• Por Gonzalo Cáceres
  • Periodista

Cerro Corá, 1 de marzo de 1870. El Ejército Imperial del Brasil caía sobre el último campamento del mariscal López, el día en que el pueblo paraguayo culminaba la tristemente célebre Diagonal de Sangre y la guerra contra la Triple Alianza.

Stephen Bonsal (1865-1950) anduvo por las calles de Asunción durante los días en que el coronel Albino Jara hacía de las suyas. 17 años después, en abril de 1929, publicó en la revista literaria The North American Review un artículo titulado “When war was war in Paraguay (Cuando la guerra era guerra en Paraguay)”, donde reflexiona sobre las conversaciones que mantuvo con una veterana paraguaya de la Guerra del 70.

El artículo publicado en la revista literaria The North American Review

LA GUERRERA

Bonsal, corresponsal de profesión, recorría el mundo en busca de historias y dar con la “Molly Pitcher (heroína semi-legendaria de la guerra de Independencia de los Estados Unidos) guaraní” suponía toda una novedad, porque la mujer, según su propio relato, vivió “los momentos épicos del mariscal López cuando una nación se enfrentó a su exterminio”. El estadounidense describe a su entrevistada como “bastante bien nutrida”, aunque “ella poseía el control más perfecto e instantáneo de sus miembros”. Tampoco dudó de “las facultades mentales” de la misma ya que “se coordinaba con maravillosa precisión”, al tiempo de hacer gala de “carácter” para la vida militar.

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La autodenominada Sargenta, como se presentó, ostentaba unos “hondos ojos negros” que “no eran bellos, no como de las chicas que la rodeaban sentadas a sus pies”, pero “tampoco eran fríos o amenazantes” aunque “muy distintos” al de las demás personas. “Imagino que esto se debe mucho a la frecuencia con la cual (los ojos de la mujer) contemplaron, tranquilos y sin temor, al caballero negro (la muerte)”, anotó.

“NACIDA PARA SOBREVIVIR”

“La Sargenta ha sobrevivido todos los peligros de la desastrosa guerra y de su larga vida. No era la suerte la que la mantenía sana entre tantos horrores… era porque ella había nacido para sobrevivir”.

Bonsal explica que la anciana “se encerraba en un pequeño mundo propio, poblado solo por los fantasmas de los que habían compartido sus sufrimientos, pero que hacía largo tiempo habían desaparecido” tras lo que significó la traumática guerra contra la Triple Alianza, que marcó a sangre y fuego el destino de la nación. “En tales momentos, ella hablaba de hombres de apellidos desconocidos (para Bonsal), y en voz baja habló del joven López, el don Francisco. Era natural para ella susurrarle a él, como la gente suele hablar de Dios dentro de los recintos de su santuario”.

“ESTUVE CON EL GRAN MARISCAL”

Bonsal indica, a grandes rasgos, la manera en que fue ganándose el favor de la Sargenta; cigarrillos, cumplidos y alguna que otra invitación al bar local, hasta que –al fin– pudo ir escarbando en las vivencias de la guerrera, en los lúgubres recuerdos de Cerro Corá. “Yo que estoy hablando, estuve con el gran mariscal hasta el final, o casi. Llevé conmigo mi fusil en las filas por cuatro años. Sí, estuve con él hasta el penúltimo día”, refirió la mujer.

Como dudando de la autenticidad del relato, Bonsal cuestionó en cierto momento el motivo por el que su entrevistada había sobrevivido al “Armagedón sudamericano”, pero la Sargenta le respondió. A decir de la mujer, lo suyo fue cuestión de suerte porque zafó de la masacre en Cerro Corá por haberse alejado del campamento unas horas antes. “Yo corrí en la noche antes del último día; no de los macacos (brasileños), sino porque me sentía enloquecida por la sed y el hambre. Pido que Dios sea mi testigo en notar que jamás dije nada de importancia (quejas) por un año entero. Por días, hasta por meses, estuvimos sobreviviendo recogiendo yerbas y cavando raíces, ya era gracioso de hecho el día en que pudimos arrojar un pedacito de cuero dentro de nuestro puchero para darle un gusto a carne”.

Así, la Sargenta describe la irrupción del Ejército brasileño al último escondite del mariscal López. Y todo fue drama. “Desde aquella alta posición podía ver el gran número de soldados brasileños que tenían rodeado al resto de nuestra tropa, hombres demasiado débiles para resistir, y oí a los oficiales gritando ‘¡No desperdicien sus cartuchos con estos heridos! y vi cómo fueron cortadas las gargantas de nuestros hombres, uno a otro donde los encontraron. Era exactamente como lancear a chanchos. Fue así la actuación de los macacos. Nuestros soldados se sintieron tan fatigados y tan gastados que poca sangre fluyó de sus pálidas heridas”.

La Sargenta indicó que desde su lugar pudo atestiguar los momentos finales del mariscal López, que no sería como en la versión oficial. “Desde la cumbre de este collado pude ver la muerte del mariscal, no fue ahogado en el Aquidabán como dicen los libros de cuentos. Y vi cómo la Linchee (madame Lynch), su hermosa mujer irlandesa, la inteligente, logró salvarse de la lucha montado a su caballo feroz, que había importado de su país de caballos”.

“COSAS PEORES”

El estadounidense cuenta que, en ese preciso momento del raciocinio, la exaltada mujer tomó una prolongada pausa. Seguidamente, tomó aire, elevó la vista y –como eligiendo cuidadosamente sus palabras– con los ojos húmedos y oscuro semblante, dijo: “Esto ha sido el final (Cerro Corá) para la mayoría de nosotros (paraguayos) –pero (para las pocas sobrevivientes)– era el comienzo de cosas peores”.

La Sargenta, que tendría unos 70 años al momento de coincidir con el autor (1912), cambió el tono y descomprimió la tensión del momento cuando manifestó haber pasado por “buenos tiempos y malos”.

La mujer no entró en más detalles sobre lo ocurrido con el mariscal, porque, según entiende Bonsal, aquel último vistazo no es sino el máximo tesoro que guarda su propia existencia, como mudo testigo del episodio cumbre de la historia paraguaya. El extenso artículo de Bonsal prosigue con el expolio sistemático al que fue sometido el Paraguay, a través de las vivencias de la Sargenta quien, en dicho momento, se revela su nombre: Celá. Celá, no sin antes dar señales de una profunda tristeza, contó que fue a parar a Corumbá como parte del “premio” de un soldado raso. Tras años de abusos y malos tratos, finalmente el hombre la liberó para ella volver y reencontrarse con los hijos que dejó en Asunción. “Allí estaban mis hijos, ya altos y crecidos, listos para trabajar. Les puedo contar que no me sentí desagradecida (por lo vivido en Brasil). Me fui a la Catedral esa noche con la cabeza inclinada y puse una enorme vela de cera en frente de la imagen de Nuestra Señora de Dolores, quien me ha guardado de tantos peligros. De las que quedaron en el norte, en el Brasil, pocas volvieron. Las criaturas de la guerra fueron salvadas, pero las madres, la mayoría de ellas, murieron de hambre a centenares de millas de distancia, hacia el Mato Grosso”.

Antes de despedirse de su impresionante anfitriona, Bonsal le preguntó sobre el futuro del Paraguay, muy agitado en aquel entonces a raíz de las luchas internas y los recurrentes enfrentamientos entre las distintas facciones políticas, serviles a caudillos surgidos de la contienda.

“La paz sí va a venir al Paraguay, si Dios quiere; pero ayudaría al Todopoderoso si el jefe supremo fusilara a todos esos hombres arrogantes que llevan botas de cuero y a todas estas chicas que tienen diamantes en su cabello negro, en vez de las rosas amarillas que usaban nuestras madres. Son estas cosas que vuelven locos a los hombres, haciendo que olviden a Dios. En cualquier caso, hay un mejoramiento; por lo que he escuchado. La paz vendrá al Paraguay cuando Dios lo mande”.

*La transcripción y traducción del artículo original fueron publicadas en la revista Estudios Paraguayos; Vol XXXV, N.º 2 (año 2017), editada por la Universidad Católica de Asunción (UCA), entrega del historiador norteamericano Thomas Whigham, especialista en la Guerra Grande.


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