Sin el respeto profundo de los derechos humanos, de las diversidades, de la igualdad, de la equidad, no es posible construir la paz que –como valor a alcanzar– debemos y podemos atrevernos a construirla colectivamente para que sea la paz de todos y todas.

  • Por Ricardo Rivas*
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas
  • Fotos AFP / Gentileza

No fue una semana pacífica la que pasó. ¿Alguna lo es, acaso? El reporte de tragedias globa­les da cuenta de que el martes último cerca de treinta perso­nas que transitaban por una calle de Deir al-Balah, en el centro de Gaza, fueron sor­prendidas y afectadas por un ataque aéreo. Horas antes, en otro bombardeo, casi una veintena de víctimas fallecie­ron refugiadas en el interior de un edificio que alguna vez fue una escuela.

Mientras, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, llegaba a Doha, la capital catarí. El alto funcionario recorre aquella región en procura de un alto el fuego en las acciones bélicas que Israel y Hamás desarro­llan desde el 7 de octubre del año pasado cuando esa fuerza irregular y terrorista atacó por sorpresa en el sur de ese país. Cerca de 1.500 muertos y unas 250 personas secuestradas fue el saldo de aquella incursión asesina. Los corresponsales de guerra en el área reportan que la población civil gazatí denun­cia que los aviones “atacaron mezquitas, barrios, calles” y que “entre llantos y mucho miedo no saben hacia dónde ir para refugiarse”. Horror.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Unos 3.000 kilómetros al norte de allí, Ucrania lanzó sobre Rusia una cincuentena de drones para bombardear Moscú. Desde Kiev, la capi­tal ucraniana, simultánea­mente se reportó que unas 200 mil personas fueron eva­cuadas en la región rusa del Kursk. Desde el 24 de febrero de 2022 –cuando Rusia invadió Ucrania– la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estima que unas 15 mil perso­nas murieron o mataron sin saber por qué.

Se asegura que unos 20 perio­distas también fueron asesina­dos, aunque esa cifra podría ser bien diferente y mayor. Sergi Tomilenko, presidente del Sin­dicato Nacional de Periodistas de Ucrania, asegura que hasta abril pasado son 80 las perso­nas trabajadoras de medios que cayeron mientras cubrían la tragedia bélica. Aproxima­damente 7 millones de seres humanos abandonaron sus lugares de residencia para escapar e intentar salvar sus vidas. Los daños producidos por la confrontación suman poco más de 500 mil millones de dólares. Ciudades y pueblos fueron reducidos a escombros.

“Solo le pido a Dios / Que la guerra no me sea indiferente / Es un monstruo grande y pisa fuerte / Toda la pobre inocencia de la gente”, canta León Gieco. Pocas semanas atrás entonó el tema en el Vaticano junto con el papa Francisco y una multitud.

Las guerras siempre son trá­gicas. ¿Quién puede negarlo? Evitarlas es una clara misión humana.

“La felicidad es como la paz, no se sabe que se tuvo sino después, cuando ya pasó”, dijo Gabriel García Márquez

ALTO COSTO

Elizabeth Spehar, subsecreta­ria general de la ONU para el Apoyo a la Consolidación de la Paz, denunció en 2023 que – en 2022– “la violencia le costó al mundo casi 20 billones de dólares, el 13,5 % del producto bruto interno (PIB) mundial” y precisó que “la inversión en la paz y la prevención de conflictos ha disminuido de manera constante”. Spehar consideró “preocupante ver que las inversiones en el desa­rrollo, la paz y la prevención de conflictos disminuyen cons­tantemente mientras que el gasto militar aumenta en todo el mundo”. Espanto.

“Solo le pido a Dios / Que el futuro no me sea indife­rente...”. ¿Escuchan a León? “Nada es posible sin hechos”, sostiene la colega periodista María Ressa, Premio Nobel de la Paz 2021, quien en ese con­texto asegura que “un mundo sin hechos significa un mundo sin verdad y sin confianza”. Enorme enseñanza para quie­nes quieran aprender.

“Shalom aleijem” fueron las dos palabras que mis oídos recibieron cuando llegué al aeropuerto internacional Ben Gurión en Israel, en la ciudad de Lod. Tal vez –si la memo­ria no me traiciona– haya sido un 15 de noviembre en 2009 o 2010. Una semana más tarde, “As-salāmu ‘alaykum”, dijo Saab Erekat, cuando nos recibió en Ramallah. Un par de días después, al ingresar en “la casa de Pedro” en Cafarnaúm, “la paz sea contigo”, dijo una monja en español cuando ingresamos en la domus-ecclesia [iglesia doméstica] vítrea y octogonal en la que la según coinciden­tes historiadores y arqueó­logos vivía aquel discípulo de Jesucristo que también fue el primero de los pontífi­ces del cristianismo.

En una semana claramente percibí casi un cuarto de siglo atrás que en el Medio Oriente o en el Oriente Cercano, como indistintamente es mencio­nada aquella región geográ­fica, todo saludo de bienve­nida se asocia con la paz que se desea y se ofrece tanto a forasteros como a residentes. Perplejidad. Shalom aleijem –”la paz sea con vosotros”– en voz hebrea es As-salāmu ‘alaykum –”que la paz esté contigo”–, en árabe, y con las mismas palabras e intensi­dad en lengua castellana con la que nos saludó aquella reli­giosa sonriente.

CONVERGENCIA

Tres religiones –monoteís­tas y escritas– desde la coti­dianidad milenaria descubrí entonces que convergen sobre la palabra paz. Aquellas expe­riencias a las que accedí de la mano de la doctora Susana Pesis, presidenta de la Funda­ción TESA y amiga entrañable, fueron quizás las que encen­dieron –desde la incompren­sión– el deseo de profundizar en el conocimiento para saber, entender y querer reconocer en la palabra paz una herra­mienta para producir sentido de convivencia (vivir con) en la diversidad.

Durante una conferencia, algunos años atrás, escuché que Erasmo de Rotterdam (1466-1536) –apodado en la época como el príncipe de los humanistas– habría dicho que “desear la paz –La Paz– consiste, en gran parte, en el hecho de desearla con toda el alma”. Curiosidad. “Solo la paz puede escribir la nueva histo­ria”, afirma Óscar Arias, Pre­mio Nobel de la Paz 1987.

“La paz no se regala, se cons­truye. Y debemos hacerlo a través del diálogo, pregun­tándonos qué camino quere­mos transitar. (Y, para ello) hay que buscar la forma de (y para) desarmar las mentes armadas (...) lo que implica un enorme desafío”, me explicó cuando promediaba la década de los años 80 en el siglo pasado Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz 1980. “Hay que desar­mar las conciencias armadas”, dijo tiempo después con pro­funda preocupación porque “debemos avanzar en todas las áreas –cultural, familiar, edu­cativa– para alcanzar la paz”.

La búsqueda –mi búsqueda– continúa. ¿Qué es la paz, qué significa esa palabra que pro­viene del latín? Es la “pública tranquilidad y quietud de los Estados, en contraposición a la guerra o a la turbulencia”; o el “sosiego y buena corres­pondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias, en contraposición a las disensiones, riñas y plei­tos”; o la “virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y las pasiones”, dice entre varias explicaciones el diccionario de la Real Academia Espa­ñola (RAE).

Tertulia por la paz con Rigoberta Menchú Tum y Adolfo Pérez Esquivel, en Mar del Plata, Argentina, en 2013

BÚSQUEDA

Ayuda, pero intuyo que la bús­queda va más allá de esa pre­ciada fuente. ¿Qué dicen las y los que han sido reconocidos como hacedores de paz? “La paz empieza dentro de cada uno. Cuando poseemos paz interior, podemos estar en paz con todos a nuestro alrededor. Cuando nuestra comunidad está en un estado de paz, esta paz puede ser compartida con nuestras comunidades veci­nas. Cuando sentimos amor y bondad hacia los demás, esto no solo hace que los demás se sientan amados y protegidos, sino que nos ayuda también a nosotros a desarrollar paz y felicidad interior”, sostiene el Dalai Lama, Premio Nobel de la Paz 1989.

“La paz no es solamente la ausencia de la guerra (por­que) mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión difícilmente podre­mos alcanzar un mundo de paz”, me dijo en algún frío atardecer invernal en Mar del Plata –unos 1.750 kilómetros al sur de mi querida Asunción– Rigoberta Menchú Tum, Pre­mio Nobel de la Paz 1992.

Cuando aquel momento inol­vidable de escucha y apren­dizaje a la tertulia con Rigo­berta se acercó Pérez Esquivel. “Es fundamental reconocer la importancia de la diversidad cultural para construir una sociedad más justa y equita­tiva”, apuntó la galardonada defensora inquebrantable de los pueblos originarios nacida en Guatemala. “La educación es la herramienta más pode­rosa para empoderar a los pueblos indígenas y defender sus dere­chos” porque “la des­igualdad y la discri­minación contra los pueblos indígenas son heridas abiertas en la sociedad”. Adolfo asintió en silencio con un leve movi­miento de cabeza.

“El respeto por los derechos individuales no debe pasar por encima de los derechos colectivos de los pueblos indí­genas”, alertó Menchú Tum, quien antes de ofrecer una conferencia magistral grabó en mi memoria “dos cues­tiones fundamentales para el desarrollo sustentable del Estado democrático de dere­cho, amigo-hermano y com­pañero periodista: la justicia no puede ser selectiva, debe llegar a todos e incluir a los pueblos indígenas (porque) la verdadera democracia es aquella que garantiza la par­ticipación y representación de los pueblos indígenas”. Pero no fue todo. “Es preciso saber y hacer saber que no hay camino hacia la paz, porque la paz es el camino”, dijo Rigoberta, mujer de convicciones democráticas sólidas, acercándose a mi oído derecho mientras registrába­mos aquel encuentro con una foto que atesoro.

REPARACIÓN

“No es mía la frase. Es una enseñanza de Gandhi”. Con­fieso haber percibido enton­ces que un halo épico envol­vía su imagen con impronta pacífica. Mohandas Karam­chand Gandhi (1869-1948) –el Mahatma [Alma Grande y noble en sánscrito]– nació en el seno de una familia rica. Se graduó en leyes en la Univer­sity College de Londres. Tra­bajó en Sudáfrica y, al acabar su carrera, se instaló allí, donde vivió poco más de 20 años.

Conoció de primera mano la discriminación y segregación que padecían las poblaciones nativas y les infligían los blan­cos con pretensiones suprema­cistas. En cinco oportunidades fue nominado para el Nobel de la Paz. Nunca fue galardonado. Como una forma de reparación por aquella injusticia, la Orga­nización de las Naciones Uni­das declaró el Día Internacio­nal de la Paz el 30 de enero, fecha en la que Gandhi –en 1948– fue asesinado a tiros.

“La paz no se construye con armas, sino mediante la escu­cha paciente, el diálogo y la coo­peración, que siguen siendo los únicos medios dignos de la persona humana para resol­ver las diferencias”, sostiene el papa Francisco y, en ese contexto, sentencia que “nin­guna guerra vale la pérdida de la vida de un solo ser humano (...) ninguna guerra merece el envenenamiento de nuestra casa común y ninguna gue­rra merece la desesperación de quienes se ven obligados a abandonar su patria y se ven privados de un momento para otro, de su hogar y de todos los vínculos familiares, de amis­tad, sociales y culturales que se han construido, a veces a lo largo de generaciones”.

El líder religioso considera “la guerra” como “otra tragedia que niega la dignidad humana” y lamenta que los conflictos bélicos van “multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una ‘tercera gue­rra mundial en etapas’ (que) con su estela de destrucción y dolor atenta contra la dignidad humana a corto y largo plazo”.

“La paz comienza en el interior de cada uno. Cuando poseemos paz interior, podemos estar en paz con todos a nuestro alrededor”, afirma el Dalai Lama, Premio Nobel de la Paz 1989

DERROTA DE LA HUMANIDAD

A partir de dicha reflexión, Francisco sostiene que “la gue­rra siempre es una derrota de la humanidad” porque “nin­guna guerra vale las lágrimas de una madre que ha visto a su hijo mutilado o muerto (y) nin­guna guerra vale la pérdida de la vida, aunque sea de una sola persona humana”.

Leymah Roberta Gbowee, Premio Nobel de la Paz 2011, defensora y promotora de los derechos de las mujeres, apunta críticamente que “los hombres siguen haciendo la guerra, pero son incapaces de hacer la paz” y, desde esa mirada, reclama y exige la inclusión de las mujeres para construir la paz.

“Tu odio nunca será mejor que tu paz”, solía decir enfá­ticamente Jorge Luis Bor­ges. Gabriel García Márquez, ante los micrófonos de Cara­col Radio, en 1991, sostuvo que “la felicidad es como la paz: no se tiene sino por momentos y no se sabe que se tuvo sino después, cuando ya pasó”. Dos enormes sabios. Grandes maestros. De aquellos y aque­llas; de ellos y ellas aprendo. Coincido, adhiero a sus ense­ñanzas y, con humildad, me encolumno para alcanzar con ellos y ellas ese objetivo sustancial y vital. Hay mucho para hacer y no será fácil. Espe­cialmente en nuestra región. Que la paz no es simplemente la ausencia de la guerra es una afirmación veraz. Siento que lo sé. Y a partir de esa percep­ción que internalizo tengo la muy profunda convicción de que con pobreza no es posible construir la paz. Con hambre no es posible construir la paz. Con desocupación no es posi­ble construir la paz. Sin techo no es posible construir la paz. Sin justicia independiente no es posible construir la paz. Sin el respeto profundo de los derechos humanos, de las diversidades, de la igualdad, de la equidad, tampoco es posi­ble construir la paz que –como valor a alcanzar– debemos y podemos atrevernos a cons­truirla colectivamente para que sea la paz de todos y todas.

* Embajador por la Paz – Fun­dación Red Voz por la Paz

Déjanos tus comentarios en Voiz