El autor de este artículo reseña la obra “La habitación blanca”, del dramaturgo catalán Josep Maria Miró, que fue presentada en nuestro país en el marco del XI Festival Hispano-Paraguayo, organizado por el Centro Cultural de España Juan de Salazar. Además de ser un alegato a la labor docente, la obra ofrece un análisis de la infancia, la condición humana más vulnerable, y deja entrever que el pasado no dejará de condicionar la realidad del presente.
- POR JULIO DE TORRES
- Actor, dramaturgo, gestor cultural e investigador en artes y humanidades
- Fotos: Agustín Núñez (gentileza)
“Espacio blanco, minimalista y versátil que pueda convertirse en tres espacios diferentes…”, rezan las indicaciones preliminares del texto de Miró. La metáfora de la inocencia que comporta lo no experimentado aún, ese “lienzo en blanco que somos los niños, cuando todo está por hacerse”, al decir de Marta García Miranda en “La habitación blanca: una carta de amor a quien nos enseñó a leer y escribir” (2023), es contundente.
Replicado por Agustín Núñez en la propuesta local, el blanco parece recrudecer el espesor de una suerte de cámara Gesell donde todos los universos se hacen posibles. No es para menos que en la escena converjan historias entrelazadas sin el artilugio recurrente de las nuevas tecnologías para espectacularizar un discurso que apela a lo íntimo con el poder de la palabra sola. Tal osadía de recurrir al texto literario dramático en toda su absolutez es empresa de pocos, pero de ahí a dar cuenta del ingenio para poder hacerlo es prerrogativa del compromiso con el género dramático mismo.
Sin embargo, esa penetrante intimidad, acentuada por el contraste de las palabras que flotan en el vacío de un silencio que adquiere forma, no podría alcanzar su plenitud sin el uso hábil del blanco circundante. Wassily Kandinsky, en “Sobre lo espiritual en el arte”, partiendo de la noción del blanco concebido por los impresionistas como un no-color, apuntala el papel del blanco como ese no-sonido que “actúa sobre el alma como un inmenso y absoluto silencio”.
Cuando el silencio del blanco sirve de sostén para la palabra contrastante, esta se convierte en una punción en el espectador, a veces dolorosa y otras veces sutilmente catastrófica. Es que el pasado adquiere un matiz doloroso cuando no hemos logrado superarlo, especialmente aquellos que recuerdan los detalles de manera nítida.
El pasado se desencadena con la intensidad del rechazo, especialmente cuando los protagonistas están vinculados a eventos que raramente exploran en sus memorias. En esta obra, los tres personajes juveniles no buscan respuestas directamente en el presente, que los aborda con su presencia abrumadora; en cambio, encuentran en una profesora que los visita, como una manifestación insistente del pasado, respuestas que, paradójicamente, despiertan en ellos aún más interrogantes.
EL PASADO EXASPERA
La historia ya dejó de ser la ciencia del pasado a finales del siglo XX. Martín Heidegger, en el “El ser y el tiempo”, despoja a la historia la autoridad del pasado al establecer que la historia es la continuidad de una acción que transita el presente, el pasado y el futuro. En ese sentido otorga al ser la cualidad de entidad que muta en el tiempo.
“La habitación blanca”, siguiendo esta filosofía, no encajona al pasado como un objeto estático que debe ser observado de una única manera. La experiencia subjetiva adquiere una importancia crucial en razón de que los mismos personajes no perciben a la entidad del pasado, personificada por la profesora, como algo inmutable. La interpelación es directa hacia ellos, ya que el tiempo les ha cobrado su deuda sin que logren superarlo completamente. En efecto, los eventos pasados en la escuela, cargados de anécdotas que buscan desentrañar el tejido de significados entrelazados, forman parte de un relato que no deja de completarse y que cuestiona la naturaleza cambiante de la percepción que tenemos del tiempo.
La prueba del delito recae en la figura de la profesora, quien, como un vínculo tangible entre el pasado y el presente de sus tres alumnos, desafía las convenciones establecidas sobre cómo debemos encarar nuestras historias personales. La verdad, lejos de ser estática, se manifiesta como una entidad dinámica que la dramaturgia de Miró moldea constantemente a lo largo de su obra. Esta cualidad le confiere el poder de, por momentos, exasperar al espectador, tornando la cena, el convivio, insoportable debido a la necesidad de definir la verdad, dejando al espectador solo con la interpretación y la tarea de completar su propia verdad.
La riqueza de la obra radica en su habilidad para transferir esa responsabilidad al espectador, permitiéndole completar lo que los personajes no logran definir con nitidez mediante las analepsis recurrentes. En estas escenas retrospectivas los personajes nunca llegan a una definición clara de su pasado, lo que intensifica la complejidad de la trama y desafía al espectador a participar en la construcción de significado.
LOS VULNERABLES
La obra aborda de manera conmovedora la delicada etapa de la infancia, centrándose en la vulnerabilidad y la crucial formación de la identidad en estos primeros años. En este contexto, los personajes recuerdan a un compañero que fue víctima de bullying durante los años escolares, lo cual añade una capa adicional de complejidad al explorar las consecuencias a largo plazo de las experiencias traumáticas.
Este aspecto revela las sombras que pueden oscurecer incluso los momentos aparentemente más simples de la niñez, proporciona una reflexión sobre el impacto duradero que las acciones en esa etapa pueden tener en la construcción de la identidad y el bienestar emocional de un individuo. Además, cuestiona la forma en que actualmente se salvaguardan los derechos de la niñez en el contexto de nuestro país.
FICHA TÉCNICA
El elenco de actores estuvo conformado por Techi Pereira, Diego Mongelós, Natalia Cálcena y Mario González Martí. La dirección de “La habitación blanca”, escrita por Josep Maria Miró, estuvo a cargo de Agustín Núñez, con Roberto Cardozo como asistente de dirección. El diseño de luces fue responsabilidad de Martín Pizzichini.