El profesor e historiador ítalo-brasileño Mario Maestri, autor de importantes libros y publicaciones académicas sobre la historia paraguaya, en especial del siglo XIX y la guerra contra la Triple Alianza, realiza en esta entrevista un análisis sobre la situación en que se encontraban los países beligerantes antes del inicio de la contienda.

  • Por Jorge Coronel Prosman
  • Fotos: Gentileza

El enfoque de Maestri se centra en relatar la historia desde una perspectiva de los pueblos que pelearon y sufrieron la gue­rra. En este sentido, el punto de partida del historiador es buscar comprender las forma­ciones sociales de los países involucrados y, a partir de allí, encuentra ciertas particula­ridades en la sociedad para­guaya respecto a las demás naciones contendientes.

–¿Cuáles eran las princi­pales características de la sociedad brasileña al inicio de la guerra?

–No entenderemos la Guerra Grande si nos mantenemos al margen del conocimiento del carácter de las formaciones sociales de los países involu­crados. En 1865, el Imperio de Brasil tenía diez millones de habitantes en un enorme territorio. Al contrario de la explosión nacional de las antiguas colonias hispanas americanas, las antiguas posesiones lusobrasileñas formaron un Estado monár­quico, centralista, autorita­rio y, sobre todo, esclavista. Con la derrota del sur de los EE. UU. en la Guerra de Secesión (1865), el Imperio del Brasil era la única nación independiente del mundo en mantener la esclavitud colo­nial. En aquel momento, Bra­sil tendría más de un millón y medio de africanos y afro­descendientes esclavizados, alrededor de cuatro veces la población paraguaya en 1865.

–¿Cuál era la situación de la distribución de la tierra?

–El Brasil esclavista descono­cía una población campesina. Desde el descubrimiento, en 1500, la Corona portuguesa, propietaria de todos los terri­torios americanos que pre­tendía suyos, entregó grandes latifundios a sus protegi­dos para ser explotadas por esclavizados. El Estado real e imperial jamás distribuyó pequeñas porciones de tierra entre la diminuta población libre, que vivió miserable­mente en los intersticios de la sociedad esclavista. Jamás el Brasil conoció la situación de “tierra libre” de las “colo­nias de población”. Mismo en regresión debido al fin del trá­fico transatlántico, en 1850, el cautivo permaneció como la fuerza laboral esencial de la producción de café, el funda­mento del Estado imperial y de la economía exportadora. A pesar de la centralización política, las provincias de Brasil vivían en semiauto­nomía económica y social, con sus clases dominantes regionales que se considera­ban paulistas, pernambuca­nos, mineros, ríograndenses, etc., y escasamente brasile­ños. La población dominada –libres pobres, caboclos, indios, esclavos– no integraba la comunidad nacional, res­tringida a los propietarios de esclavizados y a los hombres libres con algunas posesio­nes. Las únicas institucio­nes supraprovinciales eran el Estado imperial, el clero y las fuerzas armadas. El Bra­sil era un Estado sin nación.

Las antiguas posesiones lusobrasileñas formaron un Estado monárquico, centralista, autoritario y, sobre todo, esclavista

–¿Y la Argentina?

–Desde la crisis de la inde­pendencia, en 1810, la futura Argentina vivía dilacerada por el esfuerzo de las cla­ses dominantes porteñas en mantener, por un lado, el monopolio del puerto de Bue­nos Aires con relación a toda la región y, por otro, la sumi­sión de las provincias del lito­ral y del interior, apoyadas por el capital comercial inglés. Lucharon también por recu­perar las provincias desga­rradas, Uruguay y Paraguay. También en el Virreinato del Río de la Plata, la Corona era propietaria absoluta de las tierras consideradas como españolas. También allí ella distribuyó las tierras de sus posesiones solamente entre los “hombres de bien”. Poco adaptada a la gran planta­ción de exportación, con una escasa población nativa para ser explotada, pagando altos precios por los africanos cau­tivos, la región se desarrolló con dificultad. Las provincias argentinas, también “colo­nias de explotación”, desco­nocieron una población cam­pesina. En la población libre, relativamente escasa, se des­tacaban los gauchos pampea­nos, viviendo sin acceso a la propiedad legal de la tierra.

LAS CAMPAÑAS DEL DESIERTO

–¿Cómo fue evolucionando este cuadro?

–Solo después del final de la Guerra Grande, Argen­tina procedió a las llamadas Campañas del Desierto, con la conquista militar a los pue­blos nativos del sur argentino. En las provincias argentinas dominó la gran propiedad pas­toril, produciendo sobre todo cueros y subproductos vacu­nos. Ella avanzaba en las tie­rras públicas y presionaba a la pequeña producción pasto­ril. Pequeños criadores y plan­tadores propietarios, arren­datarios, poseedores, vivían bajo la presión de los terrate­nientes. En el interior había una producción artesanal y manufacturera, de telas, bar­cos, vino, aguardiente, carro­zas, etc., amenazada por la introducción libre de las mer­cancías inglesas. En 1865, el Estado unitario argentino se esforzaba por consolidar la reciente e inestable unifica­ción territorial, sin pretender constituir un Estado nacional, como la integración subordi­nada de clases populares. La burguesía comercial porteña veía especialmente a los gau­chos e indígenas como los seres subhumanos a ser diezmados. Argentina aún debe­ría esperar por largas décadas para comenzar a construirse como nación.

–¿Cuál era la situación en el Uruguay?

–Independiente solo en 1828-1830, el Uruguay tenía una población escasa, en gran parte extranjera, con­centrada en Montevideo. El Gobierno autonomista blanco se esforzaba para salir de la órbita de Buenos Aires y del Imperio brasileño, procu­rando afirmar la indepen­dencia y la autonomía nacio­nal, sin buscar el apoyo de las clases subordinadas, como hiciera José Artigas. Los terri­torios uruguayos, al sur de la frontera con el Brasil hasta el río Negro, eran dominados por los fazenderos esclavistas de Río Grande del Sur a pesar de que la esclavitud fue abo­lida en el país. Ellos se nega­ban a pagar impuestos sobre la tierra y la producción, y a respetar las leyes orientales. La República Oriental no era un Estado consolidado.

Solo después del final de la Guerra Grande, Argentina procedió a las llamadas Campañas del Desierto

–¿Cuál es la particularidad que usted nota en el Para­guay?

–El Paraguay fue la gran excepción. La distancia del Plata hizo imposible la gran plantación de exportación, manteniendo la provin­cia en la pobreza, que atrajo a pocos colonizadores que tuvieron que adaptar las for­mas de explotación a una población nativa abundante y homogénea. El cuñadazgo y, sobre todo, la encomienda mitaya permitieron la per­manencia de la población nativa explotada en aldeas, con sus núcleos familiares. Esto favoreció la reproduc­ción natural, la dominación del idioma guaraní y una importante simbiosis téc­nica cultural hispano-gua­raní. La corona española determinó, en diciembre de 1662, que el hijo mestizo de español y mujer guaraní fuera asimilado al criollo libre, al menos en teoría. Cuando la independencia, en 1811, había en Paraguay una importante comunidad de campesinos de cultura hispano-gua­raní, explotando pequeñas chacras, hablando guaraní paraguayo, practicando eco­nomía orientada a la subsis­tencia. Esta fue la base del movimiento que transformó el Paraguay independiente en un Estado-nación, aunque de una economía rural rústica, quizás caso único en las Amé­ricas de su época.

El francismo materializó la democratización de la posesión de la tierra pública

ERA FRANCISTA Y LOPISTA

–El tema fundamental del libro del Dr. Richard Alan White sobre el gobierno del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia es la importan­cia de la población campe­sina. ¿Cuál es su opinión sobre ese trabajo?

–Richard Alan White, en 1978, publicó su tesis doc­toral sobre la era francista (1813-1840), lanzada en espa­ñol en 1989 como “La primera revolución popular en Amé­rica - Paraguay 1810-1840″. Apoyado en una investiga­ción portentosa, el historia­dor marxista estadounidense produjo una contribución germinal para la historia paraguaya y para la discu­sión sobre una “revolución burguesa” poscolonial posi­ble en una América Latina que desconocía aún la pro­ducción industrial, prole­tariado y burguesía. White centró su comprensión de la antigua formación social paraguaya en la fuerte clase campesina, apenas referida, que dio el tono y la avanzada al movimiento de la inde­pendencia nacional, desde su origen en 1811. Chacareros que determinaron la acción demiúrgica del Dr. Francia. Fueron ellos los que apoya­ron a Francia en su lucha con­tra los realistas, los porteñis­tas y la oligarquía paraguaya, una realidad registrada en los congresos de 1813 y 1814, qui­zás los más democráticos de nuestro continente. Y des­pués de que votaron en 1816 la confianza plena a Francia (dictadura perpetua), se reti­raron para sus tareas rura­les. Francia sigue siendo un personaje enigmático para muchos, terrible para el con­servadurismo e incómodo para izquierdistas distraídos.

–¿Cuál es la principal característica del gobierno de Francia?

–Francia dirigió la victo­riosa revolución democrá­tica popular en Paraguay, en la cual Artigas fracasó. El francismo materializó la democratización de la pose­sión de la tierra pública y con­fiscada a los conspiradores, arrendada a precios mínimos a los chacareros, la naciona­lización del clero y de los bie­nes de las órdenes religiosas, la libertad religiosa de facto, el control del comercio exte­rior, la tributación popular regresiva, la formación de un pequeño Ejército nacional, el establecimiento de escue­las públicas, administración económica y honesta. Ese movimiento democrático revolucionario ha cumplido y sostenido, durante el fran­cismo, tareas avanzadas por la revolución democrática burguesa en Europa a través de la alianza transitoria entre una burguesía entonces revo­lucionaria y las clases popu­lares. Un movimiento deter­minado por las condiciones históricas de la época, que elevó a Paraguay a la situa­ción de un Estado-nación, la gran fuerza del Paraguay de entonces. White no alcanzó a discutir en forma detallada las contradicciones del apoyo a la revolución democrática popular francista por una sociedad de pequeños campe­sinos, capaz de vencer luchas sociales, pero materialmente incapaz de producir institu­ciones consolidando sus vic­torias, como registró la Revo­lución mexicana en 1910.

–¿Y la era de los López?

–La era lopista (1842-1870) se consolidó como un movi­miento que tendía a la restau­ración oligárquica, apoyada en los comerciantes, yerbate­ros, hacendados ligados a la exportación. El lopismo no avanzó sobre las tierras y la fuerza de trabajo chacarera, excepto al extinguir los pue­blos de los indios (7-10-1848). Debido a la falta de fuerza, la defensa del país dependía del campesinado. La expropia­ción campesina se realizó después de la derrota de 1870.

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