­dos y al producir sentidos cons­truye culturas. Eso es lo que se tendría que estar buscando de ella y no simplemente la gace­tilla de prensa.

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