Este domingo, Toni Roberto evoca al insigne pintor de Asunción y destacado exponente de la modernidad en el arte paraguayo.

Son las 10 de la mañana de un domingo en el patio de mi madre, sentado en una de las clásicas sillas de jardín que había comprado mi padre en 1964, de la antigua Herrería Rodríguez Hermanos; frente mío la notebook que me llevaría a un recorrido jamás pensado. Reviso las páginas del libro “Jaime Bestard, arte y dignidad”, publicado por Fondec.

De repente me encuentro con una de las imágenes más esperadas desde hacía años, la de la antigua calle Alberdi en su tramo camino a la poética calle Amambay, una pintura que realizó el maestro Jaime Bestard (1892-1965) con apenas 18 años. El título del cuadro, “Techos de barrio”, firmado en 1910.

LAS AFUERAS ASUNCENAS DE OTROS TIEMPOS

Al instante esa inerte pieza artística se convirtió en una viva película del pasado sin serlo; aquella arribada que recorrería diariamente más de medio siglo después, en la que me sonó hasta el viento de los árboles, la techumbre de un casi colonial vecindario, aquellos lejanos pinos de las alturas de la zona de la época en que todavía se encontraba el viejo cementerio español en la calle Alberdi denominada antiguamente Del Atajo. A la izquierda el viejo edificio de lo que fuera la Intendencia del Ejército, pequeñas casas, la mayoría viviendas tipo chorizo que empezaban a nacer en esos antiguos confines que fueran los nuevos loteamientos del sur en las afueras asuncenas de aquellos tiempos.

LA VECINDAD DE OTROS TIEMPOS

¿Puede un pintor emocionar al máximo? Jaime Bestard, gran maestro paraguayo del siglo XX, me estaba trayendo, de la mano de Amalia Ruiz Díaz, autora de esas páginas bajo la genial idea de Fátima Martini de digitalizar una publicación agotada, todos los duendes de mis recuerdos de infancia en ese mismo barrio, en una obra pintada hace más de 110 años. Todo me sonaba a algunas letras de la poetisa del barrio, Diana Gauto Bejarano; el saludo del Dr. Faustino Lamas desde su balcón, la imagen de don Ricciardi, despachando materiales de su vieja baldosería, las arengas de don Antonio Yódice, los recuerdos de Elba Rosa, las travesuras urbanas de los hermanos Bibolini, el negocio de don Ammiri, el Mercury de don Rogelio Gorostiaga, las educadas hermanas Duarte Irazusta, el despacho del Dr. Jiménez y Núñez, la clínica Amambay del Dr. Bellassai, las paellas de los Bosch, el Fiat 131 de la señora Ortega, hasta el diminuto Subaru 600 de los Pessolani, todos, absolutamente todos los recuerdos de los antiguos vecinos de esa calle, desde aquel viejo cuadro, que apunta al cielo en su viaje al sur de Asunción, flanquedo por techumbres y engalanado con mágicos colores.

DESDE BESTARD HASTA DIANITA LA POETISA

La calidad pictórica de uno de los más grandes de nuestros artistas que había viajado a París en 1922 y regresado a su ciudad natal en 1933 y que hasta hoy no ha sido estudiado lo suficiente, para situarle dentro de la modernidad en el arte paraguayo, se había convertido en ese momento en poesía:

“Calle bendita, calle en la que estaba nuestra casa familiar”.

“Calle que me conducía a la iglesia, a reunirme con los niños para corretear y brincar”.

Va diciendo en su poesía la antigua vecina Diana Gauto Bejarano (1935-2017), recordando la misma calle, emociones que hoy me llegan gracias a la tecnología que me conduce al pasado para siempre, en estos recuerdos que miran una zona de Asunción, casi olvidada por el ruido y la especulación inmobiliaria. Me despido recordando a una de las obras más emblemáticas de Jaime Bestard, titulada “El patio de mi madre”, en este caso desde el techo de su madre al patio de la mía.

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