Regentea un food truck en Hovart, Australia, que es celebrado por los lugareños, que de su mano accedieron a saborear empanadas, milanesas, chipas, vorivori, entre otras comidas paraguayas y latinoamericanas. La compatriota va ofreciendo sus manjares en recorrida por la isla ubicada al sur de aquel distante país. Volvió a su tierra después de 10 años y aquí nos cuenta su experiencia y pareceres.

Una década atrás, Patricia Avilés Ramírez trabajaba en una empresa internacio­nal de fletes y transcurría sus días en la vorágine de una ofi­cina de teléfonos y pantallas trabajando a full. Por eso se alegró cuando una amiga ale­mana la invitó al concierto de Lollapalooza, en Santiago de Chile, una oportunidad de relajarse y conocer.

“Me fui llegando al festival con mi tereré y mi amiga me mira y casi le da un ataque cardíaco. ‘Pero cómo se te ocurre llegar con eso, no te van a dejar entrar, estás loca’. Y yo le dije ‘cómo no me van a dejar entrar con algo que es cultural’. La alemana estaba acompañada por Tim Ault, un amigo australiano que se divertía mientras Patricia le explicaba al guardia: ‘Si que­rés, probá y revisá…hay hielo y agua nomás’”, le aseguraba ella al desconfiado custodio ante la risa contenida de sus acompañantes.

“Conocí a este australiano que trabajaba en Chile y nos hicimos muy amigos. Estu­vimos así por mucho tiempo y después empezamos a salir por aproximadamente un año y entonces me dice que se tiene que volver a Australia. Me pregunta ‘¿te quieres ir?’. Y yo, sinceramente, no que­ría porque estaba en el peak (cima) de mi carrera, estaba disfrutando mi vida, viviendo sola, trabajando… hasta que finalmente dije ‘bueno, ¿y por qué no?’”, cuenta.

“Dejé todas mis cosas en una bodega y me fui a vivir a Can­berra, Australia”, dice expli­cando que comenzó a estu­diar inglés y a adentrarse en la cultura, a la vez que con­siguió trabajo cortando ver­duras y limpiando mesas en una cafetería. “Obviamente para mí, como mujer profe­sional, era difícil ese cambio, pero como buena paraguaya me adapté”.

LEGADO FAMILIAR

Cocinera siempre, Patricia lleva consigo el tembi’u Para­guay como un legado de familia cuyas recetas preparó en cada lugar que fue visitando: “Estuve en Chile, estuve en Alemania, me fui a México porque me gustaba viajar y en todas par­tes hice las comidas paragua­yas”, cuenta esta emprende­dora que hoy vende cientos de empanadas por fin de semana en la lejana Tasmania.

–¿Cómo fue para que lle­garas hasta Hobart, la isla más austral?

–Después de un año de estar en Canberra me dice: “Vamos a verle a mi fami­lia que está allá en Tasma­nia, en Hobart”. Yo no tenía idea de dónde quedaba, pero cuando vas arribando a la isla en el avión se ve todo verde con un mar de aguas cristalinas, un lugar lleno de naturaleza. Al rato ya le dije a Tim: “¿Por qué esta­mos viviendo en Canberra?”. ¡Mirá esta preciosura! Y él me contesta que no tenía trabajo en Hobart, así que le dije que tenía que conse­guirse uno. Y así fue que lo hizo y comenzó mi aventura de vivir en esta hermosa isla.

MAGIA EN LAS MANOS

–¿Cómo llegaste a Salsa Sol, tu exitoso food truck?

–Después de un año y medio me replanteé por qué traba­jar en oficina de nuevo, por qué cuando tenía las magias en mis manos, el conoci­miento de lo que mi madre me enseñó, que era la gastro­nomía, que me encantaba. Aparte, ya había viajado a muchos países y mi nivel estaba aumentando cada vez más porque cada cultura te enseña. Entonces me dediqué muy fuertemente a planificar todas mis cosas, todo mi pro­yecto y con todas las herra­mientas del internet empecé mi plan de negocios. Y nació Salsa Sol, Latin Street Food (comida latinoamericana al paso), que es un food truck.

–¿Qué les gusta más del menú de comidas latinoa­mericanas que preparás?

–Desde el primer día son las empanadas. Ese día hice 500 empanadas, 250 para un día y 250 para el día siguiente de cuatro sabores nomás por­que era para viernes y sábado. Hice milanesas, hice chipa… y llegó el día viernes y ese lugar estaba con una fila de gente que vendí toda mi empanada en tres horas. Les encanta la chipa guasu, la empanada de carne, la milanesa, el arroz quesu, les gusta todas esas cosas clásicas, poroto con huesos, toda nuestra gastro­nomía cocino.

–¿Cómo es la gente?, ¿qué te gusta de vivir allí?

–Los australianos son gente muy amable, muy tranquila, muy honesta. Se rigen mucho por las reglas, por el respeto hacia los demás. Es una cul­tura muy rica en esa calidad de personas. El australiano si te hace un favor no quiere que le regales algo de vuelta o que les des algo de vuelta, más bien se sienten cómodos con solamente ayudarte y no reci­bir nada. El australiano tra­baja mucho, se levanta tem­prano, pero también tiene una muy buena calidad de vida, donde se prioriza la familia para que todos ten­gan una buena salud mental.

–¿Ves otros latinoamerica­nos por allí? ¿Tenés ami­gos paraguayos?

–Y entre nosotros los latinos nos mezclamos con los aus­tralianos, compartimos. En la isla de Tasmania no hay paraguayos, pero conocí a una chica paraguaya que se sentía tan feliz de tener esos productos y también a un chico que llegó hace como un año a la isla y que vino de intercambio estudian­til de Ciudad del Este a Tas­mania. Son las dos perso­nas que conozco y la verdad es que cada vez que conozco un paraguayo enseguida nos hacemos como hermanos de camino, nos tratamos bien, nos reímos, es hermosa la relación que se tiene cuando se está fuera.

AÑORANZA

–¿Qué cosas extrañás del Paraguay y qué cosas no?

–La añoranza que tengo son los recuerdos de mi infan­cia, la casa de mi abuela y sus hierbas para el mate, que me enseñaba mucho a plantar mis plantitas, por­que antiguamente vivía­mos más orgánicamente. Lo que extraño de Paraguay es la gente, es la forma, la vida loca que se vive acá. Digamos que la perfección tampoco es tan entretenida. Me gustan mucho los desafíos, me gusta ver cómo mi hermana, mi familia salen adelante pese a las dificultades. Somos una familia de muchas muje­res y gracias a Dios y pese a todas las dificultades que tuvimos cuando niñas, que nos faltaba mucho. Somos una familia muy humilde. Hoy mi hermana, mis tías, mis primas son gente que ha avanzado en un camino y todos tienen sus empren­dimientos o trabajan bien.

–¿Cómo viste al país en este regreso?

–Y volviendo después de 10 años veo al país en este regreso en un crecimiento imparable, donde mucha gente realmente se está sacri­ficando mucho, pero también es una gran oportunidad para apoyar a la gente que no tuvo acceso a la educación porque si todos nos educamos vamos a tener mejoras en todos los aspectos. Si fuéramos más justos con los ingresos, la gente podría disfrutar más y no siempre estar viviendo con lo justo.

–¿Pensás volver o te aque­renciaste allá?

–A Paraguay volvería mil veces. No pude volver antes porque entre familia en Chile y vivir en Australia desarro­llando mi negocio y el covid me agarró la rueda y no pude volver, pero antes venía más. Ahora con más ganas voy a vol­ver para enseñarles muchas cosas a mis sobrinos que son la próxima generación. Cómo germinar una semilla, cómo hacer tu propio huerto y tam­bién inglés. Quiero que los jóvenes sepan que tenemos al mundo en nuestras manos, falta ahorrar y si quieren emi­grar hay oportunidades. Para­guay está creciendo mucho y se están haciendo convenios para que la gente se pueda ir a Australia.

–¿Qué mensaje dejarías a la gente?

–Que no se nos olvide la soli­daridad, porque gracias a ella tuve ángeles en mi camino. Mis padrinos, mis madri­nas, que me dieron muchos buenos valores que hoy me hacen una mujer muy empá­tica y comprensiva con los demás, y respetando siempre la humildad y lo que es cada ser humano, sin importar de dónde venga. Espero que la gente que me conoce, que me recuerda, me escriba. Tengo mi Instagram privado, pero si hay amigos de la escuela que se acuerdan de mí, de mi madre Hilda, que me escriba, que me encantaría conectar con ellos porque en muchas partes dejé amigos.

UN HOMENAJE A MAMÁ HILDA

Revisar el food truck, conectarlo a la camioneta y bus­car el nuevo destino. Es parte del trabajo de Patricia Avilés Ramírez, compatriota que entiende que este tra­bajo que desarrolla en Australia tiene mucho de home­naje. “Este negocio nace desde el corazón profundo de las enseñanzas de mi madre Hilda Ramírez en la cocina ahí en Campo Grande”, refiere.

Cuenta que su mamá, cocinera de oficio, la llevaba con ella a su trabajo y fue así como desde muy niña apren­dió a “hacer masas, hacer ñoquis, todo eso quedó gra­bado en mi mente y en mis manos”.

Los primeros pasos del carrito de Salsa Soul son más que inspiradores: “Inicié en una esquina, fui a pregun­tarle a mi vecino de la esquina que tenía una estación de servicios si podía estacionarme en su esquina por­que no conocía a nadie y quería cocinar para mi vecin­dario”.

Entonces Patricia decidió llevarle empanadas para que probara: “Me dijo ‘¿qué es esto?. ¡Está delicioso, nunca probé algo parecido! Dale, cuando quieras estacioná tu food truck’. Pasaron dos meses después de esa aproba­ción y me mandó un mensaje: ‘Vas a venir o no a vender tu empanada’. ¡Yo no creía!”.

El alma de la cocinera estaba a punto de salir: “Estaba como con una adrenalina de lanzarme algo que tantos años soñé y que en el fondo era el sueño de mi madre. Ella siempre quiso tener su copetín y no le alcanzó la vida. Entonces, me prometí que iba a hacerlo yo. Me puse a amasar a mano porque allá no venden masa de empanadas”, cuenta.

Su esposo Tim miraba incrédulo y le preguntaba “¿y por qué cocinas tanto? ¿Por qué haces tanta empanada? ¿Y si no lo vendes?”. “Y le miro y le digo ‘¿sabes qué? Yo acá en mi estómago siento que con esto me va a ir increíble. Así que mejor ¡sentate acá y ponete a hacer empanadas!’” (risas).

Avilés Ramírez recuerda: “La paraguaya es muy intui­tiva, sentimos todo lo que nos va a pasar, ya sea para bien o para mal. Esto es algo mágico que tenemos las mujeres y yo lo sentía”, cuenta del momento en que el sueño tomaba forma.

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