Alberto Bertolini proviene de una familia con honda tradición circense. De padres artistas, aprendió el arte de entretener al público a la par que daba sus primeros pasos. Al manejo del equilibrio en pie le siguieron los malabares y otras destrezas para lograr el asombro de los espectadores. Así descubrió la vocación de hacer reír, lo que con cierta paradoja supone bastante seriedad.

En este diálogo con La Nación/Nación Media, Bertolini nos cuenta sobre sus orígenes en este oficio y las proyeccio­nes en un rubro que sufrió muchas transformaciones por la irrupción de la tecno­logía. “Me gusta ver sonreír a los niños”, nos cuenta el Payaso Naricita, quien ase­gura que se puede vivir del arte, lo cual requiere de la innovación constante para adaptarse a los nuevos tiem­pos.

Bertolini nació en Concep­ción, pero actualmente vive en J. Augusto Saldívar. Ade­más del trabajo de payaso, se dedica a la venta de comidas rápidas en una casa rodante que en su época de artista de circo hacía las veces de vivienda.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

–¿Cuáles son los requisitos que debe reunir un payaso?

–El trabajo requiere de mucha psicología. En el público uno se encuentra con niños de todas las edades. Ellos siempre dicen la verdad, si les gustó o no la rutina. Se precisa de concentración, de mucha verba, de explicación. Al llegar al evento, estudio a los presentes para incluir en mi presentación lo que resulte del agrado de todos.

–Por lo general se asocia la figura de un payaso con ale­gría, con color, con fiesta y diversión. ¿Cómo maneja un payaso los sentimien­tos contrarios?

–Muchas veces escondemos nuestras tristezas para poder alegrar a los demás. Nuestro trabajo requiere tiempo lejos de nuestras familias.

DESAFÍO

–¿Cómo se esconden los sentimientos de pesar en este oficio?

–La tristeza es más fuerte que la alegría si pensamos más en eso que en lo otro. El desafío es que la alegría supere a la tristeza. Uno debe intentar alejar de su mente eso que le acerca a esa emoción nega­tiva. Intentar anularlo para poder disimularlo. Por eso digo siempre que no todos pueden ser payasos, somos los encargados de irradiar la alegría.

–En este largo recorrido de varias generaciones traba­jando con la risa y la ale­gría, ¿qué tanto cambió el público infantil?

–En ese sentido hay que decir que se está perdiendo un poco la figura del payaso o la cos­tumbre de ir al circo en las vacaciones y encontrarse con un personaje que no es del momento. Las generaciones nuevas están a un click de acá a otro mundo y todo en cues­tión de segundos. Hay nuevas tendencias de diversión como el animé, los influencers, las canciones y hay un lenguaje muy distinto a los tiempos de antes. Las nuevas generacio­nes se están olvidando de a poco del payaso.

–¿Sentís preocupación sobre el futuro de los paya­sos?

–Recuerdo una vez en un evento un niño me recibió como a su mayor ídolo en el día de su cumpleaños. Desde que llegué no me soltaba. Incluso ya después del show él no se apartaba de mí, no quería que abandone la casa, él estaba feliz, me abrazaba y recordar eso me emociona mucho. Los niños son muy felices con pequeñas cosi­tas. Es muy simple alegrar el corazón de un niño y yo veo que hoy hay mucha gente a la que eso no le preocupa, no se esmera por crear espacios de diversión para ellos. Para los adultos hay muchos espectá­culos todo el tiempo, todas las semanas. La tendencia es que el payaso va quedando en los recuerdos.

–¿Qué hace un payaso con un niño al que le dio por llo­rar y no por reír?

–Muchas veces pasa eso también. Sucede que hay niños que le tienen miedo al payaso. Uno tiene que inten­tar ganarse la confianza del niño, hay que prepararle al público. A veces se trata de ganar una batalla, intento llegar temprano y mostrar­les a ellos cuando me pre­paro para el show para que lo vean como algo más natu­ral. Mi recomendación es, tanto para los profesionales como a los padres, que no intenten forzar a los niños, que no entren a la pista si no quieren. Muchas veces se comete el error de imponer­les o de ordenarles que se acerquen a jugar. Uno debe ganarse la tranquilidad del niño, ya que no todos se adaptan de primera al payaso.

ALTERNATIVAS

–Muchos de tus compañe­ros seguramente se dedi­can también a otras cosas a la par de hacer animacio­nes infantiles.

–Sí. Algunos son vendedo­res, ofrecen desde chipas hasta medias. Algunos se suben al colectivo a cantar o a hacer lo que saben hacer, a buscar la forma de llevar el pan a sus casas. No todas las veces hay trabajo y por eso justamente buscan alter­nativas. Esa es la razón por la que muchos aman lo que hacen y tratan de cumplir siempre presentándose a hora a sus eventos, luciendo sus trajes limpios para hacer lo que les gusta y adoptaron como un estilo de vida, hacer reír a los niños.

–En el contexto de la pande­mia la situación habrá sido más complicada.

–Fue muy difícil. Allí nos dimos cuenta de la necesidad de tener una institución donde podamos saber cuán­tos somos, cuántos estaban necesitando ayuda, para con­seguir un poco de dinero. Muchos vendieron todos sus equipos de trabajo.

–¿Cuándo uno toma la decisión de dejar de ser un payaso?

–Cuando se cansa supongo, como los jugadores de fútbol, cuando ya no tienen fuerzas para seguir entrenando. El payaso de corazón difícil­mente lo deje. No pasa por la remuneración económica. La actividad te lleva fácilmente tres o cuatro horas, desde ponerse el traje, ir al evento, escuchar el bullicio de los niños, dejarlos que merien­den antes de dar el show, qui­tarse todo el maquillaje. Es muy relativo el retirarse. Qui­zás el día que ya no me queden fuerzas piense en eso, pero lo veo muy lejano. Yo amo mi trabajo y siempre estoy intentando de innovar y de renovarme completamente en todo.

–Vos heredaste el arte de tus padres. ¿En tu familia continúa esta tradición?

–Por suerte continúa. Tengo un hijo de 24 años que tam­bién está en el rubro. Él hace espectáculos sobre zancos y números de equilibrio, hace de payasito. Creo que con él continuará la tradición por un buen tiempo. Siempre digo que mientras exista un niño, existirá la magia y el circo no morirá.

UNA GRAN FAMILIA

Los “narices rojas” conforman una gran fami­lia, ya que son concientes de que para resistir y subsistir deben permanecer unidos. Por ello, en setiembre de 2019 conformaron la Asociación de Payasos y Afines Sonriendo en Paraguay (APASEP), mediante la cual realizan capacitacio­nes, reconocimientos, ayudan a los agremiados que estén pasando por momentos difíciles. El sueño de la organización es crear una escuela de formación en el país en las disciplinas de circo, danza y teatro para poder enseñar el ofi­cio a las nuevas generaciones.

Alberto Bertolini es uno de los socios funda­dores de este gremio. Él nos cuenta que desde APASEP les gustaría formar un plantel per­manente y recorrer instituciones educativas durante todo el año a nivel país, ya que conside­ran que esto podría ser un medio de subsisten­cia para los miembros de la asociación. “Con esto aseguraríamos trabajo para todo el año, con una gira haciendo lo que nos gusta”, señaló.

“En la comisión directiva somos cinco los prin­cipales, 10 colaboradores, presidente, secreta­rio, vocales y tesoreros, que es lo que nos pide el estatuto. Hacemos actividades para recau­dar fondos porque queremos ser muy grandes. Nunca antes existió una institución que nos represente”, relata Bertolini.

En los registros de APASEP figuran 50 miem­bros activos, pero están seguros de que a nivel país son muchísimos más. Por ello, estar repre­sentados en un gremio es una garantía para salvaguardar sus derechos laborales. También cuentan en sus filas con profesionales que rea­lizan las capacitaciones, talleres y actividades afines.

La gran casa de los artistas invita a los trabaja­dores de esta rama del entretenimiento a unirse como socios. Para ello pueden contactarse al (0991) 711-606 o al correo asociaciondepaya­sospy@gmail.com.

Déjanos tus comentarios en Voiz