- Por Ricardo Rivas
- X: @RtrivasRivas
- Fotos: Gentileza/AFP
Muchas grandes obras calificadas de “ficción distópica” advierten sobre agobiantes prácticas políticas y sociales que desde el poder se planifican y gestionan hasta nuestros días. ¿Ficción distópica o advertencia sensata?
Tal vez la Inteligencia Artificial (IA) –así, las dos con mayúsculas como iniciales– sea la primera movida tecnológica fuerte del siglo XXI. Después, seguramente, la aldea global conocerá otras que quizás tendrán menor impacto social porque serán menos las personas que puedan recordar y contar cómo transitaron los avances arrolladores casi sin pausas que se conocieron desde cuando promediaba la centuria pasada. Las preocupaciones se expanden ante lo nuevo y desconocido. Los líderes en no pocos casos carecen de respuestas ante tantos interrogantes y, lo que añade complejidad social, hay incertidumbre sobre lo que viene.
La Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) procura amortiguar los efectos y consecuencias no deseadas de la innovación. Desde largo tiempo –a propósito de la irrupción de la IA y su expansión– analiza la situación. Y lo hace desde el reconocimiento de “las repercusiones positivas y negativas profundas y dinámicas de la IA en las sociedades, el medio ambiente, los ecosistemas y las vidas humanas”, pero “en particular” pone especial énfasis en la afectación que ese desarrollo en particular produce “en la mente humana, debido en parte a las nuevas formas en que su utilización influye en el pensamiento, las interacciones y la adopción de decisiones de los seres humanos” y cómo “afecta en la educación, las ciencias sociales y humanas, las ciencias exactas y naturales, la cultura, la comunicación y la información (…) para contribuir a la paz (para) asegurar el respeto universal a la justicia, a la ley, a los derechos humanos y a las libertades fundamentales que se reconocen a todos los pueblos del mundo”.
En ese contexto, desde el 23 de noviembre de 2021, los Estados miembros de la Unesco acordaron y emitieron un documento de plena vigencia al que llaman “Recomendación sobre la ética de la Inteligencia Artificial”. Treinta y un meses pasaron desde entonces. Las preocupaciones crecen. A la Inteligencia Artificial (IA) el papa Francisco la considera “un instrumento fascinante y tremendo”. El Estado Vaticano es miembro observador en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en la Unesco. Sigue esos debates con particular atención.
De allí que el pontífice así se expresó ante los “líderes del Foro Intergubernamental del G7″, un puñado de días atrás, cuando se reunieron en Borgo Egnazia, Apulia, Italia. Con atención extrema y en profundo silencio, lo escucharon la anfitriona, la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni; y sus homólogos Justin Trudeau, de Canadá; Emmanuel Macron, de Francia; Olaf Scholz, de Alemania; Rishi Sunak, del Reino Unido; Fumio Kishida, de Japón; Joe Biden, presidente de los Estados Unidos; Ursula von der Leyen y Charles Michel, de la Unión Europea. El líder religioso de los católicos –también jefe de Estado de una monarquía teocrática– destacó luego ante sus pares que la IA es un “producto extraordinario del potencial creativo que poseemos los seres humanos”.
CRECIENTE INFLUENCIA
Luego de puntualizar cuáles son algunos de los espacios en los que ese desarrollo tecnológico se aplica con fines diversos –aunque como supuesto– estimó que “su uso influirá cada vez más en nuestro modo de vivir, en nuestras relaciones sociales y en el futuro, incluso en la manera en que concebimos nuestra identidad como seres humanos”. Pero con su reflexión fue más allá. Francisco, como supuesto aglutinante, expresó que los allí reunidos “aunque en diferente medida, estamos atravesados [y relacionados con la IA] por dos emociones: somos entusiastas cuando imaginamos los progresos que [de ella] se pueden derivar (…), pero, al mismo tiempo, nos da miedo cuando constatamos los peligros inherentes a su uso”.
Coincidente con los contenidos de la recomendación de la Unesco –aunque con tono precautorio– admite que “no podemos dudar, ciertamente, de que la llegada de la inteligencia artificial representa una auténtica revolución cognitiva-industrial, que contribuirá a la creación de un nuevo sistema social caracterizado por complejas transformaciones de época”. Para fortalecer su argumentación y a modo de “ejemplo” enumera que la IA “podría permitir una democratización del acceso al saber, el progreso exponencial de la investigación científica, la posibilidad de delegar a las máquinas los trabajos desgastantes”, pero advierte que también “podría traer consigo una mayor inequidad entre naciones avanzadas y naciones en vías de desarrollo, entre clases sociales dominantes y clases sociales oprimidas” y no duda en señalar que ello supone un “peligro” para la construcción de “una cultura del encuentro” por la que aboga incluso desde tiempos anteriores a la casi docena de años que se extiende su papado y, por tanto, cree que puede favorecer el desarrollo y la consolidación de “una cultura del descarte”.
Desde ese lugar, entonces, propone a los líderes y lideresas que lo escuchan “una reflexión a la altura de la situación” porque “los beneficios o los daños que esta [la IA] conlleve dependerán de su uso” y, en su parecer, “el uso de nuestras herramientas [creadas a lo largo de la historia] no siempre está dirigido unívocamente al bien”. ¿Pesimismo papal?
LA GUERRA DE LOS MUNDOS
Orson Wells (1915-1985), cuando era un joven de 23 años, el domingo 30 de octubre de 1938, a las 20:00, en los Estados Unidos, interpretó “La guerra de los mundos”, en un radioteatro con el que adaptó para relatar en ese formato un capítulo de una novela de Herbert George Wells (1866-1946) con el mismo título, que se emitió a través de la red de emisoras de la Columbia Broadcasting Sistem (CBS). Lo que Orson –una persona lúcida comprometida con su tiempo– imaginó como actor y radiodifusor, sucedió. Su trabajo tuvo altos niveles de audiencia y fuerte impacto en el conjunto social porque el relato daba cuenta de la llegada a la Tierra desde Marte de naves extraterrestres cuyos ocupantes –”los marcianos”– procuraban invadir el planeta y esa intención desató una guerra contra los invasores de graves consecuencias.
Con el paso de las horas y de los años, algunos relatos de aquel suceso, totalmente falsos, dieron cuenta de que la emisión aterrorizó a la población norteamericana hasta el punto de entrar en pánico y saturar con sus llamadas a las centrales telefónicas de la policía en demanda de auxilio. Hasta nuestros días en el Van Nest Park de Grover’s Mill, New Jersey, relativamente cerca de New York City, se recuerda aquel suceso con una placa en el punto exacto donde “aterrizaron” las naves marcianas agresoras.
Un relato falso de toda falsedad cuando la radiotelefonía era significada como el más novedoso desarrollo tecnológico en esos años ingresó de lleno y para siempre en la memoria del mundo que recuerda una invasión que, si bien nunca existió, fue suficiente para construir una amenaza para la humanidad por parte de una civilización de la que se desconoce si existe.
¿Hubiera sido posible sin la radio? Cuarenta y un años antes, Guillermo Marconi, el 14 de mayo de 1897, realizó la primera comunicación inalámbrica abierta de la historia que fue desde el canal de Bristol en Inglaterra hasta la localidad de Penarth, en Gales. “Estás preparado”, el mensaje de dos palabras emitido recorrió con éxito los 6 kilómetros que separaban las dos localidades. Fue recibido alto y claro. Aquel enorme avance tecnológico en un breve lapso de tiempo devino en una herramienta de enorme valor para el rescate de los náufragos del Titanic, el 15 de abril de 1912, y del Lusitania el 7 de mayo de 1915. Dos catástrofes que también se inscribieron para siempre en la historia marítima.
La radio era lo más. A tal punto que Marconi y el físico alemán Carl Ferdinand Braun en 1909 recibieron el Premio Nobel de Física por la contribución a la humanidad de aquel desarrollo tecnológico que tanto fue aplicado cuando graves emergencias y catástrofes para resolverlas o amortiguar sus efectos negativos como para desarrollar operaciones de producción de sentido para bien o para mal. ¿También entonces había quienes creían que posible es todo?.
EL GRAN HERMANO
Eric Blair, nacido en la India en 1903 y fallecido en Londres en 1950, es conocido y reconocido en los ecosistemas literario y académico como George Orwell y por un título fundamental de su autoría para quienes asumimos la ciencia de la comunicación como una pasión. Educado en Eton –donde no toda la población de la Gran Bretaña puede hacerlo– es el autor de “1984″, un texto al que muchos definen como una novela política de ficción distópica, que fue publicada el 8 de junio de 1949. En sus páginas nace la idea del Gran Hermano o Hermano Mayor, gestado primero y asociado después con el panoptismo que cuando finalizaba el siglo XVIII construyó el filósofo Jeremy Bentham, que hizo foco con sus estudios sobre las estrategias de vigilancia, poder y control que el capitalismo procuraba aplicar sobre obreros y obreras para optimizar producción y rentabilidad.
Bentham descubrió que aquellos objetivos se tenían presentes a la hora de diseñar y construir establecimientos industriales. Orwell, que profundizó en el estudio de aquellos conceptos, encontró en ellos el gen de muchas de las agobiantes prácticas políticas y sociales que se desde el poder se planifican y gestionan hasta nuestros días. ¿Ficción distópica o advertencia sensata?
La Real Academia Española de la Lengua (RAE) llama “distopía o cacotopía” a una “utopía negativa” en la que “la realidad transcurre en términos antitéticos a los de una sociedad ideal, representando una sociedad hipotética indeseable”. De allí que “1984″, la novela de Orwell categorizada como “política de ficción distópica”, tal vez no sea incorrecto señalarla –también según la RAE– como una “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”.
¿Ficticia? Permítanme la duda, por favor. La cadena televisiva norteamericana ABC produjo y presentó entre el 31 de marzo de 1987 y el 12 de mayo de 1988 la serie “Max Headroom”. Acerca de aquel producto televisivo de consumo masivo, muchos años después, en el sitio cinefania.com, se publica la siguiente reseña: “En un futuro cercano, cuando la televisión jamás deja de emitir, el reportero Edison Carter (protagonizado por el actor Matt Frewer) y su alter ego generado por computadora, Max Headroom, luchan por mantener informado al público”. Algunos textos especializados incluyen esta producción dentro del género de ciencia ficción cyberpunk.
REALIDAD VIRTUAL
En la Argentina fue parte de la programación de canal 13 de Buenos Aires en 1989. Cada capítulo –14 en total– se proponía en el inicio como “20 minutos en el futuro”. Creada por Rocky Morton, Annabel Jankel y George Stone, el argumento, que bien podría ser categorizado como distópico con formato ficcional, relata cómo desde una localización indeterminada un imaginario grupo de poderosas cadenas televisivas se constituye como un gobierno de alcance global que para mantenerse en el poder aprueba una ley que prohíbe que se apaguen los televisores.
En aquel contexto por entonces inimaginable siquiera como desarrollo futurista posible, el periodista Carter –crítico de aquellas prácticas hegemónicas de gestión política– para protegerse de amenazas concretas y eventuales ataques personales que afectaran su integridad física, con un grupo de técnicos aliados inicia un movimiento de resistencia y resiliencia civil para informar lo que por el ejercicio del poder los poderosos quieren evitar que se sepa. En verdad, la trama que proponía aquella ficción –para nada novedosa– estaba en línea con las enseñanzas del periodista y maestro de periodistas bielorruso Ryszard Kapuściński, que durante décadas para ejercer el oficio se enfrentó a sucesivos gobiernos dictatoriales como en esa serie televisiva lo hacía el perseguido Carter.
Lo nuevo sí de aquel argumento fue que en aquellos momentos de intenso peligro personal para el protagonista y para la libertad de expresión irrumpe en las pantallas –esde algún lugar– Max Headroom, un periodista creado digitalmente para dar por tierra con las limitaciones informativas, con la censura y épicamente seguir adelante para informar, para hacer saber. Fue un éxito, aunque nadie imaginó que aquello fuera posible.
Sin embargo, y aunque en otro contexto dieciocho años más tarde –el 11 de agosto de 2018– Zhang Zhao, un informativista absolutamente humano que por aquellos años se desempeñaba en los servicios informativos de la agencia de noticias Xinhua (Nueva China) fue el modelo sobre el que se creó el que fue presentado en la Quinta Conferencia Mundial de Internet como el primer conductor de noticias virtual dotado con inteligencia artificial, capacidad para expresarse en mandarín e inglés y evidenciar expresiones y gestáltica humanas. ¡Noticia mundial! De hecho, en aquella jornada, la agencia periodística estatal de México –Notimex– reportó en su servicio informativo que “Xinhua explicó que el conductor virtual [presentado] es ya un miembro de su equipo que puede trabajar las 24 horas en su sitio de internet y otras plataformas electrónicas con reducción de costos de producción y mejora en la eficiencia”.
Interrogo al pasado. ¿Max Headroom también era parte de una ficción distópica? Tal vez, sí. ¿Cómo afirmar o negar en tiempos de prácticas sociales de realidad mixta que emergen desde el tránsito cotidiano entre realidad real y realidad virtual?
La IA es tan atrapante como preocupante. Francisco, como jefe de Estado y líder religioso, admite públicamente que su preocupación crece porque “no pocas veces, precisamente gracias a su libertad radical, la humanidad ha pervertido los fines de su propio ser, transformándose en enemiga de sí misma y del planeta”, duda y lo dice porque estima que “la misma suerte pueden correr los instrumentos tecnológicos” más novedosos. Clara coincidencia, por cierto, con Audrey Azoulay, directora general de la Unesco.