Sus murales narrando el intercambio entre los guaraníes y los jesuitas impactaron al papa Francisco. Su obra plástica y educativa puja por comprender el valor del mestizaje como un profundo intercambio de conocimientos y saberes. Entiende que hay una conexión mística entre la religiosidad natural de los guaraníes y la religión católica. Llama a recuperar el espíritu profundo de la identidad paraguaya desde un museo en San Ignacio.

“Tenemos una línea histó­rica, cultural, educativa, religiosa en nues­tro país”, define Manuel Viedma, artista plástico, rec­tor de la Universidad Politéc­nica y Artística del Paraguay (UPAP), al explicar sus moti­vaciones.

Lo hace en el salón de actos de la casa de estudios donde un conjunto de murales enseñan del intercambio entre guaraníes y jesuitas, que para Viedma es un ele­mento fundacional. “Hace 400 o más años atrás llega­ron a Paraquaria, un territo­rio enorme, parte de Brasil, Argentina, Uruguay, Boli­via y Paraguay, los mejores hombres de la Compañía de Jesús”, explica.

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En el que abre el paseo se ve al cacique Arapysandu oyendo la flauta de un sacerdote, en el entorno fabuloso del Bosque Atlántico Interior.

Estos jesuitas eran hombres destacados en la pintura, escultura, arquitectura y música, entre los que des­taca a José Brasanelli, Domé­nico Zipoli y Marcelo Loren­zana. Los religiosos impulsan la fundación de decenas de ciudades y allí aparece San Roque González, que funda Encarnación, Santiago, Santa María de Fe, Santa Rosa, por citar las principales.

IMPACTO FUNDAMENTAL

El impacto de esa presencia es central en el desarrollo de la agricultura, ganadería, navegación y astilleros. En este sentido, apunta Viedma: “Inclusive la astrofísica con el padre Buenaventura Suárez, que era originario, y por su inteligencia superior lo enviaron a Europa y se hizo astrofísico, un científico que durante 12 a 15 años investigó el comportamiento celestial, la Luna, el Sol, las estrellas, la influencia de los astros sobre la agricultura, sobre el bosque, sobre los árboles, dejando una investigación frondosa”.

Recuerda entonces que en San Cosme y Damián perma­nece el reloj de sol que Suárez instaló para sus estudios.

Viedma, de 83 años, nació en Caraguatá, distrito de Car­men del Paraná, el 2 de enero de 1941 y creció en las tierras donde la vida criolla tomó forma. Alimentado por los primeros relatos de su padre excombatiente de la guerra del Chaco, comenzó a inda­gar en las profundidades de la formación de la identidad paraguaya.

Esta tarea, que continúa, le hace sostener que “hay una simbiosis entre la gran obra de los jesuitas –que han evan­gelizado, formado pueblos, ciudades con comunidades que se han destacado en el agro y la ganadería, y que fue­ron autosuficientes en mate­ria de sustento, de educación y en la fe católica– y nuestros originarios guaraníes”.

LA GRAN SABIDURÍA GUARANÍ

“Los guaraníes tenían la sabi­duría de la selva que usaban para su salud corporal, espi­ritual y psicológica. No lo digo yo, lo dice el gran científico Moisés Bertoni, que hay más de 500 plantas medicinales que hasta hoy se utilizan”, recuerda. “En mi tiempo, en la época en que yo era cria­tura, no existían casi médi­cos, ni enfermeros, ni hos­pitales, ni nada. Y hemos logrado atravesar la vida mediante el vigor de la natu­raleza con la alimentación y con los remedios yuyos”.

Viedma apunta que los gua­raníes “leían” la naturaleza, la respetaban y convivían con ella. “La naturaleza era una gran escuela para los nativos y la fauna, flora, los ríos, las aguas, los esteros les ayudaban a construir una identidad individual como originarios, pero también una identidad colectiva de comunidad”.

Para el educador esa inte­gración al terruño es clave en el ejercicio de la defensa y es una característica que se repetirá en el ciclo histórico de guerras en el territorio, lo que para él comienza con las guerras guaraníticas, con epicentro en la batalla de Mbororé, en 1641, en la que los guaraníes vencen a los bandeirantes, sigue con la Triple Alianza y se confirma en la guerra del Chaco.

CULTURA RELIGIOSA

En otro tramo de su diá­logo con La Nación/Nación Media, Viedma exhibe una escultura de su producción que reproduce la imagen de una madre alimentando a un bebé. “La mirada de la madre es esencial, es el primer registro entre los guaraníes”.

Refiere entonces: “San Roque González de Santa Cruz tiene en su pecho la imagen de la Virgen Con­quistadora, una imagen bizantina que trajeron los navegantes de Toledo, España, para protegerse contra las tormentas. ¡Tres meses duraba la navegación! Entonces esa virgen tenía los ojos enormes y les sorpren­día a los originarios porque les hacía recordar la mirada materna”.

CAUSAS Y AZARES

Sobre cómo se inició en el camino de la pintura, para lo cual abandonó su carrera en la Marina, señaló que “hubo una serie de eventos misteriosos que me motiva­ron para estudiar pintura y escultura. Soy egresado de Bellas Artes, me formé con Roberto Holden Jara, que fue combatiente en la gue­rra del Chaco y después se quedó a vivir con los maká y los toba qom desarrollando una capacidad para estu­diar la fisonomía, el carác­ter, los movimientos mus­culares de las facciones de los indígenas. Él los traía de modelos y los teníamos en frente por horas… Por eso puedo hacer lo que hago ahora”.

Viedma recuerda que recién casado con su señora y, ante la insistencia de ella, se vio obligado a comprar una casa. Lo curioso del caso es que fue una casa rodante, en la que reco­rrieron los paisajes y las comunidades, con las que fue aprendiendo del saber criollo e indígena.

“Hay una vitalidad en nues­tra identidad de paraguayo. Nosotros tenemos que estar felices de hablar el idioma guaraní, que es una joya, un tesoro en el alma del pue­blo”, concluyó.

UN MUSEO ESPECIAL

El Museo Manuel Viedma, en San Ignacio, Misiones, próximo a inaugurarse, ofrecerá una muestra permanente de pinturas al óleo sobre la vida en las reducciones jesuíticas.

Se trata de un complejo arquitectónico de 5.300 m², en el que “se conjugarán modernidad, atemporalidad y respeto por el paisaje natural, así como materiales asociados a la dinámica sociocultural de la relación histórica entre los jesuitas y los aborígenes”, se explicó.

El museo tendrá dos niveles en los que se distribuirán la biblioteca, la muestra perma­nente que tiene más de 80 murales, cafetería, mirador, salón auditorio y espacios para muestras temporales. Asimismo, el exterior contará con un lago artificial con amplias zonas verdes, destinadas a resaltar y preservar la fauna y flora autóctonas del sitio.

UN PAPA CONMOVIDO

“El monseñor de Caacupé, cuando el papa iba a visitar la basílica, me pidió llevar los murales a la sacristía y me contaron que se quedó casi más de media hora contemplán­dolos”, cuenta Manuel Viedma con emoción. Fue durante la visita de Francisco al país en julio de 2015.

La imagen “tiene mucha importancia por­que fue el momento en que el padre Loren­zana se encuentra con Arapysandu, que está en la actitud de escuchar. Su nombre signi­fica ‘el que escucha la voz del cielo’ y era un cacique sabio”, relata el plástico.

“Los grandes árboles del bosque superaban los 50 a 60 metros de altura y en los venta­rrones de las tormentas, las ramas se frota­ban una con otra y emitían sonidos distin­tos. Y por eso le llamó la atención el sonido de la flauta, que era muy parecida a la entonación de los árboles, de las ramas del árbol”, relata.

Esa capacidad para aprehender los sonidos de la naturaleza dotó a los guaraníes de gran musicalidad, sostiene Viedma. “Los jóvenes estaban educados en la capacidad de escu­char y de emitir sonidos y los cantos propios de ellos eran con el takuapu, la tacuara cor­tada que hacía sonidos que se combinaban con un ritmo que hoy constituyen la matriz de la polca, la guarania y el chamamé”.

Esa serie de murales que presenció el papa Francisco hoy pueden visitarse en el Salón Auditorio de la Universidad Politécnica y Artística del Paraguay (UPAP). El segundo de ellos homenajea la habilidad textil de los guaraníes y el perfeccionamiento del telar que llegó con los jesuitas.

“En ese tiempo desarrollaron la capacidad del tejido como para cubrirse con una espe­cie de camisones, mujeres y varones y tam­bién confeccionaban la vestimenta de los sacerdotes”, describe.

Un tercero hace lo propio con la imprenta del padre Antonio de Núñez y finalmente corona el paseo visual una recreación de la procesión de Corpus Christi, todos de gran factura.

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