Ricardo Rivas, periodista, X: @RtrivasRivas

Pensar, escribir, volver a pensar, volver a escribir para contar esa historia mínima o gigante es parte de lo nuestro y es otra de las formas para decir quiénes somos y, sin proponérnoslo, dejar claro qué somos. Porque cada una de esas historias, que después de publicadas son de miles, es también ese instante sublime con el que expresamos amores, pesares, éxitos o revoluciones.

Y, finalmente, Marycruz Najle, llegó el domingo –este domingo– que de ninguna manera es uno más. No. No. Es el día en el que –como desde hace casi cinco años– hacemos el Gran Diario del Domingo de La Nación pero, esta vez, sin tu presencia física. Sin que nos hayamos cruzado ninguna comunicación para intercambiar pareceres, para buscar una foto, para encontrar esa palabra, ese título y/o mucho antes, ese tema.

¡Joder que es duro! Imaginar esos días que no queremos nunca que lleguen es parte sustancial de la estupidez humana. Pero, justamente por eso, es que cuando ya estamos en uno de ellos, descubrimos que fue, es y será inevitable. Y lo es tanto como el pánico de cada día ante la hoja en blanco. Por ello –y en ese contexto– es un día tan difícil como único, que además nos impone la necesidad de que ese sentimiento no nos paralice. Nos inmovilice. En este oficio no son pocas las situaciones, los hechos ni los sucesos que nos pegan tan fuerte que nos paralizan en el momento mismo en que lo inesperado o lo indeseado nos detiene o nos apretuja contra un límite imaginario que como el muro de una calle sin salida se levanta ante nosotros y nos impide seguir.

De eso también se trata escribir y hacerlo “a pesar de todo”, como lo aprendí de la querida Eladia Blázquez cuando la bohemia juvenil de quien era un pibe periodista me permitió compartir con aquella creadora gigante muchos amaneceres. El periodismo es un oficio. Se aprende laburando. Como tantas otras cosas. A sufrir, se aprende sufriendo. A vivir, se aprende viviendo. Como a morir, que también se aprende viviendo. Las viejas redacciones –aquellas que supimos conocer y hoy son inimaginables–, además de lugares de trabajo, de socialización, eran tan increíbles como verdaderos pupitres de la vida. En alguna medida eran como “las vidrieras irrespetuosas de los cambalaches” que con dolorosa tristeza describía la pluma tanguera magistral de Enrique Santos Discépolo. Y fue allí donde pude sentir y saber del verdadero pánico –ese que inmoviliza y en algunas oportunidades hasta avergüenza– que es el que provoca leer la hoja escrita por uno mismo.

¡Joder que es duro! Imaginar esos días que no queremos nunca que lleguen es parte sustancial de la estupidez humana

INSTANTE LITÚRGICO

Pensar, escribir, volver a pensar, volver a escribir para contar esa historia mínima o gigante es parte de lo nuestro y es otra de las formas para decir quiénes somos y, sin proponérnoslo, dejar claro qué somos. Porque cada una de esas historias, que después de publicadas son de miles, es también ese instante sublime con el que expresamos amores, pesares, éxitos o revoluciones. Es ese instante litúrgico en el que ponemos a la vista de quien decida mirar o leernos fracasos y pasiones. Es desnudarnos de palabras para arroparnos con otras palabras con la convicción de que el imprevisto que prevemos siempre fue, es y será lo nuestro en este oficio que nunca se acaba. “A pesar de todo la vida que es dura / también es milagro, también aventura”. ¡Vamos Eladia, dame fuerzas!

Fue otro querido colega periodista, Arturo Peña Villaalta, el que desde la instantaneidad impiadosa de su muro lastimó mis ojos y mi corazón con apenas 24 palabras. “Estarás en mi recuerdo, mi querida amiga, hasta la hora en que volvamos a encontrarnos. Gracias por todo lo que nos dejas, Marycruz Najle”.

Así supe que partiste, querida jefa, amiga-hermana, colega y maestra. Un triste silencio me envolvió. Ahogo espiritual. Nudo en la garganta. Recuerdos. Palabras y más palabras. Imágenes desordenadas de algunos encuentros personales en la redacción de La Nación. Recuerdos que arrollaron en tropel. Habíamos hablado unos pocos días atrás para decirnos y comentar sobre la relevancia de nuestra pasión –el periodismo– y de esa satisfacción incomparable que descubrimos en nosotros cuando sabemos que encontramos –para contarlas– esas historias que nos dejan con la convicción de que escribimos lo que nuestras audiencias quieren de nosotros.

Aquel día, después de muchas semanas, Whatsapp me trajo la luz de tus palabras. “Hola, Ricardo ¡Tanto tiempo! Solo para decirte que me gustó tu nota del domingo, linda historia. Y además sé que hiciste la entrevista horas antes de entregar.... Bueno ¡Periodismo de antes!”. Sentí una vez más la alegría de saber que “mi jefa” había leído sobre la sanación milagrosa de Juan Manuel, un bebé de 18 meses que en 2006 –en Mar del Plata– salvó la vida por intercesión del beato cardenal Eduardo Pironio. ¡Milagro!, sentenció el papa Francisco.

Te llamé al toque. Hablamos de tus ganas de vivir, de tus fuerzas y voluntad para hacerlo. Charlamos sobre tu nieta Pía, tu hija Belén, tu esposo, de nuestro compañero y amigo Paulo César López, de tu siempre amado hijo Juanito. También de aquella mañana cercana cuando desayunamos en el Hotel Esplendor cuando uno de mis viajes a mi querida Asunción... y seguimos hablando del periodismo.

Marycruz Najle, junto con Paulo César López y este autor alguna mañana cercana en Asunción para hablar de periodismo y del #GranDomingoLN

LUCHA TENAZ

“Yo la sigo luchando. Hay días en los que estoy mejor y otros parece que me voy a morir en horas. Esta porquería es así. Trabajo desde casa, busco temas, escribo y apoyo a Paulo que se ocupa de ordenar las notas”. ¡Lideresa! Las pasiones son así. Nunca olvidé que, cuando en un inesperado alto en mi camino por una repentina cuestión de salud, me llamaste para decirme que en #ElGranDomingoLN “las dos páginas para tus ‘Ciertas historias inciertas’ las cuido y no se las daré a nadie”.

Apenas tuve fuerzas para agradecer tanto cariño y solidaridad. Fue mágico y balsámico escuchar tu voz apenas cubierto con un blanco camisolín y con un manojo de cables que transmitían mis datos vitales cuando estaba aún en la sala de shock. Unos pocos minutos después, desde el celu que mantuve escondido entre las sábanas, te envié la foto y algunas líneas sobre un corrupto político argentino que hasta allí había llegado muy golpeado desde la cárcel VIP de Ezeiza luego de pelearse a trompadas con otro preso tan VIP como él al parecer por “comisiones” no pagadas, según un par de incontinentes fuentes hospitalarias que lo interrogaron cuando llegó maltrecho. .

Las pasiones son así. Nuestro oficio es así. Las viejas redacciones eran así. Apasionantes y para siempre. También después de aquella charla –como en este momento– recordé a Eladia tarareándola –juntos– antes de despedirnos. “A pesar de todo irás adelante / la fe en el camino será tu constante! / A pesar de todo, dejándola abierta / verás que se cuela el sol por tu puerta / No hay mejor motivo si encuentras el modo / de sentirte vivo a pesar de todo!”.

NUEVOS RETOS

Charlar contigo era sanador. Cuando casi cinco años atrás comenzamos con el Gran Diario del Domingo fuiste clara y precisa. “No tenemos ningún límite más que el del respeto y el buen hacer en un oficio que sobrevivirá a los avatares de los nuevos retos que nos imponen las nuevas formas de comunicación”, dijiste con voz pausada. Toda una definición. Te escuché en silencio. “No podemos olvidar que hoy, cualquiera –en el sentido más amplio de la palabra– con un telefonito, desde donde se encuentre, muestra algún suceso, opina y, si le da la gana, inventa una noticia de algo que no sucedió y la hace volar a los cuatro vientos. ¡Tenemos que entenderlo, nos reinventamos o morimos!”, agregaste. Contundente. Tomé debida nota de tu cátedra de periodismo. Afortunadamente, para nosotros y para nuestra posteridad profesional, en abril del 20 –palabra más palabra menos– lo escribiste y firmaste en nuestro GDD. Rigurosa como casi ya no se encuentra, apuntabas a la excelencia. “El arte del buen escribir era su argumento en este mundo periodístico plagado de prisas, superficialidades y urgencias”, escribió seis días atrás Augusto dos Santos, compañero en El Gran Domingo, refiriéndose a ti. Para definirte con mayor precisión sostuvo que profesionalmente supiste “caminar por ese rumbo que abraza el periodismo con la literatura”.

Contigo, Marycruz, descubrí que escribir, en muchos casos, es inventar esa cerradura que –con la llave correcta en poder del lector– permite acceder a sueños profundos que se encuentran en quien escribe o en quien lee. En alguna de las largas charlas que sostuvimos –casi inevitablemente para hablar de trabajo– te recordé una reflexión de Jorge Luis Borges. “No estoy seguro de existir, en realidad. Soy todos los escritores que he leído, todas las personas que he conocido, todas las mujeres que he amado; todas las ciudades que he visitado (…) Escribo para mí y para mis amigos, y escribo para facilitar el paso del tiempo”, añadió. Sonó a confesión.

PARA QUÉ ESCRIBIR

“¡Un genio el viejo!”, respondiste y desplegaste otros interrogantes que, posiblemente, tengan tantas respuestas que se quedarán sin una. “¿Para qué escriben los que escriben? ¿Para qué leen los que leen?” No encuentro las respuestas y, cuando creo haberlas encontrado, declino de compartirlas porque tengo también la convicción de que cada pregunta –necesariamente– tiene sus silencios y hay que respetarlos. Coincidimos entonces en que nosotros –periodistas– también somos todos los periodistas, todos nuestros entrevistados y entrevistadas, todos nuestros lectores y lectoras.

Busco refugio en la vieja mecedora. El invierno, finalmente, cedió al inicio de la calidez primaveral. La noche está en profundo silencio. Serví dos copones con Cabernet Franc Gran Enemigo Single Vineyard 2019. Al entrecerrar los ojos te imaginé en dueto con Eladia. “A pesar de todo estoy aquí puesta / los pájaros sueltos, la luna de fiesta / A pesar de todo me besa tu risa / y el duende, y el ángel del vino y la brisa / A pesar de todo el pan y la casa / los chicos que crecen jugando en la plaza / A pesar de todo la vida ¡qué hermosa! / siempre y sobre todo de todas las cosas”.

El pasado 13 de noviembre acordamos vernos “pronto”, jefa querida. Nos comprometimos para compartir alguna cervecita y divertirnos con algunos cuentos de tu querida Córdoba. Cumpliré, amiga-hermana querida. Mañana lunes te visitaré allí –en el Jardín Paraíso– para regalarte una orquídea como las que disfrutabas cuidar. ¡¡Fuiste una gran maestra!! Te abrazo, Marycruz; y también abrazo a tu familia, a tus amigos y amigas que en algunos casos compartimos y a nuestros compañeros y compañeras. Seguramente como yo estarán tristes, extrañando y sin querer comprender tu partida. Hasta que volvamos a vernos, hermana querida...

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