Las pinturas, dibujos y tallas comienzan a ganar el valor y la consideración que se merecen en el escenario nacional e internacional. Entre tanto, los artistas bregan por precios justos y por más apoyo de los sectores público y privado para poder hacer conocer sus obras. Aquí tres cultores del arte indígena nos cuentan sus peripecias en la tarea de plasmar el imaginario de quienes nos antecedieron en estas tierras.
- Por Jorge Zárate
- jorge.zarate@nacionmedia.com
- Fotos Gentileza
Salmi López Balbuena presentó recientemente una muestra en la prestigiosa galería Estação de Sao Paulo, Brasil, en una muestra en la que sus cuadros vienen admirando a la crítica local. Es hoy la principal heredera de la tradición de su fallecido abuelo Ogwa, el gran plástico chamacoco que reveló el frondoso imaginario de la cultura ishir.
López Balbuena habló con La Nación/Nación Media desde Puerto Diana, Alto Paraguay, su comunidad natal. En primer lugar refiere que tenía cinco años cuando Ogwa la inició en la plástica: “En esos momentos, mi abuelo/papá me enseñaba, me contaba la historia y yo dibujaba. Usaba lápices de colores, lápiz de papel, así yo comencé, pero siempre pinté, fui la primera que pintaba las obras”, recuerda sobre aquellos días.
“A mí me gusta mi cultura, me gusta seguir este camino, que la gente valore mi obra y me encanta nuestro paisaje chaqueño. De pequeña ya me gustaba, siempre lo pintaba porque es muy importante para mi pueblo”, cuenta.
Sami se siente atraída por los mitos, lo cual resulta patente en su obra. “Por ejemplo, la historia de la sirena y la historia de Nemur que me contaba mi abuelo”, recuerda Salmi. Nemur era un semidiós Anabsoro, la raza de gigantes que medían casi tres metros que fueron finalmente aniquilados por los ishir-chamacoco. Dice la leyenda que Nemur fue el único que se escapó de aquella matanza y al huir se llevó un caracol con el que sembró una corriente gigante de agua en la tierra que hoy conocemos como río Paraguay.
“¡Me encanta, me inspiran los colores de las plumas, las pinturas y el baile de mi pueblo, nuestro arte, cómo cantan los chamanes, a mí me gusta mucho eso!”, dice para explicar que su obra es un homenaje a esa profundidad y permanencia.
Salmi dice percibir que está habiendo una valoración del arte indígena. “Hay personas que pagan muy bien, los extranjeros también valoran la obra y ahora por ejemplo me quieren ayudar para valorizar mi obra, hay muchas personas que me quieren ayudar. Yo sigo pintando para continuar con lo que me enseñó Ogwa y no quiero que se termine, así que ahora ya mis hijos están también procurando para pintar”, apunta.
Sin embargo, lamenta que aquellas ceremonias que su abuelo/papá le dio a conocer, aquella escena del realismo mágico ancestral del bosque volador, por ejemplo, se pueda perder en el tiempo.
Recordemos que en ese cuadro mítico ya de Ogwa, los chamanes bailan en círculos hasta hacer elevar la tierra. “Hoy nos quedan tres chamanes que siguen todavía, pero para poder sobrevivir con nuestra cultura necesitamos más ayuda. Aquí en mi comunidad hay personas, ancianos que siguen haciendo su cestería, hacen sombrero, hacen de todo un poco y hay también otros artesanos, pero es muy difícil porque acá cuando llueve ya no se puede salir para vender”, refiere la artista.
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DIBUJOS A BIROME
Richart Peralta es, quizá, el más destacado de los dibujantes nivaclé. Una tradición que surgió hace unas dos décadas en las comunidades de Cayin ô Clim, Yiclôcat y Campo Alegre, en las cercanías de Neuland, Boquerón, a casi 500 kilómetros de Asunción.
Fue la antropóloga suiza Verena Regehr la precursora, la que les dio el impulso inicial para que los nivaclé llevaran al papel la mirada de su agreste entorno, su fauna maravillosa, sus insectos, en fin, la vida.
Richart está en el oficio hace relativamente poco tiempo: “Empecé en la pandemia en 2020 porque no había trabajo acá en el Chaco y a veces la gente nos tiene miedo a nosotros. Un día escucho a mi suegro contar que la gente le vendió su arte a la señora Verena y entonces empecé a dibujar y sigo hasta ahora”, narra. “Antes trabajaba con los menonitas, con machete y pala y hacíamos limpieza al borde de la casa, en los campos, limpiamos terrenos para las vacas, pero después vino la pandemia”, explica.
Peralta tiene hoy una muestra permanente en la galería Popore de San Antonio, especializada en arte indígena, y sus cuadros fueron ganando en tamaño y valor. “Gracias a Dios que salió bien mi arte porque yo aprendí solo, no tengo profesor. Ahora les estoy enseñando a algunos niños de mi comunidad. Estoy muy contento porque cuando comencé no sabía nada y ahora puedo enseñar”, se alegra.
Agradece entonces el apoyo de su suegro, que le llevó la idea y le dio el respaldo suficiente hasta que consiguió vender su primer trabajo: “El 18 de agosto de 2020 vendí mi primer dibujo a la señora Verena. Ella compró mi arte y me apoyó mucho. Ella me dijo ‘hay que hacer más’ y, bueno, yo empecé a hacer más dibujos gracias a ella que me apoyó mucho”, destaca.
Lo primero que le sugirieron fue ir al monte. “Fui y cuando vi un animal o un insecto, traté de guardarlo en la memoria para ir a mi casa para dibujar. No tenía cámara para hacer foto en esa época, solamente usaba mis propios ojos y mi pensamiento”, recuerda.
“Preferí mi arte porque nosotros somos indígenas y hay mucha artesanía entre los nivaclé. Algunos hacen tallas de palosanto y las mujeres trabajan el hilo de caraguatá para hacer carteras en el telar. Yo prefiero dibujo, yo quiero mostrar los insectos, los animales”, explica.
El artista de 28 años es casado y tiene dos hijos, por lo que pide a la gente “que si alguien quiere conocer más de mi arte que me llame. Nosotros estamos acá en el Chaco sufriendo. Aquí los niños más necesitados no tienen zapatos y ropas ahora que hace demasiado frío y cuando comienza el calor necesitamos también el agua”.
“Trabajamos mucho todo el día. Ahora estoy buscando una empresa o cualquier cosa que me ayude porque ahora hago solamente esto. Tengo diferentes precios de acuerdo a los tamaños, chico, mediano y grande”, detalla.
Cuenta que su dibujo de un palo borracho, samu’u en guaraní, a bolígrafo en cartulina fue por el que mejor precio obtuvo. Entiende que con un poquito más de promoción las cosas le irían un poco mejor. “Agradecemos a la gente del Instituto Paraguayo de Artesanía (IPA) que me apoya, pero necesitamos que nos compren más”, pide finalmente.
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TALLAS DE ANIMALITOS EN MADERA
Víctor Ayala vive en la destacada comunidad Pindó de los mbyá-guaraní de Itapúa. Conocido por la calidad de sus artesanías, el lugar es visita obligada para quien llega a San Cosme y Damián o Coronel Bogado, apenas desviando unos 25 kilómetros desde la Ruta PY 01.
Su caso tiene una peculiaridad. Hasta hace unos seis años hacía trabajos de campo y salía a mariscar, cazar pequeños animales en el monte, hasta que una enfermedad lo obligó a hacer reposo. En esa situación y con un hijo pequeño, la artesanía se le presentó como una opción económica: “No pude más trabajar ni estudiar, entonces pensé qué podía hacer para salvar algunos gastos de mi familia. Tuve un problema en la cabeza, no sé bien qué era, pero gracias a Dios me recuperé, me curé y me dediqué a esto”, agradece el artista de 38 años.
Sus tallas en madera y las artesanías hechas en porongo se destacan por el esmero. “Somos más de 12 los que trabajamos este estilo y también aquí se hacen canastos, cedazos”, cuenta de su comunidad integrada por más de un centenar de personas que tienen un local especial para exhibir las tallas de curupika’y, cedro peterevy, la cestería con hojas de pindó y los cedazos de takuarembo, ñandypa y tiras de guembe.
“Tuve suerte porque la gente compró de mí y llevó para promocionar y allí se conoció más”, cuenta de lo suyo entendiendo que “es importante que se reconozca más el lugar, nuestra comunidad, para que puedan valorar más el trabajo que hacemos porque algunos no quieren pagar el precio que nosotros ponemos. El más barato sale entre los 25.000 y 30.000 guaraníes y dependiendo del tamaño va aumentando el precio. Tenemos yakare (cocodrilo), kaguare (oso melero), ka’i (mono), tatú (armadillo), de distintas clases. El otro día me pidieron un colibrí y lo tuve que hacer, no pensé que iba a salir”, cuenta satisfecho.
Las más pequeñas le pueden llevar entre 3 a 4 horas de trabajo, pero las piezas mayores le llevan de cuatro a cinco días. De allí que los precios trepen y hasta superen los 200.000 guaraníes, como cuesta el hermoso jaguarete que muestra en la foto que ilustra esta página.
La comunidad Pindó tiene 370 hectáreas y la mayoría de ellas están cubiertas de bosques todavía, así que de allí pueden proveerse de maderas para sus tallas. “Alimentos ya casi nada ni animales, porque es un muy chiquito para que los animales puedan vivir”, comenta.
“Estoy contento de que estén interesados en los trabajos que estamos haciendo, porque son difíciles y por eso, cuando hay alguna persona que valora nuestro trabajo, es motivo de alegría”, apunta. “Acá somos famosos por la chipa y el pescado”, dice Víctor comentando que cada tanto vuelve a mariscar persiguiendo palomas y apere’a al tiempo que invita a las personas a visitarlos en Pindó.
Su número de contacto es el (0981)-703-854.
“SE ESTÁ VALORANDO MÁS EL ARTE INDÍGENA”
Ysanne Gayet, además de una plástica excepcional, fue, desde el Centro Cultural del Lago en Areguá, una de las precursoras en la tarea de poner en valor el arte indígena en nuestro país.
Explica que, a pesar de la prédica de años, sigue siendo difícil que se valore el trabajo de los artistas originarios. “La gente suele adquirir por ejemplo tejidos y tapices grandes de los hilos del caraguatá del Chaco, pero no le interesa comprar un bolso y es una lástima porque ese es su pan de todos los días, es lo que resulta más fácil para las mujeres fabricar y vender y la gente no quiere pagar lo que vale”, lamenta y precisa que pueden valer entre 50.000 y 950.000 guaraníes a precio local, pero en el exterior sus precios crecen considerablemente.
“Verena Regehr con su marido Walter pusieron mucho empeño en enseñar a la gente que si hacían bien la bolsa iba a tener otro valor”, recuerda Ysanne. También que la mujer fue la promotora de los dibujos con birome y pintura acrílica que hoy destacan entre los pueblos chaqueños.
“Los primeros cinco dibujantes comenzaron con ella, tres de ellos ya fallecidos (NDR: entre ellos se destaca Clemente Juliuz) y se valoraba más los dibujos porque eran pocos. Ahora hay muchísimos dibujantes jóvenes y pienso que algunos de ellos pueden vender sus obras a buen precio. De hecho, hay algunos trabajos grandes que llegaron a los 1,8 millones de guaraníes. Antes les compraba los dibujos en 500.000, ahora veo que venden en 200.000 guaraníes los más pequeños, bajaron sus precios”, comenta Gayet. A pesar de ello, considera que “se está valorando más el arte indígena porque la exposición que se llevó a Corrientes, Argentina, se vendió todo. Ahora hay una exposición de Ogwa y Salmi López Balbuena (nieta de Ogwa) en Sao Paulo, hubo muestras importantes de pinturas y dibujos del Chaco en Madrid y París, y lugares como Casa Popore en San Antonio y la galería Matices, que hacen hincapié en el arte indígena, así que veo que hay más interés”, indicó.
“DEBEMOS VISIBILIZAR NUESTRA DIVERSIDAD CULTURAL”
César Centurión y Gustavo Gauto García llevan adelante Popore, una galería especializada en arte indígena ubicada en avenida del Río casi Cerro Corá N° 403, del barrio Las Garzas de la ciudad de San Antonio, en la Gran Asunción.
“Creo que hay un auge importante del consumo a nivel nacional y digo consumo porque creo que está ligado a una cuestión de ‘moda’ del momento, mucha gente llega a comprar porque vio en otro espacio y le pareció interesante o lindo, pero de ahí a valorar la cosmovisión o tratar de comprender más sobre la vida, para qué lo utilizan, todavía creo que queda un camino por andar. Mucha gente que visita la Casa Popore se sorprende al saber que coexistimos con otros pueblos indígenas que no son solo los mbyá-guaraní, no conocen sobre los pueblos ishir, los ayoreos, los nivaclé, entre otros”, cuenta Centurión.
“Por otra parte, creo que es positivo este consumo porque genera un dinamismo de ingreso económico en las comunidades, cosa muy importante, ya que les permite sostenerse y seguir reimaginando su cosmovisión. Además, esto ayuda a visibilizar esta diversidad cultural que de alguna u otra forma contribuye a un acercamiento a sus representaciones artísticas que permite abrir la realidad hacia otros mundos posibles”, considera.
–¿Qué se podría hacer para ayudar a los artistas indígenas?
–Creo que primero que nada dar espacios de participación y demostración de sus saberes, acercándonos sin prejuicios, reconocer el valor histórico y estético de sus obras. También al adquirir obras que realizan en las comunidades se ayuda a generar un sistema económico que les permite trabajar dentro de sus territorios y de esta manera siguen arraigados a sus saberes ancestrales permitiendo que su cultura perdure. El arte indígena y popular a nivel internacional está en pleno auge. Eso lo podemos observar en los espacios más importantes del mundo del arte como lo es la Bienal de Venecia, que bajo la curaduría de Adriano Pedrosa lleva el título “Extranjeros por todas partes”, donde se pudo apreciar la participación de varios artistas indígenas de diversas partes del mundo y de artistas populares como la participación de la artista paraguaya Julia Isidrez.