Las violencias –reales y simbólicas– sacuden el mundo. Lo desangran. No solo por situaciones bélicas. También por las acciones que desarrollan organizaciones delictivas transnacionales de alta complejidad. O por líderes que dejan de lado los preceptos democráticos y desde el fundamentalismo de mercado proponen abolir la justicia social.

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista - X: @RtrivasRivas
  • Fotos: Gentileza

“Muchos chi­cos de Ucra­nia (que) vienen aquí (al Vaticano) no saben sonreír (o) se olvida­ron de sonreír y esto es muy duro”, dijo el papa Francisco a la colega periodista Norah O’Donnell, conductora, pre­sentadora y editora jefa del programa “Evening news”, de la cadena televisiva nor­teamericana CBS. Triste. Muy triste. Luego, cuando O’Donnell –a propósito de la situación bélica en Ucrania– le propuso enviar un mensaje al presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, el pon­tífice impetró: “¡Detengan la guerra! Busquen la negocia­ción. Busquen la paz. Siempre es mejor una paz negociada que una guerra sin fin”.

La entrevista es extensa. La producción muy prolija, sobria, con la entrevistadora vestida de negro. Francisco no esquivó ningún tema. En Europa la guerra es una preo­cupación cierta y concreta. En algunos países se reimplanta el servicio militar obligato­rio. Los presupuestos para la defensa crecen. La Organi­zación del Tratado del Atlán­tico Norte (OTAN) retoma con enormes despliegues las ejercitaciones conjuntas sobre hipótesis de conflicto en fronteras sensibles.

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Vientos nacionalistas comienzan a soplar sobre territorios que a lo largo de la historia fueron arrasados por enfrentamientos intermina­bles e incomprensibles, tanto en nombre de la política como de las ideologías o las religio­nes. Donde no hay guerras, las violencias llegan de la mano de líderes emergentes que se nutren en el liberalismo y la ortodoxia. Misoginia. Contrarios a las cuestiones de género. Refractarios con la Agenda 2030. Ninguna simpatía por la diversidad ni lo diverso.

Esos pensamientos tienen fuerte impacto en la socie­dad civil. Las personas en situación de tránsito (los migrantes) sufren de estig­matizaciones. Son blancos de sospechas, de explotacio­nes, de todo tipo de violencias. “Los migrantes a veces sufren mucho”, dice Francisco a Norah. “¡Sufren mucho!”. Y agrega: “¡La gente se lava las manos!” y destaca en tono de queja que “hay tanto Poncio Pilato suelto… que… ve lo que está sucediendo, las guerras, las injusticias, los crímenes… y se lava las manos”.

Diagnostica que “cuando el corazón se vuelve duro” emerge la indiferencia y sen­tencia que “la globalización de la indiferencia es una enfer­medad (social) muy fea”. Creo percibir que no solo habla críticamente de las guerras. Francisco, como algunos otros líderes globales, busca respuestas a tantos interro­gantes. Dentro y fuera de las 44 hectáreas del Vaticano donde es jefe de Estado.

El “siglo corto” llama Eric Hobsbawum a la centuria pasada, que considera se inicia en 1914 con la Primera Guerra Mundial y finaliza en 1991 con el derrumbe del Muro en Berlín y la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)

LIDERAZGOS EMERGENTES

Guy Sorman (80), intelec­tual francés de estirpe libe­ral, también se preocupa por algunos liderazgos emer­gentes. Hace foco en nues­tra región y lo hace saber. El pasado 29 de abril, en el diario monárquico espa­ñol ABC, sostiene que “de la misma manera en que el general Pinochet (Augusto, dictador chileno entre el 11 de setiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990), al reivin­dicar el liberalismo econó­mico, lo convirtió en ilegí­timo” y advierte que “ahora estamos ante una situación similar, aún más peligrosa” con el presidente Javier Milei en Argentina.

Sorman, luego de dejar claro que espera “que tenga éxito, pero lo dudo”, considera que ese presidente “entiende el liberalismo al revés de lo que realmente significa” y estima que, si ese gobierno “fracasa, el liberalismo no se recupe­rará hasta dentro de una gene­ración” que, en su opinión, será “el tiempo que tardemos en olvidar a este presidente extravagante”.

A otros analistas e intelec­tuales también les preocupa el expresidente norteameri­cano Donald Trump, quien se propone volver a la Casa Blanca con las presidencia­les del 5 noviembre próximo, porque pocos días atrás no tre­pidó en señalar que, si llega a ser electo, gobernará “como un dictador desde el primer día”. En las encuestas apa­rece como posible triunfador. Pese a que la justicia nortea­mericana lo investiga por 91 presuntos casos reprocha­bles judicialmente. Más aún, el Servicio Secreto estudia desde hace semanas –como hipótesis– qué tipo de dispo­sitivo deberá establecer en una prisión si el señor Trump fuera condenado, encarcelado y debiera gobernar desde la pri­sión. Aunque usted no lo crea, nada impide que así suceda en la legislación estadounidense.

¿Por qué se producen estos fenómenos? Como Guy Sor­man, el papa Francisco pro­cura saberlo. Hace foco sobre la educación y, en especial, en el uso del lenguaje. Entre los pasados días 10 y 11 de mayo, el pontífice participó acti­vamente del II Encuentro Mundial sobre Fraternidad Humana. Treinta ganadores del Premio Nobel estuvieron en Roma para ese diálogo del que participaron economis­tas, empresarios, deportis­tas galardonados, científicos, dirigentes de todo sector, tra­bajadores. La sociedad civil en su conjunto que se distri­buyó en una docena de mesas para debatir temáticas preci­sas estuvo allí. A los nobel, el papa les agradeció “el com­promiso” para reconstruir una “‘gramática de la huma­nidad’, una ‘gramática de lo humano’, en la que (se pue­dan) basar las opciones y los comportamientos”.

Días después, el intelectual Rodrigo Guerra López, secre­tario de la Pontificia Comisión para América Latina en la Santa Sede, respecto del con­cepto gramática de lo humano, señala que “si la libertad es un ‘lenguaje’ que expresa lo que somos, es preciso determinar su gramática (y, para ello, esta­blecer) las leyes que permiten el uso inteligente de los signifi­cados que se comunican a tra­vés de nuestras decisiones” y destaca que Francisco con ese mensaje se propone “impul­sar la necesidad de enriquecer nuestra conciencia a través de un redescubrimiento del sig­nificado profundo que habita en la condición humana”.

Yasser Arafat (líder de la Organización para la Liberación de Palentina), Shimon Peres (ministro de Relaciones Exteriores israelí) y Yitzak Rabin (primer ministro de Israel) reciben el Premio Nobel de la Paz por los Acuerdos de Oslo

ILIBERALISMO

Las violencias –reales y sim­bólicas– sacuden el mundo. Lo desangran. No solo por situa­ciones bélicas. También por las acciones que desarrollan orga­nizaciones delictivas transna­cionales de alta complejidad. O por líderes que dejan de lado los preceptos democráticos y desde el fundamentalismo de mercado proponen ajustes, desempleos, alejarse de aquel Estado de bienestar que ya está bastante atrás, abolir la jus­ticia social, dejar de lado los derechos humanos, imponer el iliberalismo apoyándose en el discurso vacuo de liberta­rismo excluyente.

No vamos bien. Miles de per­sonas temen por sus vidas. Habitan en la incertidumbre. Por caer en el desempleo. Por ingresar en la pobreza o en la indigencia. Por no poder acce­der a la salud, a la educación. “¿No future?”. Tampoco tie­nen certezas sobre el amane­cer que vendrá ni si llegarán a la noche de este día. ¿Estare­mos con vida cuando se ponga el sol? ¿Podré amamantar? ¿Podrán nuestros hijos cre­cer? ¿Podré ver cómo crecen? ¿Esta es la vida que supimos conseguir? “¿No future?”, aquella duda social profunda de entonces que expandieron desde las puertas mismas del Palacio de Buckingham, en Londres, 1977, Johnny Rot­ten, Steve Jones, Glen Mat­lock, Paul Cook y el fallecido Sid Vicious –The Sex Pistols– parece reinstalarse.

Unas sesenta guerras se desa­rrollan –en algunos casos desde varias décadas– en nuestro maltratado mundo. Desde poco más de dos años atrás –el 24 de febrero de 2022– Rusia está en guerra con Ucrania. Ese día, el presi­dente Vladimir Putin ordenó avanzar a sangre y fuego. Su homólogo en Kiev, Volodímir Zelenski, organiza la defensa, consigue contener al invasor, lo daña y articula con algu­nos gobiernos que le aportan pertrechos de todo tipo. Miles de muertos, miles de heridos, miles de huérfanos, miles de prisioneros, ciudades destrui­das, infraestructuras inutili­zadas. ¿Dónde está la paz?

Desde el 7 de octubre del año pasado la muerte se instaló en la Franja de Gaza. Un ata­que terrorista inesperado de combatientes irregulares de Hamás contra la población civil en el sur de Israel dejó como luctuoso saldo cerca de 2.000 personas asesina­das. Dos centenares fueron secuestrados y en su mayoría así permanecen. Angustia. El primer ministro israelí, Benja­mín Netanyahu, contraataca impiadoso. ¿35.000 muertes? Con el tiempo se sabrá.

¿Dónde está la paz en esa geografía a la que tres reli­giones llaman Tierra Santa? La guerra debe detenerse. ¡Ya! Algunos retoman la idea de “un territorio, dos Estados” para que coexis­tan y alcancen la paz Israel y Palestina. Un primer acuerdo en ese mismo sen­tido firmó en Oslo en 1993 el primer ministro israelí, Yitzhak Rabin, junto con el jefe de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat. En 1995 se avanzó para definir y deli­mitar las áreas administrati­vas que corresponden a Israel y a Palestina. Un avance hacia la paz, sin dudas. De hecho, así lo reconoció el Comité de Oslo. Arafat, Rabin y el enton­ces ministro israelí de Asun­tos Exteriores, Shimon Peres, en 1994 fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz.

El presidente argentino, Javier Milei, “entiende el liberalismo al revés de lo que realmente significa (...). Si fracasa el liberalismo no se recuperará hasta dentro de una generación, (que) será el tiempo que tardemos en olvidar a este presidente extravagante”, sostiene Guy Sorman, intelectual liberal

TIEMPOS VIOLENTOS

En estos tiempos violentos se retoman aquellas ideas y políticas que se definieron y aplicaron en los últimos siete años del siglo pasado. ¿Volver al futuro? ¿Y las violencias del presente? Shlomo Ben Ami, diplomático e historiador israelí, sostiene y caracteriza esa disputa como “una trage­dia hegeliana entre dos causas legítimas”. ¿Es un conflicto del siglo XX o una repetición cons­tante que llega hasta nuestros días en el silgo XXI?

Algunas tragedias no saben de espacio ni de tiempo. La física y la filosofía, la que se conoce como cosmología filo­sófica, van por senderos muy alejados cuando de violencias permanentes se trata. Con­fieso que por años he deseado dialogar con Eric Hobsbawm (1917-2012). Leer su obra –su trilogía de las tres edades– me deslumbró. “La era de la revolución: Europa 1789-1848″ (1962), “La era del capi­tal: 1848-1875″ (1975) y “La era del imperio: 1875-1914″ (1987) fueron parte impor­tante de mi nutriente intelectual. Pero, sin dudas, “Histo­ria del siglo XX” (The Age of Extremes), que se publi­cara en 1994, me determinó y fue una suerte de hoja de ruta para comprender cada país que visité, recorrí, estu­dié y estudio desde la última década formal de la centuria pasada que, desde la perspec­tiva de Hobsbawm, solo tuvo 77 años.

A partir de ese paradigma, Eric Hobsbawm llama al XX “el siglo corto”. Cuando soñaba e intentaba como periodista organizar un encuentro con él imaginaba que habría de con­versar con un testigo secular que revisó como muy pocos lo hicieron los sucesos de cada uno de sus días. Hasta des­pués de su muerte jamás lo asumí como un historiador. No. Lo que narraba y expo­nía Hobsbawm –como lector, curioso irredimible, acadé­mico y periodista– siento que no eran hechos incrustados en el pasado, sino que acaecían –sucedían– en aquellos días que convivíamos.

Con cada uno de sus trabajos sentía que estaba frente a una suerte de investigación-ac­ción sincrónica con sus rela­tos y la vida cotidiana en un planeta inseguro. Como miles, aquel maestro también había peleado en la Segunda Gue­rra Mundial. La generación de sus padres combatió en la Primera. Aquellos conflictos nos marcaron. “El siglo XX no puede concebirse disociado de la guerra, siempre presente aun en los momentos en los que no se escuchaba el sonido de las armas y las explosio­nes de las bombas”, dijo Eric alguna vez. Coincido.

Y desde ese contexto es que comprendo que en su análisis pusiera fin a aquel “siglo corto” en 1991, luego de la desintegra­ción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) dos años después de que se derrumbara el Muro de Ber­lín. La idea de la bipolaridad ordenadora de la posguerra perdió fuerza. Otros catedrá­ticos creyeron que se encon­traban frente al fin de la histo­ria. Nada es tan lineal cuando de la humanidad se trata.

OLAS

Fabián Bosoer, colega perio­dista, académico y escritor, en el diario Clarín de Buenos Aires preguntó “¿Qué quedó de la tercera ola?” de la democra­tización que propuso Samuel Huntington (1927-2008). Tengo la convicción de que Bosoer también está entre los preo­cupados, como bien lo explica, por “el crecimiento (expo­nencial) de fuerzas “antisis­tema”, (de) líderes con retóri­cas iracundas y (con) políticas extremistas”, lo que entiende que “representa un nuevo desafío a las democracias”.

En el plano de las dudas, se pre­gunta y nos pregunta si acaso tales emergencias son “¿res­puesta a las promesas incum­plidas, un síntoma más del malestar (social) o un indica­dor de su resiliencia? Repasa el último medio siglo y finalmente recuerda que 30 años atrás, el propio Huntington sentencia que “la tercera ola, la ‘revolución democrática mundial’ de fines del siglo XX, no durará siempre” y prevé que “podría sucederla un nuevo rebrote del autorita­rismo que constituyera una ter­cera contraola”.

Pese a tal hipótesis, aquel aca­démico abrió paso a la espe­ranza y señaló que si así fuera “no (se) cerraría la posibili­dad de que alguna vez en el siglo XXI se desarrollara una cuarta ola de democratiza­ción”. Que así sea.

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