­A poco más de 80 kilómetros de Asunción, entre los poblados de Pirapomi e Itapiru, en el distrito de Arroyos y Esteros, departamento de Cordillera, se encuentra la granja Puerto Naranjahái, un antiguo atracadero de la ruta fluvial que unía esta ciudad con la capital. Un equipo de La Nación/Nación Media visitó este singular paraje que conjuga armónicamente elementos de la naturaleza con la intervención humana para contarte sobre su historia y ofrecerte un recorrido gráfico por el sitio.

Luego de que el sistema de geolocalización nos llevara a través del camino más intrincado y tortuoso, cerca de la media mañana llegamos al Puerto Naranjahái, a casi veinte kiló­metros de la Ruta PY03 y del casco urbano de la ciudad de Arroyos y Esteros, desde donde se puede acceder a tra­vés de una calle empedrada, a excepción del tramo final de unos 1.000 metros.

Tras pasar una senda natu­ral de piedras atravesamos el portón y allí nos recibe Teo, el cuidador y encar­gado del establecimiento. De estatura mediana y de complexión fornida, bor­deando los 40 años, el anfi­trión, un hombre amable pero de pocas palabras, nos invita a pasar mien­tras nos cuenta que está a cargo del lugar hace 14 años y que, además de las labo­res rutinarias de mante­nimiento y limpieza, tam­bién se encarga de cuidar la granja donde crían gallinas, patos y ovejas. Esta quinta adecuada como posada tiene una extensión de 50 hectá­reas con una costa de 600 metros sobre el río Mandu­virá.

Originario de Coronel Oviedo, aunque actual­mente vive solo en el lugar, relata que en las tempora­das de vacaciones escolares recibe la visita de su hijo, Álvaro, de 13 años, quien durante sus estancias en el sitio lo ayuda en algunas de sus labores.

Mientras Teo se retira para preparar los kayaks, nos acercamos a la costa del río, donde cerca de una decena de pescadores apostados en el espectacular banco de piedra esperan pacien­temente el pique de los peces guarecidos del sol bajo quepis o sombreros piri. Sin embargo, algunos con muy poca fortuna casi no han atrapado presa alguna.

EL SECRETO DEL OFICIO

El más avezado de ellos es uno al que llaman Abuelo, un hombre hosco y taci­turno. Sin éxito los más novatos intentan arran­carle el secreto de su oficio. “Ko karai ko oreko peteî oración ha nde’iséi ñandéve la isecreto” (Este señor tiene una oración, pero no quiere decirnos su secreto), asegura uno de los pescadores más jóvenes que vuelve a su faena luego de terminar su ciga­rrillo bajo la sombra de un mangral. Una mujer insiste en su intento de arrebatarle la clave de su estrategia, mas sin poder lograrlo.

Al consultarle sobre cuál es la especie que más cae bajo su anzuelo, se limita a contestar “boga’i” y no res­ponde a ninguna otra pre­gunta. Poco después caigo en la cuenta de que quizá no le agradaba el apelativo de connotación etaria con el que los extraños se dirigían hacia él acaso con excesiva confianza.

En ese momento llega Teo remolcando los kayaks con un automóvil. Mientras pre­para las pequeñas embarca­ciones de plástico me calzo el chaleco salvavidas, me quito los zapatos y me remango los pantalones. Luego de abs­traerme durante unos largos minutos, dubitativamente me lanzo al agua a bordo del bote intentando imitar sus movimientos.

SOBRESALTO

De pronto siento que la corriente me arrastra y, aun­que intento seguir las ins­trucciones de Teo para volver a la orilla, solo logro alejarme cada vez más. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo y con él una fuerza extraña que no puedo conjurar como si el mismo Caronte hubiera tomado el control del bote y me estuviera llevando directo al Hades.

Luego de un instante que pareció una eternidad logré sobreponerme a la conmo­ción y retomé el control para volver a la costa. Aun­que a expensas mía, alegré la mañana del lunero al equipo que me acompañaba, que se regodeó con ganas del gran susto que pasé.

“Ko’ága eprova la kavaju ári. Pépe ikatu he’a ha epê, pero ikatu ekuera jey ha ndere­homo’ãi fóndope” (Ahora a probar para andar sobre el caballo. De ahí te podés caer y romperte, pero te podés curar de nuevo y no te vas a ir al fondo), dice Teo súbitamente animado quizá advirtiendo, con razón, que mis dotes de jinete no serían sensiblemente mejores a las de remador.

Tras retirarse para llevar nuevamente los kayaks a su lugar, al cabo de unos diez minutos vuelve mon­tado en un enorme caballo blanco, al que inmediata­mente bauticé como Mand­yju. Luego de las instruc­ciones de rigor sobre cómo montar, darle la dirección deseada y frenar la marcha, doy una breve vuelta por la pradera que domina la vista al río dándome ínfulas de gran vaquero.

Para añadir mofa a la jor­nada, el caballo hace un breve amague como si se aprestara a lanzarse al galope. Cuando ya estaba decidido a lanzarme a tie­rra, jalo la rienda y el caba­llo se detiene. Todos reímos animadamente celebrando que la aventura haya aca­bado sin incidentes.

Además de los paseos a caballo y en kayaks, en el lugar hay disponibles espa­cios para realizar deportes como fútbol, voleibol, sen­derismo, basquetbol y jue­gos como cama elástica, fut­bolito y piscina. A más de ello, cuenta con confortables bun­galows para pasar la noche con todas las comodidades con capacidad de hasta nueve personas, una piscina y una granja que, además de ani­males domésticos, alberga a tortugas y hasta a un tagua. Así también, el sitio tiene una posición estratégica para el avistamiento de aves de las más diversas especies.

LA HISTORIA

Hugo Díaz, propietario de la quinta, señala que la pro­piedad formaba parte de la estancia de Juana Pabla Carrillo, madre de Fran­cisco Solano López, por lo que también era conocida como López Cue. Uno de los episo­dios históricos más impor­tantes vinculados a esta zona, y específicamente al río Man­duvirá, se registró en 1868, cuando los barcos paragua­yos, en su huida de la escua­dra brasileña, tomaron este curso de agua en una época de crecida hasta el río Yha­guy. Se trataba de unos doce buques, algunos de cuyos res­tos se conservan en el Parque Nacional Vapor Cue.

En un delta del río, el barco Paraguarí fue hundido adrede en un intento de cerrar el paso a la flota ene­miga, aunque la maniobra no tuvo éxito, pues las embarca­ciones de las tropas aliadas pudieron sortear el escollo. El resto de las embarcacio­nes fueron quemadas para no caer en manos del ene­migo y sus tripulantes se dirigieron al norte, hacia Curuguaty, para reunirse con lo que quedaba del Ejér­cito paraguayo.

Específicamente respecto al Puerto Naranjahái, refi­rió que también es un sitio histórico, puesto que era el puerto de Arroyos y Esteros en la época en que no existía acceso de todo tiempo por tierra. “Hasta hace 25 años era imposible llegar por tie­rra porque había que pasar la sierra de Emboscada, que era puro piedra, o viniendo por Caacupé por un llano inundable. Entonces todos los frutos que producía Arro­yos y Esteros se llevaban en barco a Asunción y también a Buenos Aires”, explicó Díaz.

Con relación al emplaza­miento actual de la granja, refirió que su familia adqui­rió la finca hace 15 años con la idea de dotar de infraes­tructura turística a las per­sonas que aman la pesca y buscan un lugar tranquilo para instalarse cerca del río.

“Los pescadores amateurs como yo generalmente nos vamos a un lugar y sufri­mos muchas privaciones, no podemos llevar a la familia y también hay mucha depre­dación. La idea nuestra es tener un lugar cerca del río con la infraestructura nece­saria para disfrutar y pasar en familia en un lugar seguro y limpio en armonía con la naturaleza”, afirmó sobre el origen de esta iniciativa familiar, que ha crecido notablemente a lo largo de los años y que cuenta con las mejores referencias de parte de las personas que lo han visitado.

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