En esta edición del programa “Expresso”, transmitido por GEN/Nación Media, Augusto dos Santos recibe al doctor Benjamín Barán, científico computacional y presidente del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), para hablar de una tecnología en boga y que está dando mucho que hablar en todos los ámbitos: la inteligencia artificial. En contraste a las visiones apocalípticas, Barán augura que esta herramienta relevará al ser humano de las tareas pesadas y repetitivas, lo cual propiciará el mayor desarrollo de las potencialidades de las personas.

  • Fotos Eduardo Velázquez

–ADS: ¿Cuándo fue la pri­mera vez en su larga militancia den­tro de la ciencia en la que empezó a escuchar res­pecto a la inteligencia arti­ficial?

–BB: A mediados de los años 80 estaba haciendo un pos­grado en Boston, Massachu­setts, y en aquellos momen­tos se empezó a hablar de que la inteligencia artificial iba a tener un renacer muy importante. Japón había pro­puesto un proyecto de una quinta generación de len­guaje y quitó un lenguaje que se llamaba Prolog. Yo estaba en la universidad y tomé el curso de Prolog y vi la enorme diferencia entre los lenguajes tradicionales que usábamos en la universidad hasta ese momento, como Cobol, For­tran, etc., con este lenguaje de quinta generación que fue Prolog. Y ahí tuve como un deslumbramiento de decir “el día que esto se empiece a usar con todo su potencial, va a ser algo fantástico”.

–¿Cuándo se distingue el nacimiento de la inteli­gencia artificial como dis­ciplina?

–La idea de la inteligencia artificial es intentar cons­truir máquinas y sistemas capaces de hacer cosas que hacemos los seres humanos, que asumimos somos inte­ligentes y entonces, cuando una máquina puede hacer esas cosas que hasta ahora solo hacíamos los seres humanos inteligentes, pode­mos hablar de una máquina con inteligencia artificial. El primer punto que vemos es que ya desde su concep­tualización no se pretende que la máquina sea algo per­fecto. El objetivo de la inte­ligencia artificial es bási­camente imitar de alguna manera a los seres huma­nos y realizar las tareas que hasta ahora veníamos rea­lizando los seres humanos. Y la lógica que podemos ver a lo largo del tiempo es que en algunas tareas las máqui­nas pueden hacer las tareas, sobre todo las tareas repe­titivas, cansadoras, aburri­das. Eso lo hacen muy bien, lo hacen mucho más rápido y la idea es que cuando podamos resolver todos nuestros pro­blemas, los seres humanos vamos a poder dedicarnos a hacer deporte, hacer arte, estar con la familia, disfru­tar con los amigos y no vamos a necesitar tantas horas de trabajo porque vamos a tener estas máquinas que van a hacer esas tareas que nece­sitamos para asegurar nues­tra subsistencia.

PIONEROS

–¿Cuándo llega la primera computadora al Paraguay?

–Tengo la suerte de ser alumno del profesor Hora­cio Feliciangeli y del pro­fesor José Luis Benza, que fueron de alguna manera los pioneros en la década del 70. Ellos trabajaban en el Cen­tro Nacional de Computa­ción sobre la calle España, que se fundó porque llegó la primera computadora al Paraguay. Una computadora enorme que venía en pedazos. La memoria era del tamaño de una heladera y hoy cual­quier celular tiene miles de veces más memoria que esa heladera enorme que vino.

–¿Recordás cuáles eran las funciones básicas de una computadora en ese tiempo?

–El primer trabajo comercial, según me contaban los pro­fesores Horacio Feliciangeli y José Luis Benza, fue inten­tar hacer la facturación de Ande. Ese fue el primer pro­grama que el equipo de infor­máticos paraguayos empezó a hacer. La facturación es un trabajo bastante repetitivo, pesado, entonces el computa­dor era realmente muy apro­piado para eso. Pero después una cosa trajo a la otra. Les recuerdo que en la década del 70 los computadores eran enormes, no teníamos com­putadores personales.

–Probablemente antes la computadora era una espe­cie de repositorio de fácil acceso de datos y después se transita hacia una espe­cie de solución alternativa a la propia inteligencia humana.

–Hasta ese momento no sola­mente era repositorio de datos, era una máquina que hacía cálculos matemáticos bastante rápido. Desde el ini­cio el computador sumaba, restaba, multiplicaba mucho más rápido que los seres humanos. Entonces, tenía dos cualidades muy impor­tantes. Hacía una matemá­tica que a los seres huma­nos nos llevaba más tiempo y donde la probabilidad de error de los seres humanos era bastante mayor y era un repositorio de datos. La década del 60 fue una década en la que se creía que se iban a lograr grandes aplicaciones a través de los modelos mate­máticos, a través del desarro­llo de programas. Y la verdad que fue un gran fracaso. Eso nos llevó a que la década del 70 se conozca con el nombre del invierno de la inteligen­cia artificial. Si buscamos trabajo científico publicado en la década del 70, vamos a ver que hay muy pocos. Por­que es una etapa de frustra­ción. Porque los 60 fueron una etapa gloriosa en dife­rentes ámbitos, incluyendo la conquista espacial. Y en la década del 70 no se consiguió ese producto comercial que demuestre que eso sea útil. En la década del 80, cuando Japón quita su proyecto de quinta generación, muchos jóvenes como yo, nos entu­siasmamos de vuelta con la inteligencia artificial.

–¿Y qué pasó luego?

–Y el cambio importante ocurrió en la década del 90, cuando los científicos hicie­ron un cambio de paradigma. En vez de hacer nuevos desa­rrollos matemáticos, progra­mas que consigan terminar un poco más rápido, cam­biaron la forma de pensar y dijeron “lo importante para que la máquina aprenda son los datos”. No importa si el algoritmo es el más eficiente del mundo. Si los datos están sucios, la máquina no va a aprender nada. Para no entrar en técnicas mate­máticas, quiero mencionar algo que seguramente todos conocen. Un famoso match de ajedrez en 1997 entre el Deep Blue de IBM y el enton­ces prometedor campeón del mundo de ajedrez, Garry Kasparov, la promesa que hasta ese momento se pen­saba que iba a ser el Bobby Fischer ruso. Y pasó a la his­toria por haber perdido un match de ajedrez contra la computadora. Hay mucha discusión si qué tan leal fue ese match. De todas mane­ras, el hecho de que en el así llamado juego ciencia la com­putadora le ganó nada menos que a la promesa del ajedrez mundial fue un cambio dra­mático. Fue una cosa que todos los que no miraban a la inteligencia artificial como muy prometedora comen­zaron a decir “acá viene algo serio, algo va a pasar”.

FUNCIONAMIENTO

–¿Básicamente cómo fun­ciona la inteligencia arti­ficial?

–La inteligencia artificial generativa lo que hace es imitar con base en el mate­rial que se le da al computador para aprender y hace cosas parecidas, pero no necesaria­mente idénticas al material que se utilizó para entrenar. Hoy yo le puedo dar a un sis­tema de inteligencia artifi­cial todas las músicas de Los Beatles y me va a generar una música que para el que no entiende va a ser la música de Los Beatles, pero en reali­dad es algo que generó casi al azar, que lo único que tiene de parecido con la música de Los Beatles es la métrica. Es que todas las métricas, los patrones, los acordes van a ser aprendidos. Los patrones van a ser los mismos, pero la música es diferente, se genera casi al azar.

–¿Qué desafíos plantea la inteligencia artificial en el ámbito de la educación?

–Tenemos que cambiar la forma de enseñar porque en la evolución de la humanidad la complejidad de los problemas que queremos resolver tam­bién evolucionaron. O sea, la academia siempre tiene un resguardo al respecto de bus­car alternativas para que esto siga funcionando. Estamos en un momento de transición terrible entre la pandemia, que de alguna manera alejó a los alumnos de los profesores físicamente. Los alumnos se acostumbraron a tener clases en la casa a través del celu­lar o del computador. Y hoy dicen “no entiendo para qué me llevan al colegio”. Me aho­rraba el tiempo de viaje. Y el profesor dice “no entiendo para qué tengo que viajar no sé cuántos kilómetros”. O sea, estamos en un momento donde alumnos y profesores están cuestionando el método tradicional. Están cuestionando el método en que fue educada nuestra generación, que era un pro­fesor que se paraba enfrente de los alumnos y daba infor­mación. Hoy en día esa infor­mación muchos alumnos la tienen en mayor medida en su celular. Y esto lleva a que ten­gamos que repensar y replan­tear la educación, y tenemos que cambiar hasta la forma de tomar examen.

–¿Y cuáles son algu­nas líneas básicas de ese debate?

–Lo que no se puede hacer es renegar. Al contrario, lo único que puedes hacer es valorar los avances tecnológicos. Es lo único que se puede hacer por­que eso hace que el mundo sea mejor. Ahora, ¿cómo haces esa contrapartida? Hay muchas cosas que hay que cambiar. Si me permiten, yo quiero dar ejemplos en la universi­dad porque es donde tengo mi experiencia profesional. Yo empecé a enseñar en la Facul­tad de Ingeniería en la década del 70. Entonces, me resulta más fácil hablar de la universi­dad. Muchas cosas tienen que cambiar. Por ejemplo, el tradi­cional profesor que escribía en un pizarrón para que venga el alumno y copie en el cuaderno. Yo tuve profesores y algunos bastante buenos que copiaban en el pizarrón y yo me iba con mi cuaderno y copiaba. Ese profesor hoy no tiene nada que hacer con los jóvenes de hoy en día. Lo máximo que va a conseguir es que cuando él termina de escribir en el piza­rrón, el alumno saque su celu­lar y tome una foto. O sea, esa clase tradicional no tiene más sentido.

–¿Cuál es el cambio de enfo­que que se debe hacer?

–Hoy el profesor que da infor­mación al alumno no está haciendo algo realmente tras­cendente porque la informa­ción ya la tiene el alumno y en enorme volumen a través de su celular, de su compu­tadora, etc. Hoy lo que tene­mos que enseñarle como pro­fesor al alumno es algo muy diferente. Por ejemplo, dado que hay tanta información, ¿cómo sé qué información es fidedigna y qué informa­ción no es fidedigna? En pri­mer lugar, ser una especie de agente de tránsito de la infor­mación fiable. O por lo menos saber cuáles son los paráme­tros. Con mis alumnos de doc­torado definimos una línea de investigación y decimos ¿qué tenemos que hacer para des­cubrir esto? Tenemos que leer estos artículos. O tene­mos que encontrar qué artí­culos científicos hay. Y encon­tramos miles de artículos. Entonces, ¿cómo elegimos los 100 artículos que sí podría­mos llegar a leer a lo largo de un doctorado? Y entonces se trabaja y el profesor deja de ser el que da la información para ser un mentor, para ser un motivador, para ser un faci­litador. Alguien que le dice al alumno, estando a la par, “así se trabaja”, “así vamos a llegar al objetivo”, “este es el obje­tivo”, “esto es lo que tenemos que estudiar”, “esto es lo que tenemos que leer y validar la calidad de los trabajos”. Son cambios dramáticos. No es del día a la noche.

–Es dramático incluso por­que deforma configuracio­nes culturales demasiado respetables en la historia como el rol del maestro.

–Hoy lo que yo valoro del maes­tro es mantenerle motivado y guiarle al joven sobre cómo navegar en este mundo con tanta información, mayor­mente falsa, mayormente errada, cómo navegar en ese mundo para llegar a los objeti­vos que uno se vaya trazando, por ejemplo, en una profesión. Esto requiere un esfuerzo muy diferente y ya no alcanza con ir al aula a entregar la informa­ción que uno tenía.

REGULACIÓN

–¿Cómo se está prepa­rando Paraguay para moderar, regular y legis­lar sobre este tema?

–Lo primero que tengo que aclarar es que esto no es un tema resuelto en el mundo. O sea, Europa está en discu­sión, qué vamos a hacer, cómo vamos a hacer. China sacó recientemente algunas regu­laciones sobre cómo manejar todo este tema de la inteligen­cia artificial. Es un tema no resuelto a nivel mundial. Es algo nuevo. Hay muchísimas cosas por resolver. En general, si nos plantean un problema concreto los que trabajamos en tecnología vamos a pen­sar, vamos a trabajar y vamos a terminar proponiendo una solución, pero hoy el pro­blema es mucho más grande. Hay que acotar y decir cuáles son los problemas que quere­mos resolver. Hoy ni siquiera estamos todavía totalmente de acuerdo. Si discutimos qué es propiedad intelectual cuando un software, sobre todo los que hacen inteligen­cia artificial generativa, esto que mencioné que aprende de cosas que existen y des­pués generan cosas pareci­das con padrones. ¿Quién es el dueño de ese copyri­ght? Ahí hay mucho para discutir. O uno de estos vehículos no tripulados. Sí un vehículo tripulado sale a la calle y tiene un accidente, ¿de quién es la culpa?, ¿del fabricante, del ingeniero que diseñó, del dueño del vehículo que le prestó a un amigo?, ¿es la culpa del que estaba mane­jando? Todos estos temas son temas que no están resuel­tos en el mundo. Y Paraguay generalmente está en una posición de mirar lo que ocu­rre en el mundo y de alguna manera ir tomando medidas. Hoy no tenemos ninguna ley, pero somos conscientes los paraguayos de que todas estas nuevas tecnologías vienen a cambiar nuestras vidas. No lo podemos parar. Y lo mejor que podemos hacer es apro­vechar las nuevas tecnolo­gías con todo su potencial para intentar adaptarnos a los nuevos tiempos y vivir cada vez mejor.

–¿Cómo aprove­cha­remos nuestro tiempo en 10 años más?

–Quiero llevar un poco más allá si me permiten. Y quiero hablar del año 2045 porque Ray Kurzweil, el director de Ingeniería de Google, escribe en uno de sus libros que para el año 2045 va a llegar el tan hablado y temido punto de la singularidad. Hay muchas películas sobre el famoso punto de la singularidad.

PUNTO DE SINGULARIDAD

–Aproveche para explicar qué es.

–El punto de la singularidad es el momento en que el conoci­miento y la capacidad de cóm­puto que tienen estas máqui­nas le alcanzan o superan al ser humano. Ese momento se llama punto de singularidad. Dado que el crecimiento que tiene la tecnología es expo­nencial y el crecimiento que tiene la inteligencia humana es, en el mejor de los casos, lineal. Entonces, es posible calcular cuándo va a ocurrir. Puede ser cinco años más, cinco años menos, pero más o menos alrededor del año 2045 vamos a llegar a ese punto.

–¿Ese es el año en que el robot va a ser tu jefe?

–Ahí es donde yo voy a hablar que soy un optimista empe­dernido. El robot no va a ser mi jefe, pero yo voy a progra­mar el robot para que haga el trabajo que yo necesito para sobrevivir como humano. Y voy a poder dedicarle más tiempo a jugar con mis nie­tos. Hoy tengo poco tiempo para estudiar. A mí me gusta, amo estudiar. Voy a poder dedicarme a la música. Voy a poder dedicarme al arte. No soy muy buen deportista, pero al que le gusta el deporte tendrá tiempo para hacer eso, para compartir con los ami­gos, compartir con la fami­lia. El computador en última instancia va a ser lo que algún ser humano le programe que haga. Obviamente que tene­mos que tener muchos cui­dados como, por ejemplo, la explicabilidad de las decisio­nes que toma un computador. No permitir que el computa­dor tome decisiones que sean críticas.

–No va a tener el dedo en el botón nuclear, por ejemplo.

–Desde el año 1945 hay bom­bas atómicas y el ser humano tiene capacidad tecnológica como mínimo de hacer des­aparecer ciudades o paí­ses. ¿Cuántas veces ocurrió eso entre 1945 y hoy en día? De alguna manera los seres humanos vemos los peligros que traen las nuevas tecno­logías y de alguna manera nos autorregulamos por un principio de superviven­cia. Yo quiero creer como optimista que la inteligen­cia artificial nos va a obli­gar a generar ese principio de supervivencia y a decir “ese computador va a hacer lo que yo le digo”. Ahora, cier­tamente, va a haber un tema ahí complejo. Ciertamente, va a haber gente brillante que va a tener más tiempo para llegar a una calidad artística que hoy es muy difícil porque hay que subsistir. Pero puede haber mucha gente que, aun­que haya suficiente comida, y aunque haya suficiente casa, puede no tener así un rol muy protagónico porque la subsis­tencia va a estar básicamente asegurada con las máquinas a partir del punto de singula­ridad. Entonces, realmente ahí hay un tema muy pro­fundo, filosófico, sociológico y de todo tipo de qué quere­mos que haga el ser humano a partir del punto de singu­laridad.

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