NYC puede ser categorizada como la ciudad de la multiculturalidad, de la interreligiosidad, del ecumenismo. En sus calles no tiene razón de ser saber quiénes son ni desde dónde llegan sus habitantes o quienes la transitan. Tal vez, siempre haya sido así.
- Por Ricardo Rivas
- Periodista
- Desde Nueva York X: @RtrivasRivas
Esta ciudad, Río de Janeiro y Buenos Aires, entre otras, fueron, sobre fines del siglo XIX y comienzos del XX, tres destinos preferentes para quienes desde Europa huían de guerras, hambrunas, disputas religiosas, enfrentamientos entre criminales cartelizados, persecuciones policiales o por pertenecer a movimientos sociopolíticos con intereses encontrados.
Tiempos difíciles y revolucionarios, en el este de América. Pero el American way of life era parte relevante del sueño instalado –como sentido común– en quienes buscaban nuevas vidas o, al menos, cambiar en algo las que tenían. En el oeste ocurría algo parecido. Unos 5.000 asiáticos se asentaron en California. La llamada Fiebre del Oro y el ferrocarril eran polos de atracción para quienes procuraban dejar atrás vidas miserables. América era la promesa de trabajo que miles buscaban. No fue simple integrar tamaña diversidad cultural. Pero era estratégicamente necesario.
En aquel contexto, cuando un comerciante próspero, Asa Whitney, en 1845 propuso en el Capitolio que un tren corriera entre Nebraska y California a través de un tendido de casi 3.000 kilómetros para abaratar costos y tiempos en el transporte de mercaderías con perspectiva civilizatoria, el presidente Abraham Lincoln rubricó sin demoras y con esperanzadora mirada de largo plazo la ley que habilitó el comienzo de la iniciativa.
Dos empresas –Union Pacific, desde el Far West, y Central Pacific, desde el este elegante– se hicieron cargo de las obras. Migrantes irlandeses fueron los primeros obreros contratados. Las tareas eran muy duras y de alto peligro. Particularmente cuando la construcción demandaba el uso de explosivos de alto poder. Dinamita, nitroglicerina y, después de 1866, también el trinitrotolueno (TNT) que inventó Alfred Nobel. No pocos historiadores aseguran que por aquellas inquietantes razones los migrantes irlandeses comenzaron a exigir pagos muy onerosos para la mirada capitalista liberal de aquellos emprendedores. Cerca de 20.000 chinos ocuparon algunas de las posiciones laborales que quedaron vacantes.
ESCENARIOS
¿Cómo no recordar a “Kung fu” (David Carradine), el “Pequeño saltamontes” culturizado por el Maestro Kan (Philip Ahn)? O, si vuelvo la mirada hacia el sur de NYC –también de la mano del cine, de la tele o del streaming– por qué no pensar en la Pequeña Italia (Little Italy) de El Padrino, cuyas calles angostas recorría –de la mano de Francis Ford Coppola– don Vito Corleone (Marlon Brando) para comprar dos manzanas unos segundos antes de que intentaran asesinarlo. O, en Chinatown, en cuya compleja trama urbana Roman Polanski incrustó al detective privado Jack Gittes (Jack Nicholson) para protagonizar y vivir en un policial negro una sórdida historia de amor y de muerte con Evelyn Cross Mulwray (Faye Dunaway).
Pero, de todo aquello, hoy queda poco en el mundo real, aunque mucho –en tanto producción de sentido– existe en el recuerdo de cinéfilos cultores de ese tipo de producciones y visitantes ocasionales que buscan transitar mundos irreales en la actualidad. En la Pequeña Italia –muy reducida en su extensión de lo que fue un siglo atrás– solo un 4 % de sus residentes son italianos.
Desde unos pocos meses en el área lo más novedoso es la que ha sido formalmente nombrada como la Esquina de Charly García. Hasta ella peregrinan –hispanos, latinos y, entre ellos, especialmente argentinos– para hacer selfies en una de las locaciones donde se grabó “Fanky”, un videoclip histórico de Charly para el álbum “Cómo conseguir chicas”, en 1989, y para “Clics modernos”. Enorme trabajo grabado en la sala de Jimi Hendrix de Electric Lady Studios, en Greenwich Village. “No voy a parar / Yo no tengo dudas / No voy a bajar / Déjalo que suba / Por eso, no quiero parar / Ya no tengo dudas / No voy a bajar / Déjalo que suba...”, canturreaba Ariel Rodríguez, el piloto de La Bestia Cadillac Escalade V Bruta SUV, de Relier, cuando volvimos a su encuentro. Charly sonaba en el audio del vehículo con el que recorrimos cada rincón de NYC.
Antes que nosotros, por comentarios de colegas periodistas, algunos amigos y amigas supimos que Lionel Messi, Marc Anthony, Luis Miguel, Bad Bunny, Juan Luis Guerra, Ana Gabriel la Señora, Karol G, Daddy Yankee, Chayanne, Diego “Gambeta” Latorre y su esposa, la periodista Yaninna Latorre, también fueron guiados por Relier. “Afortunadamente, pude conocer a muchas personalidades en este trabajo”, respondió Ariel con enorme discreción. No confirmó ningún nombre y se excusó: “No puedo decir más. Tenemos un contrato de confidencialidad”. Comprensible. Levantó un poco el volumen para escuchar mejor a Charly. Está en todos los detalles.
El puente de Brooklyn, un par de noches atrás, lo cruzamos con Frank Sinatra. “Start spreading the news, / you’re leaving today, tell me, Frank / I want to be a part of it, New York, New York / Your vagabond shoes, they are longing to stray / And step around the heart of it, New York, New York…”. Inolvidable. Descendiente de migrantes italianos, hijo de Anthony Martin Sinatra y Natalina Garaventa, su vida en NYC es una gran historia en sí misma. Un par de historiadores me contaron días atrás que Frank, alguna vez, cuando muy joven, recibió un consejo de vida del mismísimo Carlos Gardel, a quien conoció en un estudio de grabación. Pero eso da para otra “Cierta historia incierta”.
MIGRANTES
Nueva York también son las historias de los migrantes que la habitaron, la habitan y, seguramente, la habitarán. Gastón “Pichu” Eguigorry y Octavio “Otto” Villella, dos migrantes argentinos, habitan suelo neoyorquino. No se conocían antes de llegar aquí cuando se iniciaban los 2000. Desde el comienzo del tercer milenio –lejos de casa– hicieron de todo. La vocación por el turismo era –y es– la mayor fortaleza para ambos. Pichu, antes de dejar atrás la Argentina, vivía en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Otto, en Mar del Plata. Lo conozco desde niño. Ambos tenían por entonces 19 años y fervorosos deseos de triunfar. Un conocido de ambos los instó a conocerse en 2012. Desde entonces unen esfuerzos y creatividad para ofrecer servicios de altísima gama a quienes visitan NYC. Sumaron clientes, necesidades y vocaciones. Construyeron un modelo de cooperación que redujo sus carencias, potenció sus deseos y relanzaron sus objetivos personales y empresarios.
Pichu y Otto explican que “desde hace algunos años manejamos la agenda de viajes de algunas de las familias más importantes del mundo”. Pichu precisa que “con ellas acumulamos kilómetros recorridos para satisfacer sus demandas y recordamos anécdotas divertidas que guardamos en nuestras memorias –no la contamos ante nadie– porque nuestra regla número uno es respetar la privacidad de nuestros clientes con los que, además, firmamos acuerdos de confidencialidad”. Otto recuerda que “cuando la pandemia con la Bestia, como llamas a nuestro Cadillac, hacía deliveries con compras de supermercado y Pichu abrió un kiosco. ¡Fantástico!, hoy que ya pasó. Y tuvimos buenos frutos. Para el Venue Stadium coordinamos las giras, entre otros, de Paul McCartney, Rammstein y Black Pink. De algo había que vivir”. Después de casi un cuarto de siglo de trabajo, Eguigorry destaca que “desde Nueva York –ciudad que nos apasiona– unos pocos meses atrás inauguramos oficinas en Barcelona y en 2022 facturamos unos 3 millones de dólares”. Historias de migrantes que, además, exhortaron a conocer a Ismael Alba, también rioplatense, a quien categorizaron como el Parrillero Mayor de Nueva York. Alba es casi una leyenda. “En 1978, cuando finalicé el servicio militar (que en la Argentina era obligatorio) me vine a Estados Unidos. Mi deseo, desde muchos años, era vivir en Nueva York. El cine, la tele, las notas que leía en los diarios, algunas escritas por Horacio Estol en Clarín me hacían desear esta ciudad. Por eso no lo dudé. Me vine con la decisión de estudiar y hacer de todo. Y así lo hice”.
CITA OBLIGADA
En el East Village, su nombre y el de su esposa, Karina de Marco, son asociados, siempre, con el restaurante Buenos Aires que fundaron tiempo atrás. No solo los rioplatenses buscan la hospitalidad y buena gastronomía que ofrecen a cada momento. Ricos y famosos no dejan de pasar por allí cuando llegan a NYC. Tampoco periodistas, cantantes de todos los géneros, directores de cine, escritores, empresarios, políticos, banqueros, artistas plásticos, diplomáticos, deportistas. Es como una cita obligada. Los relatos de Ismael con los grandes del espectáculo y del fútbol son fantásticos. Su espontaneidad y simpatía salpimientan las sobremesas. Entre sus colaboradores, “Eduardo, pero todos me dicen el Mariachi”; “Patricio, chileno, aunque me llaman Pato”; y, Valentina, recepcionista, exhabitante de Nordelta y prolija guía de quienes llegamos hasta allí, son esenciales.
“La próxima visita procure que sea un viernes o sábado, venga después de las 22:30″, me sugiere el Mariachi con tono de invitación. Me sorprende. En NYC se suele cenar no mucho más allá de las 18:30. En invierno, minutos después de las 16:30 es noche cerrada. Solo 9 horas de cada día brilla el sol. “Después de la cena, en la parte de atrás del salón, es habitual que con guitarras cantemos junto con nuestros comensales hasta bastante tarde”. Me comprometo para hacerlo “pronto”.
Ismael se acerca a nuestra mesa. No es necesario preguntarle. Entre camisetas de fútbol, cientos de fotos, banderines y recuerdos múltiples, se destaca una imagen del papa Francisco. “Cocinamos para él en 2015″. ¿Cómo fue? El pontífice llegó a la sede de las Naciones Unidas (ONU) y se dirigió al pleno el 25 de setiembre de aquel año. Si bien el Estado Vaticano solo tiene estatus de observador en esa organización, el papa argentino adhirió a los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) que los 193 Estados miembros asumieron como propia. “La adopción de la Agenda 2030 en la Cumbre mundial que iniciará hoy mismo es una importante señal de esperanza”, dijo el líder de la Iglesia católica.
En su lugar de alojamiento –la Nunciatura Apostólica– Ismael preparó el menú papal. “Los pollos estaban muy ricos, dijo el papa cuando finalizó la cena”. Ríe. “Te aseguro que cuando desde la Nunciatura y la ONU me buscaron para que cocinara para el santo padre, primero creí que era una broma y luego,cuando todo quedó claro, me emocioné como nunca en mi vida”. Sus ojos enrojecen. “El compromiso fue que el menú fuera bajo en grasas. Por esa razón propusimos empanadas de carne, pollo a las brasas como plato principal y, para el postre, budín de pan. Unos bodegueros argentinos aportaron tres cajas de vino Malbec”, recuerda el Parrillero Mayor de Nueva York.
Escuchábamos en silencio. “Pero para asar el pollo, por una cuestión de espacio, en una semana, hubo que fabricar una parrilla desarmable porque la que teníamos era imposible ingresarla en la Nunciatura”, precisa y sonríe. “El herrero Horacio Salinas, que vive en Queens, al que le encargué fabricarla, se negó a entregar su trabajo en una semana. Para persuadirlo de la urgencia, tuve que quebrar el pacto de confidencialidad que asumí con los organizadores ‘por razones de seguridad’. Rompí el secreto. Le dije a Salinas que era para cocinar para el papa. El argumento fue contundente. La parrilla estuvo lista para estrenar ese mismo día y poner sobre ella los alimentos que preparamos durante dos días. Fue increíble. Inolvidable”.
CALIDEZ HUMANA
¿Cómo recuerdas a Francisco? Ismael mira hacia el cielo. Claramente piensa cada palabra que dirá. Seguramente, quiere ser preciso. “Es un santo. Emana calidez humana”. Silencio. Sus ojos miran a ninguna parte. Respira profundo.
“Aquel día estaba tan emocionado y agradecido con la vida que me permitió cocinar para el papa que, instintivamente, lo abracé. Me equivoqué. No debí hacerlo. Sus custodios me bajaron la mano. Fueron discretos, pero Francisco se dio cuenta. Sonrió. Me miró con extrema bondad, comprendió y me dijo ‘el papa no muerde, abrázame”. Luego, bendijo la bandera argentina que llevé conmigo y volvió a sonreír”.
Es el momento de dejar esta ciudad. Una frase vuelve a mi memoria. “Hay ocho millones de historias en Nueva York”, dijo alguna vez en off el productor Mark Hellinger en el inicio del film “Naked city” que dirigió Jules Dassin. Parafraseándolo, las de Pichu, Otto e Ismael, tres rioplatenses migrantes, solo han sido tres de ellas.