Un equipo de La Nación/Nación Media realizó una expedición junto con el geólogo Alcides Caballero en el cerro San José, ubicado en Ybycuí, departamento de Paraguarí, para efectuar una observación en el terreno y recoger muestras que fueron analizadas posteriormente en laboratorio a fin de arrojar un poco más de luz sobre las versiones que indican que se trata de un volcán extinto.
- Por Paulo César López
- paulo.lopez@nacionmedia.com
- Fotos: Jorge Jara
Ubicado a 8 kilómetros del casco urbano de la ciudad de Ybycuí, en la compañía Boquerón, el cerro San José fue declarado en julio pasado, por Ley 7287/2024, área silvestre protegida bajo dominio público municipal con la categoría de manejo y paisajes protegidos, con una extensión total de 84,3 hectáreas.
Con una altura de 565 metros, es el décimo tercero de mayor elevación del país y era conocido popularmente como Tatu Kua por las cavidades naturales en las rocas que presentan el rasgo de nidos de armadillos, que fueron formadas por la erosión natural a lo largo de millones de años.
Este desgaste geológico aumenta considerablemente la dificultad de escalarlo, pues además de su empinadura y vegetación espinosa, la ladera está conformada por piedras sueltas que se desprenden fácilmente de la superficie, ya sea al pisarlas o sujetarse para tomar impulso durante la subida, no habiendo otro asidero más que las tunas y lianas espinosas.
Pasada la media mañana, llegamos a una vivienda rural donde nuestro guía, el aventurero Cayo Méndez, realizó algunas consultas a una pobladora que nos acompañó durante un breve trecho para mostrarnos la senda más accesible. Luego de caminar casi dos kilómetros a través de un pastizal que nos llegaba hasta las rodillas, arribamos a la base del cerro. Recién entonces quienes nos bautizaríamos aquella jornada dimensionamos plenamente la dura excursión que nos aguardaba.
Entre los sucesivos descansos que nos vimos obligados a tomar durante el accidentado ascenso, Alcides aprovechaba para examinar las rocas, guardar muestras y brindar algunas explicaciones sobre la superficie pedregosa, cuyos constantes desprendimientos son provocados por la erosión que dejan a su paso las escorrentías y el viento.
MACIZOS ROCOSOS
“En el paisaje se nota una gran erosión. Las rocas se desprenden en sus planos de debilidad por erosión, ya sea eólica o pluvial. Las rocas ígneas siempre están disgregadas en bloques porque son mucho más duras que la lava solidificada en la superficie, que en lugar de desprendimiento de macizos rocosos se desintegra por granos o se va haciendo polvo”, refirió.
Tras más de dos horas de lenta ascensión bajo el rugido incesante de motosierras, pudimos al fin llegar a la cima, una pequeña y bien cubierta planicie donde se emplaza un precario santuario de madera en honor a San José. Desde los miradores, la intensa humareda de los incendios forestales se veía más estremecedora aún. Tomamos asiento entre las rocas para finalizar los restos del tereré rupa, descansar un poco y realizar la entrevista.
Luego de recorrer la meseta y recoger más muestras, Caballero explicó que “se observan rocas ígneas intrusivas o plutónicas, que resultan del lento enfriamiento a profundidad de una masa de magma que quedó atrapada en el interior de la corteza terrestre. Este magma no llegó a la superficie, formando un intrusivo plutónico que es caracterizada como monzosienito”.
COMPOSICIÓN
Sobre las propiedades de este tipo de formación rocosa, indicó que son de tipo alcalino, es decir, son altamente reactivas a la temperatura y la presión atmosférica.
“El monzosienito que compone el cerro San José presenta una textura porfirítica (diferencia en el tamaño de las partículas), con grandes cristales de piroxeno y biotita, y en algunas áreas se encuentran enclaves de shonkinitos, que también son rocas de origen magmático, con fenocristales de piroxeno y biotita que sugieren un proceso de intrusión múltiple. La presencia de estas rocas alcalinas es indicativa de un entorno tectónico que favoreció la ascensión de magma desde grandes profundidades, donde las condiciones de presión y temperatura son propicias para la formación de este tipo de roca”, precisó mientras partía una roca y mostraba la alta presencia de partículas brillantes en su interior.
En cuanto a las diferencias entre el magma y la lava, puntualizó que “el magma es una mezcla de silicatos fundidos bajo la superficie terrestre, que al ascender y erupcionar se convierten en lava, perdiendo gases por la disminución de presión. Si el magma se enfría lentamente bajo tierra, forma rocas ígneas intrusivas con cristales grandes (como el granito u otros). En cambio, si la lava se enfría rápidamente en la superficie, genera rocas ígneas extrusivas con cristales pequeños o textura vítrea (como el basalto)”.
DATACIÓN
Respecto a la antigüedad, refirió que el cerro data del Cretácico inferior, hace unos 130 millones de años, y pertenece a la provincia alcalina central, seguido en el tiempo por los cerros Lambaré, Tacumbú y Ñemby (alrededor de 60 millones de años). En este periodo, el planeta presentaba una alta actividad volcánica a raíz del proceso de separación de América del Sur de África y la formación del océano Atlántico.
Caballero siguió describiendo que las rocas levantadas en el sitio son resultado de pulsos magmáticos, pues el magma emergió y se enfrió en el interior de la corteza terrestre, no a temperatura atmosférica. Posteriormente, el cono, que era la estructura externa de donde se enfrió el magma, se erosionó y quedó con la cima con forma achatada.
“Esto es característico de muchos intrusivos en la región, donde el magma se enfría lentamente permitiendo la formación de grandes cristales como, por ejemplo, el magnificente cerro Acahay, que es su vecino. Si se hubiera enfriado en la superficie no se hubieran podido observar los cristales, porque cuando el magma se convierte en lava se enfría a mayor velocidad y los minerales no tienen tiempo de estructurar sus caras. Una vez que el magma sale a temperatura ambiente se convierte en lava porque ya está descomprimido, ya no hay temperatura y presión interior. Este cerro particular con rocas ígneas poco comunes en la geografía próxima es ‘primo’ de los cerros Arrua’i, Soto Rugua, Verde (Sapucai), Obí (al norte de La Colmena), y al norte entre Amambay y Concepción los cerros Chirigüelo, Guasu y Sarambi, entre otros más pequeños”, detalló.
Sobre la acción posterior que sufrió el material magmático solidificado, Caballero apuntó que se podría suponer que centenas de metros de la capa de sedimentos, que en parte están en cerros y lomadas a su alrededor, habrían sido eliminadas por la erosión para así desnudar el paisaje del cerro San José.
“Se trata de un paisaje modelado por la erosión del viento y el agua de las lluvias, pues se notan surcos que tienen una dirección preferencial. Esto también demuestra la continua influencia de los elementos en la configuración del paisaje a lo largo de miles de años”, afirmó.
VULCANISMO
Al ser consultado sobre las versiones que indican que el cerro sería un volcán apagado, Caballero sostuvo que lo más correcto sería afirmar que es producto de un proceso magmático y no se trata precisamente de un volcán inactivo. Esto a raíz de que no es visible ninguna chimenea, cráter o rocas piroclásticas (fragmento sólido de material volcánico expulsado) alrededor, sino que se trata de una formación rocosa que es resultado del ascenso de un magma que no erupcionó hacia la superficie.
“Un volcán es algo que tiene un cráter, existe un cono y una cámara magmática, un lugar donde va a salir el magma, pero este cerro no es así. Estamos en la cima y acá no hay un cráter. Lo que se puede decir a ciencia cierta es que hubo un intenso magmatismo y estas rocas se formaron por solidificación en el interior de la tierra. Por otra parte, la erosión a lo largo de millones de años fue esculpiendo la superficie y en un momento dado desnuda estos magmas que quedaron dormidos en lo profundo”, manifestó.
Ante la falta de una boca en la cumbre que la defina como un volcán, esgrimió que para determinar si hubo en la zona un volcán activo se debería realizar una inspección más a fondo en un área más amplia en búsqueda de rocas volcánicas (extrusivas) y de rocas piroclásticas o de pitones (relictos volcánicos) que evidencien ese carácter.
“Se podría decir que el valle de Acahay y alrededores tuvo sus centros volcánicos muy potentes hace unos 130 millones de años que se concentran más en el valle. Mientras que las rocas subvolcánicas o plutónicas de San José, Acahay, entre otros, están más zonalizadas en las escarpas o zonas elevadas del valle de Acahay, es diferente lo que se ve en Asunción y sus alrededores, con sus centros volcánicos de Lambaré, Ñemby y Tacumbú. En Asunción y alrededores no se conocen rocas como las del imponente cerro San José”, remató en tanto nos disponíamos a iniciar el trayecto cuesta abajo.
No obstante, cuanto más alta es la subida más fuerte es la caída. Las piedras sueltas, las tunas, las trepadoras erizadas como clavos y los pyno guasu nos enfrentaban en un segundo asalto, pero esta vez el combate les sería abrumadoramente favorable.