Este domingo, Toni Roberto evoca la figura de Tomás Argüello, quien años atrás le remitiera una emotiva carta contándole detalles de su sacrificada vida junto con una colección de revistas.

Hace muchos años, cuando estaba bus­cando una casa en los preludios de la llegada de los celulares en compañía de Eliana Delgadillo, toqué un timbre sobre la calle Primera casi Don Bosco. Se abre la puerta y sale nada más y nada menos que el legendario profesor Luis Alfonso Resck, a quien le pregunto sobre tal familia.

Con ropa de entre casa y su brillante pelo blanco me acompaña a preguntar casa por casa, golpeando todas las puertas de dos cuadras, hasta encontrar la fami­lia buscada. Eso es lo pri­mero que pensé al abrir una encomienda enviada hace más de seis años por don Tomás Argüello, quios­quero y poeta; en el inte­rior, el itinerario de todos sus clientes puerta a puerta de revistas, figurines, Vani­dades, Burda, Selecciones y una carta dirigida a mí, que empieza así: “A Toni Roberto, de Radio Ñan­dutí, sobrino de doña Glo­ria”, y una lista de clientes, la mayoría del barrio Petti­rossi, muchos de la comuni­dad judía, a quienes les ofre­cía sus productos.

UN CRUEL DESCUIDO

El tiempo cruel y mi des­cuido hizo que me olvide de abrir la encomienda que me había dejado en el acceso de la antigua Radio Nandutí sobre la calle Carmen Soler. Argüello fue un fiel oyente de todas las madrugadas que hacía de una a cinco de la mañana de lunes a viernes.

Los papeles estaban intac­tos, tal vez un poco amari­llentos, que me asomaban al balcón de los recuerdos. Algunos textos hechos a mano, otros a máquina de escribir y otros ya a compu­tadora, como se decía hasta entrados los años 90.

Rosal Perpetuo. Tomás Argüello. Archivo: Hemeroteca de la Biblioteca Nacional. Diario Noticias. Asunción,1994

LA CARTA

La carta contenía recuerdos de una persona que vino de muy chico a Asunción del interior, en la que me con­taba sus peripecias, su paso como criado por varias casas de familia desde los 10 años en muchos barrios residen­ciales de Asunción. En la emotiva correspondencia mencionaba historias perso­nales que me llevaron hasta las lágrimas.

A los once años de edad empezó la escuela. “Desde aquel tiempo conocí lo duro de la vida, como ser el frío, que me endurecía los dedos, que me azotaba el cuerpo y el alma llena de ansiedad infinita”, me dice. También viandero allá por 1952, me enumeró todas las peripe­cias en el recorrido de la entrega de los comestibles. “…Con mis pies descalzos hacía un esfuerzo para cru­zar de una vereda a otra, por­que cuando llegaba la hora del reparto, comenzaban a derretirse por el reinante sol del día, que me quemaba los dedos al cruzarlo”.

LAS FLORES Y EL JUEGO

El alma se puede llenar de emociones. Cuando vivía en una de las casas frente a la plaza Uruguaya, arran­caba unas flores con las que hablaba como si fuera un niño que se encuentra ante un juguete. A los 14 años entra a la Intendencia del Ejército, donde aprende el oficio de zapatero. En ese espacio de la calle Ygatimí y su encuentro con Alberdi y Chile, vivió por tres años. Ahí bajo el paso del viento le llega la música de los ensa­yos de la retreta y conoce por primera vez instrumentos musicales. Entonces soñaba con ser músico y animador de fiestas.

LOS AMIGOS DE LA COMUNIDAD JUDÍA

Los avatares de la vida de Argüello, sobre todo los eco­nómicos, hizo que no con­cluya sus estudios, ni pueda ser músico, ni animador de fiestas, pero sí nos dejó su poemario “Rosal perpetuo” y los recuerdos de muchos vecinos de su quiosco de revistas en las alturas de Pettirossi y Perú. Debido a su soledad fueron los amigos de la comunidad judía quie­nes se encargaron de llevarlo hasta su última morada hace tres años.

La frenética vida contem­poránea hizo que esa carta quede en un letargo de mis archivos, pero todo tiene su tiempo. Nunca es tarde para brindar un homenaje a aquellos antiguos vende­dores ambulantes y a todos ellos en el quiosquero y poeta Tomás Argüello, del barrio Pettirossi.

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