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El reconocido economista y analista político Pablo Herken, quien falleció el pasado 1 de setiembre a la edad de 70 años, fue una de las tantas víctimas de la nefasta dictadura impuesta por Alfredo Stroessner. En su juventud fue torturado, pero nunca demostró un atisbo de derrota ante quienes lo sometieron a los más bárbaros métodos de castigo.
La muerte de Pablo Alfredo Herken Krauer, por complicaciones de una patología intestinal, tomó de sorpresa a toda la sociedad paraguaya. Fue uno de los profesionales más respetados en el ámbito económico, reconocido por la sociedad por su célebre frase “duele decirlo, pero hay que decirlo”. Además, fue periodista, comunicador social, consultor, docente y analista político.
El país estuvo bajo la dictadura del general Alfredo Stroessner por casi 35 años y en ese periodo Pablo sufrió en carne propia las medidas represivas del régimen autoritario.
Detenido por la dictadura por expresar sus ideas pintando murallas, fue torturado, pero nunca gritó. Así lo recordó en el documental “Los 35 años del stronismo”, emitido el 13 de diciembre de 2011 en la TV Pública Paraguay.
En julio de 1972, cuando aún era menor de edad y estudiante, fue detenido por la Policía porque su hermano había sido fichado anteriormente. “Buscaban a mi hermano, pero no lo encontraban. En mi ficha figuraba que yo había estado en Cuba, Argentina, Uruguay y Chile, y que era un líder de extrema izquierda sumamente peligroso, pero nunca había ido a Cuba y con mis padres había ido de vacaciones a Argentina”, recordó.
Estando en el calabozo incluso se despidió de sus padres, creyendo que nunca más los iba a ver de vuelta. Allí estuvo dos semanas y luego fue soltado.
NUEVA DETENCIÓN
El 31 de enero de 1974, siendo cabo de infantería, fue nuevamente detenido en su vivienda. A bordo de la Caperucita, aquel temido vehículo de color rojo utilizado durante la dictadura estronista para detener y secuestrar personas, Pablo fue llevado a la Comisaría 3.ª Metropolitana. En esa misma sede policial desaparecieron varias personas y otras estuvieron privadas de libertad injustamente durante años sufriendo los peores vejámenes.
Allí estaba junto con otros “enemigos del régimen”, muchos de ellos jóvenes, sus amigos y conocidos. “Al primero que llaman es a mí. Me dicen ‘desvístase’ y quedo en calzoncillos. Al entrar a una habitación me agarra un tremendo pánico porque veo una pileta y cables eléctricos, además de un palo especial para pegar”, rememoró.
Lo peor estaba por llegar. Sus captores lo ataron de pies y manos para manejarlo a su antojo. Le pegaron en la planta de los pies hasta el punto de infligirle un dolor terrible que luego le impidió caminar pisando con toda la planta del pie. “Como no gritaba, me pegaban muchísimo más. Eso me di cuenta luego cuando les tocó a mis compañeros (la sesión de tortura). Teníamos toda deformada la planta del pie”, comentó.
Como si esto no fuera poco, luego le metieron a la tina con agua sucia y excremento. Así lo tuvieron por mucho tiempo. Su pecado: haber pintado murallas.
ANHELOS DE LIBERTAD
“Lo que tiene el terror y la tortura es que una vez que te tocó, ese toque te queda toda la vida.
Todo por pintar paredes, que es lo que hoy se hace hasta por divertirse. Queríamos ser libres, expresar nuestras ideas, queríamos conquistar el mundo y conseguir la paz, que hoy son los ideales. Nosotros nos expresamos y fuimos castigados”, contó durante esa entrevista.
Su familia intentó verlo durante su detención en esa sede policial, pero el régimen nunca lo permitió.
Tras esas sesiones de tortura, vino la orden de que él, junto con otro cabo y un sargento que también estaban en carácter de detenidos en la comisaría, sean entregados a la Policía Militar. Así, los tres fueron enviados al Chaco, donde estuvieron durante dos años como castigo.
Según mencionó Herken, durante aproximadamente siete años no pudo dormir sin tener pesadillas sobre su lugar de tortura. En este mal sueño le venía a la mente una imagen reiterativa: siendo llevado nuevamente por la Policía a la Comisaría 3.ª Metropolitana y él rogando que no lo hagan porque ya había estado allí antes.
ORGULLO
Durante la entrevista expresó que tenía muchas ganas de llorar al rememorar su paso por esa dependencia policial, pero a la vez le reconfortaba poder decir “yo vencí al estronismo, nunca grité y me siento orgulloso de nunca haber gritado”.
Así también, en otra entrevista con “Expresso”, del canal GEN, detalló que su detención del 74 fue por una protesta (casi infantil) que se hizo contra la suba de los precios de los combustibles y alimentos. Como era cabo de infantería, según comentó, fue considerado por el régimen como un peligro al tener, supuestamente, cierta influencia sobre los demás uniformados.
“Me llevaron a la comisaría, pensé que iba a ser una cosa fácil de pasar, pero allí experimenté mi primer y último caso de tortura violenta, desagradable, dolorosa, humillante, que te encierren y te jueguen como si fueras una porquería, era humillante. Para ellos tu vida no valía nada. Cuando me metieron a la habitación lo primero que pensé fue ‘no les voy a dar el gusto de llorar, gritar o decir basta’. Ese fue mi grave error: me hicieron de todo, pero no lloré y eso les puso más fieras. Al final yo me iba, sentí como que a ellos se les iba la mano y me desvanecía. Me despertaba al día siguiente y decía ‘no morí’”, relató sobre ese episodio.
Como cierre de la nota, Herken instó entonces a la ciudadanía a pelear y defender la libertad a muerte, porque sin ella una persona no es humana ni digna.