Una buena parte de esa ciudad de ensueño –tal vez mayoritaria– asegura saber todo de él. Incluso de aquellas historias que se cuentan del tenor de los tenores y que nunca sucedieron.

  • Por Ricardo Rivas
  • X: @RtrivasRivas
  • Fotos: Gentileza

“Qui dove il mare luc­cica / E tira forte il vento / Su una vecchia terrazza / Davanti al golfo di Surriento / Un uomo abbrac­cia una ragazza / Dopo che aveva pianto / Poi si schia­risce la voce / E ricomincia il canto...”. La primera vez que escuché Caruso –quizás en el fin del verano austral del 1987– confieso que lloré. Por emoción e incredulidad. ¿Quién pudo componer algo tan bello?, me pregunté. La historia de amor y muerte que atesoran aquellos versos me desbordó.

A Lucio Dalla (1943-2012), su autor, lo entrevisté en 1995. Participaba en Chile del Festival de Viña del Mar. También allí fue aclamado cuando cantó y actuó otro de sus temas. “Attenti al lupo”. El público –una multitud– disfrutó, cantó y bailó junto con él. ¡Increíble! El sombre­rito que usaba se vendía como pan caliente. Años antes, no recuerdo cuántos, lo conocí en Buenos Aires cuando una buena parte de la juventud argentina bailaba cuando él rítmicamente preguntaba “Qué pasa esta tarde que está la cosa negra, negra / cariño deja ya de estar tan seria y ven conmigo a pasear...”.

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¡Más increíble! Cuando lo saludé no fue necesaria referencia alguna. Con pre­cisión y claridad recordó el anterior encuentro. Hable­mos de Caruso, propuse. Su gesto cambió. “No compren­derás fácilmente. Es una his­toria de amor y muerte que sucedió en Sorrento cuando cantó enamorado aquel grande de la lírica que fue Enrico Caruso”, respondió y preguntó: “¿Conoces Nápo­les?”. No. “Cuando conoz­cas, comprenderás. El cora­zón partido de Caruso está en cada rincón napolitano”. Nos despedimos después de poco más de una hora de recuerdos, datos e historias. Algunas con amigos comu­nes. Aquel abrazo todavía me acompaña.

El primero de los días de marzo de 2012 su corazón se detuvo. Entristecí. Pero aquella respuesta en Chile quedó conmigo. Tiempo después supe que Dalla, en 1986, se vio obligado a ama­rrar en el puerto de Sorrento porque la embarcación con la que disfrutaba de su pasión navegante sufrió una ave­ría. Durante aquella esta­día imprevista se alojó en la misma suite en la que Caruso transitó algunos de los que fueron sus últimos tres meses de vida. Falleció el 2 de agosto de 1921.

“Te voglio bene assaje / Ma tanto tanto bene sai / È una catena ormai / Che scioglie il sangue dint' 'e 'vvene sai”, dijo Enrico Caruso a su discípula antes de cantar para ella “Una vez en la vida”

LA VOZ DEL SIGLO

Enrico, también mencionado como el Tenor de los Teno­res; la Voz del Siglo o, sim­plemente, el Gran Caruso, y Sorrento, desde aquellos comentarios de Lucio, se incrustaron en mi vida como asignaturas pendientes. “Che bella cosa na jurnata ‘e sole, / N’aria serena doppo na tempesta. / Pe’ ll’aria fresca pare già na festa, / Che bella cosa na jurnata ‘e sole”, sentí en mis oídos que cantaba el Gran Caruso cuando llegué a Sorrento.

“¡L’uomo è ciò che ama!”. Sor­prendido, me pareció escu­char. Miré hacia todos lados. Verifiqué que estaba solo y supe, a poco de arribar que, desde entonces, claramente y aún en mi memoria, sería para siempre uno de mis luga­res en el mundo en el siem­pre increíble sur de Italia. Sorrento es así. Está incrus­tada en el golfo de Nápoles en la península sorrentina, que con su belleza desborda los ojos. No hay mirada que alcance. Incluso para los ojos entrenados para observar bellezas extremas y amane­ceres o atardeceres caleidos­cópicos de colores múltiples, cambiantes que hacen esta­llar el sol en millones de asti­llas indescriptibles cuando hacemos foco sobre el hori­zonte tan en fuga como las utopías desde los más alto de los acantilados sorrentinos.

No fue aquel un día más. Recorrer la isla de Capri, navegar a vela por el Tirreno, visitar la Gruta Azul, zambu­llirse en esas aguas soñadas entonan el alma. Un Tenuta San Guido 2018 Bolgheri Sassicaia bivarietal Caber­net Savignon con un toque de Cabernet Franc, nacido y criado en la Toscana, hace el resto para que antes de vol­ver al puerto y de amarrar, “vuelen los ángeles”, como suplicaba en cada mediano­che décadas atrás Sabatino Arias, un grande de la enolo­gía y de la vieja radio Conti­nental de Buenos Aires.

Desde Porto di Sorrento me largué a caminar. La Vía Luigi de Maio fue la más adecuada para hacerlo. Piazza Tasso me recibió con honores. El Bar del Carmine, también. Un café espresso como solo en Italia es posible saborear fue la mejor fuente de ener­gía. La luna ganó terreno. Todo para curiosear. Para explicar. El portón de hierro forjado de una vieja y oscura casona fue una invitación a la que –como aventura– no pude negarme. Subir una misteriosa escalera me llevó hasta un punto ideal para mirar un cielo atrapante. Me senté en un rústico banco de piedra. Todos mis senti­dos estaban en máxima ten­sión. De allí que, al creerme rodeado de nocturnidad pro­funda, una vez más me sor­prendió una voz y una frase. Aquella voz susurrante que escuché hizo que me sobre­saltara hasta conmoverme.

¿EL HOMBRE ES LO QUE AMA?

Si bien fue como un susu­rro, ese decir sonó como un alarido. “L’uomo è ciò che ama”. Las cinco palabras una y otra vez resonaban en mis oídos. ¿El hombre es lo que ama?, repetí en voz muy baja en español. Pensamiento y reflexión, en mi caso, sue­len fluir mejor en la lengua materna. ¿Será así? Algunas volutas de humo de breve vida creí ver que emergían desde el rincón menos iluminado de aquella terraza más que cen­tenaria desde donde vi y escu­ché el mar. Pequeñas olas una y otra vez se desvanecían en la rompiente. El aire apenas se movía. El viento, como des­ganado, no llegaba a ser brisa.

Estoy cierto que para aquel viejo susurrante arrinconado que creo ver yo no estaba. Un breve rayo de luna que escapó desde detrás de una nube lo iluminó durante unos segundos. No pude verlo bien. Imaginé la piel de su cara curtida por vientos podero­sos y bruma marina. Creo que cerró sus ojos cuando el resplandor del capullo de tabaco que sostenía entre sus labios se encendió con fuerza. Hablaba. Con nadie o con quien estaba solo para él. Algunas barcas de pesca costera navegaban en pro­cura del sustento de familias pescadoras. No muy lejos las luces del Gran Hotel Excel­sior Vittoria potenciaban su histórico esplendor. Rodeado de limoneros, naranjos y oli­vos la Famiglia Fiorentino desde 1834 lo consolida, hace crecer y guarda sus secretos con el mismo celo que sus pétreas paredes. El Vesubio, perenne y en silencio, domina el paisaje. Compite en belleza con la bahía de Nápoles.

Un maduro historiador aficionado, aunque con impronta de cuentero, sen­tado a la mesa de un bar portuario rodeado de des­esperanzados pescadores tomadores de grappa, cinco madrugadas atrás, aseguró a quienes lo escuchábamos que quien nació como Cayo Octa­vio Turino el 23 de setiembre del año 63 antes de nuestra era y fue emperador de Roma como Augustus César, hasta el 19 de agosto del 14 después de nuestra era, cuando falle­ció a los 75 años, donde hoy se encuentra el Excelsior Vitto­ria había construido su villa. “Las ruinas de aquella resi­dencia todavía hoy se man­tienen en pie en los cimien­tos del hotel”. Lo dijo con aire solemne.

Exultante anunció después que personajes tales como Johann Wolfgang von Goe­the (1749-1832), Óscar Wilde (1854-1900) o Richard Wag­ner (1813-1883) se alojaron allí. “Goethe...? Sei sicuro? Morì nel 1832 e la famiglia Fiorentino iniziò la cos­truzione dell’albergo nel 1834?”, pregunté con algo de impertinencia. No hubo res­puesta. Me ignoró y siguió adelante. Gesticuló fastidio.

“¡L’uomo è ciò che ama!”. ¿Qué amaba Caruso? Una buena parte de esa ciudad de ensueño –tal vez mayorita­ria– asegura saber todo de él. Incluso de aquellas historias que se cuentan del tenor de los tenores y que nunca suce­dieron. Con el nuevo ama­necer reinicié la búsqueda de esa Sorrento misteriosa –desconocida para mí– que el querido Lucio Dalla me sugi­rió conocer para comprender Caruso. “Escuché, cuando niño o en mi adolescencia, que los viejos de mi pueblo, en Sorrento, contaban que Caruso muy enfermo, en el final de su vida –que fue muy corta, apenas 48 años–, para sentirse vivo daba clases de canto y de piano”.

“El corazón partido de Caruso está en cada rincón napolitano”, sostiene Lucio Dalla

AMOR SECRETO

Recuerdo una historia que muchos años atrás, en Mar del Plata, Argentina, unos 1.750 kilómetros al sur de Asunción, relató Chiche Vés­poli –sabio y querido amigo– durante una larga sobremesa que sostuvimos en La Tratto­ria Napolitana, un verdadero templo de la gastronomía ita­liana. “Uno de los que estaba con mi nono, que trabajaba en el Gran Hotel Excelsior Vit­toria, contó que ‘el maestro de la lírica estaba perdida y secretamente enamorado de una bellissima discepola’ y que, para recibirla, vestía sus mejores ropas, se perfumaba y acicalaba con enorme dedi­cación”, agregó Chiche, quien hizo un muy breve silencio hasta que prosiguió.

“Al parecer, la joven –que admiraba al maestro– una tarde dejó de cantar, tomó su mano y mirándolo fijamente a los ojos, imploró: ‘Enrico…, canta, canta per me, anche solo una volta nella vita!’. Caruso asumió el ruego de la muchacha como una forma de correspondencia a su propio sentimiento de amor”. Una ronda de limoncello casero llegó en el momento más apro­piado. “Enrico ordenó que lle­varan su piano a la terraza para cantar allí frente al Tirreno y al puerto. La joven lo besó en la mejilla mientras lloraba emo­cionada. Caruso vocalizó con un poema que canturreó: ‘Te quiero mucho / pero mucho, mucho, sabes… / es una cadena ahora / que funde la sangre en las venas, sabes…’. Al ver las lágrimas que roda­ban por la mejilla de su discí­pula, el tenor más grande de la historia comenzó a cantar a voz en cuello. Aquella histo­ria conmovedora la confirmé en Sorrento una y otra vez. En el mismísimo Gran Hotel Excelsior un muy anciano vecino al que todos saluda­ban con enorme respeto, cuando supo de mi curio­sidad, destacó que “aquella noche gloriosa, con la fuerza de su voz, Caruso hizo que los pescadores volvieran al puerto y que el bullicio calle­jero cesara. Fue la última vez que lo escuchamos. No cantó nunca más”.

Agradecí y nuevamente me largué a caminar por las pequeñas callejuelas sorren­tinas. Recién en ese momento comprendí las palabras que Lucio Dalla expresara en el aeropuerto de Santiago de Chile. Era necesario cono­cer Sorrento para saber de Caruso que la compuso luego de caminar y permanecer algunas horas en el mismí­simo balcón donde sucedió aquella historia amorosa. La declaración de amor del maes­tro de maestros en la historia de la lírica se inmortalizó. “Te voglio bene assaje / Ma tanto tanto bene sai / È una catena ormai / Che scioglie il sangue dint’ ‘e ‘vvene sai”.

La balada de Dalla se publicó en octubre de 1986. En poco tiempo se vendieron cerca de 50 millones de copias. Desde entonces, como una suerte de himno de homenaje y reconocimiento al amor del Gran Caruso, es eternizado por grandes estrellas que la incluyen en sus repertorios. Pavarotti y Lucio la cantaron a dúo en una velada memora­ble que disfruto una y otra vez en Youtube. Si el hom­bre es lo que amaba, ¿qué era Enrico Caruso?

El piano de Enrico Caruso, que aún se encuentra en la suite que lleva su nombre en el Gran Hotel Excelsior Vittoria de Sorrento

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