Un equipo de La Nación/Nación Media realizó una expedición junto con el geólogo Alcides Caballero en el cerro San José, ubicado en Ybycuí, departamento de Paraguarí, para efectuar una observación en el terreno y recoger muestras que fueron analizadas posteriormente en laboratorio a fin de arrojar un poco más de luz sobre las versiones que indican que se trata de un volcán extinto.

Ubicado a 8 kilómetros del casco urbano de la ciudad de Ybycuí, en la compañía Boquerón, el cerro San José fue decla­rado en julio pasado, por Ley 7287/2024, área silvestre pro­tegida bajo dominio público municipal con la categoría de manejo y paisajes protegi­dos, con una extensión total de 84,3 hectáreas.

Con una altura de 565 metros, es el décimo tercero de mayor elevación del país y era cono­cido popularmente como Tatu Kua por las cavidades natura­les en las rocas que presentan el rasgo de nidos de armadi­llos, que fueron formadas por la erosión natural a lo largo de millones de años.

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Este desgaste geológico aumenta considerablemente la dificultad de escalarlo, pues además de su empinadura y vegetación espinosa, la ladera está conformada por piedras sueltas que se desprenden fácilmente de la superficie, ya sea al pisarlas o sujetarse para tomar impulso durante la subida, no habiendo otro asi­dero más que las tunas y lianas espinosas.

El geólogo Alcides Caballero sostiene que el cerro San José es producto del enfriamiento de un magma que no erupcionó hacia la superficie

Pasada la media mañana, lle­gamos a una vivienda rural donde nuestro guía, el aven­turero Cayo Méndez, rea­lizó algunas consultas a una pobladora que nos acompañó durante un breve trecho para mostrarnos la senda más acce­sible. Luego de caminar casi dos kilómetros a través de un pastizal que nos llegaba hasta las rodillas, arribamos a la base del cerro. Recién enton­ces quienes nos bautizaríamos aquella jornada dimensiona­mos plenamente la dura excur­sión que nos aguardaba.

Entre los sucesivos descan­sos que nos vimos obligados a tomar durante el acciden­tado ascenso, Alcides aprove­chaba para examinar las rocas, guardar muestras y brindar algunas explicaciones sobre la superficie pedregosa, cuyos constantes desprendimientos son provocados por la erosión que dejan a su paso las esco­rrentías y el viento.

MACIZOS ROCOSOS

“En el paisaje se nota una gran erosión. Las rocas se despren­den en sus planos de debili­dad por erosión, ya sea eólica o pluvial. Las rocas ígneas siempre están disgregadas en bloques porque son mucho más duras que la lava solidi­ficada en la superficie, que en lugar de desprendimiento de macizos rocosos se desintegra por granos o se va haciendo polvo”, refirió.

Tras más de dos horas de lenta ascensión bajo el rugido ince­sante de motosierras, pudi­mos al fin llegar a la cima, una pequeña y bien cubierta plani­cie donde se emplaza un pre­cario santuario de madera en honor a San José. Desde los miradores, la intensa huma­reda de los incendios fores­tales se veía más estremece­dora aún. Tomamos asiento entre las rocas para finalizar los restos del tereré rupa, des­cansar un poco y realizar la entrevista.

Luego de recorrer la meseta y recoger más muestras, Caba­llero explicó que “se observan rocas ígneas intrusivas o plu­tónicas, que resultan del lento enfriamiento a profundidad de una masa de magma que quedó atrapada en el interior de la corteza terrestre. Este magma no llegó a la superficie, formando un intrusivo plu­tónico que es caracterizada como monzosienito”.

COMPOSICIÓN

Sobre las propiedades de este tipo de formación rocosa, indicó que son de tipo alca­lino, es decir, son altamente reactivas a la temperatura y la presión atmosférica.

“El monzosienito que com­pone el cerro San José pre­senta una textura porfirítica (diferencia en el tamaño de las partículas), con grandes cris­tales de piroxeno y biotita, y en algunas áreas se encuentran enclaves de shonkinitos, que también son rocas de origen magmático, con fenocrista­les de piroxeno y biotita que sugieren un proceso de intru­sión múltiple. La presencia de estas rocas alcalinas es indi­cativa de un entorno tectónico que favoreció la ascensión de magma desde grandes pro­fundidades, donde las con­diciones de presión y tem­peratura son propicias para la formación de este tipo de roca”, precisó mientras par­tía una roca y mostraba la alta presencia de partículas bri­llantes en su interior.

En cuanto a las diferencias entre el magma y la lava, pun­tualizó que “el magma es una mezcla de silicatos fundidos bajo la superficie terrestre, que al ascender y erupcionar se convierten en lava, per­diendo gases por la disminu­ción de presión. Si el magma se enfría lentamente bajo tierra, forma rocas ígneas intrusivas con cristales grandes (como el granito u otros). En cambio, si la lava se enfría rápidamente en la superficie, genera rocas ígneas extrusivas con crista­les pequeños o textura vítrea (como el basalto)”.

DATACIÓN

Respecto a la antigüedad, refi­rió que el cerro data del Cre­tácico inferior, hace unos 130 millones de años, y pertenece a la provincia alcalina central, seguido en el tiempo por los cerros Lambaré, Tacumbú y Ñemby (alrededor de 60 millones de años). En este periodo, el planeta presen­taba una alta actividad vol­cánica a raíz del proceso de separación de América del Sur de África y la formación del océano Atlántico.

Caballero siguió describiendo que las rocas levantadas en el sitio son resultado de pulsos magmáticos, pues el magma emergió y se enfrió en el inte­rior de la corteza terrestre, no a temperatura atmosférica. Posteriormente, el cono, que era la estructura externa de donde se enfrió el magma, se erosionó y quedó con la cima con forma achatada.

“Esto es característico de muchos intrusivos en la región, donde el magma se enfría lentamente permi­tiendo la formación de gran­des cristales como, por ejem­plo, el magnificente cerro Acahay, que es su vecino. Si se hubiera enfriado en la super­ficie no se hubieran podido observar los cristales, porque cuando el magma se convierte en lava se enfría a mayor velo­cidad y los minerales no tie­nen tiempo de estructurar sus caras. Una vez que el magma sale a temperatura ambiente se convierte en lava porque ya está descomprimido, ya no hay temperatura y presión interior. Este cerro particular con rocas ígneas poco comu­nes en la geografía próxima es ‘primo’ de los cerros Arrua’i, Soto Rugua, Verde (Sapucai), Obí (al norte de La Colmena), y al norte entre Amambay y Concepción los cerros Chiri­güelo, Guasu y Sarambi, entre otros más pequeños”, detalló.

Sobre la acción posterior que sufrió el material magmá­tico solidificado, Caballero apuntó que se podría supo­ner que centenas de metros de la capa de sedimentos, que en parte están en cerros y loma­das a su alrededor, habrían sido eliminadas por la erosión para así desnudar el paisaje del cerro San José.

“Se trata de un paisaje mode­lado por la erosión del viento y el agua de las lluvias, pues se notan surcos que tienen una dirección preferencial. Esto también demuestra la con­tinua influencia de los ele­mentos en la configuración del paisaje a lo largo de miles de años”, afirmó.

VULCANISMO

Al ser consultado sobre las versiones que indican que el cerro sería un volcán apa­gado, Caballero sostuvo que lo más correcto sería afirmar que es producto de un pro­ceso magmático y no se trata precisamente de un volcán inactivo. Esto a raíz de que no es visible ninguna chimenea, cráter o rocas piroclásticas (fragmento sólido de mate­rial volcánico expulsado) alrededor, sino que se trata de una formación rocosa que es resultado del ascenso de un magma que no erupcionó hacia la superficie.

“Un volcán es algo que tiene un cráter, existe un cono y una cámara magmática, un lugar donde va a salir el magma, pero este cerro no es así. Estamos en la cima y acá no hay un cráter. Lo que se puede decir a ciencia cierta es que hubo un intenso magmatismo y estas rocas se formaron por solidifica­ción en el interior de la tie­rra. Por otra parte, la erosión a lo largo de millones de años fue esculpiendo la superficie y en un momento dado des­nuda estos magmas que que­daron dormidos en lo pro­fundo”, manifestó.

Ante la falta de una boca en la cumbre que la defina como un volcán, esgrimió que para determinar si hubo en la zona un volcán activo se debería realizar una inspección más a fondo en un área más amplia en búsqueda de rocas volcá­nicas (extrusivas) y de rocas piroclásticas o de pitones (relictos volcánicos) que evi­dencien ese carácter.

“Se podría decir que el valle de Acahay y alrededores tuvo sus centros volcáni­cos muy potentes hace unos 130 millones de años que se concentran más en el valle. Mientras que las rocas sub­volcánicas o plutónicas de San José, Acahay, entre otros, están más zonaliza­das en las escarpas o zonas elevadas del valle de Aca­hay, es diferente lo que se ve en Asunción y sus alrededo­res, con sus centros volcá­nicos de Lambaré, Ñemby y Tacumbú. En Asunción y alrededores no se conocen rocas como las del impo­nente cerro San José”, remató en tanto nos dispo­níamos a iniciar el trayecto cuesta abajo.

No obstante, cuanto más alta es la subida más fuerte es la caída. Las piedras sueltas, las tunas, las trepadoras eri­zadas como clavos y los pyno guasu nos enfrentaban en un segundo asalto, pero esta vez el combate les sería abruma­doramente favorable.

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