Ninguna historia nos absolverá de nada que hagamos o dejemos de hacer –como muchos vacuos sueñan que sucederá– porque de lo actuado o no actuado se hace la historia, aunque somos y seremos presente.

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista
  • X: @RtrivasRivas
  • Fotos AFP

Alguna vez, en la uni­versidad al igual que en múltiples actividades académicas y periodísticas que desarrollo desde muchas décadas, leí y escuché –como certeza– que “la paz” como concepto y desde una perspectiva social –palabra más palabra menos– se vincula con “segu­ridad, tranquilidad, bienes­tar y estabilidad”. Una mirada simplificada sobre la paz tam­bién posibilita significarla como “un estado de armonía libre de guerras, conflictos y contratiempos”.

Aunque no siempre la ausen­cia de la guerra da cuenta ni explica la paz. Aristóteles, cuando abordaba la paz, lo hacía desde la perspectiva de la polis. Ese era su mundo –su ecosistema, su hábitat– y hasta esos límites llegaba con su mirada y reflexiones. Immanuel Kant sentenció que la “paz (será) perpetua” en tanto y en cuanto el hom­bre se proponga la paz como “un fin y un deber”. Quizás en línea con esa mirada, Eleanor Roosevelt pregonó que la “paz no es solo una meta distante que buscamos, sino un medio por el cual llegamos a esa meta” y añadió que “no basta con hablar de paz” porque se “debe creer en ella y trabajar para conseguirla”.

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En Berlín, la “Ciudad de las ideas”, la estatua a la fórmula más bella y poderosa de Albert Einstein

La humanidad habla de la paz desde siempre. “Eirênê” decían los griegos cuando debatían sobre la siempre deseada paz. No es esa una palabra más. En el Nuevo Testamento se consigna 91 veces la palabra “eirênê” hasta nuestros días tradu­cida como paz. En los Evan­gelios y Hechos se la publica 31 veces. En Pablo 43 y 17 más en los restantes escritos de los libros sagrados. Coinciden­tes historiadores sostienen que tanto en el Viejo Testa­mento como en el Nuevo la palabra paz (“eirênê”) aplica como fórmula de despedida o saludo. También por estos tiempos. Shalom, Salam, Paz.

Allá por 1986, el entonces secretario general de la Orga­nización de las Naciones Uni­das (ONU), Javier Pérez de Cuellar, expresó que “la paz debe comenzar en cada uno de nosotros”. Recomienda hacerlo “a través de una reflexión introspectiva y seria sobre su significado [para que] se pueden encontrar formas nuevas y creativas de promover el entendimiento, la amistad y la cooperación entre todos los pueblos”. En ese contexto, define “la paz, en su forma más pura [cuando se la define como] silencio interno lleno del poder de la verdad, serenidad y ausencia de conflicto”.

Poco más de cuatro déca­das antes –el 16 de noviem­bre de 1945– cuando se cons­tituyó en Londres la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), los fun­dadores de esa agencia mul­tilateral, aún humeantes las armas por el fin de la Segunda Guerra Mundial [60 millones de muertes], acordaron que “puesto que las guerras nacen en la mente de las mujeres y de los hombres, es en la mente de las mujeres y de los hom­bres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.

Papa Francisco: “Se ha declarado la Tercera Guerra Mundial”

IMÁGENES Y PERCEPCIONES

De estos temas conversába­mos este viernes del inicio de febrero cuando la mediano­che es inevitable. Tertulia y nocturnidad es una atinada recomendación para charlar con amigos y amigas cuando la semana finaliza. “¡Eran otros tiempos!”, dijo alguno con tono crítico para con el presente y nostálgico de tiempos que – vaya a saber por qué misterio– siempre se suelen imaginar mejores porque están alojados en la memoria y decidimos que residen en el ayer. Imágenes y percepciones. Tiempo y espa­cio, espacio y tiempo también son parte sustancial de los pro­cesos filosóficos y de memoria. Van de la mano de las reflexio­nes. Más aún, tiempo y espacio existen y hasta es posible que sean independientes el uno del otro, independientemente de la mente.

¿Hay algún otro tiempo que no sea el de hoy? ¿Cómo res­ponder? Recuerdo que cuando maestraba en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), el profe Héctor “Toto” Schmu­cler –un grande– nos advirtió que “aportar al porvenir (al futuro) supone el riesgo de dejar al presente entre parén­tesis”. En tono reflexivo añadió que “ningún presente se justifica en la fuga hacia el futuro (porque) solo vivi­mos el presente que es donde ponemos en juego el pasado y el porvenir”. Tiempo y espa­cio, espacio y tiempo indepen­dientemente de la mente.

La guerra y la paz no es reco­mendable que sean o deban ser mirados desde el pasado o con proyección a eventua­les futuros porque esas alter­nativas –voluntaria o invo­luntariamente– conllevan el riesgo de constituirnos en espectadores críticos o acríti­cos de nuestro propio espec­táculo, lo que hace más difícil resolver esas tragedias. Con­vencernos de que la flecha del tiempo sí y solo sí es unidirec­cional abre las puertas a toda violencia como resultado de ayeres desafortunados que el presente solo hereda y no puede evitar. Trashumantes de la historia y el presente o protagonistas.

¿Y si en el plano de las hipó­tesis hubiera una flecha del tiempo en sentido opuesto al también supuesto más aceptado? ¿Y si en esa direc­ción alternativa fuera posi­ble verificar la inexistencia de las violencias y que fra­ternidad, sororidad, fratelli tutti son prácticas sociales y no valores a alcanzar? ¿Todo tiempo pasado fue mejor? No son pocas las oportunidades en que escuchamos a testigos y actores del presente cate­gorizar el hoy como caos y al pasado como cosmos (orden vs. desorden), dije sema­nas atrás al querido amigo Pablo Sisterna en el inicio de una conversación fantástica. Escuchó en silencio profundo.

“Nuestra imagen del remoto pasado muestra un universo con materia muy caliente y homogénea, y por ende con alta entropía, pero (a la vez) un espacio también muy homo­géneo, y por ende con muy baja entropía”, comenzó Sisterna. “Esa imagen agrega un uni­verso sin planetas ni estrellas, pero también sin plantas ni seres humanos, mientras que ahora tenemos estas y muchas otras estructuras organiza­das… y (los famosos) agujeros negros” que cada día me atraen más como misterio. “Las ecua­ciones de la física no distinguen entre el pasado y el futuro, pero sus soluciones y los hechos de la vida cotidiana sí los distin­guen”, apuntó mi amigo cien­tífico que me bajó a tierra.

Casi adicto a la lectura des­pués de escuchar a Pablo Sis­terna recordé textos de Albert Einstein y de Stephen Haw­king. Aquel alemán grandioso que visitó la Argentina en 1925 lo dijo: E = mc². Dicho de otro modo: “Que la velocidad de la luz es independiente del movi­miento del cuerpo que la emite y que las leyes de la física son las mismas para todos los sis­temas de referencia que se mueven entre sí con veloci­dad constante”.

LA ALDEA GLOBAL CRUJE

Trashumantes de la historia y el presente o protagonis­tas puede ser un comienzo diferente para resolver algu­nas tragedias con la ciencia como herramienta. Cuando se pierde de vista el objeto de estudio es el momento de interrogar a la teoría. La aldea global cruje. Desde que Rusia invadió a Ucrania, el 24 de febrero de 2022, han pasado 717 días. Tremendo. 127 amaneceres sin esperanza van desde el momento en que el grupo terrorista Hamás –desde la Franja de Gaza– arremetió contra pequeñas poblaciones civiles en el sur de Israel. Muertos, heridos, secuestrados, desaparecidos.

Como respuesta a aquella violencia que sorprendió al mundo, desde el 27 de octu­bre de 2023 transcurren 107 días más de estratégica y pla­nificada crueldad israelí para acabar con quienes arreme­tieron en el nombre de un dios que nunca pidió, pide ni pedirá acabar con vida alguna. Es suficiente leer con atención el Corán para saber y poder contarlo. Hay quie­nes piensan o sostienen que la paz agoniza.

“Hace unos años se me ocu­rrió decir que estábamos viviendo una Tercera Guerra Mundial en pedazos. Ahora, para mí, [en Ucrania] se ha declarado la Tercera Guerra Mundial. Y este es un aspecto que nos debe hacer reflexio­nar. ¿Qué le está pasando a la humanidad que ha tenido tres guerras mundiales en un siglo?”, reflexiona y dice el papa Francisco el 15 de julio de 2022 al diario La Stampa.

En línea con el pontífice, aunque acota la emergencia al Oriente Medio, el secreta­rio general de la Organiza­ción de las Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterres, hace reiterados llamados (el más reciente en Davos el 15 de enero último) “a un alto el fuego humanitario inme­diato en Gaza y a un proceso que conduzca a una paz sos­tenida para israelíes y pales­tinos (porque) es la única manera de frenar el sufri­miento y evitar un desbor­damiento que podría incen­diar toda la región”.

Las mujeres y los hombres más poderosos del planeta –estadistas y banqueros– lo escucharon y aplaudieron, pero nada cambió. ¡Impo­tencia y horror! La muerte avanza sin detenerse y pare­ciera que nadie puede, sabe o quiere detenerla. Más allá de Ucrania y Gaza, son 59 las guerras activas y conflic­tos armados en desarrollo por estos días. Algunas de esas situaciones se iniciaron cuando promediaba el siglo pasado. Birmania, el Magreb, Burkina Faso, Sudán, Siria, Yemen, Congo, Uganda, por solo mencionar algunos paí­ses, se encuentran en ese lamentable listado.

Antonio Guterres, secretario general de la ONU, exhorta a “un alto el fuego humanitario inmediato en Gaza (para) frenar el sufrimiento y evitar que se incendie la región”

CONCEPTO

Los que todo lo miden con­sideran guerra –interna o externa– cuando en esas localizaciones y en esas acciones contra la vida mue­ren más de 100.000 personas. Inquietante. ¿A qué llamarán esos estudiosos horror, terri­ble o espantoso? ¿Cuándo mueren cuántos?

Recuerdo haber leído en el último trimestre de 2017 que los académicos Steven Pinker, de la Universidad de Harvard, y Max Roser, de la de Oxford, luego de una inves­tigación específica, conclu­yeron en que lo que hasta entonces corría del siglo XXI, vivíamos los años más pací­ficos de la historia univer­sal desde el 1400 por cuanto “en los últimos setenta años” –1947/2017– los muertos en guerra han disminuido nota­blemente”. ¿En qué columna de la planilla de Excel pusie­ron a las 4.500 víctimas fata­les en el ataque terrorista a las Torres Gemelas? Desde aquel estudio y sus conclusiones, el tiempo no se ha detenido.

Quiero pensar que poco más de cinco años después y a la luz de la expansión de las vio­lencias, no les será sencillo defender o mantener como válidas aquellas conclusiones. “Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáci­les. Los tiempos fáciles crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíci­les”, sostiene la abogada y aca­démica Magdalena Brzovic. ¿Qué definirá como fuerte o débil a una persona? ¿Qué hará que los tiempos puedan ser categorizados como difí­ciles o fáciles?

La película “Oppenheimer” –muy cerca de ser galardona con el Óscar en poco más de un mes– y, en Netflix, “Eins­tein y la bomba” destacan cómo la vida cotidiana se vincula intensamente con la ciencia –especialmente la física– y sus efectos para bien o para mal. ¿Olvidar es un camino para alcanzar la paz y poner fin a las violen­cias? No. Claramente no, porque siempre somos pre­sente. No. Porque tampoco podemos renunciar a ser lo que somos en el lugar y cir­cunstancia que nos encon­tremos. Y no, por sobre todo, porque ninguna historia nos absolverá de nada que haga­mos o dejemos de hacer –como muchos vacuos sue­ñan que sucederá– porque de lo actuado o no actuado se hace la historia, aunque somos y seremos presente. Como aquellos jóvenes que somos –ahora adultos– sea­mos realistas, pero no pida­mos, hagamos lo imposible.

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