El 7 de octubre de 2023, se produjo en el sur de Israel lo que los israelíes consideran como su propio 11 de setiembre. La reacción como tal ha provocado que todas las miradas del mundo se centren directamente en esa pequeña porción de territorio en el vibrante y dinámico Medio Oriente, que amenaza con escalar a una situación más peligrosa, involucrando a otros países y organizaciones de todo tipo.
- Por Juan Carlos dos Santos
- Enviado especial @juancads
Me entusiasmé apenas cobró fuerza la posibilidad de viajar a Israel para informar desde la misma zona del enfrentamiento entre la Fuerza de Defensa de ese país y el grupo terrorista palestino islamista Hamás. Sin embargo, algo me decía que no debía excederme en ese entusiasmo porque consideraba muy baja la probabilidad real de que se finalmente se concrete.
Luego de los trágicos sucesos del 7 de octubre pasado, se normalizaron las masivas cancelaciones de vuelos de todas las líneas aéreas hacia Israel, algo totalmente comprensible y, además, eran más quienes querían abandonar territorio israelí, por cualquier medio y a cualquier costo, que quienes llegaban, salvo los reservistas, llamados para reforzar las filas de la FDI (Fuerzas de Defensa de Israel).
Lo que comenzó casi como una broma con el director de Nación Media, José María Agüero, tomó forma cuando descubrimos que sí existían vuelos que llegaban a Israel, pero era una única línea aérea de ese país y lo hacía desde Europa.
La posibilidad se fortaleció cuando comencé a indagar sobre la operatividad del aeropuerto con algunos conocidos que viven en Israel y todos me dijeron dos cosas: el aeropuerto está activo, pero solo llega una línea aérea y lo otro, “si llegás, avisame”. Alguien me ofreció hasta el sofá, con tal de que llegue y pueda contar desde el terreno de operaciones la realidad de lo que sucedía y que el mundo comenzaba a dudar. Alojamiento ya tenía, solo faltaba el vuelo.
MUCHAS PREGUNTAS, POCAS RESPUESTAS
Al cumplirse una semana del ataque de Hamás, la posibilidad real de viajar comenzó a acrecentarse mucho más; había lugares en un vuelo comercial desde Frankfurt hacia Tel Aviv y mirando aquí y allá, Verónica, la compañera del área administrativa, y quien estaba en la misma cruzada que yo, realizó la compra de un asiento. Ya no había vuelta atrás.
Lo que había comenzado como un deseo casi efímero de pronto se volvió real y nadie está preparado para digerir una situación así, cualquiera sea la circunstancia.
Las preguntas comenzaron a surgir. ¿Y si no me dejan entrar?, ¿cómo le digo a mi familia?, ¿tengo equipos para un trabajo como ese?; pero la peor de todas las preguntas que me hice fue ¿y si no regreso?
Mi plan de vida, al igual que el que todos tenemos pero que no podemos asegurar que lo vamos a cumplir, no contempló nunca la posibilidad de ir a terminar mis días en una porción de un desierto del Medio Oriente y en una guerra que no me afectaba.
¡Error!… sí me afectaba. Israel me ha dado muchos amigos y necesitaban mi grano de arena como aporte. Además, esta situación, de no ser corregida ahora, tarde o temprano iba a trasladarse a otros lugares del planeta, afectando incluso a nuestro país, a nuestras ciudades, a nuestros barrios, a nuestros hogares y a nuestros seres queridos.
De ahí surge el lema israelí que decora la operación Espadas de Hierro: “Occidente, van por ustedes”.
RUMBO AL MEDIO ORIENTE
La decisión estaba tomada y no había vuelta atrás. Era hora de comenzar el viaje para realizar un trabajo que muchos querrían hacerlo, pero pocos tienen la oportunidad de concretarlo.
Una reunión familiar con motivo de mi cumpleaños el sábado 14 fue el momento perfecto para darles la noticia a todos. Esta vez no hubo ni felicitaciones ni satisfacción por ser elegido para hacer un trabajo en otro país. Todos se cuidaron de no decir nada que pudiera sonar a “por última vez” ni en mi familia, ni en el trabajo, ni con los amigos. Y es que la posibilidad real existía. “Buen viaje” y “cuidate”, sonaban una y otra vez.
Partí el 18 de octubre. Tras un largo vuelo de Asunción a Madrid, tomé otro a Frankfurt (Alemania), desde donde saldría el vuelo directo a Tel Aviv (me cuidada de no decir en los mostradores de las líneas aéreas “destino final: Tel Aviv”).
UN TALIBÁN SORPRENDIDO
Ya en Frankfurt, coleccioné la primera anécdota. El taxista que me llevó del aeropuerto hasta el hotel, antes de embarcarme al día siguiente en el último tramo, era un refugiado afgano. Su nombre, Karim, y confesó haber combatido para los talibanes, pero su poco afecto al islam lo metió en problemas y huyó de su país antes de ser ejecutado por sus antiguos compañeros.
Al enterarse del motivo de mi viaje, me dijo: “¡Estás loco, hermano, vas a un lugar muy peligroso!”. Comencé a entrar en razón de la situación, ya que un excombatiente talibán era quien opinaba. “Vaya que si es peligroso, entonces”, pensé, pero ¿qué podía hacer?
DOS TEMORES ANTES DE LLEGAR
Previo a trabajar ya propiamente sobre la situación bélica, tenía dos preocupaciones, una bien fundada y la otra finalmente no fue para tanto.
La primera, volar cerca de las costas del Líbano, dominadas por el otro grupo terrorista proiraní, Hezbolá, luego de cruzar el Mediterráneo, pero la línea aérea israelí no solo tiene una ruta diferente, sino también una protección extra. Está dotado de un sistema que es capaz de “engañar” a cualquier misil o cohete que lo ataque, lanzando bengalas térmicas invisibles, que logran desviar la atención de los atacantes haciéndolos estallar mucho antes de llegar al objetivo, un avión comercial con 300 pasajeros a bordo. Todo eso, automatizado y sin necesidad de intervención humana.
La segunda, era no tener problemas para ingresar a Israel, pero dado que antes de abordar en Frankfurt sorteé cinco rigurosos controles, tanto personal como de mis pertenencias, más un minucioso interrogatorio, las autoridades migratorias israelíes no fueron un problema e incluso fue más simple que las veces anteriores que me tocó llegar a ese país para participar de capacitaciones.
Era el comienzo de 8 días intensos, emotivos, desgastantes física y mentalmente, pero muy satisfactorios.
LA HABITACIÓN, EL RESTAURANTE Y EL... REFUGIO
La presencia en el aeropuerto Ben Gurión del encargado de negocios de la embajada paraguaya, Lucas Franco, ayudó a sobrellevar esos primeros momentos de la llegada. Ya camino al hotel, me fue contando todas las situaciones por las que tuvo que atravesar enviando a casa a varios compatriotas que quedaron atrapados por este enfrentamiento.
Apenas me había registrado en el hotel, lo primero que me indicaron fue la ubicación de los refugios, algo comprensible por la situación. Nadie estaba en modo turista, todos en modo supervivencia y tratar de llevar una vida más o menos normal hasta que se escuchara el sonido de las sirenas en la ciudad, eso alteraba toda la rutina y la tranquilidad, ya sea en el trabajo, en un lugar recreativo o simplemente durmiendo.
LA PRIMERA NOCHE SIN DORMIR
La mente es capaz de generar por sí sola escenas o escenarios casi irreales. La primera noche no dormí y luego de participar en un programa del canal GEN y de radio Universo 970 AM, me pasé mirando la ciudad desde el piso 11 donde me alojaba, esperando ver algo, sea lo que fuere.
Al día siguiente, mientras preparaba mi agenda y escribía a mis contactos en Israel, viví la primera situación de alarma. Sin dudar corrí a las escaleras y comencé a bajar, rodeado del atrapante sonido de las sirenas que nadie puede obviar por más grande que sea la ciudad.
Al llegar al refugio (tres pisos bajo el suelo, el cuarto es para los niños), ya todo se había normalizado, no escuché las explosiones generadas por la intercepción de los antimisiles del afamado sistema Cúpula de Hierro. Luego vendrían otras cinco alarmas más y varias explosiones, no había por qué apurarse.
El domingo 22, un día y medio luego de mi llegada, recibo un mensaje de la directora de la organización israelí Fuente Latina, invitándome a participar de un recorrido con otros periodistas por la zona sur donde se produjo la matanza a manos de los terroristas de Hamás.
CHALECO, CASCO Y RUMBO AL SUR
Al día siguiente, a las 10:00, con mi casco azul, uno de los dos colores que debe utilizar el personal de prensa en zonas de conflicto (el otro color es el negro), mi chaleco antibalas con la inscripción “Prensa” y todo mi equipo para grabar, con las baterías al 100 %, partimos hacia Netivot, una ciudad del sur de Israel, como parada previa para luego intentar llegar al kibutz Be’eri, uno de los lugares más afectados y en el cual los atacantes irrumpieron con una saña sádica que sobrepasó cualquier límite de terror.
Debido a que la cantidad de periodistas que salimos de Tel Aviv lo permitía, el plan era llegar a Netivot y de allí pasarnos a un vehículo blindado y llegar en él a Be’eri, a dos kilómetros de Gaza.
Hamás seguía atacando por aire a las comunidades del sur de Israel y se estimaba que entre 500 a 700 de sus integrantes aún seguían por la zona, portando algunos de ellos lanzacohetes y armas largas.
Pero al llegar a Netivot, la primera parada, cambiaron los planes y decenas de periodistas europeos y norteamericanos subieron a nuestro bus, y así, con gente parada y sus equipos a cuesta, tuvimos que seguir el viaje rumbo a Be’eri en el mismo transporte en el que partimos de la estación de buses de Tel Aviv.
NADA DE “EN VIVO”
Por el camino, la gente de la oficina de prensa del Gobierno de Israel nos hizo firmar un documento, eximiéndolos de responsabilidad en caso de cualquier altercado que pudiéramos sufrir (incluía perder la vida o ser secuestrados), algo muy lógico, pues todos éramos conscientes de que a un parque de diversiones no íbamos.
Otro pedido que llamó la atención, pero luego en carne propia logramos comprender la razón, fue el no realizar transmisiones en vivo ni subir nada a nuestras redes sociales mientras dure nuestra presencia en el kibutz, pero podríamos grabar y decir todo lo que se nos antojara, no había restricción salvo no mostrar el rostro de los combatientes, para eso estaban los portavoces del Ejército.
DISPARO DE BIENVENIDA
El interior del bus era una torre de Babel, atrás mío iban sentados tres periodistas de Uzbekistán, delante iba una de la prensa china hablando en inglés con un periodista israelí, el uruguayo quedó muy al fondo y quería ir más adelante, el argentino miraba algo preocupado porque quizás recordaba que había estado antes en Ucrania, los alemanes iban grabando y narrando todo, los norteamericanos exigían los mejores lugares y de repente… un silencio sepulcral.
Llegamos a Be’eri y al lado derecho, una columna de tanques Merkava IV esperaba su turno para desplazarse y al izquierdo, un edificio totalmente destruido e incendiado. La magnitud de lo que estábamos por ver hacía su carta de presentación a poco de ingresar al kibutz.
Otro Merkava IV que se encontraba algo distante nos saludó realizando disparos hacia posiciones de Hamás, que solo se encontraba a dos kilómetros del lugar al que llegamos.
Próxima entrega: Un lugar de muerte, destrucción y sirenas diarias