Este domingo, Toni Roberto escribe a partir de una charla de su programa de radio y TV en la que una vecina de Asunción y televidente cuenta una historia que termina con una pregunta y una simple respuesta.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Unas hermosas fotos antiguas de la ciudad de Asunción archivadas como en algún viejo álbum. Sí, eso sería más fácil para celebrar el aniversario de la Madre de Ciudades. Pero no, este domingo viajo a las últimas décadas del siglo XX a recordar los inicios y las primeras presentaciones de arte abstracto en la ciudad que está de cumpleaños el próximo jueves 15 de agosto.
IDALINA Y EL ARTE MODERNO
Pero ¿cómo empieza esto? Sencillo, con una llamada de Idalina Schegoleff, una antigua vecina del barrio Pinozá, que me acompaña en silencio todas las noches ya desde la vieja Radio Ñandutí de la avenida Choferes del Chaco, hoy por Universo TV y radio. Su llamado inicia por los recuerdos memorables de muestras de arte moderno que traía el maestro Lívio Abramo a Asunción desde los años 60, en el desparecido Centro de Estudios Brasileños, hoy Instituto Guimaraes Rosa.
Ella cuenta que cuando iban a las clases de portugués de la Misión Cultural Brasileña, así se llamaba primigeniamente en los años 60 y 70, siempre se hacían muestras de arte moderno, en la época en que los nuevos vientos y las ganas de internacionalizar el arte daban sus primeros pasos.
“Al salir de las clases pasábamos por las muestras que se hacían siempre una vez al mes, había mucha comida, nos poníamos a mirar y comíamos. Nos preguntaban: ¿Les gusta? Y la respuesta era: ¡Nos encanta! Después de un largo rato salíamos al corredor jere de esa antigua casa de Anselmita Heyn y nos decíamos: ¿Qué pio eran esos cuadros que estaban colgados? ¿Vos entendiste algo? Nada de nada era la respuesta, pero la comida estaba muy rica”, contaba esta dama oyente radial.
LAS PRIMERAS MUESTRAS DE ARTE ABSTRACTO
Ahí, en aquellas paredes de la vieja sala Lívio Abramo, en el ala izquierda de la mansión Heyn-Denis de Mariscal López y Perú, se hacían esas gloriosas muestras con el nuevo arte que soplaba en los años que empezaba la era de los rápidos y poderosos jets, algún grabado abstracto de Edith Jiménez, Guillermo Ketterer, Laura Márquez o Enrique Careaga, de quien justamente hoy presentamos una pieza inédita de 1964. También obras de los alumnos de los talleres de grabado y dibujo o muestras de pintura moderna de los más grandes artistas brasileños como Fayga Obstrower, Volpi o María Bonomi, donde muchos veían muchas manchas, obras abstractas que no entendían ni para atrás ni para adelante.
UN CUADRO DE BEATRIZ Y OTRO DE ÑUKI
En el camino de la búsqueda de aquellas antiguas modernas piezas de arte, recalo en dos residencias, la primera la de Beatriz Laíno Figueredo de Fassardi, donde me encuentro a la entrada del amplio salón familiar con una joya pictórica de Careaga firmada en el ya lejano año 1964. Hace exactamente sesenta años, ella me dice: “Yo siempre les digo a todos mis nietos ‘vengan chicos, ¿qué ven en este cuadro?’, y cada uno va contando una historia distinta, es que es arte abstracto”.
Por otro lado, paso por la casa de los Rodas Rodas, buscando una pintura del mismo tenor de Guillermo Ketterer. Me recibe el ingeniero Rodas y ahí, caminando unos metros, al empezar la alta escalera, está un gran cuadro azul obsequiado por el pintor a su sobrina, la eximia bailarina paraguaya Ñuki González Ketterer, recientemente desaparecida.
A VECES UNAS SIMPLES PALABRAS NOS DAN GRANDES REFLEXIONES
Pero volviendo a la sinceridad de Idalina, esta mujer de barrio me llevó por todos estos caminos a pensar cuál es la misión que tenemos los que creemos que entendemos un poco más. ¿Seguir buscando más palabras rebuscadas llevando un diccionario en la mano? Al contarle esta historia a una encumbrada arquitecta exalumna del Colegio Internacional de Asunción, me decía al instante: “El arte no es para todo el mundo”. Unos segundos, un silencio. Luego, esto me recordó a aquel anónimo personaje telemático que un día escribió: “Cuando partan, serán sepultados con sus libros y sus textos morirán con ellos”.
NO ENTENDÍ NADA, PERO LA COMIDA ESTABA MUY RICA
¿Qué haría yo con estas mujeres visitantes de aquellas muestras épicas de arte moderno de los 70, de un barrio de Asunción donde gente viene y gente va? Nada. Vería la manera de facilitarle la experiencia de lo abstracto, explicándoles que solo tendrían que sentir y entender las obras desde sus propias experiencias, desde sus lugares, desde su rincón del mundo, más allá de los difíciles textos, de manera amena y sencilla, desde el corazón del barrio, porque al final hay muchas más Idalinas de barrio, en este caso del populoso Pinozá, que ante la sencilla pregunta de “¿les gustó la muestra?” darán una escueta respuesta: “¡Estaba todo muy rico!”.