El recorrido por el kibutz atacado por los terroristas mostró a todos hasta dónde el odio y la degradación humana fueron capaces de llegar. En uno de los lugares más castigados por el actuar terrorista aún se están identificando restos humanos con la posibilidad cierta de que nunca se llegue a saber si algunos de sus residentes están entre los secuestrados en Gaza o sus restos forman parte del grupo de identificación imposible.
- POR JUAN CARLOS DOS SANTOS
- Enviado especial a Israel
Como había estado entre los primeros en llegar a la estación de buses de Savidor, en Tel Aviv, desde donde partió el bus que nos llevaría hacia el sur, donde estaban las comunidades atacadas y donde fue la fiesta electrónica Nova, al llegar a Be’eri fui de los últimos en bajarme.
Movilizarse con todo el equipo y, además, colocarse el chaleco antibalas y el casco no era una tarea sencilla, por lo que me tomé el tiempo necesario para prepararme y bajar. El resto de los periodistas tenían pensado preparar sus reportes apenas al descender, pero la misma sensación evidentemente atrapó a todos.
La magnitud de la destrucción estaba intacta, nada se había modificado por orden del Gobierno y por razones obvias se habían retirado los restos humanos. El olor a carne quemada inundaba algunos lugares del kibutz y en algunas paredes aún se notaban los rastros de sangre de lo que había sido la carnicería humana perpetrada por los terroristas de Hamás.
Nada había quedado en pie y en cada centímetro de lo que hasta la noche del 6 de octubre fueron hogares de casi 1.200 personas, la barbarie se había apoderado totalmente. Nada se salvó y tampoco lo hicieron casi 120 personas, la mayoría asesinada de la peor manera, con torturas físicas y mentales antes, mientras otras eran llevadas de rehenes hacia Gaza.
RECORRIENDO ENTRE EXPLOSIONES
Be’eri, junto a Kfar Aza, fueron dos de los lugares más castigados por el actuar terrorista, tanto que, tras 45 días del ataque, aún se están identificando restos humanos con la posibilidad cierta de que nunca se llegue a saber si algunos de sus residentes están entre los secuestrados en Gaza o sus restos forman parte del grupo de identificación imposible, aun con la más moderna tecnología del mundo.
Mientras recorría el interior de algunas casas y lugares de Be’eri, como lo que sería una biblioteca y una guardería infantil con su parque de juegos, los tanques Merkava IV disparaban una y otra vez, ante la indiferencia de casi todos. Es que la tragedia que nos mostraba Be’eri era capaz de acallar cualquier sonido, salvo, como dijo el capitán Roni Kaplan, “el llanto de Dios”.
Permanecimos cerca de una hora en el kibutz en ruinas, con la artillería israelí disparando cerca nuestro hacia posiciones de Hamás en Gaza, sintiendo en menor medida las explosiones desde el otro lado y con el sonido permanente de un dron sobrevolando la zona.
HAMÁS VUELVE A ATACAR A BE’ERI
Cuando partimos, todos estábamos algo impacientes por compartir la experiencia, pero nuevamente nos pidieron aguardar un poco más. Apenas 10 minutos después de haber dejado Be’eri, la alerta de cohetes se activó en el lugar que habíamos dejado, solo instantes después de que algunos periodistas comenzaron a realizar sus transmisiones desde el interior del bus.
El hecho de realizar transmisiones en vivo o publicar en redes alertaba a Hamás de la presencia de no militares en el lugar y lo hacía propicio para que realicen ataques que de alguna manera se hubiera hecho más mediático que en las demás ocasiones.
PERDER EL MIEDO ES PELIGROSO
Haber visto de cerca toda esta situación, imaginar cómo fueron aquellos momentos terribles para los residentes de esos lugares, de alguna manera me hizo perder el miedo. Era como sentir que cualquier otra situación que sea diferente a lo que esa gente sufrió no iba a ser para tanto.
Comencé a salir a la calle a altas horas de la noche, ya que no había restricciones para hacerlo y me puse a transmitir cada recorrido en mis redes sociales, explicando además la situación que se vivía y el contexto en general. Pero en el fondo yo sabía que esperaba capturar uno de los tantos momentos de ataques hacia la ciudad, pero no tuve esa “suerte”.
Es lo peligroso de perder el miedo, uno ya no asume los riesgos que se están corriendo. Pero no pasó mucho para que sienta de cerca uno de los tantos ataques que Hamás estaba realizando sobre toda la zona costera de Israel, desde el kibutz Zikim, pasando por Sderot, Ashkelon y toda Tel Aviv.
ENTREVISTA EN ZONA DE IMPACTO
Desde el primer día, contacté con Soly, una israelí de origen peruano, con muchos amigos en Paraguay y quien estaba en mi lista de potenciales entrevistados. Llegué a su casa en Jolón, al oeste de Tel Aviv, tal como habíamos pactado y hablamos por casi media hora.
Al final de la entrevista y como cierre, dije que ella vivía en una de las zonas preferidas de Hamás para atacar. Dicho esto, suenan las sirenas y las aplicaciones. El sonido infernal que provenía del exterior se mezclaba con el interminable mensaje de las aplicaciones presentado con voz de mujer: “¡Tzeva Adom!, ¡Tzeva Adom!”, (color rojo, en idioma hebreo).
La escena quedó grabada, así como el sonido cuando parten tres antimisiles de Cúpula de Hierro rumbo a interceptar, lo más elevado posible, los cohetes de Hamás, algo que produce detonaciones que hacen vibrar todo el edificio.
Aquella noche, y durante ese mismo ataque, el sistema Cúpula de Hierro no pudo interceptar el cuarto cohete, que impactó por un edificio en Rishon Le Tzión, un barrio contiguo a donde me encontraba.
Observando luego el daño causado por uno solo de estos proyectiles, no es difícil deducir que hoy Israel le debe su existencia a quienes crearon este sistema de defensa que, aunque no es perfecto, es maravilloso porque pone a salvo a millones de personas y hogares en todo el país.
LA ENTREVISTA MÁS DIFÍCIL
Días antes de la entrevista con Soly, tuve que realizar una mucho más difícil e increíblemente lejos de la posibilidad de un ataque con cohetes por parte de Hamás. Me trasladé hasta la ciudad de Netanya, a mitad de camino entre Tel Aviv y Haifa.
Netanya es otra ciudad costera y con un gran predominio de judíos de origen francés y marroquí. En esa ciudad tranquila y hasta idílica por la belleza de sus playas rematadas con acantilados, vive Susi Schvartzman, la hermana de David, el compatriota asesinado por el grupo terrorista el 7 de octubre en el kibutz Kfar Aza.
La entrevista por supuesto giró alrededor de la vida de su hermano, ya sea en Paraguay o en Israel. Me enteré, aunque no fue una sorpresa, que David era uno de los tantos israelíes que luchaban por conseguir a la gente de Gaza una mayor cantidad de permisos para trabajar en Israel.
De hecho, muchos de los trabajadores de los kibutz atacados eran gazatíes y se sospecha firmemente que fueron quienes aportaron precisión de datos de inteligencia a Hamás para poder infringir mucho más daño a esas comunidades agrícolas.
Pero sin dudas, hablar con una profesional paraguaya que participó de lo trabajos forenses luego de la masacre fue algo impactante, por presentarme ella, la doctora Miriam Cohenca, detalles del trabajo que realizó con esos restos.
“JUNTOS VENCEREMOS”
La resiliencia y la unidad del pueblo israelí como nación, no solo del pueblo judío (en Israel viven más de dos millones de árabes musulmanes y cristianos), quedó patente cuando me mostraron cómo el sector turístico y el Gobierno articularon una solución para alojar a los evacuados tanto de la zona norte como los residentes del sur del país.
Las diferencias políticas persisten en una sociedad dividida, pero que increíblemente ha adoptado un lema de unión, “Juntos venceremos”, y ese brote nacionalista se puede observar hasta hoy por las calles de las ciudades de Israel saturada de banderas azul y blanca con la estrella de David en el centro.
Las manifestaciones de apoyo y solidaridad a los familiares de los rehenes son más que notorias y me tocó participar de un encuentro con ellos en Kiryat, frente a la sede del Ministerio de Defensa en Tel Aviv. Centenares de personas portando lazos amarillos y la imagen de los más de 230 secuestrados por los terroristas buscan una explicación y un poco de esperanza para ellos.
Tras ocho días intensos, con mucho trabajo aún por hacer, satisfecho en parte por haber podido generar información desde el propio lugar de los hechos, dejé Israel el viernes 28 de octubre, nuevamente en la aerolínea israelí con protección antimisiles.
UN DULCE EN SHABAT
El destino me ofrecería una última experiencia con la tragedia vivida por Israel el 7 de octubre pasado, en pleno shabat, el día de descanso en la cultura judía.A mi lado iba una madre cargando a su bebé y a una niña de aproximadamente 3 años. Se llamaba Mía. A poco de despegar se quedó dormida e iba casi sin abrigo y, transcurridos algunos minutos, se quedó dormida. Entonces, con algunas señas le dije a la madre si la podía cubrir con el abrigo extra que yo cargaba. Ella asintió.
Antes de aterrizar, Mía despertó, me devolvió amablemente el abrigo y me regaló un caramelo que guardaba en uno de sus bolsillos. Su madre, quien no hablaba casi inglés, agradeció y me dijo palabras más, palabras menos: “Mi esposo murió en el kibutz, por eso ahora nos vamos a Rusia”. Mi recorrido, que había comenzado casi al iniciar el shabat, también culminaba en un día similar al triste y trágico sábado 7 de octubre.