Este domingo, Toni Roberto escribe a partir de una charla de su programa de radio y TV en la que una vecina de Asunción y televidente cuenta una historia que termina con una pregunta y una simple respuesta.

Unas hermosas fotos antiguas de la ciudad de Asunción archi­vadas como en algún viejo álbum. Sí, eso sería más fácil para celebrar el aniversario de la Madre de Ciudades. Pero no, este domingo viajo a las últimas décadas del siglo XX a recordar los inicios y las primeras presentaciones de arte abstracto en la ciudad que está de cumpleaños el próximo jueves 15 de agosto.

Guillermo Ketterer. Abstracto. Asunción, c.1969. Colección Rodas Rodas - González Ketterer

IDALINA Y EL ARTE MODERNO

Pero ¿cómo empieza esto? Sencillo, con una llamada de Idalina Schegoleff, una anti­gua vecina del barrio Pinozá, que me acompaña en silencio todas las noches ya desde la vieja Radio Ñandutí de la ave­nida Choferes del Chaco, hoy por Universo TV y radio. Su llamado inicia por los recuer­dos memorables de muestras de arte moderno que traía el maestro Lívio Abramo a Asunción desde los años 60, en el desparecido Centro de Estudios Brasileños, hoy Ins­tituto Guimaraes Rosa.

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Ella cuenta que cuando iban a las clases de portugués de la Misión Cultural Brasileña, así se llamaba primigenia­mente en los años 60 y 70, siempre se hacían muestras de arte moderno, en la época en que los nuevos vientos y las ganas de internacionali­zar el arte daban sus prime­ros pasos.

“Al salir de las clases pasá­bamos por las muestras que se hacían siempre una vez al mes, había mucha comida, nos poníamos a mirar y comíamos. Nos pregunta­ban: ¿Les gusta? Y la res­puesta era: ¡Nos encanta! Después de un largo rato salíamos al corredor jere de esa antigua casa de Ansel­mita Heyn y nos decíamos: ¿Qué pio eran esos cuadros que estaban colgados? ¿Vos entendiste algo? Nada de nada era la respuesta, pero la comida estaba muy rica”, contaba esta dama oyente radial.

Laura Márquez Moscarda. Bs. As. 1960. Colección Lilian Ojeda

LAS PRIMERAS MUESTRAS DE ARTE ABSTRACTO

Ahí, en aquellas paredes de la vieja sala Lívio Abramo, en el ala izquierda de la man­sión Heyn-Denis de Maris­cal López y Perú, se hacían esas gloriosas muestras con el nuevo arte que soplaba en los años que empezaba la era de los rápidos y poderosos jets, algún grabado abstracto de Edith Jiménez, Guillermo Ketterer, Laura Márquez o Enrique Careaga, de quien justamente hoy presenta­mos una pieza inédita de 1964. También obras de los alumnos de los talleres de grabado y dibujo o muestras de pintura moderna de los más grandes artistas brasile­ños como Fayga Obstrower, Volpi o María Bonomi, donde muchos veían muchas man­chas, obras abstractas que no entendían ni para atrás ni para adelante.

Edith Jiménez. Abstracto. Asunción c. 1969

UN CUADRO DE BEATRIZ Y OTRO DE ÑUKI

En el camino de la búsqueda de aquellas antiguas moder­nas piezas de arte, recalo en dos residencias, la primera la de Beatriz Laíno Figue­redo de Fassardi, donde me encuentro a la entrada del amplio salón familiar con una joya pictórica de Care­aga firmada en el ya lejano año 1964. Hace exactamente sesenta años, ella me dice: “Yo siempre les digo a todos mis nietos ‘vengan chicos, ¿qué ven en este cuadro?’, y cada uno va contando una historia distinta, es que es arte abstracto”.

Por otro lado, paso por la casa de los Rodas Rodas, buscando una pintura del mismo tenor de Guillermo Ketterer. Me recibe el inge­niero Rodas y ahí, cami­nando unos metros, al empe­zar la alta escalera, está un gran cuadro azul obsequiado por el pintor a su sobrina, la eximia bailarina paraguaya Ñuki González Ketterer, recientemente desaparecida.

William Riquelme. Asunción, 1964. Colección Riquelme - Chaparro Abente

A VECES UNAS SIMPLES PALABRAS NOS DAN GRANDES REFLEXIONES

Pero volviendo a la sinceri­dad de Idalina, esta mujer de barrio me llevó por todos estos caminos a pensar cuál es la misión que tenemos los que creemos que entendemos un poco más. ¿Seguir buscando más palabras rebuscadas lle­vando un diccionario en la mano? Al contarle esta histo­ria a una encumbrada arqui­tecta exalumna del Colegio Internacional de Asunción, me decía al instante: “El arte no es para todo el mundo”. Unos segundos, un silen­cio. Luego, esto me recordó a aquel anónimo personaje telemático que un día escri­bió: “Cuando partan, serán sepultados con sus libros y sus textos morirán con ellos”.

Enrique Careaga. Asunción, 1964. Colección Fassardi - Laíno

NO ENTENDÍ NADA, PERO LA COMIDA ESTABA MUY RICA

¿Qué haría yo con estas mujeres visitantes de aque­llas muestras épicas de arte moderno de los 70, de un barrio de Asunción donde gente viene y gente va? Nada. Vería la manera de facilitarle la experiencia de lo abstracto, explicándoles que solo ten­drían que sentir y entender las obras desde sus propias expe­riencias, desde sus lugares, desde su rincón del mundo, más allá de los difíciles textos, de manera amena y sencilla, desde el corazón del barrio, porque al final hay muchas más Idalinas de barrio, en este caso del populoso Pinozá, que ante la sencilla pregunta de “¿les gustó la muestra?” darán una escueta respuesta: “¡Estaba todo muy rico!”.

Olga Blinder. Asunción, 1960. Colección Verónica Torres

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