Alberto Bertolini proviene de una familia con honda tradición circense. De padres artistas, aprendió el arte de entretener al público a la par que daba sus primeros pasos. Al manejo del equilibrio en pie le siguieron los malabares y otras destrezas para lograr el asombro de los espectadores. Así descubrió la vocación de hacer reír, lo que con cierta paradoja supone bastante seriedad.
- Por Fabiola González
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- Fotos: Gentileza
En este diálogo con La Nación/Nación Media, Bertolini nos cuenta sobre sus orígenes en este oficio y las proyecciones en un rubro que sufrió muchas transformaciones por la irrupción de la tecnología. “Me gusta ver sonreír a los niños”, nos cuenta el Payaso Naricita, quien asegura que se puede vivir del arte, lo cual requiere de la innovación constante para adaptarse a los nuevos tiempos.
Bertolini nació en Concepción, pero actualmente vive en J. Augusto Saldívar. Además del trabajo de payaso, se dedica a la venta de comidas rápidas en una casa rodante que en su época de artista de circo hacía las veces de vivienda.
–¿Cuáles son los requisitos que debe reunir un payaso?
–El trabajo requiere de mucha psicología. En el público uno se encuentra con niños de todas las edades. Ellos siempre dicen la verdad, si les gustó o no la rutina. Se precisa de concentración, de mucha verba, de explicación. Al llegar al evento, estudio a los presentes para incluir en mi presentación lo que resulte del agrado de todos.
–Por lo general se asocia la figura de un payaso con alegría, con color, con fiesta y diversión. ¿Cómo maneja un payaso los sentimientos contrarios?
–Muchas veces escondemos nuestras tristezas para poder alegrar a los demás. Nuestro trabajo requiere tiempo lejos de nuestras familias.
DESAFÍO
–¿Cómo se esconden los sentimientos de pesar en este oficio?
–La tristeza es más fuerte que la alegría si pensamos más en eso que en lo otro. El desafío es que la alegría supere a la tristeza. Uno debe intentar alejar de su mente eso que le acerca a esa emoción negativa. Intentar anularlo para poder disimularlo. Por eso digo siempre que no todos pueden ser payasos, somos los encargados de irradiar la alegría.
–En este largo recorrido de varias generaciones trabajando con la risa y la alegría, ¿qué tanto cambió el público infantil?
–En ese sentido hay que decir que se está perdiendo un poco la figura del payaso o la costumbre de ir al circo en las vacaciones y encontrarse con un personaje que no es del momento. Las generaciones nuevas están a un click de acá a otro mundo y todo en cuestión de segundos. Hay nuevas tendencias de diversión como el animé, los influencers, las canciones y hay un lenguaje muy distinto a los tiempos de antes. Las nuevas generaciones se están olvidando de a poco del payaso.
–¿Sentís preocupación sobre el futuro de los payasos?
–Recuerdo una vez en un evento un niño me recibió como a su mayor ídolo en el día de su cumpleaños. Desde que llegué no me soltaba. Incluso ya después del show él no se apartaba de mí, no quería que abandone la casa, él estaba feliz, me abrazaba y recordar eso me emociona mucho. Los niños son muy felices con pequeñas cositas. Es muy simple alegrar el corazón de un niño y yo veo que hoy hay mucha gente a la que eso no le preocupa, no se esmera por crear espacios de diversión para ellos. Para los adultos hay muchos espectáculos todo el tiempo, todas las semanas. La tendencia es que el payaso va quedando en los recuerdos.
–¿Qué hace un payaso con un niño al que le dio por llorar y no por reír?
–Muchas veces pasa eso también. Sucede que hay niños que le tienen miedo al payaso. Uno tiene que intentar ganarse la confianza del niño, hay que prepararle al público. A veces se trata de ganar una batalla, intento llegar temprano y mostrarles a ellos cuando me preparo para el show para que lo vean como algo más natural. Mi recomendación es, tanto para los profesionales como a los padres, que no intenten forzar a los niños, que no entren a la pista si no quieren. Muchas veces se comete el error de imponerles o de ordenarles que se acerquen a jugar. Uno debe ganarse la tranquilidad del niño, ya que no todos se adaptan de primera al payaso.
ALTERNATIVAS
–Muchos de tus compañeros seguramente se dedican también a otras cosas a la par de hacer animaciones infantiles.
–Sí. Algunos son vendedores, ofrecen desde chipas hasta medias. Algunos se suben al colectivo a cantar o a hacer lo que saben hacer, a buscar la forma de llevar el pan a sus casas. No todas las veces hay trabajo y por eso justamente buscan alternativas. Esa es la razón por la que muchos aman lo que hacen y tratan de cumplir siempre presentándose a hora a sus eventos, luciendo sus trajes limpios para hacer lo que les gusta y adoptaron como un estilo de vida, hacer reír a los niños.
–En el contexto de la pandemia la situación habrá sido más complicada.
–Fue muy difícil. Allí nos dimos cuenta de la necesidad de tener una institución donde podamos saber cuántos somos, cuántos estaban necesitando ayuda, para conseguir un poco de dinero. Muchos vendieron todos sus equipos de trabajo.
–¿Cuándo uno toma la decisión de dejar de ser un payaso?
–Cuando se cansa supongo, como los jugadores de fútbol, cuando ya no tienen fuerzas para seguir entrenando. El payaso de corazón difícilmente lo deje. No pasa por la remuneración económica. La actividad te lleva fácilmente tres o cuatro horas, desde ponerse el traje, ir al evento, escuchar el bullicio de los niños, dejarlos que merienden antes de dar el show, quitarse todo el maquillaje. Es muy relativo el retirarse. Quizás el día que ya no me queden fuerzas piense en eso, pero lo veo muy lejano. Yo amo mi trabajo y siempre estoy intentando de innovar y de renovarme completamente en todo.
–Vos heredaste el arte de tus padres. ¿En tu familia continúa esta tradición?
–Por suerte continúa. Tengo un hijo de 24 años que también está en el rubro. Él hace espectáculos sobre zancos y números de equilibrio, hace de payasito. Creo que con él continuará la tradición por un buen tiempo. Siempre digo que mientras exista un niño, existirá la magia y el circo no morirá.
UNA GRAN FAMILIA
Los “narices rojas” conforman una gran familia, ya que son concientes de que para resistir y subsistir deben permanecer unidos. Por ello, en setiembre de 2019 conformaron la Asociación de Payasos y Afines Sonriendo en Paraguay (APASEP), mediante la cual realizan capacitaciones, reconocimientos, ayudan a los agremiados que estén pasando por momentos difíciles. El sueño de la organización es crear una escuela de formación en el país en las disciplinas de circo, danza y teatro para poder enseñar el oficio a las nuevas generaciones.
Alberto Bertolini es uno de los socios fundadores de este gremio. Él nos cuenta que desde APASEP les gustaría formar un plantel permanente y recorrer instituciones educativas durante todo el año a nivel país, ya que consideran que esto podría ser un medio de subsistencia para los miembros de la asociación. “Con esto aseguraríamos trabajo para todo el año, con una gira haciendo lo que nos gusta”, señaló.
“En la comisión directiva somos cinco los principales, 10 colaboradores, presidente, secretario, vocales y tesoreros, que es lo que nos pide el estatuto. Hacemos actividades para recaudar fondos porque queremos ser muy grandes. Nunca antes existió una institución que nos represente”, relata Bertolini.
En los registros de APASEP figuran 50 miembros activos, pero están seguros de que a nivel país son muchísimos más. Por ello, estar representados en un gremio es una garantía para salvaguardar sus derechos laborales. También cuentan en sus filas con profesionales que realizan las capacitaciones, talleres y actividades afines.
La gran casa de los artistas invita a los trabajadores de esta rama del entretenimiento a unirse como socios. Para ello pueden contactarse al (0991) 711-606 o al correo asociaciondepayasospy@gmail.com.