RICARDO RIVAS, periodista, X: @RtrivasRivas

La historia cuando –con variantes– deviene en misterios de fe para millones de personas pierde precisión, aunque gana encanto.

“Las fiestas”, como llamamos por estas latitudes a las tradicionales celebraciones decembrinas, tienen infinidad de historias, curiosidades, detalles, imprecisiones y misterios. No son un momento más. No. De hecho, cuando cada año se aproxima a su finalización, cambia completamente el clima social. La Navidad es uno de esos hitos anuales. Creyentes o no, cristianos o no, el espíritu navideño parece invadirlo todo. Incluso en tiempos de profunda crisis económica, financiera, política y social como la que por estos tiempos transitan algunos países, la Navidad siempre llega con fuerza. Y con interrogantes.

El nacimiento de Jesús –que de eso se trata, finalmente– se debate desde diferentes parámetros. La fe, la historia, las técnicas de comercialización, las tendencias. Pareciera que nada queda por fuera del tantas veces mencionado “espíritu navideño”. ¿Pero cuándo y dónde nació Jesús? Desde una perspectiva religiosa, la Navidad –palabra que viene del vocablo latino “nativitas”, que significa nacimiento– la celebran en las iglesias católica, anglicana, en la mayor parte de las ortodoxas y en unas pocas comunidades protestantes cada 25 de diciembre. Sin embargo, entre el 6 y el 7 de enero, el nacimiento de Jesucristo es momento de celebración para las Iglesias ortodoxa rusa y ortodoxa de Jerusalén en el primero de esos días mencionados, en tanto que la Iglesia ortodoxa de Ucrania lo hace en el día siguiente.

El debate –desde el año 300 de nuestra era– tiene que ver también con la creación del calendario gregoriano, que fue una iniciativa del emperador Constantino, quien oficializó el cristianismo como la religión del Imperio romano cuyos súbditos, hasta entonces, eran paganos y en aquel contexto cultural celebraban las fiestas Saturnales y las del Sol Invictus, que pasaron a superponerse con la efeméride navideña.

Por algún tiempo entonces, el 25 de diciembre en Roma fue para recordar el nacimiento de Apolo –dios del Sol– y, luego, el de Cristo. Tiempo coincidente con el solsticio de invierno, los súbditos imperiales y aun los esclavos entre el 17 y el 23 de diciembre todos los años honraban a Saturno para tener buenas cosechas. Claramente y más allá del porqué los fines de año en la vieja Roma eran festivos.

Constantino, sin embargo, para aquel cambio cultural de tanta envergadura –que no fue fácil de imponer– se apoyó en el papa Julio I, quien decidió dejar atrás la celebración del 6 de enero. Es preciso señalar también que cada doce meses la paz social romana se quebraba. Los saturnales disputaban –incluso en las calles con sangrientos enfrentamientos– la nueva celebración que protagonizaban sus vecinos recién convertidos al cristianismo. Ese fue el momento en que todo comenzó y hasta nuestros días se mantiene, aunque ya sin peleas ni disputas. Más aún, si bien la celebración es de origen religioso, la mercadotécnica induce a que millones de no creyentes se reúnan y disfruten de esos momentos de encuentro que se dan en todo el mundo.

Karl Marx: “La religión es el opio de los pueblos”

CÁLCULOS E INTERPRETACIONES

¿Por qué se fija como fecha del nacimiento de Jesús de Nazaret el 25 de diciembre pese a que ni en la Biblia ni en los Evangelios se consigna? Cálculos e interpretaciones. Siempre apoyados en la historia y en posibles relatos epocales. Algunos de ellos escritos por Lucas, uno de los evangelistas del catolicismo, para quien Juan el Bautista nació en marzo y Jesús, en setiembre. Según algunas fuentes estudiosas de los textos bíblicos, esa presunción es coherente porque “la noche del nacimiento de Jesús los pastores cuidaban los rebaños al aire libre, lo que difícilmente podría haber ocurrido en diciembre”, un mes extremadamente frío.

Otros investigadores –según coincidentes publicaciones en la internet– explican que toman como referencia en sus pesquisas para tratar de saber la fecha exacta en que nació Jesucristo “otras festividades solares” y, entre ellas, la de Yule, una “celebración escandinava”. Unos años atrás, en Alemania, un compañero de beca en Bonn, escandinavo, cuando nos presentaron aseguró ser “nativo de la tierra donde comenzó la tradición del árbol de Navidad”. Interesante porque, según explicó el recordado Basthian, así se llamaba, “es en diciembre cuando realizamos las fiestas de las familias” que por centurias fueron públicas –a la vista de todos– y secretas en otras épocas oscuras y dictatoriales en el norte europeo.

Orlando Figes –notable historiador inglés y ciudadano alemán– en una de sus más relevantes investigaciones, a la que tituló “Los que susurran”, describe con mucha precisión “la represión en la Rusia de Stalin”. En procura de construir un nuevo contrato social, la familia fue un blanco relevante. A partir del terror el comunismo avanzó sobre las prácticas sociales y las religiones. “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, el alma (o el espíritu, der Geist) de una condición desalmada. Es el opio de los pueblos. La abolición de la religión como la felicidad ilusoria de los pueblos es la exigencia de su real felicidad”, sentenció Karl Marx en 1844. Textual y en alemán: “Die Religion ... Sie ist das Opium des Volkes”.

Stalin apuntó en esa línea. En 1927 lanzó al Komsomol –a las juventudes comunistas– contra la Navidad que, desde algún lugar, era la fiesta preferida por niños y niñas. Las celebraciones burguesas no tenían lugar en aquel contexto epocal ni en la concepción estalinista de la vida. “Todavía tenemos un inconveniente como el debilitamiento de la lucha antirreligiosa”, dijo el autócrata con una mirada crítica de la política del Partido Comunista.

Poco tiempo después con un decreto declaró laborables los días 24 y 25 de diciembre. Nochevieja y Navidad dejaron de ser festivos. Talar y/o vender abetos (con fines ornamentales) fue prohibido. Se inspeccionaba casa por casa que no hubiera árboles navideños. “La luminosa fiesta de Navidad estaba prohibida, y a quien se le ocurriera celebrarla podía pagar con el trabajo, o incluso con la libertad, y acabar en la cárcel”, recuerda en alguno de sus textos la escritora Irina Tokmakova. El arbolito de Navidad pasó a la clandestinidad por poco más de media docena de años.

Desde 1937, después de seis años de prohibición ordenada por Stalin, la Navidad se celebra en Rusia con Ded Moroz (el Abuelo del Frío) y su nieta Sngúrochka

EL REGRESO

En 1935 regresó con su nombre cambiado. Pavel Postishev –camarada y amigo de Stalin– con una carta que hizo pública en el Pravda (Verdad), diario gubernamental en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), pidió un “árbol de Año Nuevo” para los más pequeños. “En las escuelas, los orfanatos, los palacios de los pioneros... ¡en todas partes debería haber un árbol de los niños! No debe haber una sola granja colectiva en la que la junta, junto con el Komsomol, no organice un árbol de Nochevieja para sus hijos”.

Con el tiempo se supo que Postishev antes de aquella carta conversó con Stalin sobre poner fin a la clandestinidad de aquel símbolo navideño. Nikita Jrushchov, premier soviético entre 1958 y 1964, en sus memorias no solo confirma aquel diálogo, sino que detalla la respuesta de Stalin. “Tomen la iniciativa, vayan a la prensa con una propuesta para devolver el árbol de Navidad a los niños y la apoyaremos”. El abeto volvió triunfante. Y desde 1937 se iluminó en el mismísimo Kremlin y –para sorpresa mundial– debajo de sus ramas se presentaron Ded Moroz (el Abuelo del Frío) y Snegúrochka, su nieta. Todo como antes, pero para nada igual. Aquella celebración que en el siglo XVII impuso el emperador Pedro el Grande y en el 1927 prohibió Stalin, que la restituyó en 1935, volvió a ser y hasta hoy se mantiene, aunque la Navidad ortodoxa rusa –como se dijo– se festeja cada 6 de enero.

Curiosamente, unos siete mil kilómetros al oeste de Moscú, en los Estados Unidos, desde 1931 Papá Noel, Santa Claus o simplemente Santa, como también se lo conoce y menciona a ese ícono navideño, como creación del dibujante Haddon Sundblom, por encargo de la agencia de publicidad D’Arcy, es parte de la historia publicitaria de Coca Cola. Quienes dicen conocer la historia de esa empresa emblemática y global sostienen que el objetivo publicitario fue el de “crear un personaje a medio camino entre lo simbólico y lo real” y, desde esa perspectiva, encomendaron a Sundblom que sintetizara “la personificación del espíritu navideño y la felicidad de Coca Cola”. El artista, por su parte, dijo haberse inspirado para su creación en la lectura del poema titulado “A visit from St. Nicholas” que alguna vez escribiera Clement Clark Moore. Haddon dibujó a Santa para Coca Cola hasta 1964.

Curiosidades. Religión, política y mercadeo no pocas veces parecen ir de la mano. O, al menos, recorren juntos caminos muy parecidos. De todas formas –y “a pesar de todo”, como cantaba Eladia como nadie pudo igualarla– vale señalar algunos interrogantes más que emergen en torno al nacimiento de Jesucristo. ¿Dónde nació? ¿En Belén o en Nazaret?

Corría el 2010, que estaba a pocas semanas de finalizar. Noviembre agonizaba. Ningún año que finaliza es uno más, aunque muchos así lo digan. Tampoco lo es uno que comienza. En la confluencia de ambos existe el presente. Con todo lo hecho –para bien o para mal– y con todo lo que se sabe o imagina que vendrá; o que se desea que venga y hasta lo que se sueña que habrá de suceder, también para bien o para mal. Con claridad supe que la respuesta me aguardaba en Oriente Medio. Hacia allí fui. Atrás dejamos Buenos Aires junto con un grupo de becarios de la Fundación TESA de Argentina, que lidera la doctora Susana Pesis. Desde que llegamos al aeropuerto internacional Ben Gurion supimos que Israel y Cisjordania, por algún tiempo, serían los territorios que habríamos de recorrer en dos Estados.

Cafarnaúm, ruinas de la sinagoga en “la ciudad de Jesús”

¿DÓNDE NACIÓ JESÚS?

Durante casi 18 horas de vuelo fue mi único pensamiento. En las universidades de Jerusalén, Tel Aviv, Haifa y Birzeit procuré esa respuesta y muchas otras a las preguntas que escribí cuando sobrevolaba el Atlántico. Caminar las calles de esos pueblos donde se forjaron tres religiones monoteístas y escritas también acerca al conocimiento.

Sin que vox populi sea necesariamente vox Dei, el decir popular ilumina. Sé que con cada uno de los pasos que di en aquellos lejanos lugares transité una buena parte de la historia de la humanidad. Recuerdo aquella mañana que llegué a Belén (Bethlehem), ese pueblo increíble allí erigido desde 3.000 años aNE, 10 kilómetros al sur de Jerusalén. Los montes de Judea sirvieron de mirador panorámico privilegiado para ver en toda su inmensidad esa población separada de Nazaret por unos 111 kilómetros. Algunos aseguran que son 120.

María junto con José, su marido, caminaron esa distancia hasta que la inminencia del parto los obligó a detenerse en el pesebre. Palabra más, palabra menos, así lo cuenta la historia. Hasta aquellos años volaron mis pensamientos. Miré Belén una vez más. Mis ojos se clavaron en la iglesia de la Natividad, una de las más antiguas de la cristiandad. Estimo que un millar y medio de personas en ordenada fila aguardaban para ingresar al templo. Altos muros, conventos, iglesias cristianas observantes de todos los ritos, amplios jardines, silencio profundo los asumí como señales claras de haber llegado a un enclave sacro para musulmanes, cristianos y judíos. Es también la ciudad del rey David y en su puerta se encuentra la venerada tumba de Raquel.

“¡Aquí nació Jesús!”, escuché que dijo un guía con algún grado de solemnidad. Miré el punto exacto al que señalaba con el dedo índice de su mano derecha. Está cubierto –protegido– por un vidrio blindado circular bordeado en bronce lustroso. Valiosas reliquias y ornamentos, con sus brillos, impresionan. “¿Si el Señor nació aquí, por qué lo llaman Jesús de Nazaret o el Nazareno?”, disparó otra persona que se reconoció como “amante de la historia sagrada”. No hubo una respuesta convincente. Con más interrogantes llegué a Cafarnaúm, también mencionada como “la ciudad de Jesús”. La iglesia de la Promesa de la Eucaristía –también monasterio franciscano– la recuerdo ubicada casi al frente a las ruinas de “la sinagoga donde Jesucristo enseñaba”, dijeron otros guías. ¿Dónde nació Jesús? La información es a la vez mucha y muy poca.

Horas después, sentado en soledad sobre la roca caliza blanca en el Parque Nacional de Rosh HaNikra, en el norte de Israel, muy cerca del Líbano, mientras observaba cómo el Mediterráneo se internaba en misteriosas y bellas cuevas costeras no pude dejar atrás estas reflexiones. La historia cuando –con variantes– deviene en misterios de fe para millones de personas pierde precisión, aunque gana encanto. Finalmente, triunfa el relato y el querer creer.

Iglesia de la Natividad –una de las más antiguas del catolicismo– en la ciudad de Belén (Bethlehem), Cisjordania, Palestina
Imagen actual en el interior de la iglesia de la Natividad en Belén, donde se asegura que María dio a luz

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