Este domingo, Toni Roberto evoca la figura de Tomás Argüello, quien años atrás le remitiera una emotiva carta contándole detalles de su sacrificada vida junto con una colección de revistas.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Hace muchos años, cuando estaba buscando una casa en los preludios de la llegada de los celulares en compañía de Eliana Delgadillo, toqué un timbre sobre la calle Primera casi Don Bosco. Se abre la puerta y sale nada más y nada menos que el legendario profesor Luis Alfonso Resck, a quien le pregunto sobre tal familia.
Con ropa de entre casa y su brillante pelo blanco me acompaña a preguntar casa por casa, golpeando todas las puertas de dos cuadras, hasta encontrar la familia buscada. Eso es lo primero que pensé al abrir una encomienda enviada hace más de seis años por don Tomás Argüello, quiosquero y poeta; en el interior, el itinerario de todos sus clientes puerta a puerta de revistas, figurines, Vanidades, Burda, Selecciones y una carta dirigida a mí, que empieza así: “A Toni Roberto, de Radio Ñandutí, sobrino de doña Gloria”, y una lista de clientes, la mayoría del barrio Pettirossi, muchos de la comunidad judía, a quienes les ofrecía sus productos.
UN CRUEL DESCUIDO
El tiempo cruel y mi descuido hizo que me olvide de abrir la encomienda que me había dejado en el acceso de la antigua Radio Nandutí sobre la calle Carmen Soler. Argüello fue un fiel oyente de todas las madrugadas que hacía de una a cinco de la mañana de lunes a viernes.
Los papeles estaban intactos, tal vez un poco amarillentos, que me asomaban al balcón de los recuerdos. Algunos textos hechos a mano, otros a máquina de escribir y otros ya a computadora, como se decía hasta entrados los años 90.
LA CARTA
La carta contenía recuerdos de una persona que vino de muy chico a Asunción del interior, en la que me contaba sus peripecias, su paso como criado por varias casas de familia desde los 10 años en muchos barrios residenciales de Asunción. En la emotiva correspondencia mencionaba historias personales que me llevaron hasta las lágrimas.
A los once años de edad empezó la escuela. “Desde aquel tiempo conocí lo duro de la vida, como ser el frío, que me endurecía los dedos, que me azotaba el cuerpo y el alma llena de ansiedad infinita”, me dice. También viandero allá por 1952, me enumeró todas las peripecias en el recorrido de la entrega de los comestibles. “…Con mis pies descalzos hacía un esfuerzo para cruzar de una vereda a otra, porque cuando llegaba la hora del reparto, comenzaban a derretirse por el reinante sol del día, que me quemaba los dedos al cruzarlo”.
LAS FLORES Y EL JUEGO
El alma se puede llenar de emociones. Cuando vivía en una de las casas frente a la plaza Uruguaya, arrancaba unas flores con las que hablaba como si fuera un niño que se encuentra ante un juguete. A los 14 años entra a la Intendencia del Ejército, donde aprende el oficio de zapatero. En ese espacio de la calle Ygatimí y su encuentro con Alberdi y Chile, vivió por tres años. Ahí bajo el paso del viento le llega la música de los ensayos de la retreta y conoce por primera vez instrumentos musicales. Entonces soñaba con ser músico y animador de fiestas.
LOS AMIGOS DE LA COMUNIDAD JUDÍA
Los avatares de la vida de Argüello, sobre todo los económicos, hizo que no concluya sus estudios, ni pueda ser músico, ni animador de fiestas, pero sí nos dejó su poemario “Rosal perpetuo” y los recuerdos de muchos vecinos de su quiosco de revistas en las alturas de Pettirossi y Perú. Debido a su soledad fueron los amigos de la comunidad judía quienes se encargaron de llevarlo hasta su última morada hace tres años.
La frenética vida contemporánea hizo que esa carta quede en un letargo de mis archivos, pero todo tiene su tiempo. Nunca es tarde para brindar un homenaje a aquellos antiguos vendedores ambulantes y a todos ellos en el quiosquero y poeta Tomás Argüello, del barrio Pettirossi.