Algo no funciona en la economía y en la sociedad, entiende Christian Eulerich, el autor de “Desafío a la ficción económica: sentir en el trabajo”, libro en el que reflexiona sobre las relaciones humanas, a las que entiende como “fenómenos sociales” que deben analizarse en otra profundidad para lograr un desempeño más equitativo. Lo hace ejemplificando con su experiencia, pues asegura que en su empresa todo fue mejor cuando decidió escuchar a los trabajadores.
- Por Jorge Zárate
- jorge.zarate@nacionmedia.com
- Fotos: Gentileza
Christian Eulerich, reconocido empresario, ingeniero, gerente en Zamphiropolos, la tradicional industria gráfica nacional, viene promocionando su obra de gestión empresarial. “Esto hace tiempo me produce un estado de inquietud, porque ahora soy conciente, que yo soy parte del problema siendo empresario. El libro es, sin embargo, uno de mis últimos recursos, pues mi intención fue y sigue siendo hacer algo distinto junto a otros y no solamente escribir al respecto, pero aún no lo he logrado. No soy el mejor facilitador probablemente. Además, las bibliotecas están llenas de buenas intenciones, un libro más no va cambiar lo que no funciona a nivel global”, comenta.
–¿Por qué creés que te resulta difícil conversar sobre determinados asuntos en nuestro país?, ¿hay muchos tabúes?
–Desde 2012 intento poner sobre la mesa asuntos que tienen que ver con las formas que nos enseñaron a “hacer economía”. Conversar acerca de cómo somos parte de eso que luego no nos gusta. Tal vez mi propuesta ha sido demasiado incómoda para nuestras creencias desarrollistas. De cualquier manera, los seres humanos de forma intuitiva evitamos permanentemente lugares y momentos incómodos. Las clases sociales son un tabú en las organizaciones y sus funcionamientos.
Este junto a varios elementos han venido afectando la productividad de la industria que me toca conducir hace 20 años. Fue así como empecé a ser conciente de la importancia de las relaciones en el empleo, el sentir, la culpa, el miedo, entre otros.
UN RETO
–¿Por qué es un “desafío a la ficción económica”?
–”Sentir en el trabajo” es la hipótesis que hoy me mueve; es una declaración provisional, un reto respecto a los silencios y fracasos del mundo laboral. Las 220 páginas son tal vez una primera explicación tentativa del fenómeno, el desafío que yo le hago a los modelos dominantes. ¿Cuál fenómeno? La deuda de la economía –como ciencia social– con el progreso, el desarrollo humano que no alcanza para todos. Cada vez está más claro que esto es hoy una ficción (infundio) a nivel mundial, pues los modelos económicos no están resolviendo ni siquiera las necesidades básicas humanas. Pero esto hay que querer verlo, reconocerlo, problematizarlo con nosotros dentro de lo observado. Siempre aparece una nueva ficción, algo que nos dicen “esta vez sí va a funcionar”. La inteligencia artificial, por ejemplo. Van décadas de innovaciones con sus pruebas y errores en función a las distintas corrientes de pensamiento económico y político, pero las víctimas son siempre las mismas: la mayoría en este mundo.
–Te tocó estudiar en Berlín y volver al país. ¿Cómo fueron aquellos años y qué cosas pudiste aplicar al retorno en tu empresa?
–Me pregunto por qué me enviaron tan lejos (1990) para resolver los problemas que están tan cerca mío. Creo que “el modelo” funciona así, parece que ir al norte es mejor que mirar distinto a nuestro propio sur. En este sentido, a mi regreso y por casi 20 años apliqué, instalé, trabajé en los distintos modelos aprendidos allá en el primer mundo. Sin embargo, los problemas y dificultades en nuestra empresa nunca cesaron, tampoco en otras que miro alrededor mío. Grandes, pequeñas, multinacionales, todas fallan. Cansado de escuchar que nuestras fallas están dentro de los estándares de nuestra industria y que errar es humano, decidí suspender la auditoría de la ISO y de una vez por todas decidí escuchar a las personas, a los trabajadores.
–¿Cómo fue aquella experiencia?
–Me tomó seis semanas recorrer área por área cada centro de producción y conversar, escuchar y, sobre todo, callarme. Luego de varios intentos, las conversaciones empezaron a ser distintas, porque decidí hacerme cargo públicamente de lo que me tocaba como cabeza de aquello que no funcionaba. Yo era parte del problema. Dejando que las conversaciones fluyan, empezaba a repreguntar sobre cómo la calidad podría depender de cada uno, pero esta vez del sentir en el trabajo y las respuestas empezaron a cambiar totalmente y fue impresionante. Surgieron nuevas preguntas como, por ejemplo, ¿cómo afecta el miedo organizacional a la calidad? ¿Cómo la vergüenza y la condescendencia lleva a las personas a equivocarse? Fue entonces cuando me di cuenta de que errar no es humano. Hoy la calidad para nosotros significa también ser concientes del vínculo que existe entre el sentir y el hacer mío y de los trabajadores, fortalecido con espacios para conversarlos en confianza. Fue una experiencia increíble.
PRINCIPALES DIFICULTADES
–¿Cuáles siguen siendo en tu mirada los principales problemas para organizar el trabajo en el país?
–Las principales dificultades que vivimos en el mundo laboral asociadas a la no productividad, la ineficiencia, la explotación del ser humano por otro ser humano y tanto más que tenemos en nuestras narices tiene que ver con desconocer que primero somos fenómenos sociales. El trabajo es primero un espacio social. Es un encuentro de personas con esperanzas personales que se juntan para relacionarse, sentirse importantes, útiles a su desarrollo humano. En el encuentro producimos simultáneamente nuevas relaciones. Somos redes de relaciones que se relacionan y por eso tal vez la economía es una ciencia social, una más entre las demás ciencias como la sicología, la filosofía, la sociología.
–¿Qué otros ejemplos de esto pueden citarse a nivel global?
–El 5 de abril pasado salió volando por su propia cuenta la puerta de emergencia de un Boeing 737 MAX. La industria aeronáutica, que es una de las más exigentes del mundo, no pudo evitarlo. Cómo y por qué suceden eventos como estos, incluso teniendo ya casos anteriores registrados y procesados. Si hiciéramos un stop por unos segundos y decidiéramos observar el mundo de una forma distinta, tal vez podríamos ver cómo ni los estándares ni las buenas prácticas globales, menos aún las leyes, lograron los objetivos para los cuales fueron creados. La falla con un producto o servicio en el mercado, así como un desacuerdo familiar, son primero fenómenos sociales.
–¿Cuál sería el origen de este tipo de situaciones?
–Creo que nadie se salva de tejes y manejes de las relaciones humanas; mantener aspectos ocultos en una conversación de trabajo, llegar a acuerdos (callando detalles) para lograr hacer cosas con otros y alcanzar objetivos supuestamente comunes. Y es exactamente aquí cuando el mercado en su apuro por avanzar, desarrollarse y mejorar nos hace creer que es en “nuestro hacer” donde radica el secreto del éxito. Yo ya no lo creo.
–¿Qué reformas harías para que haya menos trabajo precario, más cobertura de la seguridad social y mejores rendimientos?
–Esta pregunta es tal vez parte del desafío, pues no hay una respuesta, un plan, un modelo, una reforma. Ni el capitalismo, ni el comunismo, ni el liberalismo, ni las dictaduras funcionan. Necesitamos construir juntos algo mejor para todos. Este “construir de nuevo” implica desde mi opinión una revisión profunda de los enunciados que hoy guían nuestras creencias. La autocrítica es esencial y necesaria para hacernos responsables y dejar de lado a los eternos culpables de nuestros fracasos.
SEGURIDAD Y CONFIANZA
–¿Qué pensás de la posibilidad de reducir la carga horaria semanal con miras a mejorar la eficiencia?
–Trabajé en Alemania, conversé con suizos, alemanes, franceses y estando ya de regreso en Paraguay he conversado con argentinos, colombianos, brasileños, paraguayos y en todos estos países existe el “jagua juka” (expresión en guaraní que significa “matar el tiempo”). Es decir, las personas regulan su producción, sus tareas de manera que su presencia de 8, 9, 12 horas en su empleo se justifique. Recordemos que las empresas pagan por estar presentes. Todas las personas buscan un sentido para su empleo, para su esfuerzo diario, para sus vidas. Yo puedo hablar solo de lo que conozco y de lo que estamos probando nosotros. Estoy 100 % seguro de que una persona que trabaja 12 horas puede acabar su trabajo en 8. Pero para ello se requiere un marco de seguridad y confianza que hoy las organizaciones aún no conocemos. Nosotros estamos iniciando procesos que nos están mostrando nuevas posibilidades.
–¿Qué rol le das a la educación?
–Un día empecé a preguntarme si el miedo a expresarnos, la contaminación del planeta, la pobreza, la impuntualidad son cuestiones de educación o es falta de formación. La formación se puede planificar y auditar fácilmente; por ejemplo, con el reconocido sistema internacional PISA. Este modelo apuesta a la capacidad de un niño –a sus 15 años– para utilizar sus conocimientos y habilidades en lectura, matemáticas y ciencias; la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD) afirma que estos son claves para afrontar los retos de la vida real. Recordemos que la formación es también posible en solitario. Un autodidacta puede dominar su materia, pero a la par no saber cómo relacionarse con los demás.
–¿Cuál es la principal diferencia que harías entre la educación y la formación?
–La educación no se puede planificar ni controlar, menos evaluar. Este proceso deviene permanentemente, sucede en todos los momentos de relacionamiento –espontáneos o no– junto a otros seres humanos y al contexto que les contiene y abraza. Las personas nos hacemos en la convivencia. Nuestra conducta emerge y se renueva con nuestra educación. A diferencia de la formación, la educación es imposible en solitario. El educado puede no dominar una materia, pero a la par sí saber cómo relacionarse con los demás. Ciertamente la educación y la formación son concomitantes y recursivos, pero no por ello sinónimos.
–¿Qué papel te parece que puede cumplir el hogar en este sentido?
–El hogar es apenas el primer espacio de convivencia que educa, tal vez sea importante, pero jamás el único. Ahí crecemos, pero más tarde convivimos en una mezcla compleja de clases, con poderes y privilegios que hoy gobiernan a la mayoría en Paraguay y Latinoamérica. Esto nos está fragmentando socialmente, restringe e interfiere nuestras capacidades productivas y de innovación. Llevamos una vida sometida a las reglas económicas con hábitos que nos educan fuertemente en, por ejemplo, la inequidad social. Esto también está determinando nuestras comprensiones morales hace mucho tiempo y es algo que una maestra en aula jamás podrá compensar.