La crisis está. La segunda mayor economía de Sudamérica está quebrada y la situación puede ser peor. ¡Shock! ¡Shock!
- Por Ricardo Rivas
- Periodista
- Twitter: @RtrivasRivas
Tal vez era mayo de 2010 cuando en la Librería del Ateneo Grand Splendid –en el 1869 de la avenida Santa Fe de Buenos Aires, unos 1.350 km al sur de mi querida Asunción– uno de sus vendedores me recomendó leer “La doctrina de shock”, escrito y publicado en aquel año por la colega periodista multipremiada Naomi Klein. El sugerente y veterano librero, que por sobre todo era un inclaudicable lector al que debo una buena parte de mi biblioteca y mis conocimientos, añadió que la autora “elabora un cruce relevante, muy creativo, en el que vincula el concepto del choque (shock) y su aplicación tanto en la psiquiatría como en la economía o la política”.
En el segundo palco de la izquierda –ubicado en la que fuera la sala principal de un cinematógrafo– me introduje en el texto de Klein. Con mirada crítica la autora arremete contra el capitalismo, al que señala porque “emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el individuo y la sociedad” y sostiene que “lejos de ser el camino hacia la libertad, se aprovecha de las crisis para introducir impopulares medidas de choque económico”.
Me sacudió. Y me dejó pensando. Mientras caminaba, una buena parte de la memoria hizo el resto. Recordé que, cuando promediaban los años 70, 80 y especialmente en los 90 en el siglo pasado, algunas de las “medidas de choque económico”, a las que así caracteriza Naomi, se aplicaron en la región. Argentina no fue la excepción. Aquellos no fueron buenos tiempos para la sociedad. Desempleo. Pobreza. Angustias. Y una frase del presidente de entonces, Carlos Menem (1989-1999), quien solía afirmar: “Estamos mal, pero vamos bien”. Pese a aquel panorama, aún hay quienes aseguran que fueron “buenos tiempos” y que el mandatario “fue el mejor de la historia”. El presidente Milei, entre ellos.
“BARONES LADRONES”
La Universidad de Chicago en los Estados Unidos es una organización de excelencia para la educación superior. En 1890 la fundó John Davison Rockefeller cuando tenía 51 años. El primero de sus presidentes fue William Rainey Harper. Rockefeller era un controvertido protagonista del fin del siglo XIX en Norteamérica. Los biógrafos e historiadores de entonces lo señalaron como parte del grupo de hombres de negocios a los que se conocía como “barones ladrones”. Individualistas a ultranza, pragmáticos, entre ellos se destacaba también Cornelius Vanderbilt. Los señalaban como “faltos de escrúpulos para enriquecerse”. Los críticos de aquellos así los llamaban porque parafraseaban a otro grupo –los “barones ladrones germánicos”– que entre el 962 de Nuestra Era y hasta 1806, tiempos del Sacro Imperio Romano Germánico, hacían fortunas, con perspectiva feudal y, entre otras prácticas ilegales e ilegítimas, cobraban peajes a quienes transitaban por los caminos existentes en sus posesiones.
Claramente, la historia muestra que aquellos también “barones ladrones”, donde fuere que estuvieren, se especializaban para operar en lo que por estos días podríamos llamar “mercados regulados” para obtener ventajas competitivas a cualquier precio. Aunque el tiempo deje atrás algunos capítulos de la historia, es valioso consignar –como dato relevante, aunque anecdótico y transitorio– que el diario The New York Times, el 9 de febrero de 1859, incluyó aquella denominación grupal en una de sus crónicas para describir las controversiales prácticas comerciales de Vanderbilt.
También el historiador T. J. Stiles –ganador del premio Pulitzer en 2010– abordó esa metafórica caracterización cuando revisó aquella época y sentenció que –como productora de sentido– “evoca visiones de (los) monopolios titánicos que aplastaron a competidores, amañaron mercados y corrompieron al gobierno. En su codicia y ansia de poder, la leyenda dice que dominaron una democracia indefensa”. Es palabra de Stiles. Fuerte, por cierto.
Eric Hobsbawm, en 1997, en su obra “La Edad del Capital”, sostiene que “el capitalismo estadounidense se desarrolló de forma impresionante y con dramática velocidad después de la guerra Civil (1861-65) que, si bien ralentizaría en algunos aspectos su crecimiento, también generó considerables oportunidades para sus grandes empresarios bucaneros, aptamente denominados robbersbarons”. Describe luego que esos “robbers barons son aún una parte reconocible de la escena empresarial” estadounidense”.
Algunos de aquellos fueron los padres fundadores de la Universidad de Chicago. Hay quienes dicen que “somos lo que somos desde que fuimos”. ¿Será así? ¿Cómo saberlo? Pero el caso es que, desde su creación hasta la actualidad, de la Universidad de Chicago emergieron 100 premios Nobel y 27 premios Pulitzer, entre otros relevantes galardones. Milton Friedman (1912-2006) recibió el Nobel de Economía en 1976. Con Rose Friedman (1910-2009), su esposa –ambos formados e integrantes del claustro académico de aquella casa de estudios–, marcaron con intensidad la última mitad del siglo XX. Especialmente las dos últimas décadas.
AVANCE DEL INDIVIDUALISMO
Con “Capitalismo y libertad”, en 1962, sentaron las bases de lo que posibilitó el avance del individualismo. En aquella obra de divulgación, examinan “el papel del capitalismo competitivo –la organización de la mayor parte de la actividad económica mediante empresas privadas que operan en un mercado libre– como un sistema de libertad económica y como una condición necesaria para la libertad política”. Con aquella perspectiva, en un segundo texto publicado en 1979 que tuvo además un fuerte apoyo en la televisión estadounidense, al que titularon “Libertad de elegir”, fueron por más. Rose y Milton abordan “el sistema político de un modo simétrico al económico” y precisan que “ambos (sistemas) se consideran mercados en los que el resultado se determina a través de la interacción de las personas que persiguen sus propios intereses individuales (entendidos con un criterio amplio) en vez de los objetivos sociales que los participantes juzgan ventajosos enunciar”.
¿Salvarse en soledad en momentos de crisis? La respuesta parece ser sí. “La libertad económica es un requisito esencial de la libertad política”, explican y detallan que “al permitir que las personas cooperen entre sí sin la coacción de un centro decisorio, la libertad económica reduce el área sobre la que ejerce el poder político (porque) al descentralizar el poder económico, el sistema de mercado compensa cualquier concentración del poder político que pudiera producirse”.
¿Pueblo vs. mercado? ¿Ciudadanos vs. consumidores? Naomi Klein confronta con el académico matrimonio. “Durante más de tres décadas, Friedman y sus poderosos seguidores (…) esperaron a que se produjera una crisis de primer orden o estado de shock”. Una tormenta perfecta que alcanzó, entre otras poblaciones, a Luisiana fue el momento. Nada nuevo según la mirada crítica de la analista porque “en uno de sus ensayos más influyentes Friedman articuló el núcleo de la panacea táctica del capitalismo contemporáneo (…) la doctrina del shock (y) observó que ‘solo una crisis real o percibida da lugar a un cambio verdadero (para) que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable’”.
TERAPIA DE SHOCK
Javier Milei (53), flamante presidente electo en la Argentina, lo dijo claramente. Aplicará una terapia de “shock” para resolver la crisis en este país. “El 10 diciembre –dentro de 14 días, cuando formalmente se instale en el despacho principal de la Casa Rosada, sede del gobierno argentino– vamos a contar todo, decirle a la gente la cantidad de bombas que están plantadas. Y decirles que vamos a hacer todo lo posible para evitar la hiperinflación y poder escapar de la que podría ser la peor crisis de la historia argentina. No intentarlo, o tratar de escaparle a esa realidad, va a derivar en una crisis muy profunda”, dice el señor Milei. “No hay plata. No hay plata”, agrega ante la prensa una y otra vez y advierte que “si no hacemos el ajuste fiscal, nos vamos a una hiperinflación y nos vamos a 95 % de pobres y 70-80 % de indigentes”.
La crisis está. La segunda mayor economía de Sudamérica está quebrada y la situación puede ser peor. ¡Shock! ¡Shock! Pero va más allá. Durante la campaña electoral el nuevo mandatario manifestó que adhiere a la filosofía política y económica de la Escuela de Austriaca. Murray Rothbard (1926-1995), uno de los máximos exponentes de ese pensamiento en los Estados Unidos –economista, historiador, teórico de la ciencia política–, cuando promediaba el siglo pasado impulsó la idea del anarcocapitalismo. Fue, tal vez, el primer libertario. Partidario del libertarismo, del anarquismo, impulsó la abolición completa –total– del Estado en favor de la soberanía individual, a la que se llegará a través de la propiedad privada y las reglas del libre mercado.
En 1971, fundó el Partido Libertario. Una búsqueda sencilla en la internet permitirá saber que “Rothbard sostenía que todos los servicios prestados por el ‘sistema monopolístico del Estado corporativo’ podrían ser proporcionados de forma más eficiente por el sector privado”. ¿Costo-beneficio vs. bien común? Desde esa perspectiva, planteó que el Estado es “evidentemente una organización del robo sistematizado”.
En ese contexto categorizó a “la banca de reserva fraccional como una forma de fraude y se opuso a la existencia de un banco central”. Murray – uno de los ideólogos de Milei– no se guardó ninguno de sus pensamientos. En su ideario, “todos los derechos son formas de propiedad”, proclamó la “licitud del trabajo infantil”, sostuvo que “la patria potestad y los derechos de los padres sobre los hijos es una forma de propiedad”, abogó por “la licitud del chantaje”, por solo mencionar algunas de sus ideas.
No pocos de sus contemporáneos lo consideraban distópico. La Real Academia Española de la Lengua (RAE) significa la distopía como una “utopía perversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal”. Claramente, la utopía de Murray Rothbard puede ser considerada como una “antiutopía”. Shock, Escuela Austriaca, anarcocapitalismo. Es palabra de Javier. Voces de un pasado que siempre está presto para volver y encontrar una garganta que grite a voz en cuello “¡viva la libertad, carajo!”.